Nathan no paraba de ir de un lado a otro. Estaba terriblemente nervioso. Su madre y su suegro no dejaban de mirarlo, iba, venía, iba, venía. Los médicos encontraron algo extraño cuando llegó Hannah y le hicieron un rápido análisis, por lo que impidieron que entrara en la sala de partos.

Se estaba royendo las uñas, algo que solo solía hacer cuando no podía controlar su nerviosismo.

—Hijo, tranquilízate. En lugar de un oficial de la Alianza pareces un chiquillo nervioso porque ha hecho algo malo.

Nathan levantó la mirada y observó a su madre. La Capitán Karen Shepard. No se mostraba ni un ápice nerviosa.

—¿Cómo puedes estar tan tranquila mamá? Han dicho que había algo raro, si le pasa algo a Sam... no sé...

—Hijo, estoy segura que no será nada. Cuando naciste, también me diste muchos problemas, sobre todo porque naciste con el culo por delante.

De pronto Nathan perdió el nerviosismo y encaró a su madre.

—¡Mamá! Me juraste que no se lo contarías a nadie y ahora vas y lo sueltas aquí en medio del hospital.

Manteniendo la serenidad como solo una madre podría hacer le replicó a su hijo, mientras su suegro soltaba una leve risa.

—Nathan, son las tres de la madrugada, apenas hay nadie. ¿Quién me va a oír?

En ese momento su suegro, el Teniente Comandante Robert Borrows, se introdujo en la conversación.

—Vamos Nathan, no menosprecies a Hannah, ella es fuerte. Podrá con lo que sea.

—¿Por qué soy el único que está preocupado? Demonios, parece como si no os importara lo que ha dicho el médico.

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—Ya han llegado los análisis completos, doctor.

—¿Y bien? ¿Qué es esa lectura desconocida?

—Parece que hay trazas de elemento cero en la pared del útero, y muy posiblemente se le haya transmitido al feto.

—Doctor, el escáner holográfico no muestra signos cancerígenos.

El doctor miró con cautela los datos. No quería tener que dar una nueva mala noticia a unos padres primerizos. En estos nuevos tiempos de viajes MRL, los casos de niños nacidos con ese extraño nuevo elemento en su organismo no eran nada halagüeños.

—De acuerdo, físicamente la niña parece estar bien. Quizás debamos hacerle algunas pruebas para asegurarnos, pero no tenemos tiempo. Ya viene de camino y con prisas.

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Nathan iba a explotar, o a tirar abajo las puertas. No lo tenía claro pero lo estaba sopesando. Su madre seguía sentada como si nada y su suegro bromeaba junto a ella, mientras le miraban y reían.

—Me parece maravilloso que os haga gracia verme en este estado. Yo aquí padeciendo lo indecible por mi mujer y mi pequeña que no sé si estará bien o nacerá con doce brazos. Y mientras vosotros os reís de mí.

—No es eso hijo. Nosotros después de todo pasamos por cosas similares. Lo entendemos perfectamente, pero verlo desde fuera resulta gracioso.

—¡Ah! Que solo es eso. Pues vale, Robert.

Nathan hizo una mueca de desagrado, frunciendo el ceño a su suegro. El hecho de que no lo dejaran entrar junto a su esposa le mermó el ánimo. No era nada habitual, pero los médicos no dieron más explicaciones que la extraña lectura. Estaba nervioso, preocupado por Hannah y su bebé, intranquilo, y una larga lista de sensaciones por las que no estaba acostumbrado a pasar.

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—Doctor, ¿qué ocurre? —preguntó una Hannah nerviosa.

El médico se giró y contestó sin titubeos, manteniendo el rostro sereno.

—Según los análisis, hay trazas de elemento cero en su útero, y es muy posible que haya pasado al cuerpo de su hija.

De inmediato Hannah sintió un gran pesar, recordando el evento que había provocado ese hecho. Su pecho se contrajo y comenzó a respirar con dificultad, la ansiedad apareció de igual modo, aumentando su ritmo cardíaco, mientras la lágrimas comenzaron a inundarle los ojos.

—No... no es posible... tras lo ocurrido... en mi holografía... dijeron... —Se le atragantaban las palabras, no sabía qué decir. Y pensar en Nathan aumentaba su intranquilidad, pues le había ocultado lo ocurrido.

—Señora Shepard, ¿usted lo sabía?

Solo pudo asentir, las respuestas se agolpaban sin orden en su cabeza.

—Quizás no sea nada, pero hasta que no concluya el parto y hagamos pruebas no podremos confirmarlo. Ahora tranquila, relájese. Para facilitar el alumbramiento, a pesar de que solicitó que no fuera así, se le aplicará un anestésico suave especialmente diseñado para estos casos.

