Descargo: (casi) todos los personajes aquí retratados pertenecen a los emporios de la Marvel, Fox y quienquiera que haya adquirido mediante pago de fuertes sumas de dinero sus derechos.
La tipa cuyo nombre apenas se mienta, que casi nunca es agente, sino paciente, pero que aun así da por saco, ésa, ésa es mía XD
Podéis imaginárosla como una treintañera Mónica Bellucci, con un corte long bob ondulado (elegante que es la muchacha :P).
Aviso: esta ficción participa en el sexto reto del foro La Torre Stark.
Agradecimientos: a Luna Asami, que ha conseguido que me vuelva a arriesgar con un OC femenino y por lograr que publique algo de un universo que me priva, pero del que no había escrito ni una línea U^^
Advertencias: este relato es (una fumada) un AU en tanto en cuanto los tiempos pueden verse modificados. No soy ninguna experta en Marvel :(
Veréis que cuenta con innumerables capítulos de apenas quinientas palabras. Es porque la idea para la trama que me sobrevino se ajustaría más al concepto de long-fic si hubiese tenido tiempo para desarrollarlo estilo Biblia en verso, mas los que se aventuren a adentrarse en él tendrán que disculpar que les endose una versión sintetizada, aunque siempre pueden dejar a sus respectivas imaginaciones los numerosos huecos en blanco :P
Odiadlo. Amadlo. Sólo espero que no os deje indiferentes.
«La ataraxia es el estado perfecto del sabio, al que le da lo mismo morir que vivir, porque ha comprendido que él no es tan importante como se creía, que sólo es una ínfima pieza del todo que va mucho más allá de aquello que lo envuelve».
(Arthur Schopenhauer).
Capítulo 1. Pym
La mañana que Henry Pym concertó una reunión con ella en una tranquila y recoleta cafetería, convenientemente poco popular y en el extrarradio de San Francisco, se pareció mucho a aquella tarde tres años atrás en que Charles Xavier fue a verla tras el silbato que anunciaba el final de la clase que ella impartía en la universidad.
Se pareció, porque en esa ocasión el doctor Pym se adelantó a Tony Stark, al igual que el profesor Xavier se anticipó a Erik Lehnsherr.
Al rebasar el umbral del coqueto cafetín, una campanilla suspendida sobre la hoja de la puerta tintineó, atrayendo hacia Hank la oscura mirada de la mujer que lo aguardaba leyendo un periódico con las piernas elegantemente cruzadas en la mesa más retirada.
El antiguo entomólogo se dirigió a la apartada esquina que sabiamente ella había elegido para su entrevista. La media melena ondulada y azabache de la dama se ladeó femenil cuando se levantó para estrechar la mano de Pym, y nada más sentarse, una pizpireta camarera que le recordó a su pupila Cassie Lang (qué coincidencia), les tomó nota de sus desayunos.
Hank esperó a que la profesora Scrivani catara el humeante ristretto que acababan de servirle, y hasta que ésta no asintió casi imperceptible (no habría sabido decir si porque el café era de su agrado, porque del hilo musical surgió alguna canción chill out que le gustase, o porque le estaba brindando la palabra), el bioquímico no arrancó a hablar sobre lo que les concernía.
Pym la tanteó (no era cuestión de revelar sin reservas información altamente delicada a una perfecta desconocida), pero a ella no le importó. Su recelo era lógico, entraba dentro de lo previsible; es más, lo contrario la habría escamado bastante. De modo que establecieron acordar los términos de su colaboración en un lugar más formal, como el despacho del doctor, donde poder tratar el asunto con total seguridad, alejados de oídos invisibles.
Y exactamente catorce días después, el señor Stark se topó con ella con aparente casualidad, durante el receso de un congreso científico.
