-¿Qué diablos llevas en la cabeza? -preguntó Launch tras apretar el botón para llamar al ascensor de servicio.
-Es para que no me caiga polvo en el pelo -contestó Bulma llevándose una mano al pañuelo color rojo sangre.
-¿Y desde cuándo eres tan puntillosa?
Bulma suspiró y decidió ser sincera con la buena mujer:
-Hay un tipo que suele quedarse a trabajar hasta tarde en mi planta y... bueno... es...
-¿Se hace notar demasiado? -volvió a preguntar Launch sin sorprenderse, con un gesto de desaprobación.
Bulma podía atraer la atención de los hombres en cualquier circunstancia. Ella mide 1.60 m y es atractiva y esbelta, joven, con un cabello azul lacio y unos ojos de igual color preciosos.
-. Apuesto a que está convencido de que con una humilde mujer del servicio de limpieza como tú es cosa hecha. ¿Es joven o viejo?
-Joven-contestó Bulma dejando que Launch pasara delante en el ascensor-. Y te aseguro que está acabando con mi paciencia. He estado pensando en contárselo al supervisor.
-No, hagas lo que hagas no lo hagas oficial, Bulma - se apresuró a recomendar Launch con una mueca -. Si ese cerdo trabaja hasta tarde es que es una persona importante. Y seamos sinceros, Bulma: de ti pueden prescindir mucho más que de cualquier ejecutivo.
-¿Acaso crees que no lo sé? Seguimos viviendo en un mundo de hombres.
-Pues ese tipo debe de ser bastante insistente cuando está acabando con tu paciencia... Escucha, haz tú mi planta esta noche y yo haré la tuya. Así por lo menos te tomas un respiro. Quizá más adelante alguien quiera cambiar definitivamente de planta contigo.
-Pero no tengo permiso para subir a limpiar la última planta -le recordó Bulma.
-¡Va, no te apures por eso! -exclamó Launch sin darle importancia-. ¿Para qué va a necesitar alguien un permiso especial para abrillantar un suelo y vaciar una papelera? Ahora, eso sí, si el agente de seguridad se da una vuelta justo cuando estás tú apártate de su vista. Si puedes, claro. Algunos de esos sujetos serían capaces de incluirnos en su informe. Y no te atrevas a traspasar la puerta doble que hay de frente. Es la oficina del señor Ouji, y está prohibido entrar allí, ¿de acuerdo?
Bulma sonrió agradecida mientras Launch empujaba el carrito con los utensilios de limpieza para salir a la planta que normalmente limpiaba ella.
-Aprecio mucho tu gesto, Launch.
Bulma nunca había estado en la planta superior del edificio Ouji Internacional. Al salir del ascensor de servicio se dio cuenta de que era distinta de las plantas inferiores. Nada más dar la vuelta a la esquina vio, a su derecha, una lujosa y enorme área de recepción. Más allá de ella todas las luces estaban apagadas, pero a pesar de todo pudo ver una impresionante pareja de puertas en la penumbra.
Sin embargo, al mirar a la izquierda, al fondo del corredor había otra pareja de puertas idénticas. Bulma hizo una mueca y supuso que la parte en penumbra, más cercana a recepción, albergaba la oficina prohibida. Decidió comenzar a trabajar por el fondo para ir acercándose al ascensor y se relajó. Estaba encantada con la idea de que Yamcha Yagami no fuera a interrumpirla aquella noche con sus monsergas.
Llevaba unas zapatillas de lona que no hacían ruido. Abrió la puerta doble y cruzó toda la habitación para vaciar la papelera. Entonces se dio cuenta de que la oficina contigua estaba ocupada. La puerta estaba entornada, y de ella salían inequívocas voces masculinas.
Por lo general en un caso como aquél Bulma hubiera anunciado su presencia, pero tras la advertencia de Launch decidió que era más inteligente retirarse en silencio. Lo último que deseaba era causarle problemas a su compañera. Justo cuando estaba a punto de salir escuchó pisadas que se acercaban por el corredor desde la zona de recepción. Aquello le produjo casi un ataque al corazón.
