LUCIÉRNAGAS
PARTE I
Llovía, el frío acariciaba la blanca piel de Arthur y las gotas se colaban por su estrecha camiseta. La niebla se apoderaba del rededor, el campo de visión del nuevo líder se había limitado a la gris y triste lápida que se hallaba enfrente.
-Ya ha pasado cierto tiempo, las cosas han estado tranquilas. Hemos logrado controlar los ataques de los cazadores y estamos bien de provisiones. Miranda te echa de menos, todas las noches pregunta dónde estás, y me veo en la necesidad de decirle que te encuentras en un lugar feliz, donde no sufres. Pero soy incapaz de contarle la verdad. Siempre fuiste una mujer fuerte, dispuesta a luchar por los tuyos- Una cristalina lágrima corría por su mejilla - En tu búsqueda por el bienestar de la humanidad resultaste asesinada a manos de un sinvergüenza, Jamás lo pude atrapar. Lamento haber llegado tarde, sé que pude haber evitado tu muerte-. Arthur inspiro profundamente, limpio las lágrimas y cerró los ojos. Pensó en ella, en lo que aquella mujer había significado para su vida, sintió más tristeza, sintió más ganas de venganza.
Suspiró y se agachó, depositó un ramo de rosas al pie de la lápida y dio media vuelta.
De espaldas a la lápida, tan solo veía un triste camino hecho de piedras cubierto por bastante pasto, rodeado de una helada y blanca niebla que le procuraba una extraña sensación de melancolía. Se dispuso a caminar y regresar a la zona segura, no sin antes dirigir una última mirada a la lápida.
-Busca la luz, Marlene-.
Arthur se dirigió a la puerta de salida del cementerio, una vez se encontró de nuevo en la acera de la calle retomó su camino hacia Danatario. La tristeza le acompañaba, jamás llegó a pensar que tal situación se llegaría a dar. ¿Por qué Marlene? ¿Por qué una persona que buscaba hacer el bien? No comprendía la lógica de este mundo tan irracional. Aquel asesino estaba suelto en la ciudad, a su parecer matando a cuan sobreviviente se le cruzara por el medio, eso si ya no había sido desayuno para uno de los infectados.
¡Infectados!
Durante el corto camino que recorrió, no se percató de la presencia de varios infectados a la distancia. Rápidamente se dirigió hacia un coche volcado y quemado, se puso en la parte de atrás y asomó un ojo.
-Mierda, apenas y veo a cuatro de ellos-. La niebla dificultaba su campo de visión, sin bien no se había concentrado tanto en el ambiente como lo estuvo en el cementerio, si complicaba un poco el rango de visión más allá de los veinte metros. Esto ponía en una situación complicada a Arthur, ya que al desconocer el verdadero número de infectados que se hallaban a la distancia dudaba si acudir a su arma. Bien podía eliminar a los cuatro que estaban más cerca, pero accionar su arma significaría la llegada del cientos de ellos. uno de los infectados estaba a cinco metros de él, en la mitad de la calle, de espalda al auto quemado viendo hacia la nada en un extraño y enfermo estado de meditación, Los otros tres se encontraban en el interior de una tienda que en su momento vendía ropa de marca. Estos tres presentaban un avanzado estado de descomposición y a su vez un desarrollo del Cordyceps muy notable, pudiendo ser ya considerados como chasqueadores.
Arthur consideró regresar al cementerio y esperar hasta que los infectados se fueran del lugar, el problema era que estaba oscureciendo, y pasar la noche fuera de Danatario era bastante riesgoso. Teniendo en cuenta de que solo llevaba consigo un cargador que contaba con 10 balas y un cuchillo de caza, agravaba más la situación. Decidió entonces usar el sigilo, sin embargo se arriesgaba a que los infectados le detectaran por el ruido que pudieran hacer sus botas al pisar el pavimento mojado.
-Bien, despacio y sin llamar la atención. Como en los viejos tiempos Arthur-. Se convenció a sí mismo de su capacidad para llevar a cabo la misión.
