Disclaimer: Teen Wolf no me pertenece, todo es de Jeff Davis.

NdA: dentro de poco hará un año desde que terminó Teen Wolf, y yo llevaba desde entonces con la espinita de escribir un Thiam, así que aquí estoy. Está terminado y revisado, así que publicaré hoy el primer capítulo y el sábado que viene, el segundo. El título se lo he puesto por la canción homónima de Hailee Steinfeld, por si queréis escucharla mientras leéis. ¡Espero que os guste!


Rock Bottom

de

Janet Cab


"You're the best kind of bad something" - Hailee Steinfeld


Theo casi siempre llega a casa cuando sus padres están dormidos, a menos que alguien le cambie el turno en el restaurante.

Se llama Rob´s Ribs, su especialidad son las costillas, está pegado a una gasolinera Sinclair y el setenta por ciento de su clientela se compone de camioneros que necesitan un descanso, una lata de Pepsi y un bocadillo de patatas fritas, ensalada de col y pollo rebozado. Según Theo, el negocio marcha como la seda. Lo habitual es que esté medio lleno, y el bullicio en el comedor es infrecuente porque, salvo alguna excepción contada, los conductores rozan la mediana edad o están a punto de jubilarse. Llevan kilómetros de carretera a cuestas y ojeras que son más bien moretones hinchados, de forma que no suelen entablar conversación con nadie.

El recorrido desde la casa de los Dunbar ocupa apenas quince minutos andando, como la mayoría de sitios en Bacon Hills. Theo lleva trabajando ahí prácticamente desde que Scott se marchó del pueblo y Liam descubrió que por las noches se guarecía en un Toyota Highlander sin combustible con más de noventa agujeros de bala.


Había percibido su rastro (el cual tenía registrado desde a saber cuándo) a mediados de junio, mientras echaba un rápido vistazo por el bosque para asegurarse de que todo estaba en orden, tal y como le había prometido a Scott que haría en su ausencia. Se había acercado al claro del que provenía el olor y bingo, ahí estaba. Esperándolo (a veces, a Liam se le olvidaba que no era el único con un olfato particularmente sensible). Tenía la capucha de la sudadera puesta y estaba asomado a una ventanilla hecha trizas, con una expresión de agotamiento resignado que a Liam le había revuelto el estómago. Ligeramente azorado. Como si hubiese preferido enfrentarse en solitario a los Doctores antes que a Liam teniendo la revelación de que se había quedado en la calle.

Liam mentiría si dijera que recuerda el diálogo. Probablemente masculló "qué haces ahí" y Theo respondió "a ti qué te parece". De malas pulgas, porque Liam había interrumpido a posta las únicas dos horas que conseguía dormir del tirón.

Antes de que comenzara el carrusel de pesadillas.

Fue incómodo. Darse cuenta de que no lo conocía, a pesar de haber peleado juntos y de que Theo supiera cómo manejarlo cuando Liam estaba furioso. De que tal vez lo había sacado del infierno solo para traerlo hasta otro con menos fuego y más asfalto. Le había librado de una hermana que le seguía arrancando el corazón en cuanto cerraba los ojos para desentenderse de él y abandonarlo a su suerte, sin dinero y sin techo en un pueblucho a las afueras de California.

Se había preguntado si alguien aparte de él lo sabía. Que Theo estaba viviendo en la indigencia. No le extrañaría. La manada era la manada pero Scott y Stiles tenían la manía de guardarse información relevante el uno al otro y a los demás. Y ya que Theo era responsabilidad de Liam, esperaba que nadie le hubiese ocultado su situación a sabiendas, porque Theo era asunto suyo y Liam tenía que estar al corriente de todo lo que tuviese que ver con él.


Lo único de lo que se acuerda es de haberse indignado. Con quién exactamente, no lo tiene muy claro. El lobo se había sulfurado y había rugido "qué locura, cómo va a dormir así". El hombre había improvisado alguna patraña para que Theo lo acompañase. Frotándose los costados del vaquero con inquietud. Un cuerpo flotando en el depósito de agua de la ciudad. Una figura escalofriante en el campo de lacrosse del instituto. Theo había empezado a sospechar a medida que se habían ido acercando a la calle en la que sabía que vivía Liam. Le había increpado sin muchas ganas por ser una hermanita de la caridad, quién lo diría, y Liam le había soltado algún insulto trisílabo antes de empujarlo hacia el vestíbulo.

Theo no había opuesto resistencia. Tampoco le había dado las gracias.

Liam había pescado de la secadora un pantalón y una camiseta de algodón del señor Geyer, porque no hacía falta ser muy listo para imaginar que a Theo no le iba a valer su ropa. Era demasiado alto y tenía demasiada espalda y demasiado brazo. Demasiado todo. Y calzaba como dos números más que él.

–¿Cómo puedes no haberte quedado en los huesos? –había farfullado Liam, sentado sobre la tapa del váter, a la espera de que Theo se diera su primer baño decente desde primavera. Sin perderlo de vista. Más de lo estrictamente necesario, claro. Los ojos verdes clavados en un azulejo. Cerciorándose únicamente de que Theo no se abriera el gaznate con la cuchilla de afeitar o le robara los salvaslips a su madre.

La mampara llena de vapor.

