¿Víctima o Asesino?

Capitulo 1: ¿El principio de mi Final?

Gritos y más gritos se oían por todo el lugar. Él gritaba todo lo que podía pero nadie lo tomaba en cuenta; pues claro, quien tomaría en cuenta a un prisionero que era llevado a cumplir con la más alta sentencia: la condena de muerte.

-¡¡Suéltenme, suéltenme!! –gritaba desaforadamente mientras dos guardias muy serios y altos lo llevaban a la ultima habitación del pasillo por donde caminaban. Ese pasillo pertenecía a las descuidadas instalaciones del propio lugar.

Muchos convictos observaban desde sus celdas como un pequeño joven de cabellos dorados amarrados en una coleta, ojos dorados y una piel que a simple vista demostraba el maltrato recibido por el lugar: La prisión de Briggs. Su vestimenta era muy pobre: una simple bata blanca que lo cubría hasta las rodillas y un par de alpargatas muy viejas, era todo lo que poseía allí.

-¡¡Te lo mereces, asesino!! – gritaban de un lado y otro del pasillo, casi todos los prisioneros y, a la vez, tiraban lo que tenían en su alcance: diarios, papeles, botellas de vidrio, entre muchas cosas más, que no se podían distinguir por la fuerza en la que eran tirados al muchacho.

El joven ojidorado forcejeaba débilmente con las personas que lo llevaban a la fuerza a su condena; algunas lágrimas amenazaban caer de sus dorados ojos en cualquier momento, no quería que todo terminara así, pero lamentablemente así iba a ser. El pasillo por donde transitaban era corto pero para él, simplemente era eterno. Cada paso que daba lo acercaba más a su muerte por haber cometido tres asesinatos. El horrible olor de ese lugar y todo lo que había sentido al llegar a esa prisión, terminaría en cuestión de minutos. Tenía un poco de miedo, pero quería mantenerse calmado, no quería perder las últimas esperanzas de que alguien lo llegara a salvar.

De repente, unas gotas de sangre empezaron a teñir de rojo su blanca bata al igual que el piso gris, que cruelmente recibía todo lo que le arrojaban al chico.

Su respiración tranquila, en tan solo unos segundos, se había vuelto agitada y por lo tanto, sentía que no podría resistir un momento más de la forma en la que se encontraba; herido. Ya enfrente de esa puerta, el silencio se hizo presente, todos se callaron; él solo sintió un enorme escalofrío recorrer todo su cuerpo y su pulso descender.

Era normal sentir frio o escalofríos en esa prisión, el clima era extremadamente frio. Las temperaturas eran sumamente bajas, nunca sobrepasaban los 2 grados y si lo hacían lo consideraban un milagro. Todos lo que eran llevados a ese territorio, eran prisioneros mayores de edad y considerados muy peligrosos para el Estado. Pero este no era el caso del joven rubio, lo habían sometido a Briggs solo por el hecho de su peligrosidad al haber matado a tres civiles, sin ninguna causa aparente o así lo querían creer.

Uno de los guardias, bien uniformados de un color azul, sacó de uno de sus bolsillos delanteros una especie de tarjeta, con la cual, se abrían ese tipo de puertas de las instalaciones carcelarias. La deslizó cuidadosamente por la ranura que estaba al lado y se abrió automáticamente. Ambos uniformados, empujaron al joven Edward Elric hacia adentro, haciéndolo caer duramente al piso.

Mientras cerraban la única salida de esa habitación, un hombre pelinegro de ojos del mismo color y su traje también combinaba con el resto, observaba al que estaba en el piso, con una mirada llena de tristeza. Se quedó mirándolo por unos segundos hasta que el pequeño rubio se dio cuenta de su presencia y se levantara asombrosamente rápido y corriera hacia él. En medio del pasillo, el rubio lo abrazó con fuerza, sin entender porque el ojinegro no lo había visitado en tanto tiempo. Los guardias, nuevamente, lo sujetaron de los brazos y lentamente se lo llevaron a esa oscura habitación.

