Don't You Cry Tonight…
Prólogo
Todo el aire estaba repleto de humo, escoria ardiente y cenizas, que caían como lluvia ardiente sobre los cuerpos yacientes en el campo de batalla.
El olor de la muerte impregnaba el lugar, cual peste se expandía.
Él se levantó. Podía percibir el olor a carne quemada y escuchar el lamento cercano de los guerreros que agonizaban. La sangre ya coagulada, manchaba parte de su rubia cabellera, así como nublaba la visión de uno de sus ojos. Tomó su espada y miró desesperadamente los alrededores, como buscando algo…o alguien.
-¡Ayra!-gritó con todas sus fuerzas.
Su cuerpo le pesaba y las heridas infligidas durante la batalla hacían mella en él, provocando que sus pasos fueran lentos. Él observaba en su pierna derecha, una de sus tantas heridas. De esta aún emanaba sangre, que con cada paso dejaba un rastro.
-No puedo morir…aún no…-se decía a si mismo.
Visiblemente agotado, cayó de bruces, para de nuevo incorporarse. Sintió un dolor agudo en el abdomen, llevándose su mano hacia éste, como si con ello su dolor amainaría. Inmediatamente su otra mano fue directamente hacia su boca, al vomitar una pequeña cantidad de sangre.
-Aún no…por favor…
Sintió que le faltaba el aire, al observar no lejos de ahí, tirado de cara al suelo, un cuerpo de larga cabellera negra y con una espada aún siendo sostenida por su mano.
La había encontrado, la levantó con sumo cuidado y echando la cortina de cabello de ella hacia atrás, tocó su cara, apenado y mirando lo que un día fue el más hermoso de los rostros. Bajo una de sus cejas, había un párpado chamuscado y un hilillo de sangre escurría por su frente, los golpes habían dejado marca en su piel. Más a Holyn no le importaba, en sus mejillas aún había color y sus labios carnosos aún eran dignos del más apasionado de los besos.
-Ayra…-susurró, como si no deseara despertarla.
El ojo intacto se abrió levemente y Holyn la miró atónito, a pesar de su estado, ella pudo esbozar una sonrisa. Holyn la acogió en sus brazos, procurando no lastimarla aún más, cosa difícil, ya que deseaba abrazarla lo más fuerte posible.
Ayra le correspondió, abrazándolo débilmente, trató de decir algo, pero no pudo más.
Poco a poco su brazo fue bajando, hasta quedar inerte, sus dedos soltaron la espada, produciendo un golpe seco al caer y su cabeza se hundió en los hombros de su amado.
Holyn también soltó su espada, y no pudiendo contenerse, rodeó el cuerpo de Ayra con sus brazos, seguido de lágrimas que surcaron su rostro, siendo un llanto de amor y a la vez de dolor.
Dirigiéndose hacía ellos, una unidad de soldados ya alistaban sus armas para dar muerte a Holyn. No había refugio ni escapatoria…
Estaba decidido, no iba a morir sin luchar antes, reunió la poca fuerza que le quedaba y tomando una vez más su espada, se preparó para su muerte.
[…]
Y justo antes de morir, también soñamos…
