ALLEGRO GIOCOSO, MA NON TROPPO VIVACE.

Por Nimirie

Este fanfic participa en el reto "221B el Musical" del foro I am sherlocked

Beta: Rus Ackerman


1

Las notas del Concierto para violín en Re mayor de Brahms se escuchaban por toda la casa, lo cual en vez de calmarla pareció exasperarla.

-Es un mueble, nada más.

Su madre sirvió un vaso más del líquido transparente y lo bebió de un solo trago. Odiaba que se refiera así de él, pero no se atrevía a responderle nada en contra. Era su madre, la quería, o eso se obligaba a pensar, porque habría sido raro no querer a su madre ¿verdad?

Tenía seis años y sin embargo, recordaba pocas risas, pocos momentos hermosos. No iba a la escuela, siempre estaba en casa, pero ella pasaba días ausente, cuando tenía giras, durante semanas no la veía. Y cuando estaba era peor que su ausencia. Le ponía enfrente el violín de su padre, jalaba sus brazos para que adoptara la posición adecuada, apretaba sus dedos sobre el instrumento.

No podía, no quería. Él no tocaría el violín como su padre, era algo que no sabía hacer y que jamás querría aprender. Entonces ella gritaba que no se parecía a él en lo más mínimo, que no podía creer que fuera su hijo, que tampoco se parecía a ella. Que lo odiaba. Se iba después de eso, azotaba la puerta de su cuarto y se terminaba la botella que contenía el líquido claro. Por la mañana lograba despertar milagrosamente y se iba de regreso a la ciudad. No volvía en días.

-No eres un mueble –le dijo aquella vez aunque él no parecía muy afectado por eso. La verdad es que la ignoraba y no interactuaba con su madre en absoluto. Lo cual era lo mejor, recordaba que cuando él era más pequeño ella solía gritarle, pedirle lo mismo que le pedía a él, que tomara el violín y que tocara. Pero tampoco podía, también se quedaba mirando el instrumento como algo extraño y aberrante.

-Pero soy una cosa –respondió el hombre que había estado sentado a su lado, como siempre, a su lado, su única compañía.- A eso se refiere tu madre.

-¡No eres una cosa! –Gritó el pequeño niño sintiendo verdadera pena. Durante años había sido ellos dos, era él entonces todo su mundo, su madre no quería estar a su lado, no después de los primeros meses. Ese mueblo, como ella lo había llamado, había cuidado a un bebé recién nacido cuando su madre no podía ni siquiera sostenerlo. Ese mueble no era una cosa, él era su padre, lo quería, lo amaba de verdad, no sólo porque algo dentro de se convenciera de tener que hacerlo.

-Hamish –le dijo y al mismo tiempo acarició su cabeza de manera amorosa. Así se comportaba cuando ella no estaba, sonreía, lo cuidaba, le preparaba alimentos de acuerdo a un horario y se encargaba de su educación.- Yo no soy una persona.

-No me importa lo que eres. –La respuesta era sincera, la había pensado una y otra vez. Recordaba muchas cosas, su madre decía que no era posible, que los niños así de pequeños no recordaban tanto, pero él lo hacía. Recordaba sus primeros pasos, recordaba haber reído porque podía hacerlo, recordaba querer llegar a sus brazos. Recordaba llamarlo por su nombre por primera vez, aunque su madre se había enojado terriblemente al escucharlo, lo había sacudido con fuerza tratando de borrar esa palabra de su boca.

Pero llegó él, lo salvó, la aventó con fuerza y ella se retiró a su habitación, se encerró por mucho tiempo ahí. Todo porque él le llamó papá. Porque así lo sintió desde siempre, no entendía qué tenía de malo.

-Tu madre contrató un servicio al morir tu padre…

-¡Tú eres mi padre Sherlock!

Estaba harto de esa conversación, llevaba mucho tiempo tratando de hacerle entender algo que no quería entender. Sabía que ella se lo había ordenado, la había escuchado. Pero no tenía sentido, no habría manera de convencerlo de otra cosa y poco le importaban los detalles.

-Tú eres mi padre.

Sintió sus brazos a su alrededor, siempre lo consolaba cuando las lágrimas aparecían en sus ojos. Entonces encendía el reproductor de música y automáticamente comenzaba a escucharse una de las grabaciones de su padre, de aquel que lo engendró, del que se casó con su madre. Había sido un gran violinista, primer violín a pesar de su corta edad, toda una estrella que gozó de cinco maravillosos años de fama.

Hasta que murió. Porque su esposo insistió en tener una semana a su lado, lejos de todo su mundo, unas sencillas vacaciones en la casa dónde él había crecido. Él salió a comprar algo de comer, jamás regresó. Ella se enteró un poco después de que estaba embarazada y entonces, su mundo se cayó a pedazos.

