Escucha…
Prólogo.
La lluvia galopaba fuertemente contra la ventana.
El frío aire se colaba por las estrechas partes, se encontraba solo en su habitación, solo como el alma que llevaba cargando desde hace ya casi 18 años.
Le alumbraba una única vela en el escritorio, a lado de ella estaba un libro con la careta negra, y enfrente un planto de comida ya casi fría le aguardaba.
Él solo estaba parado en la ventana.
Volteo al escritorio, deseaba seguir leyendo, pero ¿Qué le ocurría? Es que simplemente no se concentraría. En su mente había extensas divagaciones sobre cierto personaje que no le sabía ni el nombre, solo el cabello y esos ojos que le dejaron ver en lo profunda de su alma.
Se encontraba atrapado en la mirada de desconfianza que aquel le había lanzado, estaba completamente absorto.
Alguien golpeo la puerta 2 veces.
-¿Puedo pasar?.
-Adelante.
El hombre no le tiraba ni a los 35 años, vestía de traje pero sin saco, tenía una rajada x encima de la cara en posición horizontal. Iruka.
-¿Otra vez en la oscuridad?- Se disponía a prender las luces.
-Ni se te ocurra encenderlas.-
Era una orden, firme y decidida, tenía un ligero toque de amenaza, Iruka se detuvo.
-No es bueno que este en estas condiciones.
-Es mi habitación, no la tuya. ¿A qué viniste? ¿Qué se te ofrece?
-Solo saber cómo te encontrabas.- Tiro la vista hacia el brazo izquierdo, en el hombro, reposaba una venda.
-Estoy bien, ah sido solo un rasguño, ni te preocupes.
-Un rasguño que te ha costado al menos 1 litro de sangre. No te hagas el fuerte.- El tono serio demandaba la verdad del dolor que el joven estaba sufriendo.
¿Cuál dolor?
-Yo no soy como tú, recuérdalo. Pero si tanto te preocupa. ESTOY BIEN. –un fuerte énfasis se escucho- Deja de angustiarte por cosas de nada y vuelve a dormir. Se está cerca de las 3 de la mañana.
Fin de la conversación.
El joven que se encontraba cerca de la puerta, salió a paso firme y cerrando la puerta tras él.
De nuevo él estaba solo.
Sus pensamientos eran sus mejores amigos, la oscuridad su confidente, su cama una tumba que nadie profanaría y la lluvia que lo escuchaba cual si fuera el mayor de los secretos, definitivamente, era el momento perfecto para pensar.
-Juró que volveré a verlo y conoceré toda la verdad.
Y con esa promesa, se echo a la cama. No a dormir, solo a canturrear al compás de la lluvia.
La soledad le quedaba perfecta y él la amaba.
