Una chica corría entre la maleza, a toda velocidad, huyendo de algo. Me recordaba levemente a ese fatídico día en el que conocí a Mark Sulí. Ese día en el que sentencié a toda mi división a la muerte. Ella no solo no llevaba armadura, sino que no tenía problemas para apartar la maleza. Con dos simples dagas la hacía a un lado de forma que la hacía parecer incluso experta, y eso evitaba que las ramas la golpeasen, probablemente haciéndole uno que otro rasguño.

Aun así, había peores heridas de las que preocuparse. Tenía un enorme corte en un costado, fruto probablemente del ataque de un arma pesada. Un hacha o incluso un espadón cómo en el que en esos momentos yo mismo portaba. La sangre manaba a marchas forzadas del corte, manchando las numerosas ramas del bosque de Eylwind de un color rojo que contrastaba con el color cenizo de la vegetación. Era muy probable que ese rastro fuese un indicador obvio para su perseguidor, que no tendría mas que seguir la sangre para encontrar yaciente a la joven. Quizás lo mas fácil fuese intervenir, curarla y que siguiese su camino. Pero no iba a salvarla porque si, eso sería demasiado digno de un paladín.

Pronto llegó a un claro del bosque, rodeado por árboles. Supe que allí llegaba a su fin la persecución. No porque fuese un mal sitio. De hecho podría utilizarlo para escapar. Simplemente lo supe, tuve un presentimiento que me indicaba que allí acababa su camino. Quizás fue porque aquel asesino que me persiguió seis años atrás logró alcanzarme en un claro del bosque de Macalania. Aquella escena era bastante similar. Y tal y como había intuido, las fuerzas de la joven, completamente herida, fallaron, y la hicieron caer al suelo en mitad del claro. Suficiente margen cómo para que el cazador hiciese su aparición en escena.

Era un alguien esbelto y atletico, empuñando un enorme mandoble, de alrededor de metro y medio, embutido por completo en una armadura que de inmediato reconocí: Era un soldado de Arcadia. En los tres años que había estado fuera de la Orden Sacra los había observado mucho. Incluso en mi etapa en el clan Valkyria estuve en contacto con ellos. Pero nunca llegué a enfrentarme cara a cara a uno. No quería mas problemas, y es lo único que los Arcadianos suelen dar. No obstante el deber me pedía que ayudase a la joven.

-¡Preparate a morir!- Aulló con agresividad el soldado bajo el yelmo de Arcadia, a la par que levantaba el mandoble mas allá de su cabeza. Lo identifiqué por la voz, ronca, cómo un hombre adulto -Yo, Sir Agnar Aberdyl, te condeno a pudrirte entre las ramas del bosque de Eylwind.

La joven se giró para intentar mirar a la cara a su enemigo. No parecía tener miedo, sino mas bien haber querer enfrentar la muerte como algo que esta ahí, algo omnipresente. No obstante lo que vio no fue la espada, ejecutora, cayendo sobre ella, sino un martillo de luz, de la mitad de alto que ella, golpeando en pleno vientre al Arcadiano, que salió disparado hacia atrás varios metros.

-No es digno de alguien que se identifica como un caballero asesinar de esta forma a alguien sin capacidad para defenderse- Dije entonces entre la maleza, desvelando mi posición.

Un hombre salió de entre los arbustos. Un caballero, un paladín, o al menos los resquicios que quedaban de uno. El pelo plateado llegaba hasta media espalda, tapando parcialmente los ojos de color azul grisaceo que clamaban sangre. Con el espadón por delante, haciendome encorvar levemente la espalda, aquel caballero era yo: Sir Ressu Crebalt.

Ya no llevaba armadura. La había abandonado poco tiempo despues, pues solo portarla era una tortura. Y mi espadón no era el de Sir Carjau, sino uno que posteriormente compré a un herrero con el poco sueldo que me daban en el clan Valkyria. Aun así, nueve años de experiencia cómo paladín habían hecho de mi un verdadero guerrero.

