Advertencia: Este fanfic pertenece a un pequeño universo (dentro del universo de MLP: FIM), donde convergerán distintos matices filosóficos, escenas fuertes y referencias históricas, así como literarias. Señalare cada una de estas dos ultimas para evitar confusión o mal entendidos. Dicho esto disfruta de la historia.


Talento Para La Guerra

La Generalísima

"La tormenta se avecina y tiene forma de pony"

Soy Winter Snow, y mi historia no tiene como objetivo el resaltar lo que ocurre en mí catastrófico alrededor, sino lo que tiene lugar en el caldero hirviente de mis emociones e ideales. Porque de haber pensando y sentido cosas diferentes, muchas vidas hubieran recorrido el camino inhóspito y misterioso del azar. Sin caer en la desagradable vanidad, o la repudiable y falsa humildad, considero mi vida más importante que la de muchos otros ponies que vivieron a la par conmigo, por la influencia que logre sembrar. Voluntad, ese fue el pilar sobre el que sostuve mi gran obra.

Vamos a levantar un gran futuro.

Vamos a destruir nuestras debilidades.

¡Vamos a la guerra!


Lo que fue.

Equestria era una hermosa tierra, tan hermosa como el alba y tan misteriosa como la noche. Alrededor de los pueblos floreados se extendían llanuras verdes, que llegaban hasta el horizonte. Y entre toda la maravillosa y fértil fauna que ahí deslumbraba, echaron raíces los hijos de la especie más civilizada y extraordinaria, que ojos dotados de razón han tenido la fortuna de ver jamas. Sin lugar a dudas, uno de los reinos más grandes (sino el más grande), que los exploradores han llegado a descubrir más allá de las montañas y los mares.

¡Gracias a mí maldita sea!, yo hice todo eso posible ¡Yo!.

Esa fue mi gran obra y luego me escupen en la cara, como si irónicamente, no disfrutaran de lo que lleve a cabo con mis propios cascos. Lo que hice vivirá plasmado en las crónicas y quedara constancia, de que, de no haber sido por esos traidores, Equestria hubiera seguido creciendo, porque yo soy la pony hecha para esa labor. ¡Yo soy Winter Snow!


Años gloriosos y llenos de consternación, de esa manera denominaron algunos historiadores al periodo en que Equestria fue un reino expansionista y agresivo. Muchas criticas afiladas como navajas han impresionado a las masas a través de las décadas, respecto a esos tiempos difíciles de imaginar para generaciones blandas como el algodón. Siendo un elemento el que sale a colación cuando los grandes intelectuales dedican su tiempo y esfuerzos en entender qué fue lo que paso en esos momentos. Ese elemento era idóneo desde todos los puntos de vista concebibles, los años que conformaron esa vieja época se concentraban en un solo nombre he imagen representativa. En las paginas de la historia, una pony militar quedara para siempre marcada como la caudillo de la guerra y un monstruo de femenina apariencia, su nombre se fundirá con la idea de que nació para traer muerte, llenando de almas las praderas eternas. No obstante, el valor de su existencia no recae en la crueldad de sus actos, ya que a pesar de generar sentimientos diversos en los corazones de a quienes perjudica o a quienes beneficia, su nombre en tantas bocas, resalta la huella que dejo en la tierra y el cielo.

Dicha militar se alzo triunfante sobre el cadáver de un grifo, a su alrededor sobresalían pilas de cadáveres y un ejército equino mirándola con cansancio y admiración. La tierra bajos sus cascos estaba abonada con sangre y pedazos de carne, el cielo anunciaba tormenta, pero solo importaba la victoria obtenida con tanto esfuerzo y sacrificio. La pony levanto su casco derecho hacia los cielos, burlándose de los dioses grifos, al tener de hijos a una especie que no pudo hacerle frente. Todo lo que sus ojos veían le pertenecía ahora y para siempre. ¡La tierra era su trofeo! ¡La tierra era su premio!, pero nada se comparaba a la sensación satisfactoria de cumplir con su misión divina. Los campesinos ponies prenderían velas a su retrato por generaciones, en agradecimiento por los cultivos que ahí algún día crecerían.

—¡Viva la generalísima! —proclamo un unicornio con armadura dorada, despertando toda una ola de gritos que le siguieron en muestras de goce y orgullo.