Sin pensar siquiera en lo que hacía se escondió detrás de una de las dos puertas. El corazón le latía acelerado. Las pisadas fueron acercándose, y de pronto se detuvieron justo al lado de la otra puerta. Bulma contuvo la respiración. En aquel silencio pudo escuchar palabra por palabra la conversación que aquellas dos voces masculinas mantenían en la oficina contigua:
-... así que mientras yo siga fingiendo que me interesa comprar Danson Components la Palco Technic se mantendrá igual -murmuraba una voz satisfecha-, pero en cuanto se abra la bolsa el miércoles por la mañana moveré pieza.
Bulma escuchó cómo el intruso, cuyas pisadas había oído, contenía el aliento. Era una estúpida. ¿En qué diablos había estado pensando? El carrito con los utensilios de limpieza estaba fuera, delante de la puerta, como prueba evidente de su presencia.
Sin embargo el intruso ni avanzó ni entró en la habitación. Para sorpresa y alivio de Bulma volvió sobre sus pasos por el corredor con mucha más cautela de la que había entrado. Bulma volvió a respirar de nuevo. Estaba saliendo de su escondrijo, de puntillas, cuando la puerta de la oficina contigua se abrió apareciendo un hombre tremendamente alto de aspecto alarmante. Bulma se quedó helada, se ruborizó y abrió inmensamente los ojos azules. Unos ojos tan negros como la noche la miraron desafiantes y agresivos.
-¿Qué diablos estás haciendo tú aquí? - gritó incrédulo e irritado el hombre de ojos azabaches.
-Ya me marchaba...
-¡Estabas detrás de la puerta, escuchando! -arremetió de nuevo lleno de ira.
-No, no estaba escuchando -contestó Bulma atónita ante tanta agresividad.
De pronto lo reconoció y se puso completamente tensa. Nunca lo había visto antes, pero había un enorme e indecente retrato de aquel tipo en el vestíbulo de la planta baja. Aquella foto era el blanco de numerosas bromas y comentarios femeninos. ¿Por qué? Porque Vegeta Ouji era terriblemente atractivo. Vegeta Ouji, era el millonario griego, despiadado y falto de escrúpulos, que dirigía Coperation Ouji Internacional. De pronto Bulma comprendió que se había confundido de puertas y se sintió enferma. Su empleo y el de Launch estaban en la cuerda floja. Tras Vegeta Ouji apareció un hombre mayor de pelo cano. Al verla frunció el ceño y sacó un teléfono móvil.
-No es la mujer que limpia siempre esta planta, Vegeta. Voy a llamar a seguridad de inmediato.
-No hace falta -protestó Bulma muerta de miedo-, yo sólo he venido a sustituir a Launch esta noche, eso es todo. Lo siento, no pretendía interrumpir... ya me iba...
-Pero tú no tienes por qué subir aquí -dijo el hombre mayor.
Vegeta Ouji la escrutaba con mirada intensa, con esa mirada dura y brillantes que la ponían nerviosa.
-Estaba escondida detrás de la puerta, Roshi.
-Un momento, puede que pareciera que estaba escondida detrás de la puerta, pero ¿para qué iba a hacer eso? -argumentó Bulma, desesperada-. No tiene sentido, yo sólo soy del servicio de limpieza. Comprendo que he cometido un error al venir aquí, y lo siento de veras, pero... me iré ahora mismo.
Una mano fuerte la agarró entonces, sin previo avisó, de la muñeca, obligándola a quedarse.
-Tú no vas a ninguna parte. ¿Cómo te llamas? – pregunto Vegeta a Bulma.
-Bulma... es decir, Bulma Brief... ¿qué estás haciendo? -gimoteó.
Pero era demasiado tarde. Vegeta Ouji le había quitado el pañuelo de la cabeza. Todo aquel cabellos azul lacio cayó revuelto por los hombros. Él le bloqueaba el camino. bulma, sintiéndose amenazada por aquella muralla humana, miró para arriba. Sus ojos negros se toparon con otros zafiros e insondables. Bulma sintió que el corazón le daba un vuelco, una extraña sensación de mareo, la cabeza le daba vueltas. El irritado escrutinio de él se había convertido en una mirada provocativa y sexy.
-No pareces una mujer de la limpieza, yo nunca he visto ninguna igual -dijo él al fin en un tono de voz duro y profundo.