-Yo… -titubeó, normalmente no se veía a Sherlock titubear. Tenía todas las respuestas, hasta las más difíciles, sabía absolutamente de todo aunque la mayoría de la información la clasificaba como inútil, hasta cosas que a Hamish le parecían importantes. Como el Sistema Solar.

-Me has cuidado toda mi vida. Cuando tengo fiebre me bajas la temperatura, me das la medicina, me preparas la comida que me gusta. Juegas conmigo a los piratas, escribiste un libro de "historia" de mis peluches.

El hombre al que consideraba padre, el que no era un hombre, el que se llamaba Sherlock, habría llorado de ser posible. Pero no lo era, así que sólo agachó la cabeza queriendo ser capaz de expresar de alguna manera lo que pasaba por su cabeza. Hamish entendía, no le era sencillo, había aprendido a sentir a su lado, lo sabía, no tenía que expresarlo, cada día de su vida cuando el abandono de su madre se hacía más patente, los sentimientos de Sherlock hacia él lo mantenían con vida.

-Eres mi padre Sherlock Holmes y eso no lo va a cambiar el hecho de que no estés vivo, de que no seas un ser humano.

La música los envolvió, la fuerza de la interpretación era abrumadora, siempre le causaba el mismo efecto, lo llenaba de vida, lo hacía desear haber conocido al hombre que podía sacar tanta emoción de un instrumento. Pero no había sido así. La vida le había quitado a su padre, le había dejado con el pálido fantasma de su madre.

Por fortuna, la vida le había dado a Sherlock. Le había dado a su familia, a su hogar, un padre que lo amaba y que cuidaba de él. Tenía mucha suerte, de tener a su lado a alguien que lo quisiera tanto y de manera tan incondicional.

-Te quiero mucho papá.

-Yo te quiero más Hamish.

2

El día en que cumplió ocho años su madre se despertó temprano. Le sorprendía tenerla en la casa, se suponía que estaría de gira, que no regresaría hasta dentro de dos semanas más, pero el día anterior llegó y sin decirles una sola palabra, se encerró en su habitación.

Algo había sucedido aunque no tenía el valor para preguntar, temía provocar su enojo, temía que lo sacudiera o que lo golpeara. Ya lo había intentado, pero su padre siempre estaba ahí para detenerla.

Ella ya no decía nada, lo escuchaba decirle papá y no reaccionaba. Creyó por un momento que la vida podría seguir así, no le importaba que estuviera confinado a aquella casa, que nadie supiera de su existencia, que no tuviera más familia ni más mundo, ni nada más.

No fue así. El día de su cumpleaños ella horneó un pastel, lo abrazó por más de cinco segundos y antes de medio día ya estaba bebiendo sentada en una silla reclinable en el jardín. No le pareció nada fuera de lo normal. Su padre y él cocinaron hamburguesas y vieron una película, a Hamish le gustaba la comida simple y la manera en que Sherlock arruinara la trama diciendo desde las primeras escenas lo que pasaría al final.

Las cosas cambiaron en el momento en que entraron en la cocina para dejar los platos sucios y vieron que ella estaba sentada en el mismo lugar sin haberse movido en absoluto. Hamish salió y se acercó despacio, si estaba dormida no quería despertarla o se enojaría con él. Estaba descalzo y antes de que pudiera terminar de rodear la silla sintió que sus pies habían pisado algo completamente húmedo.

Miró sus pies. Rojos.

Sherlock corrió hasta dónde él estaba parado y lo cargó, evitando que siguiera avanzando, que se cuestionara la razón por la cual el líquido rojo cubría sus pies. Para cuando entendió lo que sucedía las cosas estaban sucediendo. Ella estaba muerta, había terminado con su vida el día de su cumpleaños y ahora era cierto lo que había pensado siempre, que sólo tenía a su padre. Sherlock y él estaban solos.

No se podían quedar. De hacerlo, ¿cómo podrían explicar la presencia de Sherlock? Casi nueve años en el pasado cuando su madre no pudo lidiar con la pérdida de su padre contrató un servicio que la ayudó con su proceso de duelo. Era algo experimental, una especie de programa que replicaba la personalidad de alguien a través de su interacción en las redes sociales, vídeos, mensajes, etcétera.

Su madre pasó tres meses encerrada en la casa hablando por teléfono con ese programa. Creyó que sería una buena idea comprar el paquete más caro. El único problema es que la réplica de su padre nunca fue exacta, no era lo que ella quería, no podía tocar el violín, no la miraba con adoración, no quería siquiera tocarla.