-¡¡¡Por favor ayúdame!!! ¡¡¡Ayúdame!!! ¡¡¡No quiero morir!!! ¡¡¡No quiero!!! – gritó mientras se lo llevaban, intentaba no perderlo de vista pero al ver que el otro no le respondía, las evidentes lagrimas de sus ojos comenzaron a deslizarse por sus mejillas.

-¡¡¡Roy!!! ¡¡¡Ayúdame!!! ¡¡¡No dejes que esto pase!!! No dejes – gritó con más fuerza en medio de su agudo llanto.

El pelinegro no pudo articular ni una simple palabra, sabía que si el joven rubio entraba a ese temible lugar, sería su fin pero por más que quisiera no podía ayudarlo ni salvarlo.

-mente de Roy -¿Por que tuviste que cometer semejantes crímenes, Edward? – sabía que no podría contener su tristeza ni su dolor al ver que él moriría en un par de minutos, le dio la espalda a aquella escena y se dirigió hacia el otro extremo del pasillo, donde se encontraba la salida para los civiles, como él, un simple cobarde que abandonaba a una persona que había significado algo muy importante en su vida.

El condenado, al observar lo que hizo el pelinegro, comenzó a llorar como antes lo hacía, con mucha desesperanza y confusión. Un profundo dolor comenzó a estremecerlo por dentro, sus lágrimas caían al igual que la sangre de su frente, debido a la cortadura reciente por un pedazo de vidrio, de seguro proveniente por alguna de las botellas que le habían arrojado.

-¿¿Por qué?? ¿¿Por qué?? – se repitió para sus adentros mientras lo llevaban de nuevo. Sin fuerzas ni esperanzas, se rindió y se dejó llevar sin resistencia alguna, por lo guardias.

Los demás observadores de los tres pisos se reían y lo seguían insultando y, por lo tanto, también le tiraban lo poco tenían. Se burlaban de su escena y de sus gritos; todos lo envidiaban debido a que él era el protegido de la Directora de las instalaciones.

-¡¡¡Muérete Asesino!!! ¡¡Nadie te quiere aquí!! – gritó estridentemente uno de los prisioneros que se encontraban en el tercer piso, tirándole un cuchillo, que por suerte no llegó a su destino; lastimar a Edward.

Otra vez, adentro de esa oscura habitación lo tiraron al piso bruscamente, sin piedad alguna. Aún permanecía consciente pero un profundo miedo lo dominaba, sabía que moriría pero nunca se le había cruzado por la mente… - ¿Que pasaría después de que muera?

Sus sollozos rebotaban por toda esa oscura habitación, que se iluminó rápidamente cuando uno de los guardias, encendió un interruptor que se encontraba cerca de una gran máquina que estaba repleta de botones, palancas y algunas luces que titilaban. Levantaron al joven que aún lloraba pero ahora parecía ausente, y lo recostaron en una gran camilla de acero. Uno de ellos retiró la sangre seca que se encontraba en la fría frente del ojidorado, mientras que el otro colocaba varios cables en su correspondiente lugar, al igual que con los cintos negros, en el cuerpo del condenado.

-Sus latidos son débiles – comentó uno de ellos mientras miraba la máquina de al lado de la camilla.

-Entonces esto será muy rápido, solo bastará de un poco. –dijo calmadamente y a la vez se dirigía hacia un pequeño estante que estaba al lado del silencioso artefacto que mostraba los signos vitales del chico. Tomó una jeringa y se acercó a su compañero quien sostenía un diminuto frasco que contenía la esencia que se llevaría la dolorosa y complicada vida del pelirubio.

-mente de Edward- Porque todo tiene que terminar así ¿Roy por qué no me ayudaste? ¿Por qué? – pensaba en silencio. Tanto sufrimiento agobió gran parte de su corta vida. Tan solo con los 19 años que tenia, lo habían metido a una cárcel de máxima seguridad como si fuera cualquier otro criminal. Ya no tenía ni familia ni amigos ni nada más, todo lo había perdido, incluso a la persona que amaba.