-¿Y has visto muchas? -inquirió Bulma sin comprender hasta más tarde lo impertinente de su pregunta.
Lo cierto era que ella no había sido la primera en atacar. Los ojos de él expresaban sin ningún género de dudas aquella actitud masculina arrogante y sexualmente excitada que Bulma tanto detestaba.
-Bulma... hay una Bulma Brief en el servicio de mantenimiento - intervino el hombre mayor al que el otro había llamado Roshi-. Pero se supone que trabaja en la octava planta, y el servicio de seguridad no le ha concedido ningún permiso para subir aquí. Voy a ordenar al supervisor que venga inmediatamente a identificarla.
-No, deja ese teléfono. Cuanta menos gente se entere del incidente, mejor. Toma asiento, Bulma -añadió Vegeta soltándole la muñeca y acercándole una silla.
-Pero es que yo...
-¡Siéntate! -gritó él como si estuviera tratando con un animal doméstico al que tuviera que adiestrar.
Bulma, atónita ante aquella forma de dirigirse a ella, se dejó caer sobre la silla con la espalda rígida y el corazón acelerado. Había entrado donde no debía, pero se había disculpado. Lo había hecho todo excepto arrastrarse por el suelo, reflexionó resentida. ¿Por qué tanto jaleo?
-Quizá quieras explicarme qué estás haciendo en esta planta, por qué has entrado en este despacho en particular y por qué te has escondido a escuchar detrás de la puerta -dijo Vegeta con dureza y precisión.
Hubo un silencio. Bulma se preguntó si serviría de algo echarse a llorar, pero aquellos ojos azabaches paralizaron su corazón. Aquel hombre la trataba como si hubiera cometido un asesinato, así que lo más inteligente era ser sincera.
-He estado teniendo problemas con un ejecutivo que trabaja siempre hasta tarde en la octava planta –admitió Bulma inquieta.
-¿Qué clase de problemas? –preguntó Roshi.
Vegeta Ouji dejó que su intensa mirada vagara provocativa por la diminuta y tensa figura de Bulma, deteniéndose sobre los pechos moldeados por el delantal, y las largas y perfectas piernas. Luego sonrió y torció la boca mientras un mortificante rubor subía a las mejillas de ella y coloreaba su blanca piel.
-Mírala, Roshi, y luego dime si todavía necesitas que te explique de qué tipo de problema se trata –intervino Vegeta.
-Le mencioné mi problema a la mujer que limpia esta planta –continuó Bulma con respiración entrecortada-, y le pedí que me cambiara por una noche. Después de mucho insistir accedió, y me advirtió que no atravesara las puertas dobles pero... por desgracia hay dos pares de puertas dobles en esta planta.
-Eso es cierto –concedió Vegeta.
-Me equivoqué de puertas, y estaba a punto de salir cuando escuché pasos y comprendí que venía alguien. Tuve miedo de que fuera un guardia de seguridad, porque eso le hubiera podido causar problemas a Launch, por eso me escondí detrás de la puerta. Fue una estupidez...
-Por aquí no ha venido nadie de seguridad desde las seis -intervino el hombre mayor-. Y cuando llegaste tú, Vegeta, hace unos diez minutos, la planta estaba vacía.
-Bueno, no sé quién era el que subió. Estuvo parado delante de la puerta unos veinte segundos, y luego se marchó... -añadió Bulma mientras su voz se iba desvaneciendo, sin comprender por qué aquellos hombres ponían en entredicho su explicación.
Vegeta dejó escapar el aire contenido con un silbido, dio un paso atrás y se apoyó sobre el borde de una mesa mirando al otro hombre con ansiedad.
-Vete a casa, Roshi, yo me ocuparé de esto.
-Mi deber es quedarme y solucionar este problema...
- Tienes una cita para cenar -le recordó Vegeta seco-. Y llegas tarde.
Roshi lo miró a punto de protestar pero después, al ver la expresión expectante de su jefe, asintió. Antes de marcharse hizo una pausa y dijo:
-Pensaré en ti mañana, Vegeta.
-Gracias -contestó Vegeta poniéndose tenso, con los ojos nublados.
Después Vegeta cerró la puerta tras su empleado y se volvió hacia la chica.