—¿Por qué mi marido no puede estar conmigo?

El doctor la miró, y dudó un momento ante la pregunta. La matrona jefe contestó por él.

—Señora Shepard, en estos casos con elemento cero, el protocolo dicta que la presencia de familiares sea mínima.

Hannah pareció relajarse algo, quizás sería lo mejor, evitar a Nathan el trauma de que no pudiera coger a su pequeña tras el parto, pues estaba convencida que no tardarían en llevársela para hacer las pruebas necesarias, y comprobar su estado de salud.

Intentó por todos los medios relajarse. Sentía a la niña removerse, cuando una intensa contracción le hizo gritar a pleno pulmón. El dolor era increíble, más del que hubiera sufrido en su vida, pero al mismo tiempo le daba algo de paz, pronto sabría las consecuencias de su secretismo. Esperanzada, rogaba para sí, por que todo fuera bien, mientras el dolor se intensificaba.

—Parece que el bebé ya viene, todo listo. Dispongan el equipo necesario de inmediato y comuniquen con la sala de pruebas de pediatría.

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La luz del sol llevaba ya un buen rato inundando la sala. Nathan se mantenía consciente a pesar de las horas desde la última vez que pudo dormir. Su madre y suegro estiraban los brazos y bostezaban tras una corta siesta en los sofás de la estancia. Habían pasado más de ocho horas desde que llegaron con las primeras contracciones el día anterior.

No podía más, apenas escuchaba a su madre y a su suegro, el sonido a su alrededor apenas lo percibía, solo escuchaba el latido de su propio corazón y los gritos de su esposa. Cansado de la larga espera, se acercó rápido a la puerta de la sala, dispuesto a echarla abajo, pero se detuvo en el último instante.

Aquel sonido lo relajó por un momento, era lo más bello que podía haber escuchado en su vida. Un intenso llanto proveniente de la sala de partos confirmó a un muy nervioso y agotado Nathan que su niña ya estaba aquí. Robert y Karen se sorprendieron mucho, fue escucharla y se desmayó. Ya no podía más y se rindió al bajón de tensión y al cansancio contra el que estaba luchando desde que llegaron.

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Nathan estaba tumbado en una camilla junto a su esposa que aún dormía por el esfuerzo tras el parto, mientras sostenía a su pequeña criaturita. Tenía un leve mechón de cabello ocre dorado como el de su padre cuando era joven.

—Eso es de tu padre, son los genes del abuelo —dijo Karen toda emocionada.

La pequeña Sam estiró los brazos y bostezó, abriendo sus diminutos ojitos. Por el momento como era de rigor en los recién nacidos aún no tenía definido el color del iris, así que los abuelos esperarían expectantes por ver de quién los recibiría.

Ambos abuelos se miraron. Los dos venían de extensas familias militares, la más antigua sin duda era la de los Shepard, que tenían antepasados hasta una fecha ya tan lejana como la Segunda Guerra Mundial. Ver cómo crecía esa estirpe les engrandecía el corazón.

Karen y Robert perdieron a sus cónyuges de formas muy parecidas, lo que hizo que las asperezas iniciales cuando se conocieron se limaran. No importaba que los dos fueran leales y condecorados oficiales, al principio no se toleraban en absoluto.

Pero ahora estaban junto a sus hijos, los cuales les proporcionaban una nueva forma de seguir adelante. Samantha Shepard, la pequeña nieta, llamada así por la madre de Hannah, cosa que acordaron cuando anunciaron el embarazo. Si hubiera sido un niño se habría llamado Nathan, como su padre y la mayor parte de varones de su familia.

Nunca lo dijo, pero Hannah rezó, a pesar de no ser creyente, para que fuera niña. La familia de su marido era demasiado conservadora con el nombre, algo que descubrió mirando datos de extranet, incluso su familiar más antiguo se llamaba así.

La alegría no duró mucho. La matrona jefe solicitó a Nathan que le entregara al bebé, este algo dubitativo hizo lo que le pedían. Sus padres se fueron, pues casi al unísono recibieron mensajes de sus destinos. Tras su marcha, Hannah se despertó y miró preocupada a su marido, era el momento de confesar y sufrir las consecuencias.

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—¡¿Cómo pudiste ocultarme eso?!

No solían reñir, al menos no como en ese momento. Pero Nathan no pudo evitarlo, su mujer a la cual adoraba con locura, le mintió cuando le contó lo ocurrido en la SSV Columbia. Como buena oficial, no pidió el permiso por embarazo hasta bien entrado el sexto mes.

—¡¿Y qué querías que hiciera!? Estaba asustada, no sabía cómo contártelo, cómo se le dice al hombre que amas que puede que su hija no nazca bien.

