TITULO: UNA MUJER PELÍGROSA.

SINOPSIS: Edward Cullen no se parecía a sus hermanos, él también era un guerrero, pero esperaba más de la vida… esperaba encontrar el amor. Sin embargo, un edicto del rey y la mala suerte le obligó a casarse con Isabela Swan, una mujer con fama de salvaje.

La reputación de Isabela no le hacía justicia… la realidad era mucho peor. Pero , a pesar de los rumores que decían que había matado a su primer marido, de sus continuas amenazas y de su desconfianza, Edward había creído ver cierta vulnerabilidad en sus ojos de color ámbar, unos hermosos rasgos ocultos tras la densa melena y una curvas muy femeninas bajo sus horribles vestidos.

¿Podría amansar a la fiera de su esposa con su amabilidad y su comprensión?

CAPITULO 1

Edward Cullen miró con horro el diminuto palo que tenía en la mano. Sintió la reacción de sus hermanos; todos a su alrededor abrieron la boca con sorpresa, respiración aliviados y le dieron sus condolencias, pero él no respondió. Sólo podía mirar aquel palito, incapaz de creer que hubiera sido precisamente él, de todos los Cullen que aún no se habían casado, el que hubiera sacado el palo más corto.

Había perdido y ahora tendría que casarse con la Swan.

Cuando por fin levantó la mirada, Edward se encontró con los ojos de su padre. Si el conde de Cullen estaba sorprendido de que el más estudioso y cultivado de sus hijos fuera a casarse con aquel demonio de mujer, desde luego no lo dejó ver. En su gesto había una evidente comprensión hacia la consternación de Edward, y había también orgullo, pues el conde sabía con certeza que Edward no lo defraudaría.

Edward sintió más que nunca el peso de esa fe y de la responsabilidades que conllevaba, pero no podía rechazarlas. El rey Aro había decretado que uno de los Cullen debía tomar por esposa aquella mujerzuela y ahora él debía cumplir con su deber, por su rey, por su padre y por sus hermanos.

Edward irguió la espalda y oculto hábilmente su malestar.

-Muy bien, me casaré con ella- dijo.

No hubo felicitaciones, pues nadie allí abrigaba la falsa ilusión de que Edward fuera a ser feliz con aquella mujer. Por una vez, ninguno de los hermanos empezó a hacer bromas y burlas habituales en ellos. Todos ellos se sentían dichosos de haberse librado de tener que cumplir con la misión que les imponía el destino y no podían quitarle importancia a lo que le había caído a Edward. Farfullando excusas, los hermanos solteros fueron abandonando la sala, deseosos de olvidar la cobardía que los aquejaba en lo que se refería al matrimonio. Edward no podía culparlos por ello, ¿quién podría no acobardarse ante tremenda esposa? Los vio marchar, dejándolo solo con el conde.

-Siéntate- le ordenó su padre.

Edward ocupó la silla que había frente al hombre al que respetaba más que a ningún otro, pero no se inmutó ante el intenso escrutinio de su padre.

Carlisle se frotó la barbilla con gesto pensativo. –Esperaba que le tocara a otro, a Emmett quizá, aunque tiene tanta facilidad para exaltarse que habría acabado matándola antes de que terminara la ceremonia- dijo con gesto irónico.

Edward se permitió esbozar una sonrisa ante la broma de su padre. El segundo hijo de Carlisle, Emmett era un fiero caballero al que no le interesaban en absoluto las mujeres. Sin duda habría conseguido intimidar incluso a la Swan, el problema era que tenía un temperamento que a veces le nublaba la razón.

Carlisle asintío, como si estuviera asintiendo a los pensamientos de Edward.

-Sí, quizá sea mejor que seas tú, un habilidoso negociador, el que afronte la misión. Estoy orgulloso de todos mis hijos, pero tú, Edward, eres el más parecido a mí.

Edward miró a su padre con sorpresa. Aunque su padre no ocultaba el cariño que sentía por sus hijos, nunca se excedía en alabanzas. Aquello era un verdadero halago, Edward no Conocía a ningún otro hombre al que le gustaría más emular.

-Tienes la misma fortaleza que ellos, pero también posees sabiduría. Utiliza la cabeza y el corazón, junto con la mano en la espalda para relacionarte con la mujer que se convertirá en tu esposa- le aconsejó Carlisle- . Hemos oído muchas historias sobre ella, pero sabes tan bien como yo que esos rumores a menudo exagerados. La gente no siempre es lo que parece, así que quiero pedirte que tengas la mente abierta con ella. Tú, más que ningún otro Cullen, estás preparado para seguir mis consejos.

