¡Muy buenas a todos! Aquí estoy de nuevo. Este fanfic participa en el reto "¡La primera vez!" del foro I am sherlocked. La condición para este reto es que fuera la primera vez de algo sexy en la pareja. Por supuesto, como viene siendo costumbre en mí, he hecho un Mystrade (qué raro, ¿verdad?) con cierto parecido a mi otro fic Atrapado en Lituania. No lo he hecho a propósito, simplemente me salió así y cuando me di cuenta era demasiado tarde para cambiarlo. En fin, espero que disfrutéis del fic.
Advertencias: un poco de dinámica Dom/Sub y BDSM muy ligero. Aun así, si eres sensible a estos temas, sugiero que no sigas leyendo.
Disclaimer: hay que decirlo de vez en cuando. Ninguno de los personajes me pertenecen y no gano dinero escribiendo esto. Son propiedad de Sir Arthur Conan Doyle y Mark Gatiss y Steven Moffat.
Ahora sí, ¡a disfrutar!
CAPÍTULO 1: ¿DERECHA O IZQUIERDA?
—¿Derecha o izquierda?
—Sherlock, estoy trabajando. No tengo tiempo para tus... ¿Es eso un arpón? Demonios, Sherlock, ¿cómo se te ocurre traer algo así a la escena de un crimen?—le espetó Greg cerrando la libreta en la que estaba escribiendo hasta hacía unos segundos.
—Irrelevante. Responde, ¿derecha o izquierda?
—¿Pero qué...? Sherlock, si no has venido a ayudar será mejor que te vayas y no entorpezcas. No querrás que Sally o Anderson te vean con un arpón. ¿Por qué tienes un arpón?
—Necesito hacer un experimento. Ahora, ¿derecha o izquierda?—volvió a preguntar Sherlock como si se estuviera armando de paciencia.
Como si no la necesitara Greg cada vez que Sherlock hacía uno de sus experimentos.
—Está bien, como quieras—dijo Greg dándose por vencido, prefirió no darle lógica a lo que hacía su extraño amigo—. Izquierda.
—Excelente. Te espero el viernes que viene a las 19:00 en Baker Street. Y trae un regalo para mi hermano.
—¿De qué demonios hablas, Sherlock?—preguntó anonadado, pero el susodicho ya se estaba yendo de la escena del crimen.
—El asesino es su barbero. De nada—dijo antes de cerrar la puerta tras él.
Greg se quedó mirando la puerta con la boca medio abierta, y no se movió hasta que Sally le habló.
—¿Le pasa algo, jefe?
—No, nada que no se solucione con una llamada—murmuró—. Por cierto, localiza a su barbero.
Salió del dormitorio de la víctima, a quien habían golpeado hasta la muerte mientras dormía, y marcó rápidamente el número de John.
—¿Diga?
—¿Me puedes explicar por qué le tengo que comprar para la semana que viene un regalo a Mycroft Holmes?
—Ah, Sherlock ya ha hablado contigo.
—Hablar es demasiado generoso. Más bien me ordenó que lo hiciera.
—Ya sabes cómo es, no te lo tomes a mal.
—Le conozco desde hace bastante más tiempo que tú, por si te habías olvidado.
—Puede, pero no le conoces tan bien como yo.
—Y no quiero detalles, gracias—odiaba cuando John hacía esas indirectas tan directas sobre su vida sexual. Aún no había podido sacarse de la cabeza la vez que les descubrió en los servicios de Scotland Yard.
John se rió al otro lado de la línea, lo estaba disfrutando el condenado.
—Le estamos organizando una fiesta a Mycroft por su cumpleaños.
—¿Ha accedido a ello voluntariamente?—preguntó sorprendido.
—No, va a ser una fiesta sorpresa.
—Para Mycroft—recalcó Greg.
—Sí.
—Ya. No es por fastidiaros el plan, pero ¿estáis seguros?
—Lo propuso Sherlock, así que no sabría qué decirte.
—Entonces siento decirte esto, pero definitivamente no contéis conmigo.
—Vamos, Greg. Cuantos más seamos, mejor. Sé que ir a una fiesta sorpresa para Mycroft no es el mejor plan para un viernes por la noche pero será divertido.
—Fiesta, Mycroft y divertido no creo que pueda ir en la misma frase.
A no ser que fuera una fiesta privada para ellos dos en una habitación, con una cama enorme... Mejor dejar de pensar en ello.
