La calidez que irradiaban las palabras de Alexander iban directamente a su corazón y se desplazaban por todo su cuerpo.

Era su tercer encuentro desde que se conocieron, en este tiempo juntos ella había notado ciertos patrones en su pretendiente. La manera en la que movía sus manos frenéticamente cuando daba sus opiniones políticas, sus ideales para crear una nueva nación, su devoción al general Washington...

Él era brillante, y ella, muy afortunada de conocerlo.

Caminaban por un jardín prácticamente vacío, pequeños destellos dorados anunciaban el atardecer que había llegado sin que ambos se dieran cuenta por estar absortos en la voz del otro, lo que más amaba Alexander de Eliza eran sus ojos, negros y profundos, él podría observarlos sin descanso durante horas.

A ella no le interesaba la posición económica de Hamilton, más bien, él era todo lo que ella había deseado desde niña cuando se le inculcó que casarse con alguien de su clase estaba por encima de los sentimientos que debería de sentir, ella soñó con enamorarse y no dudó por un segundo que lo había conseguido al conocer a Alexander, pobre o rico.

—Eliza, sé que han pasado pocas semanas desde nuestro primer encuentro, pero puedo asegurar, que desde el día en el que tus ojos entraron en mi vida te he añorado cada instante —él se detuvo y se observaron –me disculpo por las molestias que pueda causar que un inmigrante pobre como yo demuestre su cariño a alguien a quien el pueblo cataloga como "exclusiva" ellos no saben que hay mucho más dentro de ti.

Eliza pensó que en algún momento durante su encuentro ella le dio la llave de su corazón a Alexander, porque cada palabra resultaba adecuada, perfecta, como si él pudiera leer sus pensamientos y añoranzas, ella pensó que no había ser más perfecto que Alexander.

—No es una molestia —le contestó ella —es mucho mejor que cualquier hombre que me busca solo por las influencias políticas de mi padre—ella suspiró —ni siquiera hacen un esfuerzo por ocultarlo.

—Imagino como se ha de sentir –dijo Alexander —puedo aproximarme a la sensación si cuento las veces en las que observó las caras sorprendidas de los hombres al revelar mi lugar de origen —otra cosa que a Alexander le intrigaba de Eliza era la facilidad con la que él hablaba de cosas que normalmente no hablaría con nadie, él, cuyas palabras eran abundantes, pero poco reveladoras sobre sus sentimientos —es el país cuya historia hasta ahora ha sido construida por inmigrantes, no veo porque yo sería la excepción.

—Harás grandes cosas, Alex –Eliza trató de animarlo –tienes una fuerte influencia como lo es Washington, la guerra no puede durar mucho más, eres excepcionalmente brillante y...

—¿Y?

—Me tienes a mí y a mi familia —le contestó Eliza –tanto política como emocionalmente, en especial a mí, me tendrás por siempre.

La declaración tomo por sorpresa a Alexander, quien, emocionado, tomó las manos de Eliza entre las suyas y las entrelazo mientras la miraba a los ojos, el poder de tal unión sobresaltó a ambos jóvenes que se sintieron abrumados por la sensación del otro, su tacto y la confianza que se profesaban, mientras pensaba en todo eso Alexander dijo —y estoy agradecido por eso.

Siguieron caminando por el sendero, ambos se sentían felices por la compañía del otro.

—¿Te gustaría hacer oficial tu declaración en una cena con tu padre la próxima semana?

Eliza entrelazo su brazo con el de Alex.

—Me encantaría.

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