Edward asintió en silencio, aunque no albergada demasiadas esperanzas de aquella criatura fuera distinta a como la describían; un demonio conocido por sus groseros arranques, su mal lenguaje y su salvaje comportamiento. Se sabía que había matado a su primer marido en la cama, un acto que el rey había querido excusar por las circunstancias en las que se había desarrollado la boda. Sin embargo, aquel acto a sangre fría daba mucho que pensar a un hombre, especialmente a aquél que iba a seguir los pasos del difunto.

Como si hubiera leído una vez más los pensamientos de su hijo, Carlisle se aclaró la garganta y habló con gesto sombrío: - En los días venideros, utiliza el sentido común y la compasión, hijo mío, pero no olvides protegerte siempre- le advirtió.

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Edward dejó con mucho cuidado el volumen que tenía en las manos junto con los demás. Tenía más libros que ninguno de los demás habitantes del castillo Cullen, incluso más que su padre, Aunque todos los Cullen sabían leer y escribir, sólo Edward había estudiado con un maestro que había intentado saciar sus ansias de conocimiento. Había seguido ampliando su biblioteca siempre que había tenido oportunidad, pues su interés por el saber no había cesado ni siquiera tras la marcha de su tutor.

De pronto alguien llamó a la puerta de su cuarto y lo sobresaltó, pues apenas había visto a sus hermanos aquel día. Aunque ellos no lo hicieran, Edward Comprendía bien que se mostraran recios a verlo. Todos eran hombres fuertes y valientes, que permanecían juntos ante cualquier amenaza, pero la Swan era un enemigo al que no sabían como enfrentarse. No podían luchar con espadas y hachas contra el inminente matrimonio de Edward, ni tampoco podían expulsarlo con la ayuda de un ejército, por lo que no se les ocurría cómo ayudarlo.

-Adelante- dijo Edward, convencido de que sería algún sirviente que acudía a hacerle el equipaje, pero resultó que se trataba de Jasper, su hermano mayor.

Edward no parpadeó ante la fiera mirada de aquel magnífico caballero, pues sabía que detrás de sus palabras y sus gestos rudos, Jasper a menudo escondía sentimientos más suaves.

En aquel momento, Jasper parecía estar terriblemente incómodo. El castillo Cullen era más grande y lujoso que la mayoría de los castillos, por lo que había en él numerosas habitaciones privadas, una de las cuales era aquélla que Edward compartía con otro de sus hermanos. Con una tensa sonrisa en los labios. Jasper entró en la estancia y se sentó donde Edward le invitó a hacerlo con un gesto, después de apartar la pila de ropa que el sirviente había ido amontando allí.

Sentado sobre el enorme baúl. Jasper lo miró detenidamente antes de hablar.

-Habría preferido que le hubiera tocado a Emmett- dijo

A Edward no le gustó oír aquellas palabras que eran eco de los pensamientos de su padre, pero se limitó a encogerse de hombros.

-No las arreglaremos, espero- dijo al tiempo que doblaba una túnica de lana.

-Por Dios, Edward, yo…- Jasper murmuró una maldición antes de volver a empezar- . Me siento responsable. Fui yo el que mató a su padre.

Edward dejó de hacer lo que estaba haciendo para mirar a su hermano a los ojos. –Porque te declaró la guerra. Jasper era codicioso hijo de perra que no estaba dispuesto a detenerse ante nada hasta que consiguiera tu castillo y tus tierras. ¿Has olvidado que abordó a tu comitiva, asesinó a tus hombres y te encerró en tu propia mazmorra?

Jasper apretó la mandíbula.

-No, pero fue un caballero mío, Mike Newton, el que me traicionó con Charlie Swan y luego se caso con su hija.

-Afortunadamente, ella acabó con él antes de que pudiera continuar con su guerra contra ti- Comento Edward en tono distendido, pero huyendo de la mirada de su hermano. Aunque lo que había dicho era cierto, no quería seguir hablando de ello, sobre todo porque él era el próximo marido de aquella mujer.

-Edward, Dios sabe que estoy muy agradecido de que mis hermanos acudieran en mi ayuda, pero no voy a permitir que ninguno de ellos, y mucho menos tú, sudra por ello. ¡Maldito sea el edicto del rey!- protestó Jasper.

