Parte 1.

El conejo negro y el borde del abismo.

Desde el comienzo de sus días Bella se había limitado a obedecer a sus padres, a estudiar, a ser una niña buena. Por lo que en ese verano hizo lo que siempre se disponía a realizar sin importar la estación del año: pasear. Lo hacía desde los cinco años, más bien aquello inició cuando su padre le contó sobre una pequeña niña llamada Alice* y sobre un conejo blanco, por lo que se aventuraba en el bosque en busca de los dos personajes que, para desgracia de la infanta que era en ese entonces, actuaban igual que los espectros: caprichosamente no se dignaban a aparecer cuando se les evocaban.

La pequeña Isabella fue creciendo hasta el punto en que esas figuraciones le parecían poco más que una completa tontería o eso pensaba hasta la tarde en que, después de haber recogido y hecho un arreglo de flores para el salón, se fue por el camino que separaba dos extensos claros y que conducía hacía el cementerio R-Patzz.

Se quedó admirando los grandes portones que terminaban en filosas puntas que llegaban a tocar la esponjosas nubes que poblaban el cielo cuando de repente escuchó un crujido sordo que cada vez se hacía más fuerte, pisadas. Por un segundo, las figuraciones de infanta que tenía de antaño acudieron a su mente, pero estas se disolvieron al ver una chica que vestía mugrosos ropajes que, según se podía ver, eran blancos originalmente. La pobre cayó rendida, a los pies de Bella mientras que esta miraba estupefacta como la recién llegada se encogía, retorcía y jadeaba en el piso; es más, le pareció oír leves articulaciones en su voz, por lo que dijo, lanzándose a ella un nano-segundo después,:

"Chist, chist, respira, calmate…"

Pero como la extraña seguía jadeando le pegó una bofetada causándole una pequeña hemorragia tanto nasal como labial. Al ver la sangre deslizándosele por el mentón se sintió mal y se excusó diciéndose de que le había aplicado el golpe para que ella se calmase y poderla auxiliar.

"Ayúdame… ayúdame", comenzó a lloriquear la reciente subyugada.

"¿Qué sucede, te has perdido?", Bella comenzaba a arrepentirse de haber hecho su expedición hacia el cementerio R-Patzz, "¿Cuál es tu nombre?", susurró en el oído ensangrentado de la herida.

"Alice, oh vámonos, vámonos ¡Corre! ", su mirada estaba fija en un punto entre los arboles que Bella no pudo identificar hasta que una lanza le atravesó la espalda a la muchacha que respondía al nombre de Alice, salpicando la ropa de Isabella, pero en ese momento dejaron de importarles la sangre y la chica muerta que yacía de forma lánguida en la tierra. Un hombre vestido de negro que tenía el rostro semi-descubierto, se aproximó lentamente a ella…

…y todo se volvió oscuro.

Se despertó en la penumbra de su habitación, agitada y sudada. Sus pensamientos aún giraban en torno a esa tarde, pero no solo esa noche, sino que todas las horas posteriores desde semejante acontecimiento. No podía desembarazarse de los recuerdos que llegaban a causarle insomnio. Cuando se miraba al espejo no veía su rostro, sino el de Alice; y aún así cuando solo se encontraban ella y su reflejo, podía verla. Eran muy parecidas y a la vez diferentes: tenían el mismo corte de pelo, pero el de Bella era café al igual que sus ojos y los de Alice eran negros; Tenían los mismos labios, pero de matices distintas el de Bella un rosa pálido y los de Alice de un rojo intenso; el color de las mejillas de Bella eran de un inocente y adorable color carmín y las de Alice eran huesudamente blancas.

Fue al baño y se desnudó lentamente, gozando de la sensación eléctrica que susurraba en su espalda repentinamente arqueada por las dagas ardientes que se instalaron en su sexo y sus areolas. Era Alice otra vez, que la miraba a los ojos mientras rozaba sus húmedos pliegues y acariciaba sus erguidos pezones.

La miraba dentro del espejo, tentándola a caer en el juego en el que ella cayó y para eso debía vencer a la niña buena, desenmascararla. Pero veía que aquello no sería fácil. Para elle misma no lo fue. El sexo nos descubre, nos muestra como somos, por eso es tan siniestro. Pero quería vengarse de esa chica que no la ayudó a salir del bosque a toda costa, haría lo que fuera; incluso estaba dispuesta a guiarla al lugar en donde su vida se convirtió en una miseria. Todo por seguirlo a él, por confiar en él.

Pensar en ello hizo que la rabia y la pena acudieran a sus ojos, cambiándolos del negro a un intenso y fulgurante naranja. Isabella se vio atrapada en ellos, obligándola a deslizar ligera y suavemente sus largas uñas por la cara interna de sus muslos. Su humedad se acentuó, casi podía sentirla caer por sus piernas.

Entonces una voz oscura y nítida le susurró al oído:

"Hazlo, Isabella, hazlo".

Al decir esto el hipnotizante fulgor en las orbes de Alice se vio oscurecida y reemplazada por una inusitada maldad y avidez.

"¡No!"

Su puño se estrelló contra el vidrio, y este tembló, chirrió y cayó hecho añicos al suelo y a sus desnudos pies, trasladando todas las punzadas y el vigoroso calor, que una vez sintió en sus pechos y su sexo, a sus malheridos y sanguinolentos pies.

Gimió, se retorció y se derrumbó en la cerámica en posición fetal, murmurando el nombre de Alice…cayendo en la inconsciencia.

Alice voló por la habitación, observando como Isabella se derrumbaba y retorcía sobre los cristales y caía en una pesada inconciencia. Esto la hizo sonreír. Con un ágil salto danzó y se instaló dentro del pecho de la ya desmayada chica.