Disclaimer: Todos los personajes y situaciones que conozcan pertenecen a Akira Toriyama, el resto simplemente lo imaginé

PRÓLOGO: LA MUERTE DE RADITZ

Los recuerdos se proyectan en una sucesión de imágenes caóticas y rápidas. Toda mi vida comienza a pasar ante mis ojos como una secuencia desordenada que, poco a poco, va cobrando forma en mi mente y el eco de una voz susurra mi nombre en el silencio.

—Raditz. —Me llama guiándome a través de la memoria.

Nací en las tierras de Plant, en el reino de Vegetasei, y el azar, tuvo a bien trazar para mí un sendero lleno de oscuros recovecos donde las miserias que corrompen el alma de los hombres me acechaban a cada paso. No me quejo del papel que me reservó el destino, ya que siempre acepté gustoso los caprichos de la suerte.

Apenas era un niño de siete años de edad cuando pude ver, por primera vez, las vacías cuencas de la muerte mirándome a la cara. Las mismas cuencas que me observan desde algún lugar de la habitación en que me encuentro postrado.

¡Rememoro aquel instante! Fue en la última batalla que los saiyajins libraron con los tsufurs, en esa temprana guerra que asoló las tierras altas como preludio de todas las que vendrían después.

Ni tan siquiera hoy, después de mucho meditar sobre ello, logro entender el porqué de aquella reyerta absurda que enfrentó dos pueblos forzados, desde siempre, a entenderse. Ahora, en mi último aliento, tengo la convicción de que la ambición de un rey sólo fue la excusa. Culpo a la sangre. A ese torrente venenoso que alborota el espíritu de todo buen saiyajin empujándolo a pelear. Cuando escuchas la llamada; poco importa la lógica, la posibilidad de la derrota, la certeza de saber que será la última vez, que ese día tus cenizas se esparcirán al viento, que tu cuerpo desmembrado yacerá sobre la hierba.

Desde el primer momento estábamos condenados, y aún así, nos entregamos ciegamente a una lucha sin cuartel sin importarnos las consecuencias. Es cierto que a nosotros nos acompañaba: el valor, la destreza y la fuerza. ¡Pobres aliados ante la sensatez y el conocimiento! Vencieron porque, como siempre en esta vida, la razón supo imponerse a los instintos.

La mía era una tierra inhóspita poblada de guerreros indomables, arrojados hombres y mujeres, valientes y osados. Desde pequeños se nos instruía en el arte de la guerra. Solía decirse que era espada la primera palabra que los niños aprendían en Vegetasei. ¡Una exageración! Pero evoco melancólico aquellas primeras lecciones junto a mi padre. Las horas de duro entrenamiento que comenzaban temprano, bajo la niebla matutina que solía cubrir los campos en mi tierra natal.

Bardock, era un maestro duro e inflexible, podía tenerme días practicando un sólo movimiento hasta tener la convicción de que el resultado era aceptable. Nunca bueno, simplemente pasable. Desde los cuatro años me adiestro diariamente; sin importar el frío, la lluvia o la nieve, en el manejo de las armas, así que, cuando cumplí los siete, al igual que el resto de mis congéneres, ya era mejor soldado que la mayoría de los que conforman muchos ejércitos.

¿Entonces? Os preguntareis, ¿cómo pudo un puñado de débiles e inexpertos combatientes doblegar las orgullosas huestes saiyajins? La respuesta es sencilla. Nuestra espada, aunque diestramente manejada, estaba hecha del más pesado hierro, la del "enemigo" de ligero acero. Eso igualó las fuerzas; luego la estrategia hizo el resto.

Los tsufurs habían robado los secretos de esta aleación de los maestros herreros de Chikyuu, de quienes se dice, pueden forjar las espadas más livianas y resistentes, fabricar escudos que las flechas no pueden atravesar, lanzas que nada puede quebrar y construir armas capaces de derrumbar los muros infranqueables de Shakkotsu. Siempre pensé que aquello no era más que leyenda. ¡Cómo ha cambiado mi visión del mundo!

Tan sólo seiscientos, de los cinco mil hombres que se lanzaron al combate en aquella madrugada, sobrevivieron. La mayoría de ellos no eran saiyajins. Yo llegué tarde así que mi memoria apenas puede esbozar una representación imprecisa de lo acontecido. Pero tengo la certeza de que la lluvia y el viento tardaron semanas en poder borrar las manchas de sangre reseca sobre la tierra. Las piras ardieron durante horas alimentadas por los cadáveres que se escampaban en la pradera, cubriéndola casi en su totalidad.