Edward continuó haciendo el equipaje. –no puedes culpar a Aro por intentar poner fin a la disputa. Quiere asegurarse de que las fronteras están en paz y nadie mejor para garantizarlo que uno de tus hermanos.

-Sí, pero tú. Edward…- murmuró Jasper con evidente consternación.

Edward lo miró fijamente y se mordió la lengua para no responder. Aunque no era tan saguinario como Emmett podría perfectamente enfrentarse a una mujer, asesina o no, y empezaba a molestarle que todos dieran a entender que no era capaz de hacerlo. Le lanzó una mirada desafiante a su hermano, pero Jasper apartó la vista como si se avergonzara.

-Sólo lamento que tengas que formar una unión sin amor- dijo entre dientes.

Edward olvidó lo que estaba haciendo y se olvidó también de sus malos sentimientos hacia Jasper al oír aquello. De sus hermanos, sólo Jasper podría admitir tal preocupación, pues sus otros dos hermanos se habrían burlado de semejante romanticismo. De hecho, hasta hacía bien poco, también Jasper se habría reído con todas sus ganas de la idea, pero ahora estaba casado y había admitido recientemente lo que sentía por la mujer con la que se había casado apresuradamente, Alice. Edward no pretendiía intentar comparar aquella mujer amable y cariñosa a ala que apreciaba como una hermana con el demonio con el que iba a casarse él, pero no pudo evitarlo. Recordaba bien el tiempo que había pasado en el castillo de Jasper, donde había observado a la pareja con verdadera envidia y había deseado tener un cariño así en su vida. Ahora se lo habían negado para siempre. Edward volvió con el equipaje sin decir nada, incapaz de pronunciar palabra alguna con la que hacer que Jasper se liberara de la culpa, sentía la lengua muerta y el corazón pesado como una piedra. Habría preferido que su hermano no hubiera hablado de ello, pues sus palabras lo habían sumido en una extraña melancolía que hizo que de pronto viera su futuro tremendamente oscuro.

De pronto el sacrificio que iba a hacer le resultaba más duro.

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La navidad paso con rapidez, la presencia de Alice hizo que la agridulce celebración fuera especial. Jasper y ella, estaban esperando al primer niesto de la familia Cullen, se quedaron un tiempo una vez acabadas las fiestas, como si así pudieran contrarrestar la triste realidad de la siguiente boda que había de celebrarse. El estado en el que se encontraban los caminos aquel invierno hizo que se retrasaran las nupcias, pero el tiempo acabó por suavizarse y todos menos Carlisle partieron. El conde, aquejado de un resfriado invernal, se quedó en el castillo y Edward se sintió aliviado de haber convencido a su padre de que no los acompañara. Aunque sus hermanos veían a su padre como uno más poco mayor que los demás, Edward se había dado cuenta de que los últimos tiempos Carlisle había empezado a moverse más despacio. Rara vez salía del castillo y Edward no deseaba someterlo a un viaje con aquella temperatura. Sus temores estaban más que justificados, pues llegaron a las tierras Swan después de casi una semana de viaje por caminos empapados y bajo la fría lluvia. Allí dejaron a Alice a pesar de sus airadas protestas, pero Jasper no quería que siguiera viajando en su estado.

Aunque su hermano no lo dijo, Edward sabia que Jasper también le preocupaba que la Swan, debido a su terrible reputación pudiera ser peligrosa. Nadie, tampoco Edward, deseaba que Alice se viera expuesta a ningún tipo de violencia ni a nada que pudiera resultarle desagradable. Lo que pronto sería la vida de Edward.

Intentó espantar ese victimismo tan poco habitual en él, pero lo cierto era que el optimismo que normalmente lo caracterizaba lo había abandonado al cruzar el pueblo cercano de las tierras Swan y ver el lamentable estado en el que se encontraban las casas. La gente a la que tendría que gobernar era tremendamente pobre. No era eso lo que Edward había esperado, por eso se había desanimado tanto, se le había encogido el corazón. Era obvio que el padre de la Swan había gastado todos sus recursos en la guerra en lugar de ayudar a su pueblo. El desprecio que Edward sentía por aquel hombre no hacía más que aumentar a medida que se acercaban a su hogar.