La generalísima era una pegaso de pelaje blanco, en cuya melena rubia resaltaban dos enormes espirales de cabello. Sus ojos eran como los de un depredador, dorados como el oro y tan sombríos como la más espeluznante de los espectros.

—¡Soldados, recordemos a los caídos, que pronto nos uniremos a ellos en la gloría de haber servido a la más grande de las causas. Porque luchamos por un gran reino ¡Nuestro reino! ¡Equestria!

Mientras que el ardor posterior a una batalla regocijaba al ejército vencedor. Su líder, su máxima figura de autoridad militar solo pensaba en una cosa mientras sonreía arrogantemente.

—Mi voluntad—pensó lascivamente.


Los dos reinos más poderosos del antiguo mundo, el grifo y el taurino se vieron forzados a ceder territorios importantes de sus tierras. Los grifos renunciaron a su capital, una ciudad entera suspendida en una montaña, junto con sus mejores campos para el cultivo. Por otro lado, los minotauros dejaron enormes llanuras donde antes vivía su clase campesina. Pero… ¿Cómo fue posible? ¿Qué bestia o bestias pudieron someter a estas dos grandes y guerreras razas? ¿Alguien creería que fueron ponies de colores? Cuando el engranaje correcto es posicionado en el sitio apropiado y exacto, del mecanismo del reloj, solo se necesita una fuerza externa para poner la maquina a funcionar. Y eso se podría decir que fue lo que ocurrió. El pony correcto fue puesto en el sitio apropiado, y todo fluyo en forma de ríos de sangre y ciego fanatismo. Tanto en el campo de batalla como en un mapa, ahí estaba su lugar, arriesgando, planeando y ordenando a cuanto ser vivo se le cruzara en frente.

En una llanura abierta sin mucha vegetación descansaban las tropas de la generalísima. Muy a lo lejos se podía distinguir unas cadenas montañosas cubiertas de nieve, las cuales eran objeto de inspiración para un soldado pintor que las contemplaba con un pequeño lienzo en frente. Verlas despertaba una sensación fresca y tranquilizadora. Las tiendas de acampar no se diferenciaban mucho unas de las otras, solo una gozaba de más particularidad, al ser mucho más alta y espaciosa. Ahí, diferentes altos oficiales se reunieron con la generalísima, con el fin de discutir sobre la situación actual del frente de batalla. Aquellos militares de alto rango estaban alrededor de una mesa circular donde se podían apreciar distintos mapas. De manera abrupta un pony de tierra entro en la carpa, su semblante daba la impresión de que era un poco despistado, esto reforzado por el hecho de que no se anunciara antes de cruzar el umbral.

—¡Mi generalísima Winter! —exclamo el pony, sus músculos se tensaron como las cuerdas de un piano al sentir todas las miradas sobre él.

—Habla sin rodeos, el tiempo apremia —advirtió la general—. Espero que sea importante.

El pony de tierra, quien desempeñaba el cargo de mensajero del ejército, se limpio un poco la melena antes y hablo:

—El capitán Flaminor dice: "Los grifos del pueblo de girasoles nos están causando problemas. No cooperan con la guardia real y provocaron la muerte de un vigilante."

La generalísima respiro profundamente, oía al viento soplar y le parecía el aullido de un lobo que susurra la palabra muerte. Ese tipo de incidentes siembre resultaba un hecho lamentable, una insubordinación tan penosamente insignificante dejaba en evidencia el minúsculo espíritu de los campesinos simpatizantes del enemigo. Si han de rebelarse ¡Que estén dispuestos a dar hasta la ultima gota de su sangre por la rebelión!, esto era un mero berrinche y a la generalísima no le gustaban los berrinches.

—Informe al capitán que queme el pueblo —sentencio ella sin rodeos.

Los oficiales presentes no dijeron ni una sola palabra. Su mirada estaba clavada en el mapa, "Ella toma esas decisiones por algo" pensaron muchos.

—Que el capitán no deje salir a nadie del pueblo. Que prenda fuego mientras duermen. Si encuentra sobrevivientes que los ayude y los deje libres, y que también les den algunas provisiones para poder subsistir un tiempo —prosiguió la pegaso, agregando de inmediato—. Cuando acabe con eso, deje constancia de que lo necesitamos aquí para expulsar a los perros diamante de la nueva colonia minera. Sus talentos serán de mucha ayuda.

