¿Cuánto había pasado desde que se fue de Japón para América? ¿Dos, tres años? ¿O quizás eran cuatro? Perdía el sentido del tiempo cuando una raqueta y una cancha estaban a su disposición. Y aún mas, cuando su hermano mayor había decidido ir a verlos alargando su estancia dos años hasta ese momento.

El pequeño "chibi", ya no era para nada un crio. A pesar de aún tener sus típicas características de chico frio y despreocupado, sus cualidades físicas habían cambiado. Había crecido unos cuantos centímetros mas, casi alcanzando a su hermano, Ryoga, y sobrepasando a su padre. Las piernas y los brazos los tenía perfectamente formados para sus ahora dieciocho años. Su pelo seguía siendo de ese negro con destellos verdosos y despeinado. Y su característica sonrisa siempre estaba implantada en su cara.

—¡Oye, pequeño! ¿Qué tal si jugamos unos dobles? — preguntó su hermano cuando iba vez más el lanzamiento de Ryoma hizo anotarle un punto a su favor. El pequeño sonrió victorioso al vencer una vez más al modelo que tenía de pequeño y se ajusto la gorra.

—Yo solo juego un "single". — contestó, viendo como una pequeña mata blanca hacía un pase de modelos hasta posarse en medio de la pista.

—Y por eso mismo en los "doubles" nunca ganarás. — apoyó la raqueta sobre su hombro y atravesó todo su campo para coger al minino con una sola mano. —Juguemos tu y yo, contra otra pareja.

—No. — contestó rotundamente Ryoma, para caminar hasta la entrada trasera al pequeño templo que tenía como casa provisional en las afueras de la ciudad.

—Que aburrido eres. — acariciaba al gato efusivamente hasta que el felino se cansó y le mordió el dedo, escapándose de su agarre, huyendo hacia uno de los escondites entre los matorrales. —Nunca encontrarás novia como te encierres tanto en el tenis.

El pequeño ignoró esas palabras y entró en la casa, encontrándose a su madre en la cocina y a su padre leyendo el periódico. La vida que tenían en Japón no había cambiado nada, solo los lugares.

Estaba a punto de pasar el umbral que separaba el comedor del pasillo cuando la voz de su padre, junto con el sonido de las hojas del periódico le hicieron parar:

—Ha llegado una carta para ti. — le señalo con la cabeza la pequeña mesita donde un sobre blanco con un estampado azul resaltaba de los demás adornos.

Se quedó un rato con la carta entre las manos, el nombre de "Instituto Seigaku" estaba en medio de la cara principal. Le resultaba familiar todo esto. La última vez que recibió una carta fue para que se presentara en un torneo para menores de diecisiete años, pero con la única diferencia de que ahora era su ex—instituto quien hacia el llamado.

Rompió bruscamente el inició del sobre y repaso la última frase, y como había sospechado, un nuevo torneo se estaba celebrando y su instituto estaba convocando a sus viejos alumnos para participar. No estaba muy emocionado por el torneo, pero volver a su país natal y volverse a encontrar con sus antiguos compañeros, le producía una sensación de adrenalina; aparte de que no solía negarse a un partido de tenis.

—¿Te vas? — le preguntó su padre. A esto, Ryoma le contestó con una sonrisa, y no hizo falta nada más para saber que quizás mañana o pasado, cogería el primer vuelo hacia Japón.

No le avisaría a nadie, como siempre. Llegaría, entrenaría, se reencontraría con sus compañeros y juntos ganarían el torneo. Lo que siempre pasaba.

Pero quizás esta vez fuera diferente. Quizás lo que el entendió no es lo que en realidad decía. Quizás, al no haberse leído los primeros párrafos no se enteró del verdadero propósito. A lo mejor no hubiera aceptado. Él aún no sabía que el amor de infancia estaba a la vuelta de una cancha sujetando una raqueta.