-Me temo que en este asunto no puedo confiar en tu palabra, Bulma. Has oído una conversación confidencial -dijo en un tono seguro y definitivo.
-Pero si no estaba escuchando... ¡ni siquiera me interesaba! -contestó Bulma asustada.
-Tengo dos preguntas que hacerte -añadió con más suavidad-. ¿Quieres conservar tu empleo?
Bulma se enervó. Era despreciable que aquel hombre la intimidara utilizando esas tácticas.
-Por supuesto que quiero...
-¿Y quieres que esa otra mujer que te ha cambiado la planta conserve también su empleo?
-Por favor, no involucres a Launch en esto -se apresuró a contestar Bulma pálida -. He sido yo quien ha cometido un error, no ella.
-No, ella decidió saltarse las reglas -la contradijo Vegeta con frialdad-. Está tan involucrada como tú. Si al final resulta que eres una espía pagada por alguno de mis competidores habrás tenido que darle algo por lo que le merezca la pena arriesgar su puesto de trabajo, ¿no crees?
-¿Una espía? ¿Pero qué diablos...? -susurró Bulma sin dejar de mirar aquel rostro claro e irritado, concentrando sobre él toda su atención.
-Eso que me has contado de una tercera persona a la que ni viste ni puedes identificar... resulta muy conveniente para ti -añadió Vegeta directo-. Así, si hay una filtración, tú tienes cubiertas las espaldas.
-¡No sé de qué estás hablando! -gritó Bulma tan nerviosa que ni siquiera podía pensar.
-Espero que no, por tu propio bien -concedió Vegeta con una expresión de seria sinceridad -. Pero debes comprender que si te dejo marchar ahora me estoy arriesgando mucho. Si le cuentas lo que has oído a quien no debes me causarás graves trastornos.
-¡Pero si ni siquiera podría repetir lo que he oído!
-De modo que sí recuerdas algo. ¡Y hace sólo un segundo asegurabas que no te interesaba en absoluto!
Un leve desmayo atravesó los ojos de Bulma, que se quedó mirándolo con el corazón en un puño. Recordaba perfectamente lo que había oído, pero había pensado hacer oídos sordos. Sin embargo aquel hombre la tenía atada de pies y manos. Tenía una mente retorcida, fría y dispuesta para la trampa. Era desconfiado, rápido, exacto y letal en sus juicios. Vegeta miró el reloj de pulsera y luego a ella.
-Déjame que te explique cómo está la situación, Bulma . Tú y la estúpida de tu amiga podéis quedaros a trabajar en este edificio hasta el miércoles, mientras las cosas sigan en marcha, siempre y cuando tú no te apartes de mi vista.
-¿Cómo dices?
-Naturalmente te pagaré por todos los inconvenientes que...
-¿Inconvenientes? -lo interrumpió Bulma con voz débil pero esperanzada.
-Supongo que tienes pasaporte, ¿no?
-¿Pasaporte? ¿Y qué tiene eso que ver?
-Tengo que volar a Grecia esta noche, y si tengo que vigilarte para asegurarme que no utilizas el teléfono necesitaré que vengas conmigo -explicó él con impaciencia.
-¿Pero te has vuelto loco? -musitó la joven temblorosa.
-¿Vives sola o con tu familia?
-Sola, pero...
-Sorprendente. ¿Dónde guardas el pasaporte? -continuó preguntando Vegeta sin dejar de mirar aquel bello rostro.
-En la mesilla, pero ¿por qué...?
Vegeta Ouji marcó un número de teléfono en el móvil.
-No veo ninguna otra alternativa. Podría encerrarte en algún lugar, pero me temo que eso te gustaría aún menos. Y no puedo pedirle a mis empleados que te vigilen mientras me voy de viaje. Tienes que acompañarme, y de buen grado.
¿De buen grado? ¿Por su propia voluntad? Bulma finalmente se quedó boquiabierta al comprender que estaba hablando en serio. Vegeta comenzó a hablar por teléfono en griego en tono brusco y dominante. Escuchó que mencionaba su nombre y se intranquilizó aún más.
-Pero... yo... ¡te juro que no le diré a nadie lo que he oído! -protestó enfebrecida mientras él colgaba el teléfono.
