Disclaimer: No, nada en el mundo de Harry Potter me pertenece, por desgracia; solo soy la triste autora de esta historia.
Summary: Siempre escuchas el glamour de la vida de un auror, pero lo que no te dicen es todo aquello que tienes que pasar para poder llegar a la cima. Los días en la Academia son conocidos como el infierno, y mucho más si eres cierta metamorfomaga en un mar de testosterona.
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Bienvenida a la Academia
Por: Jess Grape
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¿Bienvenida a la Academia?
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En medio de la noche apenas se podían distinguir un par de figuras encapuchadas para el ojo inexperto, pero para ella era lo mismo que si tuvieran capas color neón y estuvieran gritando "¡Mírame, aquí estamos! ¡Somos Mortífagos! ¡Hail el Señor Tenebroso!"
Al parecer, estaban intercambiando algún tipo de información, ya que se encontraban muy cerca del otro y movían las manos en acalorada discusión. Uno parecía realmente molesto y el otro miraba hacia abajo, ¿en vergüenza, tal vez?
No importaba, nada de ello importaba. Los había estado siguiendo por días y estaba segura que lo que tenían planeado esos antiguos Mortífagos era tan bueno como la hermana de su mamá. Durante horas había meditado la identidad de aquellas personas y había llegado a la conclusión de que eran Lucius Malfoy y un tercer hermano Lestrange, del que nadie había escuchado hablar, pero que era un punto clave durante la primera guerra y ahora traían entre manos regresar a la vida a Quien-No-Debe-Ser-Nombrado mediante magia más negra que la noche.
Oh, sí. Ella estaba segura de eso. Porque él no moriría sin dejar algún tipo de plan de contingencia para regresar y matar a todos. Pero para eso estaba ella, una sangre mestiza que frustraría sus planes con su brillantez.
Sus padres estarían tan orgullosos.
Borró la sonrisa de su cara y sacudió la cabeza, hora del show pensó cambiando su físico de chica en sus veinte con cabello rosado a un hombre de ochenta años. Transfiguró un palo en un bastón y se aseguró que su ropa luciera muggle. ¿Quién lastimaría a un ancianito en medio de la noche en un parque de Londres? Nadie… nadie que fuera una buena persona. Y los Mortífagos no eran buenas personas.
Se acercó caminando lentamente, haciendo como que no los había visto, sino simplemente estaba cruzando para llegar a su pobre morada. Oh, lo que les espera, imbéciles.
La excitación corría por sus venas, apenas y podía contenerse de sonreír como una maniática. Y, como se lo esperaba, los hombres la detuvieron, seguramente querían un bocadillo nocturno. Respondió en voz baja a cada una de sus agitaciones de manera inocente, aunque por dentro ardía de rabia ante la cobardía de esos idiotas, creyéndose grandes por molestar a un viejito.
Cuando sacaron su varita, mofándose de la lentitud de su 'víctima' supo que había llegado el momento.
—Perdón, señores, pero ¿saben qué hora es? — preguntó aún con voz de hombre. Ellos se miraron entre sí, desconcertados por la inusual petición: ese hombre debería estar cagando sus pantalones, no preguntando la hora como si no acabara de ser amenazado de muerte. Antes de que pudieran responder, ella cambió a su físico original. —Hora de patear traseros, tarados.
Como lo esperaba, ellos aún estaban confundidos y no vieron llegar el asombroso –realmente genial- ataque de la pelirrosa y terminaron inconscientes en el piso llenos de pústulas de pus y llagas asquerosas. No los iba a matar –oh, no, ella estaba muy por encima de esas acciones. Además, era una salida muy rápida para Malfoy y el Lestrange sin nombre.
Por la mañana, el par de tontos estaban siendo procesados en Azkaban después de un juicio rápido –gracias, Dumbledore- y el ministro estaba tan humillado de haber sido puesto en evidencia después de todos los "regalos" que había recibido de Malfoy que consideraba renunciar.
Varios aurores se acercaron a ella para felicitarla, pues ahora todos sabían sobre la genialidad de Tonks.
—Dora…
—No me digas así si no quieres probar un poco de mi letalidad— respondió sin inmutarse, sonrisa en su cara pues los periodistas seguían tomándole fotos.
—Dora, despierta, es tarde…
— ¿De qué hablas?
—Hija, vas a llegar tarde a clases— alguien la estaba sacudiendo y abrió los ojos para encontrarse con el rostro de su madre. —Ya van a ser las ocho, hija. Te quedan quince minutos para llegar.
Se levantó rápidamente y chocó su cabeza contra la de su progenitora. — ¡Auch!
Ambas se alejaron sobándose sus respectivas frentes. Su madre salió de la habitación riendo mientras Tonks –no te atrevas a llamarla por su primer nombre o algún derivado porque mandará tu trasero a San Mungo de una patada- correteaba por su habitación buscando sus zapatos y tratando de ponerse su ropa al mismo tiempo.