Rodeó el auto quemado, y agachado se dirigió lentamente hacia el primer infectado procurando que el sonido del agua que pisaba no resaltara mucho al oído de quienes estaban cerca. Tomó el cuchillo con el mango hacia arriba y la filosa y fría hoja hacia abajo, lo empuñaba duro, no temiendo que se cayera, sino que los nervios se apoderaban de él. Se acercó lentamente al maloliente ser, rápidamente volteó la posición de su cuchillo y lo dirigió hacia su cabeza, la filosa hoja entró por la sien derecha de la cual dos hilos de sangre bastante oscura se derramaron y corrieron por la mejilla del infectado. Emitió un extraño gemido que se asimilaba a un quejido de dolor, su cuerpo convulsionó y cayó suavemente al suelo mientras Arthur lo atajaba en sus fuertes brazos.
Retiró rápidamente el cuchillo de la cabeza del infectado y se dirigió hacia el carro rojo que estaba a su izquierda.
A pesar de su considerable masa muscular, el frío se estaba apoderando de él. Sus dedos se encontraban bastante entumecidos al igual que sus articulaciones. No venía bien en aquel momento de tensión y miedo que su cuerpo se convirtiera en una máquina inservible debido al frío de invierno, tenía que enfrentarse a tres infectados más antes de continuar con su camino. Tres infectados que si bien no obstaculizaban la vía de escape, pudieran ser un riesgo si más adelante se encentraba con otros y estos le atacan por la espalda.
Se acercó a gachas hacia la puerta de la tienda, se asomó, no sin antes echar un vistazo a sus espaldas, no sería bueno que algún asqueroso zombi le tomara por sorpresa. La tienda no era tan amplia, en el centro de la tienda se encontraba la ropa en su respectivos percheros de pie, a su izquierda no tan alejado estaban varias cajas de pago y al fondo, tras una puerta, los probadores. Un mal olor se percibía en el ambiente, quizá por los muertos vivientes o quizá también por la inmundicia que tenía el piso de la tienda, parecía que había excremento disperso acompañado de sangre oscura y seca. Se percató que los chasqueadores estaban distanciados unos de otros, El primero era un joven de unos dieciocho años que llevaba un suéter de color negro bastante rasgado, de su cabeza sobresalía anormalmente el hongo y sufría ciertos espasmos en las manos, este se encontraba por la zona de camisetas. El segundo infectado era un anciano, sus dos ojos estaban salidos de orbitas y colgaban. Su mandíbula estaba completamente destruida, y le faltaba un brazo, miraba hacia la nada en una esquina, de espaldas a los otros infectados. Faltaba uno, faltaba la niña de la mochila rosada. -Ha de estar en la zona de probadores- concluyó Arthur, quien con un gesto decisivo giró la perilla de la puerta, agachado tratando de no hacer ruido alguno que comprometiera su visita a la tienda.
Estaba dispuesto a asesinarlos a todos, pero debía tener más cuidado si quería salir vivo. Había mucho eco dentro de la tienda, y los chasqueadores se guiaban por el sonido.
Los chasqueadores no se movían, era como si estuvieran encasillados en aquel punto donde se encontraban parados, como si una extraña especie de caja los encerrara y limitara los movimientos de sus piernas a un extraño tambaleo.
Arthur se aproximó al anciano que se encontraba en la esquina de la tienda cerca de la puerta, recordó que no debía haber ruido alguno al momento de ejecutarlo, por lo que tuvo una brillante idea. Una vez se encontró a la espalda del infectado, acercó lentamente el cuchillo hacia la garganta de este. El chasqueador parecía no percatar nada de lo que pasaba, ignoraba completamente el peligro que estaba corriendo.
Arthur introdujo fuertemente la hoja del arma blanca en la manzana de Adán del zombi, imposibilitando que emitiera gemido alguno. Lo tomo por la parte trasera de la camisa y le propinó un golpe en la articulación de la rodilla del chasqueador, este, sostenido por Arthur cayó de rodillas sin emitir sonidos, aunque trataba de forcejear, le costaba bastante al tener solo un brazo.
