Seis meses. Faltaban dos días para que se cumplan los seis meses desde la partida. Henry esperaba con nervios ese día. Otro mes más sin su madre. Deseaba que no fuera real, que todo sea parte de alguna cruel pesadilla de que podría despertar. A pesar de todo, y de cómo el abandono le pesaba, tenía la esperanza de que su madre volviera. Porque estaba claro que se fue. Después de que toda la ciudad se ponga contra ella por un crimen que no cometió, incluyendo su propio hijo, no había razón para que se quede. Encontraron una mansión vacía, con clósets vacíos, sin dueña. No había cartas, excepto los papeles para transferir la custodia de Henry a Emma sobre la cama de la morena, lo que dejó en claro que no estaba a voluntad propia.

Más de un corazón se rompió por ello. Snow y Emma fueron gravemente afectadas. La madre siempre esperó que Regina pudiera cambiar y ser parte se la familia, nunca perdió la esperanza, hasta ese momento. Y Emma... ella seguía sin creer que aquella mujer, sexy hasta el infierno, que por más de uno sería comparada con el Diablo, la persona más determinada y testaruda que conoció en su vida, después de ella misma, haya huido y abandonado al hijo que tanto reclamó como suyo y de nadie más. A la única persona a la que fue capaz de admitir que lo amaba.

Detrás de la incredulidad, llegó la rabia. ¡Cómo pudo hacerle eso a Henry! Afortunadamente, esa etapa se fue tan rápido como llegó. Ya que empezó a lastimar a Heney con sus constantes comentarios e inusual indiferencia ante la falta de la ex reina.

Ahora, solo quedaba el fantasma de la pérdida y ese molesto sentimiento que tenía desde antes. No estaba segura de qué era, y tampoco quería saberlo. Así que lo encerró bajo siete llaves y se las dió de comer a un dragón.

Por suerte para los Charmings, se acercaba un nuevo evento en Storybrooke. Desde que Regina desapareció, Snow se hizo cargo de todo en la alcaldía, lo que fue más difícil de lo que pensaba. ¿Era necesario tanto papeleo? se preguntaba mientras le llegó una idea para "unir al pueblo" aunque era más para unir a su familia, disfuncional desde Regina. Un baile. Y qué mejor momento que en Año Nuevo, que estaba cada día más cercano. Era la forma perfecta de honrar las tradiciones del otro mundo.

A pesar de que Emma no estaba de humor para un baile, aceptó ir, después de oír los ruegos de Henry, quien creía que sería una buena forma de despejarse. Aunque la verdadera razón era que ese mismo día ocurría otra cosa, algo que deseaba olvidar ahora, porque dolía recordarlo. Así que tomó rasgos de ambas madres y encerró su dolor, convirtiéndolo en una falsa euforia.

«¡Mamá! No hay forma de que me metas en eso» se quejó Emma, señalando el vestido rosa pálido que Snow sostenía. Le parecía simplemente espantoso. ¡Tenía brillos! En la parte baja de la falsa, en el pecho, la espalda, ¡en todos lados! Así que su respuesta era un rotundo 'no'.

«¡Vamos, Emma! Haz un esfuerzo. Mira a Henry, él aceptó el traje muy bien».

Eso es porque fue criado por Regina Mills.

La rubia fulminó a Henry con la mirada por forzarla a hacer eso y él respondió sacando su lengua burlescamente.

«Bien. Pero no voy a usar ese. Es horrible».

«¡No es cierto!».

«Entonces úsalo tú».

«Queda mejor con tu pelo rubio. Además, Charming y yo ya tenemos la ropa a juego para el baile».

«¿A juego? ¿En serio?» dijo torciendo el gesto.

«Mm-hmm. Apúrate. También tenemos que elegir la máscara».

«¡¿Máscara?!» abrió los ojos con espanto.

«¿Olvidé mencionar que es un baile de máscaras?».

—0—

Sus piernas temblaban. El latido de su corazón en su pecho se descontrolaba más a cada segundo que pasaba. Un paso más. Y otro. Y otro. Tenía que avanzar.

El vestido no era como los que solía usar. Este era de un color claro, celeste, la falsa caía tranquila y era un poco más corto, hasta las rodillas por delante. No tenía un exagerado escote ni corsé. Era un alivio, aunque extraño cuando se trataba de un baile. Sus tacones blancos cerrados por una hebilla eran otra novedad, pero no tanto como la chaqueta de cuero del mismo color. Ella no usaba tal cosa, le recordaba a Emma y su horrible chaqueta.

Pero, ahí estaba ella, con una para protegerse del frío, aún sabiendo que no era suficiente para el frío clima de Maine. Llevaba medias, también. De nuevo, no era suficiente. Pero ignoró el frío atacando su piel y se enfocó en los pasos y sus nervios, que aumentaban con cada pisada de sus tacones. Su cabello atado en un complicado peinado, en el cual tuvo que ayudarse con magia para hacerlo.

Caminó por las calles de Storybrooke con la sosteniendo la máscara constantemente delante de su rostro. Tenía un pluma negra sobresaliendo el lado izquierdo de la cabeza y el material de la máscara celeste grisáceo cubría sus mejillas con la forma de dos aguijones que llegaban hasta su mandíbula, rodeando los labios pintados del rosa viejo que solía usar.