—Así se hará, mi generalísima.

—Puedes retirarte —permitió la militar, manteniendo su semblante gélido.

El mensajero asintió y camino lentamente hacia la salida, asimilando lo que había escuchado. Esa misma noche, a lo lejos desde la carpa de la generalísima Winter, se vieron enormes columnas de humo negro. Ella miró las columnas de humo y en su corazón afloro la satisfacción de haber hecho un buen trabajo. Su pensamiento hizo eco dentro de sí.

Hoy tendré carne de esclava dulce, para la cama


Más tarde esa misma noche, un guardia nocturno llego a la carpa de la general. Traía consigo una cadena que aprisionaba a una joven grifo vistiendo telas transparentes de tonalidades rosas. La grifo en cuestión se veía bastante joven, y su expresión daba a entender lo confundida que estaba; quizá no le explicaron para que era requerida, o simplemente buscaba con la mirada alguna salida.

—Aquí tiene a la grifo que me ordeno traer, mi generalísima— Le dijo el guardia nocturno. Lo que ahí iba a pasar no le incumbía, pero podía sacar sus propias conclusiones al ver a la pegaso acomodada coquetamente sobre grandes almohadones de terciopelo relleno con las plumas de sus enemigos.

—Déjala aquí y lárgate —le ordeno.

—A sus ordenes mi generalísima —respondió llevándose el casco a la frente, para retirarse de la carpa.

—Ven, acércate pequeña grifo, acércate a mí —dijo tiernamente la militar, haciendo un ademan de su casco.

La grifo temblaba frente a la mirada de la pegaso. Esos ojos penetrantes de pupilas tan redondas la hacían sentir como si se encontraba acorralada ante una bestia. Mientras esta seguía tratando de llamarla con palabras tiernas.

—No te haré daño, solo quiero darte cariño.

—Déjeme ir, se lo ruego —dijo la grifo.

Repentinamente la grifo se ve acorralada entre las cuatro extremidades de la pegaso. Las alas de plumas blancas de esta, se encontraban desplegadas y muy rígidas. Winter se acerco a la mejilla de la esclava y la lamió como si fuera un dulce, al menos para ella la misma grifo representaba un dulce que su lengua podía degustar a placer.

—Adoro a las grifos, su pelaje es tan suave y sus plumas tan dóciles. Cuando jadean es maravilloso, te confieso que en un lugar de mi corazón, lamento que tengas que ser presa de mis bajos instintos. —Susurró Winter, para luego descender lentamente dejando un rastro de saliva por todo el pecho y vientre de la esclava, añadiendo mordazmente —El olor de su fruto es el mejor de todos.

*EXPLOSIÓN*

Repentinamente el suelo debajo de ambas tiembla, acompañados de un sonido ensordecedor. Esto desconcentra a la pegaso, dándole la oportunidad a la grifo de empujarla y salir corriendo de ahí lo más rápido que su corazón alcanzaba a bombear, dejando un rastro de plumas detrás de sus huellas.

—¿Pero qué rayos paso? —se preguntó así misma Winter llevándose un casco a la nuca, ya que se había golpeado con uno de los soportes de su carpa.

Como si los astros acudieran a responderle, de inmediatamente un soldado entra histérico a la carpa de la general.

—¡Mi generalísima, tenemos problemas en las minas de los perros diamante!

—¿Qué tipo de problemas? ¿Cómo es posible que esas subdesarrolladas criaturas les causen problemas? —Preguntó indignada.

—Al parecer tienen una nueva arma —respondió el soldado.

—Serán inútiles ¡Somos el primer ejercito de las princesas! ¿Qué arma puede hacernos frente?

–No estamos seguros como funciona, es un polvo negro que explota. Lo usan en barriles y luego disparan una flecha encendida para activarlo y hacerlo explotar —explico el soldado, manteniendo la mirada firme hacia arriba.

—¿Cómo saben que es un polvo negro? Podría ser cualquier cosa dentro de los barriles —cuestiono con escepticismo.

—Uno de los barriles no exploto, lo abrimos y lo descubrimos

Más explosiones perturbaron la ya destruida tranquilidad del campamento.