-No me basta. ¡Ah! y, otra cosa más: le he ordenado a uno de mis empleados que abra tu taquilla y saque las llaves de tu casa.
-¿Que has hecho qué? -preguntó Bulma irritándose.
-Tu dirección está en los archivos de personal. Krilin recogerá tu pasaporte y lo llevará al aeropuerto.
-Pero... ¡me voy a casa ahora mismo! -exclamó Bulma con los ojos muy abiertos, llena de incredulidad.
-¿En serio? Ha llegado el momento de la verdad, Bulma-advirtió Vegeta con mirada desafiante-. Puedes salir por esa puerta, no voy a impedírtelo. Pero puedo echaros a las dos, a ti y a tu amiga. ¡Y créeme, si sales por esa puerta lo haré! – Bulma se detuvo a medio camino, helada-. Creo que sería mucho más sensato por tu parte aceptar lo inevitable y venir sin rechistar. Es decir, si es cierto que eres inocente, como dices -añadió en voz baja, escrutándola.
-¡Esto es una locura! ¿Para qué iba yo a querer poner en peligro mi puesto de trabajo contándole a nadie lo que he oído?
-Esa información vale un montón de dinero, creo que es un buen motivo -contestó Vegeta caminando a pasos agigantados hacia la oficina de la que había salido-. ¿Vienes?
-¿A dónde? –musitó Bulma.
-Tengo un helicóptero esperando en la azotea, nos llevará al aeropuerto.
-¡Ah...! ¿Un helicóptero? -repitió Bulma con voz débil e incrédula.
Vegeta pareció comprender al fin que Bulma estaba paralizada e incrédula ante sus exigencias. Cruzó la habitación, puso un brazo alrededor de sus hombros y la guió en la dirección en la que quería que lo acompañara. Después hizo una pausa para recoger un grueso abrigo oscuro colgado del respaldo de un sillón y se apresuró a cruzar con ella la principesca oficina hasta una puerta en el extremo opuesto.
-Esto no puede estar ocurriéndome a mí -susurraba Bulma medio mareada mientras tropezaba con los escalones que salían a la azotea.
-Yo opino exactamente lo mismo -contestó él escueto, subiendo detrás de ella-. Precisamente en este viaje no tenía ningunas ganas de tener compañía.
Vegeta alargó una mano para abrir la puerta metálica al final de las escaleras. Una ola de aire frío voló el cabello y la ropa de Bulma marcándole la esbelta figura. Ella se echó a temblar. Vegeta, que ya se había abrochado el abrigo, salió a la azotea pasando por delante y dirigiéndose hacia el helicóptero.
- ¡Date prisa! - gritó volviendo la cabeza por encima del hombro.
-¡Pero si ni siquiera llevo abrigo! -contestó ella perdiendo la paciencia.
Vegeta se paró en seco y dio la vuelta con aire de severa impaciencia y luego comenzó a desabrocharse el abrigo.
-¡No malgastes tu tiempo! -soltó Bulma malhumorada ante aquel despliegue de galantería tardío-. ¡No me pondría tu estúpido abrigo ni aunque pillara una neumonía!
-¡Pues hiélate en silencio! -respondió Vegeta con un brillo en la mirada.
Bulma se encogió de hombros. Sólo la curiosidad del piloto la hizo callar. Insensible a una respuesta como aquélla, que hubiera atemorizado al noventa por ciento de la gente, Bulma pasó por delante de Vegeta y se subió al helicóptero tan tranquila.
-Compraremos ropa en el aeropuerto -comentó él de mal humor sentándose junto al piloto y volviendo hacia ella su perfil griego clásico y duro-. Tendremos tiempo de sobra mientras esperamos a que llegue tu pasaporte. ¡Probablemente incluso perdamos el turno para despegar!
-¡Qué gracia! –exclamó Bulma en un tono inconfundiblemente sarcástico, provocando en él el desconcierto.
Las aspas del helicóptero giraron en el tenso silencio. Bulma volvió el rostro hacia fuera. Aquello no podía estar ocurriéndole a ella, se decía una y otra vez mientras el helicóptero se elevaba y atravesaba Londres. Se podía decir que Vegeta Ouji la había secuestrado. ¿Qué otra alternativa le había dado? Ninguna. No podía arriesgarse a que Launch perdiera su trabajo, porque la pobre mujer no contaba con el lujo de un segundo salario.