Cerró sus dorados ojos llenos de lágrimas, no quería ver como todo se borraba de su vista. Solo quería esperar el momento. Sus brazos y piernas sujetadas a cada extremo de la camilla, le dolían y, de a poco, perdía la sensación de miedo y el dolor que su corazón destrozado llevaba.

El guardia que tenía la jeringa y en su interior el veneno, se acercó lentamente hacia Edward. Tantas veces había hecho lo mismo con todos los condenados de esa misma forma, pero esta vez era muy diferente, solo era un joven; le daba pena pero así lo habían juzgado en su juicio hace un par de días. Cuidadosamente, tomó el brazo pálido y maltratado del joven y viendo al reloj que colgaba de la pared, observó que faltaban solo dos minutos para las tres, así que decidió esperar a la hora exacta: las tres en punto del día 23 del mes.

-Esperaremos a que sea la hora, niño –dijo el guardia que estaba cerca de él, revisaba la jeringa y agitaba con cuidado su contenido.

-mente de Edward- Porque… solo hice todo lo que se supone que debía hacer… yo no quería matarlos… solo fue un accidente. Solo cometí un error, porque tengo que pagar tan alto, mi vida…

Mi vida no vale nada, no vale todo lo que tuve que sufrir con él, no es justo… ¿Por qué?

Sus últimos pensamientos eran tan atormentadores para él, ya nada quedaba por hacer. Abrió sus ojos para ver cuánto tiempo más le quedaba, pero el reloj sonó cuando marcó las tres en punto, ya no le quedaba nada… solo segundos.

La jeringa se hizo invisible cuando el uniformado la levantó y junto con la tenue luz del ambiente, se mezcló.

El frio que sentía por la camilla, los pocos insultos que escuchaba desde afuera, el horrible olor a cárcel que podía oler, el amargo sabor que tenía su boca y la vista a la invisible causa de su cercana muerte; Sus latidos y su respiración se alentaban y el profundo dolor que sentía al ver que Roy lo había abandonado era todos lo que podía percibir en ese instante.

-mente- ¿Por qué todo tiene que terminar así?

Si tan solo pudiera cambiar algo… algo que evite esto… algo tan insignificante e imperceptible para mí antes, pero que ahora me salve…


Hace cinco años atrás…

En una lejana ciudad llamada Rise Valley, que tenia los más hermosos paisajes que cualquiera pudiera admirar; vivía una pequeña, pero unida, familia: Los Elric. Su casa verdaderamente demostraba la posición económica que poseían: era espaciosa y muy grande contaba con dos pisos. Estaba situada a cercanías de un lago, el Sign, era una maravilla de la naturaleza, sus aguas eran cálidas y, a la vez, a clara vista eran de color esmeralda. Pocas familias tenían sus viviendas cerca de ese importante lago, ya que representaba un símbolo digno de belleza para Amestris. Rodeado de majestuosos arboles como pinos, nogales y alamos, todo era perfecto por allí.

Espacios verdes muy bien cuidados rodeaban tanto como el lago como a las casas de ese territorio. El clima era normal, llovía lo necesario y la temperatura era la perfecta para cualquiera que quisiera llevar una vida tranquila y placentera.

Era un día tranquilo como cualquier otro para esta peculiar familia, que estaba compuesta por cuatro integrantes: El padre Van Hohemheim, un medico muy famoso en la región; la madre Trisha Elric, una ama de casa que a la vez se encargaba de algunos trabajos voluntarios y por ultimo; los dos hermanos: Edward, un niño prodigio en la escuela… pero verdaderamente bajo para su edad y, Alphonse, un pequeño muy amable y cariñoso.

Ya era la hora del almuerzo y cada uno de ellos disfrutaba su comida en silencio, admiraban el silencio, pero a veces se volvía incomodo. El rico olor de la comida que Trisha preparaba, era muy tentador para cualquiera, por esa razón tenían que comer un silencio para escuchar cuando un "visitante se aproximará por la ventana de la cocina".