–Las ardillas tienen muchas proteínas –había contestado Theo con simpleza, y Liam no se había molestado en continuar indagando.


Había hablado con su madre y con el señor Geyer durante el desayuno y realmente, cuando les había contado que Theo tenía dieciocho años, escasas posibilidades de ser adoptado, padres que habían desaparecido en circunstancias misteriosas hacía meses y ningún sitio en el que caerse muerto, a Liam no se le había pasado por la cabeza que lo que estaba haciendo era preguntarles si Theo podía vivir con ellos.

Y ahí estaba cinco meses después. Entrando en su cuarto con las llaves de su casa en la mano. Dejándolas sobre su escritorio para agacharse y sacar de debajo de su cama el colchón en el que antes solía quedarse Mason. Antes de Corey.

Antes de Theo Raeken viviendo en su casa, muchas gracias.

–¿Qué tal el curro? –le pregunta por inercia, levantando la vista del capítulo que su libro de Historia dedica a la Guerra de Secesión y dejándolo sobre la mesilla.

A pesar de que Theo haya parasitado su espacio y la atención de sus padres, Liam puede reconocer que se alegra de verlo a esas horas, porque significa que el rato de estudio diario que se propuso a principios de curso ha concluido, y que puede escaparse por el patio trasero para ir a patrullar.

Significa aire limpio en la cara y olor a vegetación frondosa y a cielo despejado.

–Regular –contesta Theo en voz baja, desde el pequeño lavabo anexo a la habitación. Lavándose la cara y desabrochándose el pantalón. Liam opina que sería más rápido si se pusiera el pijama directamente, pero en su lugar, Theo siempre hace eso. Eso de no cambiarse de ropa como la gente normal, sino a través de una especie de transición irregular de botones fuera de su ojal y cremalleras bajadas–. ¿Vas a salir ya?

–Supongo –replica Liam, arrugando la nariz–. Te hace falta una ducha. Apestas a aceite.

Theo hace eso otro de sonreírle con la barbilla apuntando hacia el pecho y la mirada inteligente y calculadora desviada hacia otro lado, cuando cualquier otra persona lo mandaría a la mierda y le sugeriría dejarse la piel en la hostelería diez horas al día.

–Voy a apestar a aceite hasta que coma algo –susurra, sacándose los zapatos con los pies.

Contra todo pronóstico, desde que se mudó a casa de los Dunbar, Theo ha mostrado una rapidez sin precedentes para adaptarse a las normas. Siempre controla el volumen de su timbre para no despertar a sus padres, que se levantan más temprano que ellos y se acuestan antes.

Y Liam no tiene por qué apreciar el gesto. Sus padres le han permitido entrar, así que qué menos que ser considerado con ellos.

Y sin embargo, lo aprecia. Lo aprecia, porque Theo es algo más que considerado. Es... cuidadoso. Todo lo afectuoso que puede. Deja que su madre se ponga de puntillas para darle besos en la frente, y que el señor Geyer le palmee los hombros. Cada vez lleva mejor el contacto físico, pero Liam entiende que le pone nervioso. Que le da un poco de miedo.

A él también le ocurre. Cada vez menos, pero las primeras semanas fueron terribles, porque no podía quitarse de la cabeza lo que posiblemente Theo les había hecho a sus padres.

Los de verdad. Los impostores. Todos ellos.

Lo que podría hacerle a los suyos.

–¿No has cenado?

Es difícil. Observarlo contar concentrado los billetes que se ha ganado esa semana, porque no tiene tarjeta de crédito y le pagan en efectivo. Theo siempre separa una parte y mete el resto dentro de una cajita de madera tallada que guarda en el primer cajón del escritorio de Liam, y parece tan satisfecho con su modesto sueldo que cuesta creer que sea el mismo monstruo al que confinaron bajo tierra hace más de medio año.

–No he tenido tiempo –se limita a contestar, encogiéndose de hombros–. Hoy hemos estado hasta arriba. El Club de Harleys de California ha aparcado las motos fuera y han entrado todos en tromba. Les han faltado las antorchas y los tridentes para saquearnos.

Liam pone los ojos en blanco. Moteros. Siempre igual.

–Qué quieres –inquiere, poniéndose de pie y pasando junto a él, rumbo al pasillo. Ante el rostro confuso de Theo, añade con impaciencia–. Yo te subo algo de la cocina y tú te vas bañando.

Por fin parece entenderlo, Jesús.

–¿Quieres que vaya contigo al bosque?

–Esta tarde he hablado con Scott por Skype. Dice que es mejor hacer las rondas por parejas.

Theo se sume en un silencio cargado de escepticismo. El pelo lacio y sucio y sudado y rubio trigo cayéndole sobre la frente.

–¿También dice que es mejor hacerlas conmigo?

–No. Eso lo digo yo.

Se muerde la lengua nada más terminar la frase. Piensa antes de hablar; piensa antes de hablar, Liam, y no al revés. Se lo han repetido hasta la saciedad. Su padre. Su madre. El señor Geyer. Stiles. Todos y cada uno de ellos. Y a Liam le sigue costando horrores.

No ha dicho ninguna mentira, y ese es precisamente el problema.

Nota cómo el latido de Theo se detiene en seco, como si se hubiera estrellado contra un muro invisible.