¿Pero era ella más independiente?, se preguntó Bulma. En un caso de supervivencia ella hubiera podido pasarse sin su salario como mujer de la limpieza. Después de todo tenía otro empleo de día y una cuenta bancaria con interesantes ahorros. En realidad Bulma vivía como un monje, ahorrando cada peseta, deseosa de hacer cualquier sacrificio con tal de alcanzar su objetivo en la vida.
Y ese objetivo era comprar la librería en la que trabajaba desde los dieciséis años. Sin embargo, si el incremento regular de ahorros de su cuenta bancaria cesaba justo cuando estaba a punto de hacerse cargo del negocio, el director de la sucursal bancaria se sentiría decepcionado y sus ambiciones de propietaria sufrirían un fatal revés. Aquél era un momento crucial, con su jefe cada día más anciano y ansioso por retirarse.
Vegeta Ouji era un paranoico, un absoluto paranoico, decidió. Ella, ¿una espía? ¿Acaso leía demasiadas novelas? Sólo era una mujer de la limpieza que había entrado accidentalmente en su santuario. Una mujer de la limpieza que no tenía permiso para trabajar en esa planta y menos aún para entrar en esa oficina, le recordó una débil voz en su interior. Una mujer a la que, además, habían pillado saliendo de detrás de la puerta...
Cierto, concedió Bulma reacia. Podía resultar sospechoso. Pero eso no justificaba el que insistiera en no perderla de vista en treinta y seis horas. El hecho de que se la llevara de viaje demostraba que estaba loco.
Y además no era ése el único problema. La forma en que Vegeta Ouji la miraba la ponía furiosa. En medio de toda aquella neblina de sospechas él se había permitido el lujo de mirarla de arriba abajo, como si fuera una mercancía sexual a la venta. Bulma apretó los generosos labios y se puso a rumiar aquello.
Bastante había tenido con tolerar a Yamcha Yagami, que se negaba a aceptar un no por respuesta y que estaba convencido de que era sólo cuestión de insistir. No era de extrañar que se hubiera incluso mareado. Aquel arrogante griego no había hecho sino aumentar aún más la repulsa que su subordinado había provocado en ella. Sin embargo Vegeta Ouji era diferente. Vegeta era uno de esos hombres salvajemente masculinos, la clase de tipo que no podía mirar a una mujer sin preguntarse cómo sería en la cama.
Impermeable a la creciente antipatía de Bulm, que demostraba con un frígido silencio, Vegeta la guió por el aeropuerto hasta la zona comercial. Entró directo en una boutique cara y se dirigió hacia los trajes de chaqueta. Arrojó luego en sus brazos uno negro, de la talla más pequeña, y escogió un bolso, un sombrero y un par de guantes negros largos del estante en el que estaban expuestos.
El resto de las exquisitas prendas del estante parecieron deslucidas. Bulma se ruborizó hasta la punta del cabello. La dependienta los seguía con atenta e irritada mirada por toda la tienda. Finalmente Bulma susurró en voz baja y mortificada:
-¿Qué diablos crees que estás haciendo?
-Comprar -explicó Vegeta directo, indiferente a las miradas de los empleados que, bien entrenados, seguían atentos cada uno de sus movimientos.
Vegeta se dirigió decidido hacia otro perchero y tiró de un vestido azul sacándolo de la percha para arrojárselo a Bulma con la misma indiferencia. Luego le siguió un largo abrigo negro y por último, tras una pausa ante un maniquí con unos pantalones cortos rosas, Vegeta inclinó la cabeza y dijo, dirigiéndose a la vendedora que se acercaba:
-Esto también nos lo llevamos.
-Me temo que no está a la venta, caballero.
-Entonces quítelo del maniquí -ordenó Vegeta.
-¡Pero señor Ouji! - silbó Bulma ruborizada hasta el límite.
La vendedora, cuya insignia proclamaba su rango de encargada, estuvo a punto de hacer otro movimiento, pero al oír el nombre abrió la boca atónita y miró con más amabilidad al alto griego cliente.
-¿Es usted el se... señor Oiju?