-Oh, casi me olvidaba de avisarte – dijo algo distraída Trisha, con la mirada en su esposo, mientras levantaba los platos del almuerzo. – Hoy saldremos un poco más temprano así que me tendré que llevar a Al, para luego llevarlo al dentista. – terminó con una dulce sonrisa, característica de ella.

-Bien. No veo que haya ningún inconveniente. –dijo sin apartar su sigilosa mirada a uno de sus hijos, a Edward.

La pelicastaña alzó su mirada al ver que Ed no estaba del todo contento con la decisión que acababa de tomar, sin tomarlo en cuenta resopló haciendo que algunos de sus mechones, que le cubrían la frente se movieran levemente.

-¿Te molesta quedarte con tu papá? – dijo mientras abría la canilla, dejando que el agua mojara un poco los platos, en los cuales anteriormente se hallaba el almuerzo que habían comido.

El pelirubio menor no respondió, solo se quedó observando el vacio por unos instantes para luego dirigir su mirada a la cara de su padre. Simplemente lo odiaba, no había otra palabra para describir lo que sentía o podía expresar hacia él. Detestaba que casi nunca estaba en la casa y cuando estaba, lo único que hacía era trabajar en su estudio durante el resto de su estadía en su hogar. Pero otro motivo de su rechazo a su padre era el hecho de que él no había participado ni un poco en la pequeña y corta infancia del ojidorado menor, debido a que había abandonado la casa por un par de años para luego volver con su "amada familia".

Alphonse odiaba ese tipo de situaciones, así que para evitar peleas entre su hermano mayor y su padre, hablaba de cualquier tema sin importar si fuera o no de importancia.

-¿Hermano, terminaste con tu proyecto?- dijo con una delicada voz

-Si lo hice – dijo sin desviar su mirada de la cara del pelirubio mayor

-Eso es bueno. Te has tardado un poco con ese proyecto ¿No es así, hijo? –intento sonar amable, pero su voz dura y fuerte, lo evitaba.

-Eso no te importa, si me tarde es mi culpa, en vez de preocuparte de mi vida por qué no te preocupas de la tuya – gritó golpeando con sus puños la mesa y a causa de su repentina acción, logró volcar el agua de su vaso.

Trisha no dudo en darse vuelta al rato, sabía que la relación entre su esposo y Edward no era muy estable ni buena, siempre terminaban peleándose. Dejo de hacer lo que hacía, lavar los platos, para calmar la tensión del aire. Se dirigió a ambos rubios con una cara de enojo para luego terminar suspirando.

-¿Por qué siempre va a ser así? No se pueden llevar bien. –miró a Edward y luego poso sus manos sobre la mesa – Ed discúlpate con tu padre.

-No lo hare. – Negó con la cabeza – Tengo muchas cosas que hacer, así que me ire a mi habitación. – se levantó y dejó a todos atónitos. Él casi nunca se enojaba, pero le molestaba mucho que su madre siempre apoyara a su padre en todo, después de que Hohemheim se haya marchado de la casa, ella aún lo amaba y tenía esperanzas de que vuelva, y así fue, volvió… pero para mal, según Edward.

-Nunca cambiara – afirmó mientras lo veía irse y luego mirar a su otro hijo.

-Tienes razón – con un repasador blanco limpió el agua que se había derramado y luego un sonido proveniente del reloj de la sala de estar, la hizo apurarse – Al agarra tu cosas, ya nos vamos.

Dejó el repasador junto con su traje de cocina, se despidió de su marido con un simple beso en la mejilla y luego salió junto con Al.

Hohemheim al escuchar el ruido de la puerta que se cerraba, se levantó de la silla en donde estaba sentado y se dirigió a las escaleras que llevaban al segundo piso donde estaban las habitaciones. Las empezó a subir calmadamente mientras se sujetaba del barandal admirando la madera pulida, en medio camino, se acomodó sus antiguos pero sostificados lentes que se iluminaron rápidamente.

-Tendré que conversar con él –susurró para luego seguir subiendo el resto de los escalones que le faltaban.