Aunque nadie hizo comentario alguno sobre aquellas humildes viviendas, Edward había podido ver las miradas de sus hermanos y la sorpresa de sus rostros. Sólo a Jasper, cuya economía había mejorado hacía muy poco tiempo, parecía no haberle afectado aquella miseria, y Edward se sintió agradecido por ello. Nunca había estado muy unido al primogénito de la familia, que se había ido de casa hacía ya muchos años, sin embargo ahora sentía con él un vínculo que iba más allá del respeto que le merecía aquel hombre al que llamaban el vampiro Cullen. Quizá aquel vínculo hiciera que su nueva vida fuera algo más fácil, ya que Jasper sería pronto su señor feudal además de su hermano.

Por desgracia, Edward no podía albergar ninguna otra esperanza sobre su futuro. Ya tenía una tarea por delante, la de reconstruir lo que Charlie Swan había destruido y olvidado. Una vez que cruzaron la muralla exterior, Edward pudo examinar los graneros, talleres y establos que se hacinaban en aquel espacio; habría que mover el viejo muro de piedra para dejar más lugar para aquellos que servían a la casa. Todo en general parecía necesitar una buena reparación. Al mirar a la casa, Edward sintió cierto alivio. Era más grande de lo que había esperado, lo cual era una buena noticia, pues acostumbrado al castillo Cullen, no le entusiasmaba la idea de tener que vivir en un lugar pequeño y lleno de gente. Otra muralla rodeaba el patio de armas y protegía la entrada al castillo, pero a Edward el muro defensivo le pareció insignificante después de haber crecido en un castillo inexpugnable. Pensó que también tendría que mejorar la seguridad.

Salió a recibirlos el administrador, un hombre bajito de aspecto nervioso que, por más que se inclinó ante ellos, no pudo compensar ni disimular la ausencia de la señora de la casa. El estado de ánimo de Edward no hizo sino empeorar, pues la Swan debería haber acudido a recibirlos, como era la costumbre cuando llegaban visitas importantes. El barón Cullen y sus hermanos eran sin duda merecedores de dicho trato, sin embargo no había ni rastro de la dama, ni siquiera en el interior del castillo.

Era un lugar espacioso, pero nada limpio. Edward arrugó la nariz al sentir los olores que podían llegar a acumularse durante los meses de invierno. Los juncos del suelo estaban ya viejos y estropeados y las paredes estaban cubiertas de hollín y suciedad. SI bien Edward había crecido en un ambiente predominantemente masculino y por ello no del todo limpio, Alice se había encargado de cambiarlo todo y ahora, incluso cuando ella no estaba, los sirvientes seguían las indicaciones de la esposa de Jasper.

Por eso Edward ya no le resultaba nada agradable la imagen de un lugar tan sucio y desordenado que hizo que la opinión que le merecía de su furutra esposa cayera aún más. Con una mujer en la casa, el castillo debería haber tenido un aspecto más aseado. ¿Qué clase de señora era aquella? La pregunta dio lugar a muchas otras dudas respecto a la misteriosa criatura con la que iba a casarse, esperaba que al menos se bañara de vez en cuando. De pronto le vino a la cabeza la imagen de una Amazona, horrorosa, armada, alta, feroz y sucia, con el pelo grasoso y la dentadura incompleta. Ni siquiera sabía qué edad tenía.

Sintió un escalofrío, pero hizo un esfuerzo para prepararse para lo que fuera, aunque nadie salió a saludarlos y ni siquiera había una dama de compañía en la sala. Respiro hondo y se quedó esperando, expectante, hasta que se dio cuenta de que sus hermanos lo miraban, como futuro señor de aquel castillo, esperando que fuera él el que se encargara de la bienvenida. La idea le sorprendió pues estaba acostumbrado a dejarle aquellos menesteres a su padre o alguno de sus hermanos. Sin embargo sabía llevar un hogar tan bien como cualquiera de ellos, quizá incluso mejor, pues sus hermanos no tenían paciencia para las cuentas o para tratar con los sirvientes. Así pues, Edward dio un paso adelante y llamó al asustado administrador.

-Servidnos cerveza a mí y a mis acompañantes y llamad a la señora de la casa, por favor.

- Os traeré las bebidas de inmediato, milord – dijo el hombre, retirándose con una reverencia- . Pero la señora Swan está… no está disponible en este momento. Me pidió que os dijera que volvierais otro día.

