Prólogo

Le llaman el conde Diablo; un canalla acusado de asesinato, que creció en las violentas calles de Londres. Una dama decente arriesga mucho más que su reputación cuando se asocia con el diabólicamente apuesto Inuyasha Taisho, pero lady Kagome Higurashi cree no tener otra opción. Haría cualquier cosa para proteger a aquellos a quien ama… incluso llegar a un acuerdo con el mismísimo Diablo.

Lo que Inuyasha desea por encima de todo es alcanzar la respetabilidad y una esposa, pero la mujer elegida carece de las gracias sociales para ser aceptada por la aristocracia.

Kagome puede ayudarle a conseguir todo lo que quiere. Pero lo que le pide a cambio pondrá sus vidas en peligro. Cuando el peligro se acerca, Kagome descubre a un hombre de inmensa pasión y él descubre una mujer con inconmensurable coraje. Cuando se revelan los oscuros secretos de su pasado, Inuyasha comienza a cuestionarse todo aquello que creía cierto, incluyendo los anhelos de su propio corazón.


Del diario personal de Inuyasha Taisho.

Dicen que un grupo de canallas mataron a mis padres en las calles de Londres. Yo no me acuerdo, pero siempre he pensado que debería recordarlo. A fin de cuentas, se supone que estaba allí; aunque sólo si de verdad soy la persona que dicen que soy: El conde de Claybourne.

No es agradable pasarse la vida dudando de la propia identidad. Sobre la enorme chimenea que preside la biblioteca de mi residencia en Londres, hay colgado un retrato de mi padre. Yo suelo observarlo minuciosamente muchas veces en busca de parecidos en nuestro aspecto físico.

El pelo: Negro como el hollín que recubre las paredes interiores de la chimenea.

Los ojos: Dorados como el mismísimo oro.

La nariz: Fina y afilada, aristocrática.

Aunque tal vez esas coincidencias sean sólo imaginaciones mías. Es difícil asegurar si nuestras narices de verdad se parecen, porque yo me la rompí de pequeño, tras un incidente que casi me cuesta la vida. Siempre he tenido muy presente que escapé de las garras de la muerte gracias a Miroku Ishida, que por salvarme acabó convirtiéndose él en el blanco de los abusos. Las cosas le fueron mucho peor que a mí. Aunque jamás hemos hablado de ello.

Cuando creces en las calles de Londres, ves muchas cosas de las que la gente nunca habla. Fueron mis ojos los que convencieron al anciano que decía ser mi abuelo que realmente yo era su nieto.

- Tienes los ojos de los Taisho –afirmó con convicción.

Y lo cierto es que debo admitir que siempre que lo miraba a él a los ojos tenía la sensación de estar viendo los míos en un espejo. Sin embargo, me seguía pareciendo demasiado débil sobre lo que basar una decisión tan importante.

Por aquel entonces, yo tenía catorce años y estaba pendiente de que me juzgaran por asesinato. Debo reconocer que fue un momento perfecto para ser declarado futuro lord del reino, ya que el sistema judicial no era en absoluto reacio a colgar a los jóvenes muchachos que se consideraban problemáticos. Y yo ya me había ganado una buena reputación en ese sentido. Teniendo en cuenta las circunstancias de mi arresto, no me cabe ninguna duda de que hubiera ido derechito a la prisión de Newgate y luego a la horca. No obstante, tenía un gran apego por la vida, y estaba decidido a hacer cualquier cosa para escapar del verdugo.

Como me había criado bajo la tutela de Myoga, el mentor que dirigía nuestra famosa pandilla de niños ladrones, por aquel entonces yo ya era un experto mentiroso, y no me costó nada fingir que recordaba las cosas de las que en realidad no tenía ningún recuerdo.

Bordé el papel de mi vida durante la que fue una intensa inquisición supervisada por inspectores de Scotland Yard, y el anciano no sólo les aseguró que yo era su nieto, sino que además apeló a la corona para que se tuvieran en cuenta las desafortunadas circunstancias de mi vida y se mostrara extrema indulgencia conmigo. A fin de cuentas, según alegó, yo había presenciado el asesinato de mis padres, me habían secuestrado y luego me habían vendido casi como esclavo. Por lo que mi mala conducta era perfectamente comprensible. Si me ponían bajo su tutela, él prometía devolverme al buen camino y convertirme en un hombre de provecho. Su petición fue concedida.

Y entonces me vi recorriendo un camino muy diferente y mucho más difícil de lo que esperaba, porque a partir de aquel día comencé a estar en permanente búsqueda de algo que me resultara familiar, de la pista que me confirmara que yo pertenecía de verdad a aquel lugar. Cuando llegué a la edad adulta, todo parecía indicar que me había convertido en un auténtico aristócrata.

Pero bajo mi apariencia… mi corazón seguía siendo un completo sinvergüenza.