–Mason se ha quedado sin poderes desde que nos deshicimos de La Bestia, y Corey puede volverse invisible –se obliga a explicar. No le gusta tener que hacerlo, porque quiere a sus amigos y valora sus cualidades desde Estados Unidos a Saturno pero a diferencia de Theo, sus habilidades no son precisamente ofensivas.

–No te vas a morir por admitirlo.

Tú qué sabes. Cosas más tontas han estado a punto de matarnos.

–Cállate.

Theo se cruza de brazos. Divertido.

–Vale. Me callaré y observaré con prismáticos cómo te arrincona una manada de mofetas.

Después de mí, tú eres lo mejor que tenemos. Ni siquiera son muchas palabras, pero no se imagina diciéndolas. No se imagina espetándole a Theo que todo alfa tiene betas y que de entre todos ellos, siempre hay uno más resistente. Más fuerte y más fiero que los demás. Un beta en el que el alfa intuye y presiente que puede delegar la protección del resto de la manada, en caso de caer en combate. Y que bueno, qué le vamos a hacer, ese papel le ha tocado a Theo, así que debería cerrar el pico y desempeñarlo y no complicarle la vida a Liam, que bastante tiene con el equipo de lacrosse y con la manada y con el examen de Historia de mañana y en definitiva, con toda esa responsabilidad que no ha pedido.

Ni siquiera ha conseguido que sus ojos se vuelvan rojos, y eso es algo que le angustia, porque no quiere tener que matar a ningún otro alfa para convertirse él en uno, y tampoco visualiza bajo qué circunstancias podría sacar fuerzas de flaqueza y marcarse una hazaña digna de Hércules, tal y como hizo Scott en su día.

–Que sea una ducha rápida –le gruñe, zanjando el asunto–. Una amiga de mi madre ha venido de visita con una bandeja de sándwiches y han sobrado más de la mitad. ¿Te traigo uno?

En ese preciso instante a Theo le suenan las tripas y es ridículo e inoportuno. Ambos se muerden la risa para que no se les escape.

–¿Pueden ser tres?

–Msí. Aunque hay algunos que no me inspiran confianza. No sé si son de cangrejo o de pimiento o qué. Tienen puntitos rojos. A saber.

Theo no puede contener la risita.

–Da igual. No le hago ascos a nada.

No le hago ascos a nada.

Liam musita un "ya, vale" y baja las escaleras con más brusquedad de la que debería. Solo cuando abre la nevera cae en que no le ha preguntado a Theo si prefiere un zumo o un refresco o un batido de chocolate, y a mí qué me importa.

Acaba eligiendo un zumo de piña, porque han convivido lo bastante como para que Liam sepa de sobra que Theo no toma leche por las noches, e ignorar el dato a propósito no le parece muy apropiado.

En serio. A mí qué me importa.


Los domingos, el señor Geyer se lleva a Theo a pescar. No es que Liam se sienta desplazado, porque nunca se ha declarado muy fan de lo que viene siendo madrugar, y menos para sentarse en una barca durante horas hasta que suceda algo emocionante, pero a Theo es un pasatiempo que le resulta entretenido. La rutina aburrida de preparar el cebo, el camino oscuro y tranquilo hacia el lago con el alba anaranjada despuntando, sacarle fotos a los pocos peces que consiguen atrapar.

Liam va al supermercado con su madre, o queda con Mason para barnizar algún mueble (una actividad que lo mantiene calmado, como el yoga y las ecuaciones hacen con Lydia). Si hay algún parcial próximo, estudian juntos y si no, juegan con Corey a la Play, abren el sillón-cama y se quedan viendo Sobrenatural.Como si no tuvieran bastante consigo mismos.

Están absortos criticando el trato que sufre sistemáticamente el personaje de Ruby cuando Liam recibe un WhatsApp.

Theo (13:09):

"Ya estamos n casa!"

"No hacia muy bn tiempo y Geyer ha empezado a estornudar, así q nos hemos vuelto antes"

"Tu madre quiere saber si vas a almorzar aqui"

"Nose. Pregúntale q hay de comer", le contesta.

Theo (13:10):

"Menestra de verduras de 1º"

"De 2º pasta"

–Madre mía, os va a dar una hernia por escribir como Dios manda –bufa Mason, leyendo por encima de su hombro y negando con la cabeza–. Sois los Charles Manson de la ortografía.

Liam pasa de él olímpicamente. El ceño fruncido.

"Q perezaa sopa de verduras.."

No es que Liam sea un malcriado, pero francamente, llevan comiendo lechuga toda la semana porque al señor Geyer le han detectado una subida alarmante del colesterol y su madre ha decidido unilateral y dictatorialmente que todos van a solidarizarse con su nueva dieta.

Theo (13:12):

"Yaa"

"Ayer cobré"

"Nos comemos la sopa y esta noche te invito a pizza?"