-Sí, soy el propietario de esta cadena de tiendas -confirmó Vegeta con una mirada de desaprobación -. Dime, ¿es habitual que los empleados estén de pie, sin hacer nada, charlando y mirando a los clientes que los necesitan? ¿Y desde cuándo es más importante un maniquí que una venta?
-Tiene usted mucha razón, señor Ouji. Por favor, permítame que lo atienda.
-Esta señorita necesita ropa interior. Escoja usted algo -ordenó Vegeta dejando que su atención recayera entonces en el estante de los zapatos y arrastrando a Bulma hacia ellos-. ¿Qué número usas?
-Creo que nunca en la vida me he sentido tan violenta -comentó Bulma temblando-. ¿Es así como te comportas en público normalmente?
-¿Pero qué te pasa? -exigió saber él-. No hay tiempo que perder, escoge unos zapatos.
La encargada estaba al fondo luchando por quitarle los pantalones cortos al maniquí. De pronto Bulma, con un movimiento repentino, le arrojó la ropa que llevaba en brazos a Vegeta.
-¿Por qué no te vas al mostrador de embarque y me esperas allí?
-Me quedaré aquí para despachar ciertos asuntos que...
-¡No vas a quedarte aquí mientras yo elijo prendas de lencería! -exclamó Bulma como una olla a presión a punto de estallar, con ojos azules airados y profundos-. ¡Además, no necesito tantas cosas!
-Te pago para que hagas lo que se te dice... -alegó él con ojos intensos.
- ¡Pues si voy a soportarte necesito al menos un poco de espacio!
La brillante mirada de Vegeta resplandeció literalmente hablando. Un rubor oscuro acentuó los esculturales pómulos. Nunca nadie le había hablado en ese tono, y la incredulidad emanaba de él por oleadas.
-¡Basta, deja ya de ejercer presión en todas partes! -continuó Bulma.
-Pero...
-Desde que hemos entrado aquí te has comportado de un modo atroz -lo condenó Bulma sin piedad -. Vete al mostrador de embarque y cállate ya. Y procura no aterrorizar a nadie más.
Bulma le dio la espalda, imperturbable ante la ira que él trataba por todos los medios de refrenar, y eligió unas sandalias de tacón alto negras. Se las probó. Le sentaban bien. Se las pasó a Vegeta sin mirarlo siquiera y se reunió con la encargada en la zona de lencería, donde eligió un camisón y algunos conjuntos de ropa interior. Discutir en público no servía más que para mortificarla. Accedería a comprar la ropa y luego la dejaría abandonada en cuanto perdiera de vista a aquel horrible hombre. La idea de tener que pasar treinta y seis horas con él la enfurecía. Vegeta le devolvió el vestido azul y los zapatos.
-Póntelo -ordenó con una insolencia estudiada.
Bulma entró en el probador. Aquel hombre no tenía modales. Debía de encantarle discutir, no tenía pelos en la lengua y además era un desinhibido. Y en cuanto a su forma de reaccionar cuando alguien lo trataba con la misma medicina... ardía en llamas y estallaba como un cohete. Para cuando Bulma salió del probador toda la plantilla de empleados estaba atareada envolviéndoles la mercancía. Bulma nunca se había alegrado tanto en su vida de abandonar una tienda.
-Supongo que ahora querrás entrar en ésa de ahí – comentó Vegeta con una expresión de condena mal disimulada, haciendo un gesto hacia una perfumería.
-No, me las arreglaré. Los hombres primitivos se lavaban los dientes con un palito, ya encontraré alguno por ahí.
Vegeta se quedó mirándola atónito y después sorprendió terriblemente a Bulma. Echó la cabeza atrás y rió con espontaneidad, realmente divertido. Bulma lo miró con el pulso acelerado. Su blanca dentadura contrastaba con la piel aceitunada, y sus ojos negros brillaban. El humor había borrado todo rastro de tensión de su rostro, y Bulma, desorientada, fue capaz por fin de apreciar lo atractivo que era.
-No me gusta ir de compras -le confió él en secreto, con voz ronca, como si ella aún no se hubiera dado cuenta-. Por lo general otras personas compran por mí.