-Estas intercediendo en asuntos oficiales Arcadianos, chico- Gruñó el tal Sir Agnar, levantandose de forma pesada. -Retirate. Encubrir a una criminal solo te hace un igual a ella.

-En ese caso deberías llevarme contigo a mi. Si eres capaz de lograrlo, claro está- Sonreí de forma picara, incitarlo a venir a por mi. La chica de las dagas, herida, se había arrastrado hasta detras de mi.

Fue entonces cuando de verdad pude verla. Tenía el pelo negro y liso, a la altura de los hombros mas o menos. Su cuerpo era muy pequeño, y daba sensación de delicadeza. Su rostro, reprimiendo un gesto de dolor que se podía ver en el fondo de aquellos preciosos ojos de color oscuro no hacía mas que afirmar lo indefensa que estaba. Tenía ganas de decirle que todo estaría bien, que no pasaba nada.

Pero no fue eso lo que hice. Tenía un combate que luchar, una batalla que ganar. Con mi espadón al frente me lancé sobre mi enemigo, dispuesto a acabar con su vida. Este no tuvo reparos en frenar el golpe con su arma, pero era algo que ya había previsto, y giré sobre mi mismo, propinandole un golpe directo en la cabeza que hizo que su yelmo saliese volando varios metros mas allá y se chocase contra un arbol.

-Quiero ver el rostro de mi enemigo antes de acabar con él- Sonreí, con decisión.

Era un hombre de unos cuarenta años. Llevaba el pelo negro, peinado hacia atrás de forma que le llegaba hasta el cuello. No obstante, su cabello mostraba ya signos de clarear por algunas zonas, y estaba plagado de canas. Sus ojos, color negro, mostraban sabiduría, a la vez que un afán por el combate digno del mayor guerrero de Terra.

-Pues recuerdalo, pues será el último que veas antes de morir, insensato.- Aulló, hecho una furia, y se precipitó sobre mí dispuesto a acabar con mi vida.

Iniciamos un choque de espadas bastante dinámico. Sus golpes eran muy pesados pero destructivos, y cada uno de mis espadazos eran detenidos por el pomo de su mandoble, que movía con determinación, o directamente por la impenetrable armadura arcadiana. En mis tiempos en la División Granate luché contra infinidad de guerreros arcadianos y determiné que la unica forma de atravesar la armadura de estos era con un golpe muy cargado, lo suficiente para abollarla y hacer una brecha en esta. Y a la distancia a la que se encontraba apenas tenía margen para maniobrar con la espada sin exponerme. Por ello, finalmente tuve que retroceder.

El caballero acometió contra mi con facilidad. Se movía de una forma mas lenta que yo debido a su armadura, pero su destreza mostraba muchisimos años de experiencia en el combate. Intenté hacerme a un lado, y aquel movimiento resultó en un corte en una pierna que me hizo caer al suelo. Rapidamente el supuesto caballero, aprovechando mi posición de debilidad lanzó su mandoble directo a mi espalda, pero logré girar e interponer el espadón en la trayectoria. Estando en el suelo estaba en clara inferioridad. Sir Agnar no tenía mas que dejar caer su arma, y la fuerza de la gravedad sería suficiente para que la pesada espada me cortase por la mitad si no lograba interponer mi espadón.

Por ello decidí optar por otra opción: Dar la vuelta al combate. Antes de que mi oponente consiguiese cargar su golpe barrí el suelo con el espadón, y le hice caer de espaldas por el peso de su espada. Me faltó tiempo para saltar sobre él e inutilizar con mis piernas sus brazos, anchos como troncos. Inmovilizado, el caballero comenzo a revolcarse, clamando por ser liberado. Pero no tendría piedad. Él no la iba a tener conmigo, ni con aquella chica a la que por fortuna había logrado salvar. Simplemente dejé caer mi espadón sobre su cuello y lo deslicé con suavidad. Entonces todo comenzó a oscurecerse..