Sísísí y mil veces sí. Va a contestarle sin meditarlo, porque no tenía ni idea de que necesitara una pizza hasta que Theo lo ha propuesto, pero se contiene. Theo ya aporta parte de su sueldo a los gastos que se originan en casa, para congoja de la madre de Liam, que se enfada con él más o menos cada cuatro días porque "quédate el dinero para ti, cielo, no seas bobo" y "con todo lo que trabajas en ese restaurante y te lo gastas en servilletas, en toallas nuevas o en abono para las plantas" y "guárdatelo para ir al cine con Liam, o a la bolera" y "la gasolina del coche la pagamos entre mi marido y yo; Liam y tú no tenéis que poner ni un centavo, y esta es mi última palabra" y "tú no nos preguntes si puedes o no puedes coger el coche; cógelo y ya está, que para eso es de todos". Antes, todos eran el señor Geyer, Liam y su madre. Ahora todos también es Theo y Liam todavía no se ha amoldado a esa realidad. No del todo.

"Nah"

"Invito yo"

–Cuelga túcomenta Mason con elocuencia, intercambiando una mirada cómplice con Corey.

–No, cuelga –replica Corey, y Liam no entiende a qué se refieren, pero detesta que espíen sus mensajes.

Les propina a ambos un codazo en las costillas.


La inauguración del Rainbow marca un hito histórico en Bacon Hills. Los padres de Liam lo llaman local de ambiente, pero Mason se refiere a él como bar gay, así que Liam también lo hace porque quién es él para desautorizar a un experto.

–No nos van a pedir el carnet –le repite su mejor amigo por décima vez en lo que va de noche, empezando a hartarse. Ninguno roza los veintiuno, que es la edad mínima para consumir alcohol, pero Mason insiste en que a los propietarios del Rainbow no les interesa vetarles la entrada–. Venga ya, Liam. Es Bacon Hills. A ver cómo llenan ese bar si no nos dejan pasar. ¿Te imaginas a Melissa McCall o al sheriff Stilinski saliendo de fiesta?

–Mis padres salen de fiesta –intenta Liam, sabiendo de antemano que es una batalla perdida.

Theo, que va un poco rezagado, se ríe entre dientes. Los cuatro han optado por ir caminando, porque Mason no quiere que nadie conduzca su coche. Por otra parte, Deaton les ha explicado no sé qué de una tregua tácita entre seres paranormales que tiene lugar sobre esa época, y les ha recomendado que cojan unas vacaciones, así que Mason piensa tomarse la licencia de beber lo bastante como para perder la capacidad de sostener el volante y pisar el acelerador al mismo tiempo. Y luego están los padres de Liam, que son unos traidores empalagosos, se han marchado a esquiar el fin de semana y se han llevado el suyo.

–Tus padres juegan al billar y no llegan a consumir medio litro de vino entre los dos, Liam. Por favor.

–Corey, Theo y yo ni siquiera vamos a notar nada –suspira, enfurruñado.

–Yo creía que estábamos aquí por tus habilidades sobre la pista de baile –aventura Theo, y Liam se vuelve para hacerle saber que no es el momento idóneo para tocarle las narices–. Con un poco de suerte para ti, a lo mejor hasta tienen una tarima con karaoke.

Al principio, Liam creía que era un rasgo propio de su carácter. Esa tendencia a tomarle el pelo a la gente.

Ahora sabe que la tiene tomada con él. Sobre todo, cuando están con otras personas. Le gusta tener público y Mason y Corey han resultado ser una audiencia entusiasta.

–Theo, cierra el pico –le advierte.

–Liam canta en la ducha –suelta Theo como quien no quiere la cosa. La malicia brillando bajo un kilo de gomina y su chaqueta más decente–. Se sabe el estribillo de la Macarena.

–No es verdad –se apresura a desmentir–. Ni siquiera sé hablar en... Derek dice que mi pronunciación en español da vergüenza ajen... –corta la explicación en seco cuando Theo lo adelanta con la altivez de un coyote que acaba de cazar una musaraña jugosa–. Eres un imbécil. No tiene gracia.

Corey tose para intentar convencer a Liam de que no se está riendo. Mason mira a Theo como si acabara de desenterrar un cofre repleto de oro.

–Madre mía, la de cosas que me pierdo por no vivir contigo.

Se colocan en la cola para entrar y Liam agradece que muchos de los que la forman sean compañeros del instituto, porque saludarlos es la excusa perfecta para escapar de quince minutos de intercambio de información humillante sobre él entre Theo y Mason. Les cobran a cada uno cinco dólares a cambio de dos consumiciones, les estampan un sello de tinta en la muñeca por si les apetece salir y volver a entrar y sin más ceremonias, los porteros se hacen a un lado y los dejan pasar.

–Te dije que no nos iban a pedir el carnet –grita Mason por encima de la música. Está tan alta que a Liam le pitan los oídos, y está seguro de que no es el único.

–Tomad –se hace oír Corey, sacando unos tapones de su riñonera y ofreciéndoselos a Theo y a él. Ese es uno de sus dones. La previsión. Corey es el típico que siempre lleva Kleenex encima, o un paquete de chicles o sobres con toallitas húmedas para limpiarse los dedos después de comer. Liam tiene que combatir constantemente el impulso de abrazarlo. Sabe que Mason no lo malinterpretaría y (tras meses de amistad) que a Corey le agradan esa clase de gestos, pero no quiere ser un pesado.

Los tapones amortiguan considerablemente el estrépito que está montando David Guetta con algún cantante de relumbrón que Liam no logra identificar, pero al que todos se entregan con los brazos levantados, derramando vodka y ron de garrafón en el proceso.