Maldición, esto me arruino la comida. Esa grifo olía muy bien —pensó mordiéndose el labio inferior.

—Me encargare de esto personalmente. No quiero quedarme con menos soldados por culpa de su debilidad. Alguien terminara en la cámara de tortura cuando el sol se levante —sentencio con dureza.

La pegaso se acerco a una mesa, ahí se vistió su armadura de hierro color blanco y bordes dorados. En su cabeza se pozo un casco de iguales tonalidades, solo que resaltaba un águila de plata en la punta frontal. Para finalizar, se acerco a un escritorio, donde a sus cascos yacía una espada que mágicamente se podía adherir a su extremidad.

—Sabes soldado, nosotros somos un pequeño ejército enfrentando a dos grandes reinos. Tomar territorios de los inútiles perros diamante debería ser lo más fácil de nuestra gran tarea. Sus majestades Celestia y Luna confían en mí porque mi talento es la guerra. Pusieron a cada pony en mis cascos para organizarlos y llevarlos a la victoria final ¿Qué pensarían ahora de mí, si vieran esta situación tan vergonzosa?

El soldado trago saliva. No hallaba respuesta alguna, temía que cualquier cosa que saliera de sus labios, enfadara a su superior. Hubo un silencio incomodo mientras Winter trataba de serenar su mente para tomar las mejores decisiones en su labor. Cuando se dio media vuelta para observar al soldado, este tuvo la oportunidad de ver su cutie mark: Dos espadas cruzadas atadas con un listón rojo.

Que los dioses tengan la clemencia de la que yo carezco, siendo mi misión la aniquilación.

Colonia Minera

Llanura del diamante en bruto

(Ex-poblado de perros diamante)

Muy alejados del campamento de soldados, dos amigos, ambos pertenecientes al ejército de la Generalísima Winter, charlaban a orillas de un mirador situado en una colina rocosa a los pies de una planicie llena de piedras. Tenían como misión sacar a los perros diamantes de la mina de gemas, y sentían mucha inquietud de que sucedería si su superior femenina se involucraba de primer casco en el asunto. Los resultados podían ser positivos, desde el punto de vista técnico y frío, y justamente esto ultimo era el problema cuando se trataba de Winter Snow. Aunque el grosor del ejercito y población ignore, o simplemente solo vea los beneficios de la máxima instancia de poder militar de Equestria, siempre hay un pequeño hueco a la disidencia en todas las sociedades e instituciones; y esta vez no era la excepción.

—Así que, ¿Qué hacemos ahora? —preguntó un pony con acento campesino, de pelaje marrón y melena dorada, jefe de batallón, a su camarada capitán. Sus ojos eran la ventana, que dejaban apreciar la nobleza de un corazón humilde y sincero.

—No lo sé. No podemos avanzar, cada vez que nos acercamos tiran barriles llenos de ese polvo explosivo. —le respondió el capitán, quien era un unicornio de pelaje gris y melena plateada. Su porte y educado tono de voz, eran producto de una estricta infancia, pero, así mismo, virtud de un pony en el que se podía confiar.

—Pero debemos hacer algo. La Generalísima

—...La generalísima nos mandara a la cámara de tortura si hacemos algo y fallamos —lo interrumpió súbitamente, adicionando con prontitud—. Yo creo que lo mejor será esperar a que llegue ella y nos diga que hacer.

—¿La guardia secreta es muy ruda? —preguntó el pony de tierra.

—No, no lo son. Sus métodos son rudos. Pero bueno, solo tienes que conocer a la generalísima para darte cuenta como son. Después de todo… ella fue su fundadora. —le respondió su camarada.

El unicornio suspiro fatigado, tratando de disimular frente al malestar que lo corroía por dentro.

—Estoy cansado de esta guerra. Mi esposa y mi hija están esperándome en casa, ha pasado casi un año desde la última vez que vi mi hogar. Yo no debería estar aquí, nadie debería. Ya ganamos la guerra, pero sin embargo, seguimos avanzando. A quien sabe donde.

—No deberías hablar así Flaminor, alguien podría oírte —advirtió el pony de tierra.

—No hay de qué preocuparse Apple Heave. Aquí en las minas no está la guardia secreta. Tiene mucho que hacer en las grandes llanuras taurinas.

