Declaimer: Inuyasha y sus personajes no son de mí autoría. Si así fuera este chico tonto se hubiera decidido desde hace mucho tiempo.

Nota: ¡Para vos Loquita! Un poco —muy— tarde, pero al fin de cuentas es un regalo por tu cumple.


Primer Vicio: Cobardía

"No hay hombre tan cobarde a quien el amor no haga valiente y transforme en héroe" Platón.

—¿Lo recuerdas? —rió de manera infantil.

Cómo olvidarlo.

¡Cómo!

Mientras observaba como su esposa le sonreía al contenido de su taza, con el mismo entusiasmo que una niña, él sólo pretendía que ella se olvidara de aquel detalle.

Nunca se había sentido más patético y estúpido en toda su vida.

Jamás volvería a pasar por aquello. ¡Lo juraba!

Ella lo miró por sobre sus pestañas, aún con la sonrisa bailando en sus labios. Dejó el café sobre la mesa y alcanzó una de sus manos.

—Fue tierno.

¿Tierno? ¡¿Tierno?

Mierda, aquello no había sido tierno, sino todo lo jodidamente contrario. Había hecho un papel tan lamentable, lastimero, que si se viera a él en ese preciso momento se arrojaría de la torre de Tokio sin miramientos. Era mucho mejor que vivir con la vergüenza de aquel acto, aunque a su esposa le pareciera… tierno.

Ella estaba loca.

Su enojo titubeó con facilidad cuando volvió a contemplarla. Su delicada mano estaba aferrando la suya, y sus ojos tenían aquel inigualable brillo que él tan bien conocía cuando estaba feliz.

Dio un gran suspiro y relajó su entrecejo. Sus hombros automáticamente se aflojaron y le devolvió la sonrisa mientras entrelazaba sus dedos con los de ella.

—Lo que digas, pequeña —fue lo único que pudo responderle coherentemente.

Cuando ella estaba a su lado, no pensaba con claridad, no razonaba. Nunca había sido un hombre que meditara con minuciosidad cada una de sus acciones, pero su pequeña y delicada esposa rompía con total facilidad el poco raciocinio que poseía.

Era su propio y particular Némesis.

No podía quejarse, él la había hecho su demon, la había buscando y la había finalmente atrapado.

Él la había querido y la había obtenido porque era un avaro.

Porque ella era de él, lo era antes de que le diera el sí y lo era mucho más ahora. Aquel recuerdo volvió a lograr que frunciera el entrecejo.

—Estas recordándolo otra vez.

La voz de su esposa sonaba cansada. Desde hacia tiempo que no contaba la cantidad de veces que el tema aparecía, todo gracias a su queridísima mujer, en sus conversaciones. A ella podría ser que le encantara, pero a él lo ofuscaba de sobre manera.

Ya había sido suficiente vivirlo en carne y hueso una vez como para que se lo recordara cada minuto y más con aquella sonrisa, como si fuera el hecho culminante e importante de toda su vida.

Bien, tal vez lo era para ella…y para él, por qué engañarse; pero, de todos modos, eso no quitaba lo patético de la situación.

Le resultaba casi retorcido, enfermo. ¿Ella se divertía con su sufrimiento?

Sí, definitivamente estaba comenzando a creerlo, otro motivo no encontraba. Como una mujer, que se decía amarlo, podía hacerle recordar aquel bendito día.

Nunca transpiro tanto en su vida, nunca tartamudeo como un idiota en ese preciso momento. Hasta… ¡por Kami-sama!

¡Había huido! ¡Sí, huido!

Huido como un maldito cobarde. Inuyasha Taisho huyó como un completo y autentico ¡Cobarde!

Escapo, de las misma forma que las ratas lo hacían cuando el barco estaba por hundirse, en el momento que le estaba pidiendo casamiento a Kagome.

¿Aún estaba a tiempo de arrojarse?

Ese karma lo perseguiría por el resto de su vida.

—Si tanto te atormenta, deja de recordarlo.

Él sonrío con burla.

—Siempre me lo recuerdas, Kagome —rezongó—. Deja tú de recordármelo.

Notó como ella rodaba los ojos. Él realmente había empujado ese recuerdo a lo profundo de su mente y arrojado llave. No le gustaba verse hacer el ridículo una y otra, y otra vez.

Si por él fuera le prohibiría a ella recordarlo, pero su esposa era una mujer testaruda, incluso más que él.

Lo sabía mejor que nadie al llevar cinco años juntos, aunque solo tres de matrimonio.

—Pero… —mordió levemente su labio inferior—, fue adorable.

Inuyasha alzó las cejas magistralmente. ¡Aquello era lo único que podía faltarle!

— Extraño, en un principio —explicó ella—, pero adorable. Nunca habías actuado así antes.

—Así, ¿cómo? ¿Cómo un gallina? —inquirió burlonamente—. Admítelo mujer, sólo te encanta hacerme quedar en ridículo.

Kagome frunció los labios, ¿así que eso era lo que pensara de ella? ¡Bien, mucho mejor! Deshizo el agarre de sus manos y rebuscó en su cartera un par de yenes.