Mason les abre paso hasta la barra y en menos de diez minutos todos tienen algo con hielo en la mano (Liam no sabe qué le ha tocado porque es Mason el que ha pedido por él). Corey es el primero en atreverse a bailar, moviendo las rodillas y la cabeza con cierta rigidez, como forzándose a desinhibirse. Liam se dedica a mirar por encima de la marea humana. Nunca había estado en una discoteca, pero supone que esta es como todas las demás, salvo por las paredes pintadas con los siete colores del arcoíris. Nota que hay chicos que lo miran, cuando levanta la barbilla para darle un trago a su bebida. Sus ojos se cruzan con los suyos durante los dos segundos que Liam tarda en apartar la vista, porque no quiere darles a entender que está interesado en ellos. Pronto, Mason se las ha apañado para que los cuatro hagan un círculo y se mezcan como pueden, dando bandazos contra todo lo que se mueve. Liam les saca fotos para que las suban a Instagram, pero él se niega tajantemente a salir en ninguna porque en teoría, Theo y él están en el salón de casa cenando arroz tres delicias y viendo reposiciones de Constructores de Piscinas.

Cambian de ubicación más o menos cada diez minutos. Junto a una columna, pegados a la barra, cerca de la salida, sentados sobre un puff color crema. Incluso hay un photocall con boas de plumas, pajaritas de lentejuelas, sombreros y micrófonos hinchables, así que Mason y Corey están un buen rato probándoselo todo solo para combinarlo con los filtros de Snapchat. Hay veces en las que los ojos se les quedan pegados a los del otro como con pegamento extrafuerte, y dejan de reírse, y Liam sabe que van a besarse durante por lo menos una canción entera, así que los deja a su aire y se gira hacia Theo sin muchas sutilezas.

Liam quiere preguntarle si se lo está pasando bien. Supone que sí, porque no para de mover los pies, y si ponen algo de Black Eyed Peas incluso cierra los ojos y da algún que otro salto. Al lobo le da buena espina, porque aunque Theo no hable mucho, la quimera envía vibraciones positivas y animales.

Todo está en orden.

No obstante, llegados a un punto, y a pesar de sus intentos por mantenerse al margen del mercado gay, un chico asiático le hace señas a unos seis metros. Debe ser algo mayor que él. Seguramente haya venido de un pueblo cercano, porque Liam no recuerda haberlo visto por Bacon Hills. El chico está con los que parecen sus amigos, y aparentemente quiere que Liam vaya hasta él, pero como Mahoma no va a la montaña, la montaña acaba yendo a Mahoma.

A lo mejor no viene hacia mí, intenta pensar. Tragando saliva. Esto está bastante concurrido.

La idea es tan idiota que la desecha nada más pensarla, pero Liam no puede evitarlo, porque tiene dieciséis años y la única persona que se ha sentido atraído por él ha sido Hayden. Hasta esa noche. Y a lo mejor es que, no sé, le gusta más a los tíos que a las tías. Y eso le preocupa y no sabe por qué.

–¿Necesitas ayuda?dice Theo de golpe, y Liam está tan absorto viendo aproximarse al chico que le cuesta comprender la pregunta.

–¿Con qué? –contesta, desorientado.

–Con ese –inquiere Theo, cabeceando hacia el chico, que está a tres personas de llegar hasta ellos–. Claro que si quieres bailar con él o dejar que te invite a una copa... –añade, en ese tono significativo de "no me importa, pero".

Le hace cosquillas con el aliento al hablarle casi contra el flequillo. Hace meses, a Liam le habría parecido raro. Aceptar su auxilio. Ahora no. El lobo lo asumió antes que él. Le dijo la quimera, Liam. La quimera es grande y fuerte y lista. Antes mentía y era tramposa pero ahora pelea por ti y es leal. Es El Ancla. Ante esa epifanía, Liam luchó un poco contra el impulso lobuno de dejarse tranquilizar por Theo. De permitirle canalizar su rabia y calmarlo.

Nunca lo han hablado, pero supone que Theo lo sabe. Lo que es para él.

–No quiero bailar con él –farfulla Liam, apretando los labios y esperando que sea suficiente para que Theo le eche un cable. Las palabras le salen un poco alarmadas, y no alcanza a dilucidar si es porque el chico está prácticamente frente a él o porque Theo crea que Liam podría querer algo con un completo desconocido. Que a ver, no es que vaya por la vida juzgando a quienes lo hacen, porque al fin y al cabo, en eso se fundamentan las relaciones humanas. En conocer gente que luego se convierte en tu amiga o en tu pareja o en nada.

Socorro.

–No te asustes –escucha, y acto seguido Theo le está pasando un brazo por la cintura. La mano sobre su cadera, encima del cinturón. No es lo más cerca que han estado, pero normalmente ese tipo de contacto se produce en el contexto de una amenaza de muerte, así que Liam suele tener la mente ocupada. Ahora, en cambio, lo que tiene es a Theo contra su espalda y al chico asiático mirándolos a ambos con los ojos rasgados imposiblemente desorbitados.

Hasta Corey y Mason se han soltado las manos para mirarlos, boquiabiertos.

–Lo siento –se disculpa Theo, y durante un segundo Liam cree que le está hablando a él, pero no.