Para el momento que bajó a la cocina, le quedaban siete minutos. ¡Vaya, qué buena había salido la alarma que había puesto la noche anterior!
Tomó un vaso de leche –ugh, no le des café porque eso sabe a brebaje de tierra con gusanos- y unas galletas de chispas de chocolate que había preparado con su mamá el día anterior, pues ya no alcanzaba a desayunar algo más elaborado como los deliciosos huevos que su papá saboreaba mientras leía El Profeta.
—Buena suerte en tu primer día, querida— la llamó su madre después de haber recibido un beso en la mejilla. Se dirigió a su papá para despedirse de la misma manera y robarle un pedazo de pan tostado con mantequilla y mermelada de fresa –su favorita.
—Te lo estás buscando, traviesilla— le advirtió Ted Tonks con una sonrisa—. Ahora corre, que te quedan tres minutos.
Y no le quedó de otra más que obedecer a su padre. — ¡Los quiero! — gritó desde la puerta principal, o al menos lo intentó porque tenía la boca llena de pan.
Se giró concentrándose en la dirección en Canterbury donde se encontraba la Academia –gracias a Merlín por la Aparición, o sino, ya estaría fuera antes de haber comenzado. Y realmente agradeció a quien sea que la mirara allá arriba por no sufrir despartición (hubiera sido muy inconveniente tener un accidente así en su primer día).
Se detuvo por unos segundos para admirar el maravilloso edificio que se presentaba ante ella –está bien, no era maravilloso, a lo mejor lindo. Ok, para ser honestos, ni a bonito llegaba; pero lo importante es la idea, los valores que tenía dentro, y eso lo hacía ver maravilloso para Tonks.
Aquí aprenderé a patear traseros pensó ilusionada, recordando el sueño de la noche anterior, uno de muchos que había tenido a lo largo de los años. Se dirigió casualmente a la puerta principal y antes de entrar, olió discretamente sus axilas, esperando que la falta de ducha de esa mañana no fuese muy notoria.
Después de asegurarse que su aliento tampoco fuera taaaan malo, entró con decisión para encontrarse con varias personas que caminaban de un lado a otro, algunos en parejas, pero la mayoría solos. Y al decir personas se refería a… hombres, hombres machos. Grandes. Algunos se veían tan rudos que le asustaba siquiera acercarse a preguntar por indicaciones para llegar a su primera clase: Introducción a Derecho Mágico.
Lo que la llevó a su primer gran error como aprendiz de auror: creer que podía llegar sola. En un edificio de siete pisos con más de setenta salones. En serio, ¿más de setenta salones? Había escuchado que de cien estudiantes que lograban entrar a la Academia, se graduaban diez. ¿Cuántos alumnos podían tener?
Así que a las ocho diez, por fin encontró el salón correcto y cometió su segundo gran error: poner una sonrisa en su carita enmarcada por cabello rosa chillón.
—Buenos días— dijo animada. —Disculpen el retraso, me encontré con un par de matones y me tuve que encargar de ellos, ya saben, gajes del oficio—Oh, sí. Tercer gran error.
Pero su profesor –profesora- no lo encontró tan gracioso, ni siquiera un poquitín. Su severa mirada se endureció y la observó con altivez y una ceja levantada, le señaló un asiento al final del salón y se giró al resto de los alumnos. Tonks bajó la cabeza y caminó rápidamente. —Como les iba diciendo, yo soy la profesora Mawson y en esta clase no se tolera la impuntualidad —ups— ni a los payasos de la clase— dijo la maestra con sarcasmo. Los hombros de la pelirrosa se hundían con cada palabra y se aventó a la silla para tratar de fundirse con el fondo, pero ¡oh, sorpresa! La silla colapsó ante su modesto peso -¡Sí! ¡Modesto peso! Casi pluma- y ella terminó en el suelo, confundida y realmente avergonzada. Podría apostar que hasta su cabello se había vuelto rojo. —Oh, señorita, olvidé que ese lugar estaba roto, estaba tan ocupada con mi profesión como aurora… ya sabe, gajes del oficio—comentó la profesora con una enorme sonrisa, una enorme y malvada sonrisa. —Pero se puede sentar en ese lugar, justo frente a mi escritorio— señaló un mesabanco hasta adelante.
¿Creía que su camino al asiento de atrás había sido vergonzoso? Lo de ahora era vergonzoso multiplicado por cien y a eso agrégale un baúl de humillación pura con unas chispas de risitas de sus compañeros.
Después de que la clase terminara –una hora con cincuenta minutos de pura tortura teórica, y eso que sólo era la explicación de lo que verían a lo largo del curso- se levantó, recogió sus cosas y salió rápidamente del salón, su animado humor se había ido oscureciendo tras los comentarios sarcásticos de la maestra Mawson cuestionando la capacidad de algunos alumnos.
Sip, bienvenida a la Academia, Tonks.