Esa fue la primera vez que la vi, en medio de todos aquellos cuerpos anónimos sobre los que yo caminaba en busca de alguna cara conocida. De negro riguroso, sosteniendo la guadaña entre sus dedos desprovistos de piel y carne. Huesos, huesos amarilleados por el tiempo. Fijó en mí sus cavidades oscuras, huecas y abrió la boca. Supe en aquel preciso momento que la muerte también sonríe. Nuestros caminos se han cruzado después en varias ocasiones, pero siempre hemos respetado el pacto tácito que sellamos ese día… Siempre hasta hoy.

Mucho he andado desde entonces. Descendí de las montañas, más allá de las tierras altas, donde huimos los pocos que logramos sobrevivir a aquella masacre, hasta las tierras bajas. He recorrido Hyogen, con sus acantilados descolgándose hasta el mar y sus playas de arena negra. Crucé el caudaloso Antei y me adentré en las arboledas oscuras de Maboroshi no Hayashi hasta llegar a Chikyuu. Bajé a las entrañas de la Tierra para ver con mis propios ojos las vetas de donde extraen el hierro y el carbón que conforman la hoja de mi espada. Cabalgué por praderas bordeadas de milenarios robledales y descansé mis doloridos pies a la sombra de los bosques de bambú. Sufrí la sed en los desiertos de Namekusei y al final del camino, Shakkotsu, la inexpugnable fortaleza que se alza en medio de las olas.

Un sudor helado perla mi frente calenturienta y los espasmos sacuden mi cuerpo. Tengo frío, mucho frío. Sé que se acerca la hora en que abandonaré este mundo. Abro los ojos a la penumbra de la habitación y la veo, en un ángulo oscuro, esperándome. Me sonríe como en aquel primer encuentro. Ha venido puntual a la cita y tan sólo tengo que tomar su mano huesuda y dejarme llevar. Cumplió su parte del trato. El acero de mi espada, manchado con la sangre de aquel que un día mató a mi padre, es la prueba de ello.

El olor del luto impregna la atmósfera a mí alrededor y las miradas de los que me acompañan en estos últimos momentos, se clavan en mí. No hay esperanza en sus rostros. Cierro los ojos y la oigo acercarse, arrastrando los pies por el marmóreo suelo, el movimiento de su túnica rozando el aire, el crujir de las articulaciones, de las vértebras cuando se inclina sobre mí y me besa, dulcemente, porque es dulce el beso de la que tanto esperé.

Me hubiera gustado poder relatar como concluye mi historia pero ya no me queda tiempo, y mis labios resecos, apenas pueden murmurar frases inconexas. Quizás ellos quieran hacerlo, ellos, los artífices de mi venganza…

Los recuerdos se detienen, ya no queda nada, no hay imágenes y a lo lejos repican las campanas. Tañen a muerto, tañen por mí, tañen por la victoria.


"Todo progresa y se dilata, nada se viene abajo,

Y morir es algo distinto de lo que muchos supusieron, y de mejor augurio."

(Hojas de Hierba. Walt Whitman)


Chikyuu: Tierra

Hyogen: Hielo

Shakkotsu: Cubito

Antei: Equilibrio

Maboroshi no Hayashi: El bosque misterioso


Nota de la autora: ¡Aquí estoy otra vez! Mi segundo universo alternativo (muy alternativo esta vez) con Bulma, Vegeta y Goku como personajes principales y bueno, un poquito de Raditz que es un personaje que me encanta.

Bien, tengo que advertir que en esta historia: nada de ki, nada de volar (excepto la imaginación) y nada de naves espaciales que nos llevan de un planeta a otro. La situaré en algo así como otra época, otro lugar. De momento no diré nada más.

Es un fic un tanto atípico pero no me lo podía sacar de la cabeza y decidí darle una oportunidad. Sé que no es lo que esperaban (yo tampoco) pero mi cerebro, a veces, me juega estas malas pasadas.

Creo que lo mejor es leer e ir haciéndose una idea. El primer capítulo es un prólogo que continua, en parte, en el capítulo siguiente. ¡Ah! Y que no os engañe el principio, éste es un fic básicamente romántico. ¡Aunque no esperéis un cuento de hadas porque no lo es!

Quiero dar las gracias a Midory por betearme. ¡Qué sería de mí y mis historias sin ella!

Sólo pediros que seáis buenos y buenas y me deis vuestra opinión. Y sí, se aceptan tomatazos y demás verduras.

Os deseo la mejor de las suertes y hasta pronto…