Bulma se sintió de pronto incómodamente excitada, de modo que bajó la vista al suelo. Sin embargo en su mente seguía viendo la imagen de aquel devastador rostro oscuro y mediterráneo. Y la conciencia de ello, la mera idea, la inquietó. Vegea Ouji no estaba haciendo el menor esfuerzo por impresionarla, y sin embargo ella era plenamente consciente de su apabullante atractivo y sexualidad masculina. No le gustaba esa sensación, le molestaba sentirse tensa e incómoda en presencia de él.
Bulma sólo tenía diecinueve años, pero ya había decidido que los hombres eran un gasto inútil de tiempo y energías. Y nunca se había arrepentido de haber llegado a esa conclusión. No odiaba al sexo masculino, pero siempre reía con ganas cuando alguien contaba un chiste sobre su inutilidad. Después de todo la experiencia de Bulma en ese campo, desde su infancia, había sido larga y traumática.
Vegeta trató de obligar a Bulma a que se apresurara y posó una mano sobre su espalda para que no se parara mientras caminaban por la terminal del aeropuerto. Ella se puso a la defensiva.
-Disculpa -dijo dando un paso atrás, decidida de pronto a escapar aunque sólo fuera por unos minutos.
-¿A dónde crees que vas?
-Al servicio de señoras -contestó ella con énfasis -. ¿Es que pretendes venir conmigo?
-Te doy dos minutos.
Bulma dejó caer las bolsas de la boutique a los pies de Vegeta, y luego echó a caminar.
-Bulma... -la llamó él tendiéndole un peine-, quizá debieras de hacer algo con tu pelo mientras estás ahí dentro.
Bulma apretó los dientes. No había tenido tiempo ni de mirarse al espejo. Se resistió a peinarse el cabello con los dedos y continuó caminando hasta desaparecer por la puerta de los servicios. En cuestión de segundos se cepilló el cabello hasta que calló suelto y liso por los hombros. Se miró al espejo y frunció el ceño al notar que tenía las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes. El vestido era sencillo dentro de su elegancia, y eso le gustaba. Pero no era su estilo.
Apretó los labios sonrosados y generosos y examinó el peine de plata que él le había dado, recordando la facilidad con la que había adivinado su talla. Aquello no hubiera debido de sorprenderla. Vegeta Ouji, de unos veintinueve años , era un mujeriego impenitente e irrecuperable. Y era natural que lo fuera, reflexionó ella con cinismo. Los hombres con dinero y poder vivían en un mercado lleno de mujeres deseosas de vender. Vegeta era un verdadero imán para las mujeres, y él lo sabía. Y era evidente que nunca en la vida había tenido que preocuparse demasiado por endulzar sus modales, que resultaban poco menos que impresentables.
Sin embargo, a pesar de todo, iba a viajar gratis a Grecia. En un avión privado y con toda clase de lujos. ¿Desventajas? Tener a Vegeta Ouji pegado a sus espaldas. Aquélla iba a ser toda una aventura, se dijo Bulma. Mucho más divertido que abrillantar suelos.
De repente recordó que tenía que llamar al señor Gero. Su otro jefe esperaría que ella abriera la librería a la mañana siguiente, como era habitual. Nunca llegaba hasta mediodía. A pesar de la advertencia de Vegeta tenía que llamar al señor Gero, pero no podía contarle la verdad. Tendría que inventarse una excusa para explicarle su ausencia.
Bulma se escondió detrás de dos mujeres muy altas que salían del baño y se escabulló hasta los teléfonos públicos a escasos metros. Vegeta estaba de pie, en medio de la sala abarrotada, hablando distraído por el móvil.
Bulma marcó el teléfono de la operadora. Como no tenía dinero tenía que pedir una llamada a cobro revertido. Justo cuando contestó la operadora Vegeta volvió la cabeza arrogante hacia ella. Bulma colgó de golpe, pero no fue lo suficientemente rápida. Vegeta la vio antes de que pudiera alejarse de los teléfonos.
Bulma se quedó paralizada ante los ojos negros que la miraban fijos como si hubiera cometido un crimen. El rostro de Vegeta se fue tensando mientras se acercaba y Bulma, que sabía muy bien qué se sentía cuando un miembro del sexo opuesto la aburría o molestaba, descubrió lo que se sentía cuando la atemorizaba...