–No, perdón –gesticula el chico, sin saber dónde meterse. Rojo como un tomate–. No sabía que estábais... perdón. Ya me voy.

–¿Cómo lo has hecho? –quiere saber Liam, observando al chico alejarse con el rabo entre las piernas. Fascinado.

–Psicología para cromañones –responde Theo, sin soltarlo. La mejilla pegada a su sien–. Hay especímenes que conciben a las personas como a perros. Si no tienen collar, pueden llevárselos a casa.

No tiene sentido que se ruborice, realmente. Pero lo hace. Lo hace porque comprende la implicación territorial a la que se refiere Theo cuando habla de perros y collares, y entiende lo que debe haber pensado el chico cuando los ha visto así.

Estábais...

Se aparta de él con cuidado pero con firmeza, porque no quiere ser un desagradecido pero tampoco quiere que la gente del instituto se haga ideas equivocadas. Si es que no se las han hecho ya, dado que Mason y Corey son sus mejores amigos ahí dentro y Theo suele venir a recogerlo a la salida. Es eso o no verle el pelo hasta que vuelve de trabajar hasta las tantas de la noche.

Lo cual no tendría nada de malo. A Liam no le importaría pasarse el día entero sin noticias suyas. Se le quedaría mal cuerpo porque Theo es su responsabilidad, y uno tiene que vigilar a las personas de las que es responsable, pero nada más. Así que no entiende por qué han llegado a ese acuerdo tácito de marcharse juntos al sonar la campana para almorzar en casa. Y le aterra un poco lo que deben pensar las animadoras del equipo de lacrosse al respecto, porque Theo vive en su casa y coge el coche de su madre y va a pescar con su padre y sale a divertirse con Liam y con sus amigos gays a un bar para gays.

–Voy a salir un momento –anuncia, pasándose la mano por la cara y terminándose la copa. Agobiado. El regusto dulzón y con sabor a plátano se le pega al paladar y luego se evapora. Deja el recipiente sobre una mesa y da con un arco que conduce a una terraza interior.

Todavía no hay luna llena, pero cada vez falta menos para que se eleve sobre la tierra y muerda las nubes más espesas, hiriéndolas con su brillo nacarado hasta hacerlas jirones. Liam lo nota en la sangre, más acelerada y líquida.

–¡Liam! ¿Eres tú? –lo llama una voz.

Se vuelve.

Susan Howlard. Va con Liam a Química. Va flanqueada por una decena de chicas más a las que Liam reconoce como sus amigas. Tiene Literatura con Helen y con Lauren. Matemáticas Avanzadas con Paula. Las saluda a todas con un asentimiento.

–No sabía que te gustara salir de marcha –comenta Susan, dándole un sorbo a su Martini. Liam se imagina que es un Martini porque tiene una aceituna, pero vamos, que a lo mejor es un smoothie de espinacas, vete tú a saber–. Qué sorpresa verte aquí.

–Ya, bueno. Ha sido cosa de Mason –replica Liam, encogiéndose de hombros. Ligeramente intimidado por tanta chica, pero contento de poder decir la verdad–. Corey y él llevan toda la semana detrás de mí. Al final les he dicho que sí.

–¿Habéis venido los tres solos? –quiere saber Susan, y Liam no capta a qué se refiere, porque cómo pueden estar solas tres personas si son tres.

–Liam –escucha a sus espaldas, y oh no, ahora no–. Tenemos que irnos.

Desventajas de ser un hombre lobo rodeado de otros hombres lobo, banshees, coyotes, quimeras y camaleones: no te los puedes quitar de encima ni con agua hirviendo porque o te olfatean o se las ingenian para llegar hasta ti con alguna otra percepción extrasensorial sacada de la manga.

Theo tiene el móvil en la mano y el rostro serio y grave, y Liam comienza a creer que alguien ha atacado a Corey o a Mason.

–Por qué.

Alerta.

–¿No has entrado en WhatsApp?

–No.

–Tus padres están regresando a Bacon Hills. Al parecer han evacuado la estación de esquí por riesgo de avalancha.

Vale. Sin duda, eso es potencialmente peor que un ataque.

Tienen que llegar a casa, poner la ropa a lavar, darse una ducha para quitarse el pestazo a humo y a alcohol de encima, saltar dentro del pijama, lavarse los dientes y fingir que llevan horas dormidos.

–Mierda. Vámonos –resuelve, volviéndose hacia las chicas para despedirse. Esperando que no aten cabos, porque podría ganarse fama de pringado si en el instituto supieran que sus padres no le dan permiso para salir de noche y que él lo hace igualmente. Y bueno, es Bacon Hills. Todo se acaba sabiendo tarde o temprano, y las consecuencias serían catastróficas si este incidente llegara a oídos de su madre–. No le contéis a nadie que me habéis visto –les pide–. Si mis padres se enteran de que...

–No van a enfadarse contigo por ir a un local de ambiente, Liam –lo corta Susan, compasiva. Tratando de hacerle entrar en razón–. Después de todo, tu novio está viviendo con vosotros, ¿no? – continúa, señalando a Theo, que abre la boca para decir algo, pero finalmente parece cambiar de opinión–. Mi madre trabaja en el hospital, y me ha dicho que al señor Geyer se le cae la baba con él –le confiesa con complicidad, generando una oleada de ánimo por parte del resto de las chicas–. Alegra esa cara. Tus padres lo tienen más que asumido.