—Será mejor que nos veamos en casa —dijo ásperamente, colocando sobre la mesa de forma ruda el dinero necesario por su café— .Que tengas buenos días, Taisho.

—O-oye, Kagome… espera.

Alargó la mano para alcanzarla y tomarla de la muñeca, pero la mirada gélida que le mando hizo que su acción quedara a medio camino.

Y él se quedo allí, aún intentando comprender qué demonios había sucedido mientras el café humeante a medio terminar y los yenes sobre la mesa eran el único indicio de lo que quedaba de su esposa y de la sorpresa que había decidido darle ese día.

Nuevamente se había comportado como un cobarde.

«Mierda»

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—Oh, mon amour, sabes como es el cavernícola de tu esposo.

Suspiró asintiendo levemente con la cabeza. Se sentía tan infantil. No tendría que haberle abandonado de aquella forma.

Ella lo conocía, ¡claro que lo conocía!; y él solo estaba jugando un poco. Eran esposos ahora, ya tendría que comenzar a lidiar un poco mejor con el particular sentido del humor de Inuyasha.

Es que, ¡por Kami!, odiaba que él le digiera aquellas cosas, aunque solo estuviera burlándose de ella.

—Soy una tonta —dijo afligida, mientras sujetaba su cabeza con las manos.

Mon chéri, sólo estas enamorada.

Bankotsu le pasó un brazo rodeándole los hombros y la acercó a su cuerpo. Kagome se acurrucó de inmediato contra él.

—Sigo siendo una tonta —replicó—. Debería dejar de comportarme tan infantilmente.

—Tú no eres infantil —delicadamente tomó el mentón de su amiga con una de sus manos y la obligó a verle—. Saca esa absurda idea de tu cabeza.

—Pero…

Bankotsu la silenció de inmediato con un dedo sobre sus labios, sin darle tiempo a que volvería a contradecirle.

—Ahora solo ven, deseo mostrarte lo que traje de Francia.

Antes de que Kagome fuera consciente de otra cosa, Bankotsu ya había sujetado su mano y tirado de ella hasta poder conducirla hacia el salón de la casa.

Jamás había puesto resistencia alguna a todas las locuras donde Bankotsu la involucrara, además se lo debía. Llevabas menos de cuarenta y ocho horas de nuevo en Japón y ella ya se encontraba en su puerta no precisamente para saludarlo, sino para comentarle de su última discusión matrimonial.

Toda una calida bienvenida.

Ella apretó su mano y él giró para observarla sobre su hombro con una sonrisa cálida.

Kagome pensó que si tal vez él no fuera homosexual, y si no estuviera enamorada irrevocablemente de su marido, su corazón latiría por Bankotsu; pero ella había conocido a Inuyasha y lo que sentía por él nunca cambiaria.

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Dejó el maletín en la silla de entrada y las llaves en el cuenco verde sobre el mueble de madera a su izquierda.

Las luces de la sala estaban encendidas y podía escuchar el murmullo proveniente de la televisión. Al parecer, Kagome no había dejado la casa.

En todo el trayecto desde la oficia, y después de que su esposa no le hubiera respondido o devuelto ninguno de sus llamados, ya se había imaginado una fría y lúgubre nota de una línea pegada en el refrigerador:

"Me fui a lo de mi madre.

Kagome"

Se quitó el saco dejándolo colgado en la misma silla donde había colocado el maletín, y avanzó despacio hacia el salón.

No escuchó el ruido de los pasos de su mujer en la cocina mientras preparaba la cena, sólo al conductor del programa de preguntas y respuestas que ella veía, o intentaba ver, todas las noches mientras cocinaba.

Tampoco salio a recibirle con los brazos abiertos y su rostro sonriente como cada noche. Extraño poder estrecharla, esconder su rostro en su cuello y aspirar fuertemente el aroma de su piel y sus cabellos después de un largo día de trabajo.

Comenzaba a sentirse desolado.

Si tan solo hubiera impedido que se marchara en la mañana.

Pasó de largo por el salón y subió las escaleras yendo hacia el dormitorio que compartían. La luz se encontraba apagada pero la puerta ligeramente abierta, lo que era señal de que Kagome estaba dentro. Su mujer poseía una completa manía de cerrar las puertas cuando abandonaba las habitaciones.

Tomó el pomo y empujó hacia adentro despacio, tratando de hacer el menor ruido. La luz de las farolas de la calle le sirvieron para localizarla fácilmente sobre la cama dormida y acurrucada.

Se le encogió el corazón al verla tan débil y delicada expuesta al frío, si bien dentro de la casa se encontraba templado, su habitación siempre estaba unos grados más bajo que el resto del hogar, y el verano comenzaba a irse.

Se acercó hasta ella, casi en puntas de pie, y cubrió el cuerpo de Kagome con la frazada que se encontraba a los pies de la cama.

Siempre estaría ahí para protegerla.

—Inuyasha.

La voz de Kagome había sonado ligeramente más ronca y sus ojos estaban intentando localizarlo, tratando desesperadamente de acostumbrarse a la oscuridad reinante en el cuarto.

