Del 1 al 10
Sinopsis: Cada quien tiene su nivel de tolerancia. ¿Pero, si es tolerancia de amor? Serie de drabbles que destacan lo que tanto amo como mayordomo piensan del otro.
Un vistazo pesimista de dos pensamientos. El drama puede ser angustiante, doloroso y conmovedor pero el pesimismo es más amargo, te carga de desilusiones y frustraciones, de allí su gran diferencia.
Numero 1: Prioridad
Él no lo sabe, lo sospecha y hasta puede imaginárselo, pero no tiene idea de cuánto compromiso le tiene y cuanto esmero le otorga.
Y Sebastián prefiere mantenerlo así. Discreto, oculto.
Su joven amo podrá creer que está bromeando, que está jugando con fuego o que incluso está mintiendo para hacerle sentir bien, pero no. Jamás. Cuando se lo dice, como si fuera lo más natural de decir en todo el mundo, Ciel lo mira atento, incrédulo y suspicaz, y acaba por hacer un mohín disconforme, alejándose.
Durante estos años juntos, a base de su contrato y su reciente complicidad, a Sebastián le quedo claro que su amo solo oye lo que es correcto escuchar, que jamás toma en serio ciertas revelaciones por falta de pruebas, sin ninguna inclinación a creerlas, porque Ciel no es capaz de creer en algo que no tenga pretensiones o dobles caminos. Si es algo cierto, tiene sus fallas. Si es perverso, tiene sus razones. Si se trata de Sebastián algunas se las cree mientras otras no, como cuando le dice que permanecerá con el más allá de la muerte, que profundamente lo admira o cuando le confiesa que es su principal prioridad.
Ciel se lo cree. Primero, porque condiciono la obediencia de Sebastián a que jamás le mintiera. Y porque, de cierta forma, es cierto, Ciel es la prioridad principal, tal como estimula el contrato demoniaco que hicieron. Lo que Ciel no se cree -y le resulta patético de pensar que si-, es que Sebastián se lo diga de forma mucho menos formal, cuando lo salva de algún peligro o le comenta cuáles son sus motivaciones.
Para Sebastián, la razón, el motivo y el impulso son Ciel y ningún factor más.
El Phantomhive, al oír esto, hace oídos sordos y pretende que malinterpreto la charla solo para seguir creyendo que Sebastián lo ve como a un cliente y nada más, que solo es su preciosa alma, que a pesar del apetito que le tenga tanto a su cuerpo como a su alma, su único deseo es poseerle y solo eso. Porque así Ciel se salva de ahogarse en pensamientos molestos, en temas innombrables, para salvaguardar su salud mental. El prefiere creer que Sebastián lo necesita, que anhela lo que posee, que lo quiere como a otra alma que comer, otro cuerpo del que gozar, otro humano al que molestar, porque no quiere ni pensar en la remota posibilidad que le esté diciendo la verdad.
Sebastián no miente, en absoluto.
Su mayor prioridad es Ciel, todas sus expectativas están en el, podría decirse que sus esperanzas de un alma pura también. Pero no es por trabajo, no es por un acuerdo mutuo entre ambos, no es porque su estética lo obligue a servirle impunemente y protegerlo porque es su deber. Lo hace, la mayoría del tiempo, porque así lo quiere.
Para Sebastián, Ciel no es ingenuo, solo pretende serlo para desapartarse de asuntos dolorosos, tampoco era una presa fácil, no; Ciel es inconquistable. Si alguien lograba secuestrarlo era porque su comportamiento es algo dócil. Y aunque a Sebastián no le gustase que le llamase solo para socorrerlo, para salvarlo de cualquier evento imprevisto, siempre acudía, porque el más mínimo susurro de Ciel era su control de encendido, la madera que ardía en el fuego, el agua para las flores…
Sebastián sabe que Ciel finge no escucharle para no discutir sobre eso. También sabe que cuando se lo dice directamente, sin oportunidad de escape, ya sea en una tarea para la Reina o en la cálida cama, Ciel solo le dirá que está siendo molesto, que entiende, que solo lo ve como un alma comestible, un cuerpo reemplazable, un niño como cualquiera, para acabar por ordenarle no hablar más del tema y fingir dormir, temblando de coraje, pensando que esa era la mejor forma de evitarse la humillación, de mostrarse débil, de confesar que no quería que fuera así y que le dijera eso de verdad, con sinceridad. Porque si lo cree tendrá miedo y no quiere eso. Por eso se miente, diciéndose que Sebastián lo usa para saciarse y ya.
En el silencio impuesto por la orden, Sebastián piensa que su amo es tonto. Después de todo, fue el quien le ordeno no mentirle nunca. Para Sebastián todas sus palabras son verdades. Algunas a medias, otras exageradas, otras totalmente inventadas. Pero no está. Y esa era la verdad absoluta.
Para Sebastián, su día comenzaba en Ciel, pensando en que hacer por él, que ropa ponerle y que desayuno proporcionarle. Al llegar la noche vuelve a pensar en él, en cómo se siente con el estrés y sus estudios, con los deberes con la Reina y sus obligaciones empresariales, en colocar más sabanas si la noche se volvió fría o que prepararle para bajarle el malhumor. Y allí era donde Ciel confundía las cosas. Cuando quería tocarle con cariño o besarle para saludarlo, para relajarlo y olvidar los males venideros, de repente estaban bajo las sabanas, tocándose donde acababa la decencia y besándose con engañosa pasión, de secreto amor.
Ciel le abrazaba y miraba a otro lado, frustrado de esa rutina de mentiras. No podía hacer nada, después de todo, su alma seria suya, la quisiera o no, se la había condenado a él. Cuando Ciel se aferraba a su cuello, también se enfadaba, harto de esconderse hasta en su propia casa y con el único ser que le conocía de verdad.
La única verdad llana y fundamental de las acciones de Sebastián -Y que Ciel no quiere creer- es que su amor lo enloquece y lo cambia. Anhela su alma, desea su cuerpo, quiere su corazón. Porque Ciel se convirtió en el núcleo de sus movimientos, de sus pensamientos, de sus emociones.
Ciel era su prioridad número uno. Él era el primero. El principio y el fin.
Ese niño era su verdad y la principal de su existencia. Simplemente, Ciel Phantomhive era el primero en todo.