Qué.

Sus padres tienen asumido qué.

A partir de ahí, escucha voces pero no entiende lo que dicen. No identifica a quiénes pertenecen. La mente de Liam se bloquea y un calor venenoso le traspasa la carne de las mejillas. La tráquea se le queda sin aire y lo único sólido que percibe es un tirón en el antebrazo que lo arrastra fuera del recinto.


Si Theo tiene deseos de abordar el tema, no da señales de ello. De hecho, es como si no hubiera estado presente cuando Susan utilizó términos ominosos como "tu novio" para referirse a él en el Rainbow. O como si hubiera estado presente, pero no le importara que haya alguien sobre la faz de la Tierra que crea que están saliendo. Que sus padres lo crean.

En parte, Liam lo prefiere así. Tampoco es que sepa cómo empezar, exactamente, a explicarle a Theo que tienen un señor problema. No si él no puede verlo por sí mismo. Theo lo sigue yendo a buscar al instituto, continúa patrullando por el bosque con él y como es el último de la casa en levantarse por las mañanas, no tiene inconveniente en hacerle preguntas a Liam para ayudarle a repasar el temario que ha estudiado esa tarde, antes de apagar la luz de la lámpara y dormirse sin darse las buenas noches.

Ese miércoles, Liam friega los platos después de almorzar y se los va pasando a Theo, que los seca con un paño y los coloca en el aparador antes de subir a por su mochila y marcharse a trabajar. Entonces, Liam se da ánimos y va hacia el salón tieso como un palo de escoba. Sus padres (normalmente, Liam dice "mamá y el señor Geyer" pero piensa "mis padres") están viendo las noticias, y Liam carraspea para que le presten atención.

–¿Tenéis un minuto? –les pide, y ambos se vuelven hacia él. La sonrisa cariñosa de su madre se descuelga parcialmente en cuanto aparta los ojos de la presentadora y se topa con su cara de "mamá, le debo un millón de dólares a la mafia china".

–¿Qué ocurre, cariño?

Genial. Está preocupada y Liam ni siquiera ha empezado a hablar.

–¿Todo bien, Liam? –secunda el señor Geyer.

–Sí. Claro. Perfectamente –a trompicones. Más torpe imposible. Concéntrate–. Es... sobre Theo –suspira y vomita todo el oxígeno que le cabe en los pulmones. Felicitándose por haber soltado la principal pieza de información–. Veréis, la gente del instituto...

–¿Tus compañeros te han dicho algo sobre Theo? –lo interrumpe su madre, frunciendo el ceño. Parece enfadada, pero a Liam no se le ocurre por qué podría estarlo.

–Sí –contesta Liam, clavando la vista en la mancha de grasa de su Adidas derecha–. El caso es que quería saber si vosotros... en fin, si... –si vosotros también pensáis que he traído a Theo aquí porque estamos liados. Liam, tú puedes. Si Trump pudo alcanzar la presidencia tú puedes tener una conversación con tus padres.

Se percata de que algo no va bien cuando sus padres intercambian una mirada y asienten al unísono, como si Liam acabara de activar algún protocolo prestablecido entre ambos.

–Liam, no sabes cuánto nos alegramos de que te hayas decidido a dar este paso –le confiesa el señor Geyer con los ojos acuosos, incorporándose para estrecharlo en un abrazo.

Liam le corresponde con unas palmaditas toscas en la espalda. Desubicado.

–Ah, ¿sí?

–Nos habría gustado que nos lo contaras antes –añade su madre, uniéndose al abrazo con la voz tomada–. Theo es un chico estupendo. ¿Pensabas que nos íbamos a enfadar contigo? ¿Que lo íbamos a echar de casa? Cariño –le dice su madre, cogiéndole el rostro entre las manos–, yo no te pedí aprobación cuando empecé a salir con Malcolm*, y tú tampoco necesitas la mía. La nuestra –se corrige, y Liam nota cómo le huye el color de la cara. Capta por dónde van los tiros. Esto no puede estar pasando–. Mañana mismo iré a hablar con el director del instituto.

–¿Y eso? –respuesta automática. Hilo de voz.

–Acabas de decir que en el instituto te han hecho comentarios sobre Theo, ¿no? –le recuerda el señor Geyer–. Es inconcebible que en pleno 2017 se permita esa clase de conducta, y menos en el seno de una institución pública.

Dios mío. Habla con tus padres, Liam. Hazlos creer que tus compañeros te están haciendo bullying por ser gay. Será genial.

–Mis compañeros no me han dicho nada malo –aclara atropelladamente. Sudando pánico–. Solo quería hablar con vosotros para saber qué pensabais acerca de...

–Ya te lo hemos dicho –vuelve a cortarlo su madre, todo serenidad–. No hay nada de qué hablar, cielo.

Y están tan emocionados ante la idea de que Liam se esté sincerando con ellos que no encuentra el valor para decirles que se equivocan de cabo a rabo.

Mierda, mierda, mierda.