Edward recibió aquel desaire con un resoplido, estaba seguro de que sólo era el primero de muchos. Al mirar a sus hermanos vio que tampoco ellos habían recibido bien la noticia. Vio la expresión violenta de Emmett, el modo en que Jasper apretaba la mandíbula y la expresión del rostro de James que sin duda presagiaba problemas.

Edward sabía que la culpa no era del administrador. Frunció el ceño, pensativo.

-¿Y dónde esta la señora?- le preguntó.

El administrador miró con nerviosismo a la escalera que había al fondo del salón y luego a los temibles caballeros que flaqueaban a Edward. Parecía que aquel hombre temía a los visitantes y a su señora con igual vigor, lo cual no presagiaba nada bueno sobre el futuro de Edward.

-Quizá esté en su dormitorio- Sugirió Edward con forzada jovialidad-. Intentaré convencerla de que baje.

-Ed, no subas solo. ¡Seguro que espera con una flecha apuntando a la puerta!- le advirtió Emmett.

Aunque Edward también se le había pasado por la cabeza tal posibilidad, se negaba a tratar a su futura esposa como a un criminal hasta que hubiera tenido al menos la oportunidad de juzgar por sí mismo. Tampoco tenía intención de dejarse acobardar en su propio hogar. Así que hizo caso omiso a la advertencia de sus hermanos y se dirigió al administrador.

-Supongo que tendrá una habitación, ¿verdad?

-Sí, milord, se encuentra nada más al subir la escalera a la derecha- le dijo el hombre antes de salir corriendo.

Edward subió la escalera sin separar la mano de la empuñadura de la espalda. Se había encontrado en situaciones mucho peores que aquélla, pero su precaución natural le impedía subestimar el peligro. Quizá aquel demonio de mujer estuviese armada y era evidente que no quería casarse con él.

Acudieron a su mente imágenes del primer matrimonio de la dama, pero Edward se dijo a sí mismo que las circunstancias eran completamente distintas. Mike Newton había sido un sinvergüenza que había tratado de aprovecharse de la situación, sin embargo cualquier mujer en su sano juicio estaría encantada de aliarse a los Cullen. Pero claró, ésa era la cuestión, pensó Edward con con preocupación. ¿Estaría la Swan en su sano juicio o no?

La respuesta lo esperaba a pocos metros de allí. Pasó por lo que parecía la alcoba principal y llamó suavemente a la primera puerta que había a la derecha.

-¡Fuera!- fue un grito feroz.

Una voz de mujer, pero tan profunda y energética que hacia pensar que era aconsejable hacer lo que ordenaba. ¿Sería ésa la Swan? Edward pensó que era mejor no desvelar su identidad y volvió a llamar.

-¡Lárgate de aquí y no sigas molestándome!

Edward titubeó un segundo y volvió a intentarlo, no llamó más fuerte, pero insistió.

-Te advierto Eric, que estás poniendo en peligro tu vida. ¡Echa a esos hijos de perra como te he dicho y deja de molestarme!

Edward sonrió. Creía que era el administrador. Quizá la hiciera salir si seguía insistiendo. Eso hizo, y esa vez el grito retumbó en la puerta. De pronto se abrió de par en par, Edward entró en los aposentos y volvió a cerrarla tras de sí. Las escenas en público por las que se conocía a su futura esposa no eran de su agrado, por lo que prefería celebrar en privado el primer encuentro con ella.

Con la espalda en la puerta, Edward evitaba que pudiera huir y al mismo tiempo podía vigilar a cualquier enemigo que lo esperara en el interior de la habitación. Pensó que podría haber sirvientes, soldados o guardianes de algún tipo, pero, para su sorpresa, se encontró en una estancia diminuta, apenas lo bastante grande para una cama pequeña y un baúl. Estaba limpia y ordenada, por lo que la Swan debía de tener una doncella que mantenía aquella habitación en mejor estado que el resto de la casa.

Seguramente se trataba de la mujer lo miraba.

-¿Dónde está tu señora?- le preguntó a la muchacha que tenía delante. Iba vestida con una lana de mejor calidad que la que solían utilizar la mayoría de los criados, pero era muy inferior a la de su túnica y el traje estaba muy mal confeccionado.

-¿Mi señora?- espetó-. ¡No tengo tal cosa! ¡Soy la Swan y no respondo ante nadie, bellaco! ¡Ahora salid de aquí antes de que os grabe mi nombre en el hígado!- exclamó llevándose la ano a la daga que escondía en el cinturón del vestido.

Edward miro a la mujer con la que iba a casarse.

Continuara.