—Por favor, Greg. Hazlo aunque sea por Sherlock, le está costando mucho organizarlo todo. Jamás pensé que vería el día en el que hiciera algo por Mycroft, de hecho.
—Eres un maldito manipulador.
—No sé de qué estás hablando—pero dijera lo que dijera, Greg podía oír que estaba sonriendo—. Te veo el viernes. No hace falta que gastes mucho en el regalo, queremos que sean cosas divertidas.
"Estoy jodido", pensó Greg mientras colgaba el teléfono. Por mucho que le doliera admitirlo, aparte de las reuniones esporádicas que tenían cuando debían tratar algún tema sobre Sherlock, no había tratado con Mycroft lo suficiente como para saber qué le gustaría. O qué le haría gracia. Tampoco sabía qué se le podía comprar a alguien que podía tener todo, literalmente. Y lo que era peor, Sherlock y John lo sabían. No entendía por qué le obligaban a ir. Aunque sería divertido ver cómo Mycroft les ponía en ridículo por organizarle una fiesta.
Al final sí que podían ir esas tres palabras en una misma frase sin ser una fiesta privada.
—No localizamos al barbero, jefe—le dijo Sally cuando volvió a la escena del crimen.
—¿Tenemos la dirección?
—Sí, pero nadie contesta.
—Ve pidiendo una orden de registro mientras vamos allí.
—En seguida—contestó Sally mientras salían a la calle.
La fiesta podría esperar, había asuntos más importantes que atender.
O-O-O-O-O
La morgue estaba tan tranquila como de costumbre. De hecho reinaba tanto el silencio y la tranquilidad que por ello era uno de los lugares favoritos de Greg cuando tenía un caso y no estaba Sherlock. Ese hombre era capaz de revolver a los muertos si se lo proponía.
—Hola Molly. ¿Tiene mi muerto algo interesante?—le preguntó a la mujer, quien se estaba poniendo unos guantes de látex.
—Buenos días, Greg. De hecho sí, hay un par de cosas que quería comentarte.
Estuvieron más de media hora observando las heridas del muerto, y Molly hablando sobre las causas de cada una. Tendría que revisar las pruebas y volver al piso desocupado del barbero -quien misteriosamente había desaparecido- para ver si alguno de los objetos coincidía con el extraño objeto romo con el que le golpearon en la cabeza.
—Gracias como siempre, Molly.
—Oh, no hay de qué. Es sólo mi trabajo, ya sabes. Por cierto—añadió rápidamente—, me ha dicho John que vas a ir a la fiesta de Mycroft.
—¿A ti también te han obligado a ir?
—¿Qué? No, claro que no. Sherlock me lo pidió muy amablemente, pensé que tenía algún virus de sus experimentos. Además, Mycroft me cae bien.
—¿Te cae bien?—esa conversación era, por momentos, la más surrealista que había tenido con la forense—. ¿Por qué? ¿Cuándo has hablado con él para pensar eso?
—Suele pasarse por aquí de vez en cuando y pasamos el rato.
No se creía que el mismo Mycroft, el mismo que siempre le decía estar muy ocupado para tener sus reuniones en otro sitio que no fuera su limusina o su despacho, decidiera "pasar el rato". Con Molly. En la morgue.
Y no, no estaba celoso, era sólo curiosidad.
—Qué bien—dijo secamente, pero Molly no se dio cuenta.
—¿Has conseguido ya un regalo?
—No, aún no. No he tenido mucho tiempo—refunfuñó.
—Pues yo ayer salí de compras y encontré el regalo perfecto.
—¿Ah, sí? ¿Cuál?
—No, no te pienso dar pistas. Tienes que pensarlo tú mismo.
No era eso lo que le preocupaba, pero no se lo iba a decir.
—Está bien, como sea. Voy a ver si encuentro el dichoso objeto romo en alguna caja de pruebas.
—Date prisa con el regalo, quedan menos de cuatro días—escuchó que gritaba Molly una vez se encontraba en el pasillo.
Tenía que asumirlo de una vez por todas. Después de tantos años conociendo a Mycroft ni una sola vez se tomó con él las mismas molestias que para ver a Molly, así que una de dos: o era completamente heterosexual -había tenido la esperanza de que al menos se interesase por algunos hombres- y prefería la compañía de Molly, o había averiguado sus sentimientos y le evitaba para tener un momento incómodo. Aunque conociéndole podrían ser las dos perfectamente.