Arthur retiró bruscamente el cuchillo de la garganta, luego la hoja penetró la cavidad auditiva del chasqueador, por movimientos circulares propinados por el asesino se escuchaba como los órganos internos de la cabeza se destrozaban. Arthur movía más y más el cuchillo, lo empujaba cada vez más y más adentro. El infectado dejó de forcejear y Arthur retiró el arma blanca, un chorro de sangre con pus mal oliente salió propulsado del oído, chorro que se unió al charco de sangre que se había formado en el piso a raíz de la hemorragia producida por el corte en la garganta.
El chasqueador que se encontraba en la zona de ropa, se movió al fin. Dirigió su rumbo hacia la caja de pago, aunque no había razón alguna para que este se caminara hasta allá. Arthur lo siguió sigilosamente, evitando cualquier ruido que lo delatara. Miro por un momento la hoja afilada del cuchillo, ya estaba mellada y un poco doblada ¿Serviría para asesinar a este zombi? Y eso que todavía falta otro más. Se preguntaba Arthur en su cabeza.
Resolvió la duda cuando se topó con una camisa blanca que había en el piso, prefirió guardar el cuchillo en su cinturón y usar la camisa como soga para ahorcar al joven de suéter negro.
Caminó a gachas por entre los percheros de ropa, aún guardaba distancia con el zombi, este último movía extrañamente su cabeza hacia varios lados, como si pudiera oler algo en el ambiente, algo que logró captar bastante su atención.
Arthur se acercó lo suficiente como para lanzar su silencioso ataque, enrollando la camisa la pasó por encima de la cabeza del chasqueador y luego cuando esta se encontraba a la altura del cuello, tiró hacia atrás con ambas manos agarrando las dos puntas de la camisa. El infectado se sobresaltó y en un azaroso afán de liberarse comenzó a patalear y a lanzar puños al aire, estaba desesperado, sus ojos se inyectaban de sangre y de su boca brotaba un líquido espeso bastante blanco. Sus manos se dirigieron bruscamente hacia su cara arañándola fuertemente y desollando completamente el lado izquierdo del rostro. La piel quedó colgada de sus dedos, por más que estos se movían no se zafaba.
Arthur apretó aún más duro la camisa, y recostó al infectado en su pecho. Un chasquido proveniente de la garganta del muerto indicó que algo se había roto. Ya se estaba quedando sin aire, desesperadamente y en vano trató de liberarse golpeando una vez más a la nada, la sangre comenzaba a salir de las glándulas lagrimales que sostenían a unos ojos rojos y grandes, de repente todo su cuerpo se relajó, sus brazos colgaban y la cabeza miraba hacia abajo. Arthur lo depositó suavemente en el sucio suelo.
Ahora solo faltaba la niña que Arthur había visto hace unos momentos atrás. Era una niña de aproximadamente nueve años, vestía una camisa de color azul con un motivo de osito, bastante simpática la camisa para ser vestida por un zombi. Portaba una mochila rosada, lo que daba a entender que había sido convertida de camino al colegio, o al menos Arthur lo consideró así. Pero la niña ya no se encontraba a la vista de Arthur, incluso cuando hubo entrado este a la tienda, la niña se había escondido.
-Vale, no está a los alrededores, debe estar tras la puerta de los probadores, está abierta. Si... debe estar ahí. Pero es mejor me vaya de una vez, ya está bastante oscuro allá afuera, y la lluvia no cesa-. Consideró un tanto intranquilo Arthur, la no estar del todo seguro si la niña se encontraba detrás de esa puerta o estaba bien escondida en otro lugar esperando la mayor distracción de este para saltarle encima y propinarle una buena mordida.
Miró a su alrededor, trató de oír el mínimo ruido, pero solo oía unas gotas suicidas que se estrellaban contra el negro y triste asfalto de la calle. Se dispuso a salir, a pesar de que había niebla, se confió de no encontrarse con otros allá fuera, por lo menos ya eliminó a los que podían acercársele por detrás, pero ¿Y si otros infectado me persiguen? Mejor no pensar en ello. Optó por ir más despacio de lo que lo estaba haciendo, tardaría más, pero llegaría seguro.