—Solo descansa, Kagome —le susurró, antes de girarse sobre sus talones dispuso a marcharse.

La cama sonó fuertemente y una mano atrapó su muñeca tirando de él con el suficiente impulso para voltearlo y empujarlo hacia abajo.

—¡Oye pero que…!

Los labios de Kagome chocaron contra los suyos furiosamente, las manos de ella rodearon su cuello al instante obligándolo a corresponder a sus mandatos.

«Al diablo»

Le respondió desesperado mientras se acomoda mejor sobre el cuerpo reposante de su esposa en la cama. Ella entreabrió los labios y él se deleito en besarla profundamente.

Su demonio interno gimió fuertemente.

Apoyó una mano sobre el colchón e inmediatamente abrió los ojos extrañado. Se separado de los labios de su esposa y a tientas buscó el interruptor del velador.

Kagome se quejó cuando la luz le dio de lleno en el rostro.

Inuyasha recogió la foto, levemente arrugada momentos antes por su mano, y miró a la bella mujer que aún estaba debajo de su cuerpo y que había adoptado la misma expresión de un niño al ser descubierto en una travesura.

—¿Qué significa esto?

Estaba enojado y ella… bueno, ella estaba intentando no pensar en lo levemente excitada que se encontraba. Era algo humanamente imposible al verlo con su ceño fruncido, sus oscuros ojos del color del ónix fijos en ella y su cuerpo sobre el suyo, mostrando todo su poderío masculino.

—Es una foto.

Inuyasha entrecerró la mirada aun más.

—Ya sé que es una fotografía, Kagome —siseó su nombre oscuramente y oprimió el papel con fuerza—. ¿Desde hace cuanto tienes esta mierda?

Que alguien lo contuviera porque posiblemente la estrangularía, y ella ¡Solo permanecía callada!

Comenzaba a perder la poca paciencia que le quedaba.

¡Se sentía traicionado!

—¡Responde! —le gritó, y agitó el papel sobre su rostro.

Kagome tiró del cuello de su camisa y volvió a juntar sus labios en un caluroso beso. Él gimió audiblemente olvidando momentáneamente su frustración y ella aprovecho para hacerlos girar sobre la cama. Se sentó sobre su regazo y ante la mirada incrédula de su esposo le quitó sin miramientos la foto de las manos.

—¿Acaso importa desde hace cuanto la tengo? —le preguntó, apoyando una mano sobre su pecho para impedir que se moviera—. Creo que no necesito decirle el tiempo, Inuyasha.

—Kagome…

—No, me escucharas —interrumpió decidida y notó como él maldecía en voz baja—. Aunque te resulte retorcido de mi parte no hago esto a propósito. Amo la forma en como me pediste matrimonio, Inuyasha.

Kagome le acarió con suavidad el rostro y le sonrío como siempre. Con aquella sonrisa que a él lo había enamorado y condenado.

—Esto… —ella movió la fotografía levemente—, … fue el momento más importante de mi vida pese a lo que digas.

Era en aquellos instantes donde se le hinchaba el corazón al escucharla. No sabía que bueno había realizado en su vida para poder encontrarla, pero no la dejaría escapar aunque ella quisiera.

¿Y qué si ella tenía una fotografía donde salía pálido como el papel mientras le pedía que se casara con él? ¿Y qué si llegaba a descubrir que guardaba muchas más?

La realidad era que ya no le importaba.

Sí, había actuado como un cobarde aquel día y jamás lograría olvidarlo; pero el resultado era mucho mejor.

Esta vez fue él quien tiró de ella para besarla mientras volvían a rodar sobre la cama.

Aún pensaba que a su mujer le encantaba torturarlo, y también aún creía que ella amaba que se comportara como un cobarde.

Era un vicio, un maldito vicio, se dijo a si mismo mientras escuchaba la risa de Kagome sobre su oído al morderle el cuello.

De todos modos, no le importaba. No, la verdad era que no le importaba. Si ya había pecado, aquello no iba a detenerlo ahora.

Continuara...


Y señores... ¡He perdido una apuesta! Así que debía continuar escribiendo este fic. Nada del otro mundo, ¿no?

¿Se esperaban una secuela de "Siete pecados"? Yo no XD. En fin, les aviso que "Vicios" está segundo en mis prioridades, muy por debajo de "Chantaje". Pero resulta que trabajo mejor bajo presión, así que al estar publicado me obliga a terminarlo.

Al igual que su precuela será un fic corto, incluso contará con menos capítulos. Cinco o seis, nada más. Espero que se entretengan con los pormenores de la vida conyugan de nuestros protagonistas XD.

A los que leen "Chantaje" solo quedan algunos detalles del final para poder publicar en capítulo correspondiente. Les agradezco de ante mano la espera y comprensión. Quedan solo tres semanas para la finalización del cuatrimestre y es mucha responsabilidad para que salga todo como pretendo y tener un mes de vacaciones.

Libertad absoluta para comentar ;).

Que tengan una excelente semana.

Lis-sama

PD: Amo al Bankotsu del fic y sus palabrillas en Frances.

PD2: ¡Cómo se actualiza Fanfiction!