Ella lo odió.

Tanto o más como odiaba a Hamish, porque tenía el mismo cabello rizado de color negro, porque sus ojos a veces se veían azules y algunas veces verdes, porque pese a que ella era su madre, el niño sólo sonreía cuando lo cargaba aquella horrible máquina.

Tomaron sólo lo más importante y abandonaron la casa. Debería haber sentido algo más por la muerte de ella, pero tenía tanto tiempo que había aceptado que ella no lo quería que ahora no podía llorar. Ella lo perdió todo al perder a su padre, continuó con la música, pero en el fondo, también la había perdido.

Sólo tenía las grabaciones y eso jamás fue suficiente.

Fueron lo más lejos que pudieron, llegaron hasta Aberdeen, un lugar precioso con acantilados y praderas verdes. Hamish la escogió porque le gustaba el nombre. Tenían poco dinero, el efectivo que ella guardaba en la casa, pero suficiente como para que pudieran vivir un par de meses. Durante la primera semana el niño no pudo dormir alejado de su padre, tenía miedo a abrir los ojos y que él desapareciera.

William Scott era conocido pero no tanto como para que la gente normal identificara su rostro, era un violinista no una estrella de cine. Además de todo pocos conocían el nombre completo del artista, así que pudo usar con libertad el Sherlock Holmes y nadie nunca lo asociaría. Todo lo que necesitaba lo consiguió gracias a su amplio dominio del internet, su código le permitía entrar y salir de cualquier dependencia que tuviera sus registros en línea.

Así consiguió actas de nacimiento, comprobantes de estudios y hasta una cuenta de banco. Armó una vida para él y para el niño, una donde pudieran estar juntos hasta que él creciera y no lo necesitara más. Estaba seguro de que un día en el futuro sus caminos se separarían y no podría hacer nada para evitarlo.

Hamish ingresó a una escuela privada que tenía grados desde primaria hasta la secundaria. El niño ingresaría tres años tarde y eso lo tenía exageradamente nervioso, aunque Sherlock le aseguraba que estaba mucho más adelantado que los otros niños de su edad. El primer día de clases del nuevo ciclo escolar vistió por primera vez un uniforme y salió a la calle tomado de la mano de Sherlock.

Al morir su madre, el programa de Sherlock tendría que haberse desactivado, de eso nunca hablaron, tal vez evitaban el tema temiendo que si lo mencionaban entonces tuvieran que enfrentarlo. El programa marcaba que nunca se pudiera alejar del lugar donde fue activado a menos que la persona que lo había hecho lo acompañara.

Pero ahora estaban ahí, caminando por una calle empedrada con dirección a la escuela, donde además de todo Sherlock daría clases. Habían escogido la historia porque con su acceso a bases de datos, podría tener cualquier dato, cualquier referencia, por oscura que fuera esta. Daría clases a chicos que preparaban sus exámenes de ingreso para la universidad, lo que se conocía como A-level.

Sherlock los había impresionado, también por el hecho de que se viera tan joven para un hombre de treinta y cinco años con un hijo de ocho. También estaba nervioso, las últimas semanas había interactuado con muchas personas y la mayoría pensaban que era una persona extraña y poco sociable. No le importaba, sólo que temía cometer algún error que hiciera que perdiera a Hamish, eso era lo único que no toleraría.

Se separaron al entrar, Hamish parecía encajar a la perfección. Caminó por el pasillo con dirección a su salón sin dudarlo. Sherlock lo vio alejarse, definitivamente era algo que envidaba del niño y lo hacía sentir orgullo.

-¿Es tu hijo?

La voz pertenecía a un hombre de una estatura menor a la suya, cabello color arena y ojos azules. No lo esperaba, aquel contacto era extraño y tenía unos deseos enormes de salir corriendo. Pero entonces recordó que no estaba confinado a su casa y tenía que hablar con otras personas además de Hamish. Miró al hombre y trató de sonreír.

-Lo es.

La respuesta aunque sencilla, fue dicha de una manera que esperaba fuera agradable. El hombre sonrió también y pareció complacido con esas dos palabras que obtuvo. Era confuso, su evaluación del hombre a su lado era difícil de procesar, parecía nervioso y al mismo tiempo, parecía decidido, su frecuencia cardíaca estaba acelerada, al igual que su respiración y aunque lo miraba, desviaba su mirada demasiado rápido.

-John Watson, profesor de música –dijo y le ofreció su mano.

-Sherlock Holmes, profesor de historia –le respondió y tomó su mano.

La serie de datos imposibles de analizar que se generaron con aquel contacto fueron impresionantes.