Y allí estaba. A punto de pasar por esa puerta. No sabía si estaba por cometer el peor error de su vida o de darse una gran alegría después de tanto tiempo.

La música del vals resonaba contra sus oídos. Miraba a su alrededor, y nadie parecía reconocerla. Perfecto. Sostenía con firmeza la máscara mientras divisaba a cada uno de los "invitados", aunque en realidad cualquier era capaz de formar parte del baile. Snow y su príncipe estaban a un lado, con trajes a juego azúl, dando presencia. Vió a Pepe Grillo y el Hada Azúl en una animada conversación a la que se le unieron unas cuántas hadas. Aún no encontraba a las dos personas que más deseaba ver.

Caminó hasta la mesa de comida y agradeció que no debía usar corsé en ese mundo, sino lo último que haría sería saciar su hambre. Pero se encontró con que su estómago se había cerrado. Pinchó una pequeña zanahoria y se la llevó a la boca, para disimular. Su sentido común le seguía repitiendo que estar ahí era una pésima idea, y probablemente tenía razón.

«Los bailes tampoco son lo tuyo, ¿eh?» escuchó la voz de Emma a su lado.

Se sobresaltó y se llevó la mano al pecho. Sin duda alguna era una horrible idea. Cuando se recuperó se limitó a asentir y fingir que buscaba algo de comer.

«Tampoco hay nada interesante para comer. ¿Acaso no conocen lo que es comida de verdad? ¡No soy un conejo!» exclamó robándole una risa tímida a Regina. «No hablas mucho» y no obtuvo respuesta. «Ok, entiendo, si quieres te dejo sola» dijo decepcionada e intentó irse para ser detenida por la mano de Regina, tomándola del brazo. «Oh, simplemente no hablas, ¿eh? ¿Quieres bailar?» dijo improvisada.

El sentido común de Regina lo tenía claro. Negarse y salir corriendo. De nuevo, lo ignoró y tomó la mano extendida de la rubia. Notó como la mujer temblaba ligeramente. No hacía frío ahí dentro, estaba nerviosa, se atrevería a pensar que más que ella misma. Seguramente nunca había bailado un vals antes.

Presionó ligeramente su mano, y Emma entendió la señal. Podía confiar en ella, la ayudaría, aunque no le hablara. La guió con los pasos y las manos, hasta que ya no fue necesario. Ignoró las miradas que le dirigían a la Salvadora por estar dando el primer baile de la princesa antes de tiempo, y con una mujer.

Se sintió honrada, a su pesar, de ser su primer baile. Dió una pequeña reverencia, imitada por Emma, al terminar el baile.

«Gracias» dijo la rubia. «Por enseñarme».

La morena sonrió comprensiva y asintió. Caminó por el salón un poco más, esperando encontrar a su principito. Y lo logró, llevándose una desagradable sorpresa al verlo hablando con una chica de su edad.

¿Quién es esa chica que está hablando con mi hijo?

Se olvidó de corregirse al referirse a él como su hijo. Ya no era suyo, era de Emma, ella lo había dejado en claro. Y la morena lo había dejado, no se sentía con el derecho de llamarlo su hijo. Pero esta vez lo dejó pasar. Lo observó en la distancia, y sus interacciones, hasta que empezó a escuchar gente exclamando.

Cinco.

Era la cuenta regresiva.

Cuatro.

¿Y ahora?

Tres.

¿Qué haría?

Dos.

Sintió una mano tomándola del brazo girandola. Era Emma.

Uno.

Escuchó mientras sentía a Emma estampando sus labios contra los suyos. Ignoró nuevamente a la razón y respondió el beso.

«¿Puedo ver a la hermosa dama tras la máscara?» le dijo.

Regina bajó la cabeza y tragó saliva. Eso era lo último que quería.

«Entiendo» murmuró la rubia, claramente decepcionada, y con ese sentimiento de rechazo al que estaba acostumbrada.

«¿Mamá?» la llamó la voz del muchacho.

«¿Henry?» dijo Emma, había olvidado que él podría haber visto eso.

Pero el jóven no la miraba a ella. «¡Mamá!» exclamó mientras atrajo a la misteriosa morena en un abrazo a su cintura.

La mujer quedó paralizada, incapaz de movimiento o habla.

«¿Regina?» finalmente dijo Emma, reconociendo a la mujer tras la máscara. Regina siguió sin emitir sonido. La rubia levantó su propia máscara, y luego la de la ex reina. «Eres tú» no sonaba molesta, sino esperanzada.

«Hola» dijo tímida. Fue lo primero que dijo en toda la noche, la primera palabra que intercambió con alguien que no sea Mr. Gold en mucho tiempo.

«Eres tú» repitió.

«¿Mamá?» escuchó que dijo el pequeño.

«Hola, Henry» dijo con emoción.

«Te extrañé» y apretó su agarre.

Esta vez la mujer lo rodeó con sus brazos igualmente y apoyó su barbilla en su cabeza morena. «Yo también, Henry, no tienes idea cuánto».

El pequeño se acercó más al oído de su madre hacía tiempo perdida. «Feliz cumpleaños, mamá» susurró.

Una lágrima silenciosa cayó por la mejilla de la morena.

«Eres tú» dijo por tercera vez.

Henry se separó y observó el intercambio entre las dos.

«Eso parece».

Fue lo único que pudo vocalizar antes de que Emma volviera a besarla, con más pasión que antes.

«Eres tú».