—Las llanuras taurinas —dijo con nostalgia el pony de tierra—. La primera vez que las vi era difícil de creer que un espacio tan vasto y plano existiera. Construiré mi casa ahí, me casare con mi novia, tendré muchos críos… Me dedicare a cosechar manzanas.

—Jajaja… Ya puedo ver a la futura familia Apple cosechando manzanas. Yo por mi parte, quiero que mi hija tenga la oportunidad de ir a una academia de magia.

—Moonlight Sparkle, famosa hechicera. Suena bien, de tal padre, tal hija. Sera una gran hechicera. Y seguro sus hijos y los hijos de sus hijos, y los hijos de los hijos de los hijos…

—¡Ya entendí!— exclamo deteniendo el parloteo de su camarada, terminando ambos riendo como buenos amigos.


La generalísima Winter llego hasta la colonia minera. Su enfado se podía apreciar en todo su rostro e intimidaba a quien tenía que cruzar palabras con ella. Todos los colonos se encontraban muy honrados de estar frente a una personalidad tan famosa en el nuevo reino. Winter Pidió toda la información a su disposición antes de llegar a la mina que estaba siendo habitada por los perros diamante. Ambas partes querían las gemas de aquella mina, y ninguna estaba dispuesta a compartirla. Mucho menos los perros diamante que tenían a sus familias viviendo en ella.

—Perros diamante. Sucios, olorosos y descerebrados perros diamante. Sigo sin entender cómo es posible que una civilización tan primitiva nos ponga esta clase de obstáculos —dijo con una mirada despectiva.

—Créame que hicimos todo lo que pudimos mi generalísima. Pero es imposible avanzar sin encontrarnos con una inmediata ofensiva. Las explosiones podrían hacer ceder la mina sobre nosotros —dijo el capitán unicornio rubio.

—Esperamos sus instrucciones —dijo el pony de tierra castaño, jefe de batallón.

Winter se llevo un casco al mentón, levantando la mirada de forma pensativa. La mina no era tan baja como se imagino y mientras pensaba en una estrategia, no podía evitar recordar la fragancia de aquella fémina grifo. Maldecía a toda la especie de los perros diamante por interrumpir su velada. Y no tendría misericordia.

—Ningún pony entrara a la mina. Dividiremos nuestra estrategia en tres fases. Quiero que reúnan a todos los unicornios de las tropas en un solo grupo y hagan lo mismo con los pegasos y los ponies de tierra —ordeno ella.

—¡A sus ordenes mi generalísima! —exclamo el capitán retirándose.

Si alguna de sus hembras digna de mi, sobrevive. Todo este esfuerzo valdrá la pena —pensó Winter encogiéndose de hombros al mismo tiempo que tragaba un poco de saliva. La generalísima se lamentaba de sus propios instintos, pero al mismo tiempo era comprensiva con ellos, ya que eran largas las batallas y el estrés que soportaba.

Al cabo de unos minutos, frente a la mina se hallaban reunidos tres enormes grupos. Uno conformado por unicornios, otro por pegasos y por ultimo uno conformado por ponies de tierra. Frente a ellos, se pozo la imponente pegaso, su líder.

—Muy bien, escuchen soldados. Quiero que sigan mis órdenes al pie de la letra. El grupo de ponies de tierra me traera todos nuestros bidones de gas natural que tenemos en el pueblo. Y, no. No me importa que mañana el desayuno este crudo.

Así se ordeno y así se hizo, con tanta rapidez y eficacia posibles.

—Quiero que los unicornios formen una barrera protectora desde la entrada de la mina hasta nosotros.

Así fue ordenado y así se hizo.

—Ponies de tierra. Pongan los bidones dentro de la barrera mágica, ábranlos y una vez que estén fuera de nuestro túnel, quiero que los pegasos aleteen sus alas lo más fuerte que puedan.

Una vez terminada cada orden de la generalísima, el capitán unicornio se acerco a esta. Dentro de si ya había sacado conclusiones de lo que estaba por ocurrir, pero antes de si quiera poder expresar o decir algo, la pegaso delante de él se le dirigió.

—Muy bien, esta es su parte capitán —dijo la pegaso.

—¿Mi, parte? —pregunto confundido.