Hannah tenía los ojos enrojecidos tras llorar durante más de dos horas. Nathan no pudo soportar la confesión inicial, después de que el doctor les diera las novedades sobre la extraña lectura al llegar.

—Podías habérmelo contado sin problemas. Un matrimonio consiste precisamente en eso, que los dos confiemos en el otro.

Hannah levantó la mirada, Nathan le miraba también con lágrimas en los ojos. Su hija, la diminuta Samantha, estaba siendo sometida a rigurosos análisis para confirmar si tenía algún problema físico. Solo por esa razón, no le dieron el alta.

—Sé que tendría que habértelo dicho. Esperé unos días hasta mi próxima holografía, y al no decirme nada los médicos sobre algún crecimiento extraño, lo deje pasar. Me dije a mí misma que no había sido nada, que teníamos suerte. Que Sam estaba bien.

—Solo tiene cinco días, cinco días de vida...

El alegre y risueño soldado que solía ser se desmoronó y se sentó en el suelo de la habitación del hospital. Sus padres no estaban, pues de ser así hubieran controlado el enfado, en especial por su madre, que sabía muy bien cómo sobrellevar esas cosas.

—¿Qué le vamos a decir a nuestros padres?

—La verdad, ocultarlo solo puede traernos más problemas, ahora lo sé, cariño.

Nathan se levantó de nuevo, se acercó a su esposa, la abrazó con fuerza y le pidió perdón. Ella acarició con suavidad y dulzura el corto cabello marrón, aceptando las disculpas, y pidiendo de nuevo su perdón, ya que la verdadera culpable había sido ella, o al menos así lo sentía Hannah.

Justo en aquél preciso momento el doctor entró en la habitación, portando ya el pad con lo datos tan esperados de las pruebas. Nathan se levantó y Hannah se incorporó sobre la almohada, estaban muy nerviosos desde que se llevaron a Sam con apenas dos días.

—Bien, señor y señora Shepard. Como son oficiales de la Alianza lo diré sin tapujos, pues están acostumbrados.

El doctor carraspeó, mientras le miraban expectantes y nerviosos.

—Una vez hemos hecho los análisis y aislado los nucleótidos proteínicos y encontrado el origen podemos constatar que su hija en términos generales está muy bien de salud.

Hannah y Nathan comenzaron a sonreír de nuevo, pero sabían por experiencia que solía haber un pero en todo.

—Lamento comunicarles que las trazas de elemento cero en su organismo se han alojado en el nervio óptico. Aún es pronto para asegurar las posibles consecuencias o los efectos que pueda provocar.

Hannah y Nathan volvieron a ponerse serios. Aquello no sonaba muy bien. Lo mejor era algún problema de visión, lo peor... Lo peor ni querían pensarlo.

—Doctor. Dígame sin rodeos, ¿es operable?

—Siento decirlo. No, es imposible. Si fuera un defecto físico normal, como el astigmatismo, no habría problema alguno, incluso con lo pequeña que es una sencilla operación lo solucionaría en unos minutos. Pero el elemento cero aún nos es apenas conocido.

Hannah no se hizo esperar y comenzó a llorar de nuevo mientras se tapaba la cara con ambas manos, el solo imaginar que su pequeña quedara ciega por culpa de un maldito accidente hacía que su corazón se encogiera.

Nathan abrazó de nuevo a su esposa con dulzura, quería reconfortarla, sabía que lo necesitaba. Sabía que por su secretismo, en ese preciso momento se sentía la mujer más miserable de la galaxia. Fuera lo que fuera lo que tuviese la pequeña, la querrían de igual modo.

Una enfermera les trajo a su pequeña arropada en una mantita, Nathan la sujetó de inmediato mientras Hannah no podía mirarla, no después de lo que hizo, no después de mentir sobre lo ocurrido, Samantha estiró su bracito izquierdo y agarró con fuerza una de los dedos de su madre, que paró de inmediato de llorar. Miró a la niña, que parecía que le miraba fijamente con aquellos pequeños ojos, aquellos ojos que quizás no la vieran nunca, ese pensamiento le pasó como un rayo por la mente. Acarició la cabeza de su niña, y aún con lágrimas en los ojos le pidió perdón.

—Hannah, no te preocupes. La cuidaremos lo mejor posible, seguro que no será tan grave como parece.

Hannah y Nathan se miraron y asintieron al unísono. Puede que fuera algo malo, puede que algo bueno. Tenían muchos años por delante para descubrirlo. Tenían esperanza, con eso y mucha paciencia les era suficiente para cuidar a su pequeña Samantha.

Samantha Shepard, nacida el 11 de Abril de 2154.