A Scott se lo cuenta tres segundos después de que este último se conecte a Skype. Sin preámbulos. Por una parte, porque está hasta las narices de que todos se anticipen a lo que quiere decir y por otra, porque Scott es la persona en la que ha confiado (y confía) la mayor parte de sus secretos. La primera en la que ha podido hacerlo. La licantropía, la ira y su consecuente vulnerabilidad, su pasión por la Historia y su miedo a perder el control. Scott es alfa y autoridad y familia y fraternidad. Su hermano. Su hermano mayor. Nadie salvo Mason lo conoce tanto como lo conoce él y francamente, Liam necesita escuchar su opinión, porque una cosa es que la gente con la que no tiene trato crea que está saliendo con Theo, pero otra muy distinta es que sus allegados también lo crean.

–Mis padres y la gente del instituto piensan que soy gay –brama. La puerta de la habitación cerrada a cal y canto y la manta de Kuzco hasta el cuello. Los apuntes de Biología desperdigados por el suelo.

–Por supuesto que no lo eres –lo aplaca Scott, y Liam está a punto de exclamar GRACIAS–. Mira a Jackson. Él también estuvo con chicas antes de empezar a salir con Ethan.

Liam se atraganta.

–¿A qué te refieres con también?

Scott parece meditar su respuesta. A Liam le urge verle la cara, pero se están comunicando por audio, así que se limita a mirar acusatoriamente hacia la pantalla azul.

–¿No eres... ya sabes, bi? Porque creía que era eso lo que estabas tratando de decirme –admite Scott al final, cauteloso.

–¿A ti te lo parezco? –espeta Liam, perdiendo la paciencia.

–No es que me lo parezcas, Liam –se defiende Scott, y Liam casi puede visualizarlo levantando las palmas en son de paz–. No sé, cuando regresé a Bacon Hills por Halloween olías muchísimo a él.

Liam no necesita preguntar quién es él.

Tampoco quiere pagar los platos rotos con Scott. De verdad que no. Pero la frustración le aguijonea aquí y allá y convierte todos los males de Liam en un maremágnum inestable, y busca una salida como la lava hace con los volcanes en erupción.

–¡Vivimos juntos! –estalla Liam. Los ojos relampagueando amarillo–. ¡Dormimos en la misma habitación! ¿A qué debería oler? Tú también apestabas a Malia y a Lydia y a Stiles cuando vivías aquí, Scott. Y también apestabas a mí.

–Porque sois mi manada.

–¡Theo también es mi manada! –ruge, y es difícil descifrar quién de los dos se queda más pasmado cuando lo escupe con esa cólera demente que le tira de la lengua.

Quién de los tres.

Su rabia le pierde. Liam lo sabe mejor que nadie. Aumenta su fuerza durante las peleas pero nubla el resto de sus sentidos. Por eso parpadea al ver a Theo en el umbral de la puerta. Mochila en mano y expresión indescifrable. Ojalá Liam fuera un topo y no un hombre lobo. De esa manera podría escarbar un agujero, meterse dentro y no ser testigo de cómo las comisuras de Theo se curvan y forman una sonrisa que nunca le había visto. Los ojos reluciendo (un instante, solo un instante) ese amarillo sintético y las feromonas, o lo que sean, irradiando una oleada de algo nuevo e intenso. Algo diferente a sus auras habituales; ni una pizca de desafío (ácido) o de camaradería burlona (salado) o de preservación (picante cuando se trata de guardar sus propias espaldas; especiado cuando se trata de ponerse entre Liam y un Jinete). Es apenas perceptible. Dulce. Como si hubiera merendado pastel de cerezas y crema y todavía no se hubiera lavado los dientes.

–Tengo que dejarte –logra articular Liam, cerrando el portátil con tanta fuerza que hace crujir una de las bisagras. Ya se disculpará con Scott más tarde. O no–. Cuánto tiempo llevas ahí.

–Hola, Liam. Me ha ido bien en el trabajo, gracias por preguntar. Yo también me alegro de verte.

Es afecto. Afecto en carne viva. Si el aroma hiciese ruido, Liam juraría que puede escucharlo vibrar. Ronronear como un motor. Y algo más que no es capaz de traducir al lenguaje de los hombres, porque las personas no pertenecen a nadie, pero las bestias sí, y esa sensación de pertenencia las hace sentir plenas, integrantes de un todo perfecto y simétrico.

–No entiendo por qué te alegras tanto –musita Liam, sacando los pies de la cama para ponerse sus deportivas y salir. No aguanta más. Con Theo dentro, la habitación parece que se encoge y lo aplasta –. Ya lo sabías.

Ya lo sabías. Que éramos manada.

–Nunca te había oído decirlo.

–Pues no te acostumbres.

Theo y él charlan bastante. De las clases de Liam y de sus partidos de lacrosse, del jefe de Theo, de las excentricidades del entrenador Finstock, de las broncas y las reconciliaciones de Corey y Mason. De lo poco que saben de política, de los seres que rondan Bacon Hills y la amenaza que suponen para ellos. De cómo les va a Scott y a los demás. De alguna película que hayan visto los dos.

–Vale –le sonríe Theo, y a Liam le escuece la sinceridad que desprende–. ¿Salimos ya? He cenado antes de venir.

¿Salimos?

–Sí.

Charlan bastante, pero nunca de sí mismos.


*No tengo ni idea de cuál es el nombre de pila del señor Geyer, así que le he puesto Malcolm. Ea.