—Sé muy bien que es usted un especialista en hechizos de fuego.

—Así es —le confirmo, un poco temoroso.

—Haga encender una chispa a la entrada de la mina ¿Podrá? —dijo sonriente.

—Claro que si mi generalísima.

Sin tardar más tiempo, el capitán concentro su magia en un punto exacto a veinte metros de su posición, encendiendo una pequeña chispa. Chispa que no tardo en convertirse en un huracán de fuego que se fue extendido hasta dentro de la mira con feroz velocidad. Los ponies estaban protegidos por la barrera que habían formado los unicornios y a salvo de la exposición siquiera gracias al viento provocado por las alas de los pegasos. Los bidones de gas natural que trajeron los ponies de tierra no tardaron en explotar en completa sincronía, en el orden en que que los habían traído.

Como si no fuera poco con un huracán de fuego y gritos agonizantes saliendo del interior de la mina, al cabo de unos segundos el suelo comenzó a temblar de manera alarmante. Explosión tras explosión y explosión comenzó a escucharse y la respuesta no tardo en revelarse: El arma de los perros diamante para defenderse, ahora les jugaba en contra y su lado de la mina comenzó a ceder, aplastándolos en una lluvia de rocas que molía sus huesos.

—Mire capitán, es el caballero fuego danzando con la dama destrucción. Fundiéndose en el ardor de la muerte —dijo Winter, mirando las llamas como si fuera una hermosa opera.

—Mi… mi generalísima —tartamudeo el unicornio.

—¡Baila mi caballero de fuego, baila mi dama destrucción!. —la pegaso comenzó a llorar —¡Más, que siga, que no se detenga. Más, que dure para siempre! ¡Lo único inmortal es la muerte, y como buenos bailares deben continuar su danza hasta la eternidad!

Su delirio fue acompañado de una risa, sin embargo no era una risa del todo burlesca. Era como si estuviera enormemente feliz por algo maravilloso, algo único y especial. Los soldados no entendían lo que ocurría, sus rostros eran de terror al ver a los perros diamante correr en llamas y golpeando la barrera de magia, mientras chillaban y gritaban de dolor.

Cuando el fuego se extinguió lo suficiente, la barrera mágica desapareció y los unicornios que la formaron cayeron agotados. La generalísima Winter miro a sus soldados, satisfecha de su labor, se elevo en el aire con sus alas y levanto un casco hacía los cielos.

—¡Caballeros, tomen pala y trabajar. La mina nos pertenece hoy y para siempre. Riqueza, riqueza para todos nosotros! —exclamo triunfante.

Una vez abajo y con su ejército regocijándose, la generalísima se dirigió al capitán unicornio.

—Entierren todos los cadáveres que encuentren en una fosa común. Muy, muy profundo. No quiero que la peste llene mis narices de inmundicia ¿A entendido capitán Flaminor Sparkle?

—¡Si mi generalísima! —exclamo con firmeza.

—Muy bien —dijo sonriente Winter.

Cuando la presencia de la pegaso Winter hallo lugar en otro sitio, la mirada más enfadada y llena de rencor se pudo apreciar en los ojos del capitán unicornio.

Loca psicópata —pensó Flaminor.

—Oye, oye camarada —le llamo su atención su amigo Apple Heaven.

El unicornio se dio media vuelta, tratando de disimular su enojo.

—Apple Heaven, camarada…

—Flaminor, no me gusta cuando la generalísima se pone hablar de esa manera, cuando esta inspirada es cuando más trabajo tenemos —dijo el pony, exaltado.

—¿Tú crees? —dijo con sarcasmo.

—Sí, en serio. Sabes, no creo que las princesas estén al tanto de todo lo que pasa en el frente. Tú eres capitán, tú puedes…

—...ni lo digas —interrumpió el unicornio a su amigo—. Toda información que tenga la pretensión de llegar a las princesa pasa antes por un filtro. La guardia secreta se encarga de que toda la correspondencia dirigida a las altas autoridades con el fin de que no sufran represalias por parte del enemigo.

—¿Qué represalia podría llegar a través de la correspondencia? —pregunto con incredulidad el pony de tierra.

—Una carta envenenada o un paquete explosivo.

—¿Desde cuando el enemigo emplea tales medios? Nunca he oído nada semejante.