Se dejó caer dentro del coche y apoyó la cabeza en el volante, derrotado. Supo desde un principio que esos sentimientos hacia Mycroft no le harían ningún bien; fue débil y decidió ignorarlos. Pero sin que se diera cuenta esos sentimientos fueron aumentando hasta llegar a ese preciso momento en el que se sentía destrozado, un momento que tenía que haber visto llegar. ¿Tan lejos habían llegado sus sentimientos como para enamorarse de Mycroft con sólo unas reuniones completamente impersonales? Patético. Y por si fuera poco había roto su promesa de no volverse a enamorar tras el desastre de su matrimonio.
Pero haría lo que mejor se le daba hacer: olvidarse de todo, incluso sus sentimientos, para centrarse en el trabajo. Si eso había conseguido acabar con su matrimonio, podría hacerle olvidar a Mycroft.
Pasó el resto del día entre cajas y cajas de pruebas, pero no encontró el objeto romo. Así que tendría que estar en la casa del barbero. Si no, entonces llegarían a un punto muerto. Y odiaba los puntos muertos.
Aparcó a varias manzanas de la casa y fue paseando tranquilamente, sin prisas. El aire fresco le ayudaba a aclarar sus ideas sobre el caso. Sin embargo, por algún motivo algo llamó su atención en un escaparate. Era una tienda de ropa de caballeros, y el maniquí estaba hecho exclusivamente para Mycroft: un traje carísimo, un paraguas que se salía completamente de su presupuesto, y lo más barato -y gracioso-, una corbata con pequeños dibujos de paraguas y un alfiler de corbata con forma de paraguas. Entró en la tienda y lo compró sin pensárselo dos veces, pensando con una sonrisa en su cara que deseaba ver la cara de Mycroft cuando abriera el regalo. Y entonces se acordó de Molly y la sonrisa desapareció. El dependiente le preguntó si se encontraba bien, y Greg intentó convencerle de que sí, no pasaba nada.
No pasaba nada, ni pasaría. Si Mycroft y Molly querían empezar una relación él no se pondría en medio, no tenía ningún derecho. Además, no podía hacerle eso a ninguno de los dos. Iría a la fiesta, le entregaría el regalo, esperaría a que lo abriera -un último recuerdo de él- y después se marcharía alegando una emergencia en el caso. Incluso podía pedirle a Sally que le llamara, no sería la primera vez.
Sí, era un buen plan. Nada podía salir mal.
O-O-O-O-O
"Viernes 4 de marzo, 19:03, puerta 221B de Baker Street".
Debía quitarse esa manía de pensar como el narrador de una serie de misterio, pero estaba demasiado enganchado a ellas como para planteárselo en serio.
Con un último suspiro llamó a la puerta y esperó a que le abriera la señora Hudson.
—¡Greg, querido! Qué bien que has venido. Ven, pasa antes de que pilles un resfriado. El tiempo últimamente está muy loco.
—Ni que lo diga, señora Hudson. ¿Qué tal está?—preguntó por educación, aunque por dentro sólo era capaz de repasar su plan a prueba de errores.
—No deberías preocuparte tanto, querido. Pero ya que preguntas, esta semana tuve que ir al médico. ¿Sabes lo molestos que pueden ser los granos? Resulta que...
"Entrar, dar el regalo, esperar a Mycroft y enviar un mensaje a escondidas para que Sally me llame. Entrar, dar el regalo, esperar...". Una y otra vez, era lo único que había en su cabeza. Las manos le sudaban, tenía mucho más calor del que debiera tener y su boca estaba completamente seca.
—No te seguiré molestando con estas historias de médicos. Dame el regalo y lo pondré junto a los demás—comentó la señora Hudson mientras le precedía subiendo las escaleras.
—¿Quiénes han venido?
—Molly, qué cielo de chica. No ha venido tan arreglada como en la fiesta de navidad, pero esa chica es muy mona ponga lo que se ponga. Lo que le hace falta es un chico igual de bueno que ella.
—Quizá está cerca de conseguirlo—masculló Greg ignorando los repentinos celos.
—También ha venido un vagabundo amigo de Sherlock.
—¿Vagabundo?
—Sí, más de una vez le he preparado el desayuno y le he dejado darse una ducha. Es muy majo, ha salvado a Sherlock en más de una. Y creo que Mycroft también tiene algo que ver con él, les he visto saludarse.