Se acercó a la puerta, se detuvo y sonrió, pensaba en Miranda, ya estaría de nuevo con ella, cuidándola y jugando a su lado, verla sonreír realmente aliviaba su alma. Justo cuando estuvo a punto de salir, un estruendoso e impetuoso trueno retumbó en cada parte de la ciudad, las ventanas que aún quedaban en pie vibraron al son del estallido, algunas incluso se rompieron.
El semblante de Arthur cambió por completo -Mierda-.
Miles de gritos y gemidos se escucharon a lo lejos, incluso pudo darse cuenta que cerca de él, quizá en algunos edificios de alrededor, habían infectados aguardando por una visita. Estaban intranquilos, estaban desesperados, vio como a la callé salían alrededor de unos treinta zombis corriendo, algunos chasqueadores, otros unos simples infectado. Treinta, o al menos eso era lo que la niebla le permitió ver.
-Maldita sea-. Se agachó rápidamente. -Será mejor que me quede aquí, estoy verdaderamente jodido-. Maldijo con bastante rabia.
Pero había olvidado un detalle.
Escuchó un fuerte grito, un grito desgarrador, un grito de una niña que había sufrido el azote de una plaga infernal. Dirigió su mirada hacia la puerta abierta del probador, la niña de mochila rosa corrió y se golpeó bruscamente contra la pared, había sufrido en sus oídos el fuerte sonido de un trueno. Gritaba y lanzaba golpes al aire, corría de aquí para allá dentro de la tienda. En su afán y desespero por conseguir "aquello" que despertó a todos los infectados, se llevó por en medio los percheros de ropa, ocasionándole una fuerte caída que terminó con cinco de sus dientes rotos.
Arthur no sabía qué hacer, él estaba agachado, procurando no moverse para no delatar su presencia, pero veía a la niña y esta ya se había levantado, corría de una esquina a otra, gimiendo y gritando desesperada, en cualquier momento se toparía con él.
El humano dio la vuelta decidido a Salir, decisión que se vio interrumpida al toparse cara a cara con uno de los infectados, este gritó fuertemente como alertando a los demás de que había un intruso en su territorio. Se oyeron más gritos y todos los infectados corrieron demencialmente hacia la tienda. Arthur abrió asustado la puerta y golpeó al ser maloliente, quien cayó al piso sin oponer resistencia. Mientras los demás zombis entraban por las ventanas, logró salir apresurado de la tienda, pero lo siguieron.
Corrió en medio de la calle, ya no tenía frío, ahora el miedo y la adrenalina se apoderaban de él. Corría lo más rápido que podía, dejando atrás una gran cantidad de carros abandonados y maleza que había en la vía, pero cada vez más y más infectados salían de sus escondites y se unían a la persecución.
No se encontraba tan lejos de Danatario, tan solo tenía que doblar la próxima esquina y seguir dos cuadras más allá. Pero dudaba en lograrlo, no, no lo lograría. Sus piernas ya no daban más, se sentía bastante cansado y mareado, había excedido sus límites y eso le costaría caro. Su vista se nublaba y se oscurecía. Tropezó producto de la confusión, su cara se recostó fuertemente en el mojado y sucio asfalto, respiraba rápido y estaba al borde del desmayo.
Ya los oía, se acercaban, estaban cerca, podía sentir sus dientes clavándose en su piel y un dolor seguido de un grito que le desgarraría la garganta.
-M...Miranda... lo siento...-.
Dirigió su mirada hacia el frente, aunque borroso, logró distinguir una silueta muy iluminada. Su visión delataba unas curvas semejantes a una mujer, una mujer que él conocía muy bien.
-¿M...Marlene?-.
La silueta se fue iluminando cada vez más, Arthur tuvo que entrecerrar los ojos porque le encandilaba la vista. La alucinación desapareció para convertirse en un foco de luz amarilla incandescente.
No resistió más y cayó por completo, sumido en una oscuridad eterna, no sin antes haber escuchado una fuerte ráfaga de disparos y el motor de un auto.