—Los grifos y los minotauros no disponen de nuestros recursos mágicos, su magia es más primitiva y menos potente, pero eso no quiere decir que no sea peligrosa. La guardia secreta ha excusado su labor en esto ultimo, y aunque no lo reconocen, muchos tienen la sospecha de que además de certificar que la correspondencia sea segura, se ponen al tanto de su contenido. Cualquier carta mía llegaría a sus ojos antes que a los de las princesas, y tengo mucho que perder para correr un riesgo semejante. Tu ya lo sabes.

De repente una cuadrilla conformada por pegasos paso frente a los dos ponies, acallando sus bocas al instante. No era seguro hablar ahí por la cantidad de oídos que estaba llegando al sitio. Se lanzaron unas miradas antes de tomar caminos diferentes para no despertar curiosidad en sus tropas. Tal acto era deprimente, puesto que detestaban que tan pocos compartieran su opinión sobre Winter Snow, al punto de que se sintiera casi ilegal hablar mal de ella. Flaminor miro al cielo y hallo un poco de consuelo tras tan amargos acontecimientos. Las provisiones de alimento finalmente estaban llegando, cortesía de los pelotones conformados por pegasos provenientes de Fillydelphia.

Campamento Militar

Cayendo la noche, la generalísima Winter se dirigió con premura hacia su escritorio ubicado de su tienda privada. Tenía que escribir su informe semanal a la princesa Celestia, y sin ni una gota de pereza, tomo una pluma de grifo y comenzó a escribir sobre un papel de arroz, con sumo entusiasmo en su rostro. Hoy se sentía especialmente creativa, casi infantil.

«Querida princesa Celestia:

La guerra sigue su curso, debe estar muy orgullosa de sus soldados aquí en el frente. Escribo estas palabras tras haber estado sumergida en el ardor de la batalla. Al parecer unos perros diamantes que habitaban en una mina atacaron a los colonos, robándoles todos sus suministros. Razón por lo cual nosotros, sus queridos súbditos aquí en las lejanas tierras del reino, no dejarían tal acto impune. No debe de preocupar su bondadoso corazón, siempre tratamos de evitar todas las muertes posibles e innecesarias, tanto de nuestros hermanos equinos como los del enemigo. Una vez más, agradezco su confianza depositada en mí, ya que tengo la convicción de que usted, tanto como su majestad la princesa Luna, tomaron la mejor decisión en entregarme por completo a todo Equestre para dirigir nuestra lucha. El ejército minotauro, sin embargo, a pensar de levantar mi casco en señal de paz y amor, este aun no es correspondido, razón por la que me he visto obligada a autorizar diversas ofensivas sorpresa de las cuales, tanto equinos como minotauros han muerto. Si esto no fuera completamente necesario, sabe usted que no tomaría acción alguna contra el enemigo.

Espero pronto volver a Canterlot para tener una agradable cena con sus altezas. Su leal comandante suprema de las fuerzas de Equestria, Generalisima Winter Snow»

Winter introdujo su carta dentro de un sobre, para luego sonreír con satisfacción. La guardo en un cajón superior de su escritorio con mucho cuidado para que esta no se arrugara. Giro sus ojos en dirección hacia los grandes almohadones que usaba como cama para así plantarle cara a una joven grifo. La pegaso la recordaba bastante bien, ya que el moretón que le había causado al empujarla todavía le dolía un poco. La grifo se encontraba amordazada y sus alas y extremidades tenían apretados nudos. Tal grado de sometimiento haría las cosas aburridas para la generalísima, quien con un ardiente deseo de conquista prefería que sus presas luchasen antes de verse derrotados bajo su aplastante voluntad de poder.

—Bon Appetit —murmuro, Winter relamiéndose los labios superiores.


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"Que los dioses tengan la clemencia de la que yo carezco, siendo mi misión la aniquilación" Este dialogo esta inspirado en Que Dios se apiade de mis enemigos, porque yo no lo haré Frase del General George S. Patton.

El titulo y nombre de "La generalisíma Winter" Es una referencia a "El general invierno" Que era como denominaban al devastador invierno ruso que acabo con ejercitos enteros en su momento.

El sumary esta inspirado en un extracto de un discurso de Adolf Hitler.

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