Una pena que tuviera que irse pronto, le habría gustado saber qué regalos podía hacer un vagabundo.
—¿Alguien más ha querido presentarse?
—Sí, una chica que ha venido con Mycroft. Siempre está mirando ese móvil, qué daño ha hecho ese aparatejo.
Anthea, por supuesto. Al menos estando con ella y el vagabundo podría ignorar los celos hacia Molly.
—¡Ya estamos todos!—anunció la señora Hudson irrumpiendo en el salón.
Greg entró tímidamente, viendo el panorama. Molly le saludó con la mano mientras conversaba con el vagabundo, o eso suponía porque no le conocía. Era un hombre joven, pelirrojo y con barba, con la ropa desgastada y con claros síntomas de adicción a una droga. Menos mal que por el momento no parecía estar sufriendo de mono.
Desde la cocina se escuchó el pitido de una tetera y ruidos de vajilla chocando entre sí, seguramente John preparando un acompañamiento ligero. Anthea estaba, cómo no, enfrascada en su teléfono móvil e ignorando todo lo que había a su alrededor. Para haber tanta gente Sherlock parecía estar bastante cómodo en su butaca, incluso se atrevería a decir que relajado. Y frente a él, oh, el más perfecto ser humano que haya existido jamás, en su humilde opinión.
Su cabello pelirrojo estaba tan bien peinado como siempre, ni una sola arruga en su traje de tres piezas aun teniendo las piernas cruzadas, y sus ojos azules tan impactantes como siempre. Sus miradas coincidieron un segundo y Mycroft frunció los labios, apartando rápidamente la mirada hacia Sherlock, quien respondió el gesto de su hermano alzando una ceja. Era imposible que hubiera hecho algo mal llevando sólo un minuto en esa habitación, pero los hermanos Holmes eran intransigentes. Esa era una de las ocasiones en las que Greg se preguntaba por qué se había enamorado de Mycroft, pero en cuanto vio su sonrisa -totalmente impersonal, pero sonrisa al fin y al cabo-, se le olvidaron sus dudas.
—Inspector, es un placer verle en esta fiesta—Mycroft se puso de pie y le tendió la mano—. Espero que mi hermano no le haya amenazado mucho para que viniera.
—Sólo lo justo y necesario—Greg le estrechó la mano con fuerza, disfrutando del breve contacto con esas suaves manos.
—No exageres, Gavin. Nunca te he amenazado.
—Es Greg—le corrigió, echando de menos la mano de Mycroft quien se había vuelto a sentar—. Y si vienes a una escena del crimen con un arpón y empapado de sangre, sí, me lo tomo como una amenaza.
—¿Había un asesino en la marina?
—Como si no lo supieras—resopló Sherlock poniéndose en pie—. Siéntate, George. A fin de cuentas eres un invitado más.
Greg le hizo caso y se sentó, no sin cierta sorpresa.
—¿Sherlock acaba de ser amable?
—Y se ha vuelto a equivocar con su nombre. Pero sí, ha sido amable.
—¿Por qué?
—Es una ocasión especial para él—dijo Mycroft encogiéndose de hombros y aceptando la taza de té qué le ofrecía John.
—¿Qué tal estás, Greg?—le saludó John dándole otra taza humeante y con un olor delicioso.
—Estupefacto. Sherlock me acaba de ceder su sillón.
—¿De verdad?—preguntó John sorprendido—. A mí nunca me deja sentarme ahí aunque se lo pido.
—¿Por qué es una ocasión especial para Sherlock?—preguntó Greg a Mycroft.
—Nunca ha organizado una fiesta. Intenta copiar todos los gestos de nuestra madre que recuerda de las fiestas en nuestra infancia. No es que debiera, nunca he querido ser partícipe de un acontecimiento social en el que se festeja algo tan cotidiano como el nacimiento de un ser vivo. Y mucho menos cuando conlleva un intercambio de presentes con fines puramente sociológicos. Es un gasto de energía y tiempo innecesarios.
—Que madre nos ha obligado a hacer—añadió Sherlock pasando por detrás de su hermano para dirigirse a la cocina.
—Que madre nos ha obligado a hacer—concordó Mycroft bebiendo de su taza.
—Pero vuestra madre no está aquí—dijo Greg de forma cautelosa.
—No, pero Anthea sí. Cuando la contraté no supe que era una espía de mi madre.
