Contemplé en silencio la quietud de la noche. La luna iluminaba tenuemente la pequeña pero perfecta habitación que mi abuela había decorado unos años atrás y había tenido que cambiar a menudo debido a lo acelerado de mi crecimiento.

En seis años, había conseguido alcanzar el aspecto de una adolescente de quince. Sonreí; no me molestaba en absoluto. Y sólo había un motivo por el que no me molestaba para nada: Jacob.

Desde el día de mi nacimiento, recordaba pocas escenas de mi vida... bueno, existencia, en la que él no hubiera estado presente. Siempre había estado ahí para mí como mis padres, mis abuelos y mis tíos. Pero, ni por asomo, sentía por ellos lo que sentía por Jake. Era algo extraño y profundo que había evolucionado conmigo, que había "crecido" por así decirlo.

Cuando era pequeña, Jacob era como mi hermano mayor. Aún recuerdo nuestras cacerías y cómo siempre dejaba las piezas más grandes para mí aunque alguna vez no me lo consentía. En el fondo, lo hacía porque temía que me lastimara.

Cuando fui creciendo, él se convirtió en un amigo como Nahuel, enseñándome a descubrir mi naturaleza y ayudándome a dominarla.

Ahora, había cruzado la última frontera. Aquel sentimiento se había transformado en uno que no había sentido nunca antes por nadie.

Jacob me explicó lo que sucedía cuando le dije lo que me estaba pasando con él. Bella y Edward, mis padres, pusieron el grito en el cielo cuando se enteraron de que Jake me lo había contado. Pero a mí no me importó porque me había hecho sentir la persona más dichosa del mundo(creo que tío Jasper hubiera sufrido un colapso de haber estado presente).

Sonreí al recordar su rostro. Asociar a Jacob con la palabra novio me resultaba raro pero hacia que un calor desconocido, un fuego que no quemaba, recorriera mi cuerpo y me encendiera aún más las mejillas.

"Imprimada", eso era lo que estaba. "Imprimada", del ser más maravilloso que había creado la naturaleza.