Una traición, una mentira y una memoria perdida lograron que Harry, Ron y Hermione tomaran caminos distintos por siete largos años; sin embargo, el destino se encargará de unirlos de nuevo y con ello dos enemigos desconocidos aparecerán. Poniendo a prueba una vez más su amistad, obligándolos a enfrentar sus más grandes miedos: El dolor, la perdida y la soledad.

No obstante, un segundo pasado se presentará, trayendo consigo un nuevo problema para Harry, quien no estará dispuesta a darse por vencida tan fácilmente, luchando por lo que cree, aún es suyo... él.

Llevando a Harry cuestionarse: ¿Aún te amo?

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Prólogo

No podía creer lo que acababa de ver, ¡Jamás lo esperó de Hermione! pudo haberle hecho frente en ese momento, pero no quería matar a golpes a ese miserable. Hermione tenía que darle la cara tarde o temprano…

—¡Maldita sea! —Soltó al aire haciendo un esfuerzo por no llorar, ¡Merlín como dolía! —¡Soy un imbécil! —Se decía mientras caminaba hacia las afueras del castillo, necesitaba privacidad para poder descargar su coraje, ¿En qué momento dependió tanto de la castaña? —¡Ojalá pudiera borrarte! —Gruñó con dolor mientras se dejaba caer de rodillas llorando, derrotado. No se percató hasta ese momento que había llegado cerca del sauce boxeador…

—Deseo cumplido —se escuchó una voz detrás de él. El moreno inmediatamente se incorporó y sacó su varita alerta a cualquier movimiento.

—¡Quién anda ahí! —exigió saber mientras se limpiaba rápido el rostro. Pero tarde formuló la pregunta cuando un hechizo le fue lanzado por la espalda dejándolo inmóvil, cayendo de frente sobre el pasto.

—Saquémoslo de aquí, rápido —ordenó la voz de un hombre. El moreno no podía distinguir de quién provenía esa voz y mucho menos distinguió el rostro, ya que le arrojaron una especie de tela sobre la cabeza para enseguida conjurar un encantamiento levitatorio sobre su cuerpo ¿Qué pensaban hacer con él? Se preguntó preocupado ¡Maldijo la hora en que decidió salirse del castillo de noche!

—¡Arrójenlo! —mandó lo que al parecer esta vez fue la voz de una mujer. El golpe en su espalda le hizo entender que ya estaba sobre el suelo. No pasó mucho tiempo cuando se le fue descubierto el rostro para inmediatamente invocar un Incarcerous.

—Retira el otro hechizo, pero antes cubre su boca —Volvió a decir la voz del hombre. Al sentir sus extremidades poder moverse otra vez giró su rostro a todas direcciones desesperado y reconoció el lugar como la casa de los gritos.

—Debo aceptar que nos hiciste el trabajo mucho más fácil de lo que pensaba —dijo aquella voz al tiempo que dejaba salir una risa escalofriante que al moreno le erizó la piel. Giró su rostro para identificar de quién provenía, pero sólo vio oscuridad y sombras. Enseguida advirtió que de aquella penumbra salía una mano enguantada sosteniendo una varita apuntando hacia a él, el moreno intentó retroceder al ver cuáles eran sus intenciones, pero apenas le fue posible moverse.

Sectumsempra —el dolor desgarrador fue inmediato, intentó gritar, pero se le era imposible por la soga. Cerró los ojos con dolor al sentir como si dagas se le enterraran en el cuerpo. Su ropa enseguida se tiñó de rojo pegándosele al cuerpo. Después de unos segundos dejó de moverse, no tenía las fuerzas necesarias para gritar siquiera, pudo sentir como sus manos y sus pies eran liberados al igual que su boca.

—Hazlo —ordenó la voz de la mujer aún oculta en las sombras. Con un esfuerzo sobre humano movió su rostro hacia ellos tratando inútilmente de enfocar su vista, escuchó unos pasos acercarse hacia él.