—Y nunca lo habría sabido si respetara la privacidad de sus empleados—escuchó decir a Anthea, y cuando se dio la vuelta para mirarla la vio con el móvil como si no estuviera prestando atención.
—Tiene que hacer un reportaje de fotos y un informe de la fiesta. Por eso Sherlock está nervioso. Me enteré ayer—le dijo John en voz baja.
—No estoy nervioso—gritó Sherlock desde la cocina.
Por más que quisiera, no podía culpar a la madre de sus excentricidades teniendo los hijos que tenia.
Estuvieron un rato más hablando, reuniéndose poco a poco entorno adonde estaban sentados. Por suerte Molly no se acercó mucho a Mycroft, aunque Greg se recordó a sí mismo que después de esa fiesta no tendría permitido seguir sintiendo celos. Le pediría a Sally una cita a ciegas con uno de sus muchos amigos gays de los que tanto le gustaba hablar.
—Hora de abrir los regalos—anunció la señora Hudson cuando volvió del piso de abajo con varias bolsas llenas de regalos.
Ese era el momento. Inadvertidamente sacó el móvil y le envió un mensaje a Sally pidiéndole que le llamara en cinco minutos exactos. Era capaz de verla poniendo los ojos en blanco cuando lo leyera.
—Ha sido un regalo de buen gusto viniendo de ti, hermanito—no llegó a ver el regalo, sólo cómo Mycroft se lo guardaba en el bolsillo.
—No solo tengo mente para los asesinatos.
—A veces incluso los consigues resolver si te lo propones.
Sherlock le mandó una mirada asesina, pero no respondió a la provocación.
—¡Ahora el mío, Mycroft!—dijo Molly alegremente dándole un gran paquete de color rosa con círculos verdes.
El cumpleañero lo abrió con cuidado -repulsión sería más adecuado, hasta a Greg que no tenía ningún gusto de estética le echaba para atrás ese papel de regalo- y se encontró con una máquina para hacer algodón de azúcar casero. Sherlock soltó una carcajada pero se calló cuando John le dio un codazo en las costillas.
—Ahora no tendrás que ir a escondidas a las ferias para comerlo.
Sherlock volvió a reírse y John no lo reprendió, se cubrió la boca con la mano para aguantar la risa, al igual que la señora Hudson y Greg.
—Creo que ese dato lo añadiré en el informe—murmuró Anthea con una pequeña sonrisa malvada.
Mycroft estaba rojo de vergüenza, y aun así le dio las gracias a Molly. Seguramente era algo que a toda costa no quería que Sherlock supiera. Pobre Molly, qué inocente. Aunque el hecho de que ella lo supiera decía mucho sobre su relación. Pero no, a Greg ya no le importaba. No podía importarle.
La señora Hudson le regaló un gato de porcelana, "para que lo pusiera en su despacho y no se sintiera solo trabajando". Ahí nadie se atrevió a reír o se enfrentarían a la ira de John y Sherlock, habían aprendido muy bien la lección tras el caso del alambre ruso, como lo bautizó John. Cada vez se le daba peor nombrar los casos.
El vagabundo, un tal Bill Wiggins, le dio un simple trozo de papel doblado. Sin embargo, al leerlo, fue el único regalo que le sacó una verdadera sonrisa... Algo inquietante.
—¿Qué dice?—se le ocurrió preguntar John.
—Confidencial—respondieron los hermanos a la ver, Sherlock con un resoplido y Mycroft con una sonrisa.
Le llegó el momento a un regalo rectangular y envuelto en un elegante papel de color gris metálico. Mycroft lo rasgó por la parte de delante y las mejillas se le tiñeron levemente, aunque su rostro siguió tan imperturbable como siempre.
—Esto...—Mycroft carraspeó—. Esto es toda una declaración de intenciones, inspector.
Greg no lo entendía. El tamaño del regalo no se correspondía al que había traído, ni tampoco el papel. Ese regalo debía ser el de Anthea, no el suyo. En cuanto Mycroft lo rasgó un poco más pudieron ver qué era el regalo. Se escucharon varios gritos ahogados y todos volvieron sus cabezas hacia él, sorprendidos. Y no era para menos. Era un kit erótico. Un maldito y puñetero kit erótico completísimo: lubricante, cadena de bolas, un vibrador, un anillo para el pene, un huevo vibrador y una pluma, todo de color negro.
Sólo se le ocurrió decir una cosa.