Obliviate —y entonces todo se tornó oscuro.

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Tasmania, Australia.

El sol empezaba a salir de los horizontes, debía levantarse a ayudar a su abuelo y poner en marcha el barco para la pesca.

—Darel, ve preparando las redes —ordenó un anciano mientras servía un poco de té en dos tazas de aluminio.

—Sí, abuelo —asintió el chico, saliendo del interior del barco. Una vez fuera fue directo hacia las redes y empezó a desenredarlas para que estuvieran listas a la hora de lanzarlas. Inconscientemente, el adolescente volteó hacia la playa y vio de lejos a un hombre tirado a la orilla del mar. Asustado, volteó hacia todos lados buscando algún indicio de peligro y bajó enseguida las escaleras llamando a su abuelo.

—¡Abuelo, abuelo! —gritaba el chico desesperado acercándose.

—¿Qué ocurre, muchacho? —gruñó molesto el viejo pues apenas acaba de tomar asiento. Su nieto llegó agitado con él y éste notó de inmediato que era algo serio.

—¡Allá afuera hay un hombre muerto! —soltó el chico.

—¿Qué dices? —preguntó con sorpresa su abuelo incorporándose de inmediato, ambos saliendo enseguida del barco. Corriendo se acercaron rápidamente al cuerpo que al parecer era de un hombre que no parecía pasar de los dieciocho años. —Parece que aún está vivo —dijo el anciano al percatarse que todavía respiraba, no pudo evitar notar como toda su ropa tenía manchas rojas a causa de lo que parecían heridas profundas. —¡Rápido, llevémoslo al barco! —pidió tomándolo de los brazos al mismo tiempo que su nieto lo tomaba de los pies. Al llegar, inmediatamente lo colocaron en un pequeño catre y comenzaron a quitarle las prendas manchadas. Ambos se quedaron sorprendidos al ver las heridas…

—¿Qué demonios te hicieron muchacho? —murmuró asustado al ver los cortes en su pecho.

—¿Crees que sobreviva? —preguntó Darel al ver su estado. El moreno estaba muy pálido, señal de que había perdido mucha sangre; el anciano negó inseguro.

—No lo sé, hijo… no lo sé —decía mirando preocupado a aquel muchacho de cabello azabache.

Sus ojos se sentían pesados, sentía punzadas en la cabeza. Le dolía el solo intentar respirar, con dificultad intentó abrir los ojos notando todo borroso a su alrededor. Quiso moverse, pero solo logró dejar salir un quejido…

—¡Argh! —Soltó apretando sus puños.

—¡Rápido! Ha despertado —informó el anciano acercándose al moreno.

—¿Do-nde… dónde estoy? —apenas y pudo formular.

—Debes tranquilizarte muchacho, estas muy herido —trató de calmarlo el mayor de los tres.

—Tengo sed… —dijo sintiendo como si no hubiera bebido agua en días.

—Darel, ve a la cocina y trae agua —mandó su abuelo, el adolescente asintió y fue de inmediato. Con un poco de ayuda lograron hacer que el oji-verde pudiera beber agua. Esperaron un momento a que el chico pudiera familiarizarse un poco.

—¿Cómo llegue aquí? —quiso saber dirigiendo su mirada a todos lados, entrecerrando los ojos para enfocar mejor la vista, pero no resultó.

—¡Oh, casi lo olvido! Cuando te encontramos traías puesto esto, creo que te servirán —Agregó el chico mientras sacaba un par de gafas redondas de su bolsillo y le ayudaba a ponérselos. —En cuanto a tu pregunta, eso nos gustaría saber a nosotros también —El oji-verde volteó hacia aquella voz y se encontró con que el muchacho era un chico castaño de ojos celestes de aproximadamente unos quince años.

—No recuerdo —reconoció mirando hacia el techo confundido.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó aquel anciano, ganándose la atención del moreno.

—Yo… —lo miró desconcertado unos segundos. —No lo sé…