Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Jay Asher.
Nota de la autora: Bueno, qué decir, me leí el libro en un día y me quedé pensando en qué pasaría luego de que Clay llamó a Skye. Así nació esto. Es algo corto, pero me gustó el resultado. Está también publicado en una cuenta mía de Wattpad, por si las dudas. Espero les guste, los reviews son bien apreciados.
Happy
Clay nunca fue impulsivo, era más del tipo tímido y reservado. Jamás había tomado la iniciativa de algo, como lo era invitar a una chica a salir, o seguirla y animarse a hablarle. Como había hecho hace un segundo con Skye Miller.
Skye emprendía el camino hacia su clase por el pasillo en el que vio por última vez a Hannah Baker, la chica por la cual sintió un sentimiento muy difícil de explicar y demasiado fuerte como para ser un simple crush adolescente. También, fue la chica que se suicidó tomando una sobredosis de pastillas hace cosa de dos semanas, dejando a todo Liberty High con un nudo en la garganta, pues todos, implícitamente, habían participado en el calvario que fue para Hannah asistir a la escuela. Recordar eso, mientras veía a Skye irse, fue la razón por la cual caminó un par de pasos, pasó de largo su clase, bajo la atenta mirada de sus compañeros y profesor, hasta alcanzarla y llamarla por su nombre.
Se dio vuelta, Clay pareció ver todo en cámara lenta, escrutó cada cambio posible que hubiera surgido desde la noche anterior. Las cintas de Hannah lo habían dejado con una nueva percepción sobre el mundo, cada detalle era importante ante sus ojos ahora, incluso algo tan insignificante como un corte de pelo.
—Clay —dijo ella, mirándolo con una expresión confundida. Para Skye, ver a alguien como Clay Jensen pasar de sus clases era algo raro. Mejor pedía un deseo.
Las manos de Clay sudaron, bien, había cometido una estupidez impulsiva, para colmo, no sabía qué iba a decirle. No tenía mucho trato con Skye, la conversación más larga que habían mantenido había sido el año pasado, y solo porque Miller quería que la dejara pasar en la fila del almuerzo. De ahí en más, todo era un cordial hola y adiós. No podía imaginar alguna excusa ingeniosa para salir de la situación incomoda en la que se había metido, entonces, una idea no muy propia de él surcó su cabeza.
—Yo... Quería... —Tartamudeó, pasó saliva, juntó coraje y rezó porque no pareciera un idiota al hablar—. Preguntarte si, bueno, querías salir conmigo algún día o no sé... —Su voz poco a poco fue volviéndose un susurro inentendible, aún así, Skye entendió la mayor parte. O creyó hacerlo.
Frunció la nariz levemente, Clay se dio cuenta de que, quizá, hacía eso cuando estaba confundida, pues lo había hecho también cuando la frenó. ¿En qué momento se había vuelto tan observador? Ah, sí. Cuando Hannah decidió que no quería llevarse sus secretos a la tumba.
—¿Me estás invitando a una cita? —Preguntó, mientras ladeaba un poco su cabeza. Sus ojos marrones escrutaron el rostro de Clay, tratando de encontrar alguna pista para acusarlo de estar bromeando. Por más que buscó, no halló nada, solo podía notar el nerviosismo típico en alguien cuando invitaba a salir a su crush. La idea de gustarle a Clay Jensen la enterneció y puso un poco incomoda, pues en los pasillos de la escuela se murmuraba que era gay.
Clay, en pleno ataque de pánico debido a su impulso, respiró hondo y trató de no tartamudear.
—Sí —para sus adentros, dijo un obvio «supongo», pues ni él estaba seguro de si quería salir con Skye. No era una mala chica, pero se la acusaba de ser extraña a niveles impensables. Aunque él también lo era, para qué mentir.
La cara de la chica se tiñó de rojo. Bien, eso no lo esperaba. Jensen le parecía muy atractivo, a ella y a media población femenina. Un diamante en bruto entre tantos chicos llenos de esteroides y hormonas alborotadas que solo buscaban sexo casual, sin embargo, los rumores de su homosexualidad hacía que fuera tachado como un «desperdicio de envase» en las conversaciones de las alumnas. No obstante, esto le confirmaba a Skye que existía una posibilidad de gustarle a Clay. Entonces, sonrió levemente. Unas pequeñas arrugas aparecieron a los costados de sus ojos y en su mejilla derecha apareció un hoyuelo.
—Genial —ella también omitió el «supongo». Por más que no sabía qué sentir o pensar, la emoción predominante en su interior era la euforia, en segundo plano estaba la confusión. Pero esa podía irse por donde vino, Clay le parecía de lo más tierno y no pensaba desperdiciar esta oportunidad.
Jensen sonrió levemente, rascando varias veces su nuca, como símbolo de estar nervioso. Una tenue sonrisa se asomó por su cara.
—Genial —repitió, metiendo sus manos en los bolsillos de su chaqueta—. Podemos ir a Rossie hoy por la tarde —sugirió, con un ápice de vergüenza, moviendo excesivamente su vista de un lado a otro. No quería ver a Skye a los ojos, esos ojos marrones que brillaban de ilusión.
Se despidieron, Skye siguió su camino y Clay volvió sobre sus pasos, respirando agitadamente pues sabía que le esperaba un castigo. No se equivocó del todo, sí, lo reprendieron, pero al inventar una excusa como que a Skye Miller se le había caído dinero y había corrido para alcanzarla y devolverle el billete, la profesora tuvo compasión de él y volvió a lo suyo.
El día pasó tortuosamente lento, con sus narices metidas en los libros, ranas disecadas y apuntes para las pruebas, apenas se detuvo a pensar en Skye. Pero cuando fue la hora de ética y ciudadanía, en lugar de mirar el lugar vacío de Hannah, miró por la ventana el cielo azul de ese día. El cielo que le recordaba a Skye. Una mueca parecida a una sonrisa adornó su cara, quizá era hora de dejar ir a Hannah, ya había escuchado sus últimas palabras, se había quitado un peso de encima al denunciar anonimamente a Bryce por la violación de Jessica, se había quitado un peso de encima al saber que la reputación de Courtney se había ido en picada desde que misteriosamente, su diario había desaparecido de su casillero y había aparecido magicamente entre las páginas del diario escolar, había hallado paz interior cuando expuso a Tyler como el depravado que era.
Había hecho lo que, quizá, Hannah hubiera querido de seguir viva. Tuvo un propósito, pero era hora de seguir, de dejar ir a Hannah y buscar a alguien más que lograra sacarle sonrisas y sonrojos. Y, aunque no sintiera algo en especifico, Skye era la mejor opción. Podía empezar de cero con ella, podía aprender a quererla, podía... Podía incluso llegar a amarla. La idea le gustó, se merecía ser feliz, dejar a un lado el dolor y reparar su corazón.
«Pero no puedes, tu corazón es mío, viva o muerta» oyó un susurro lejano, entre el barullo de la cafetería. Miró hacia todos lados, pero no halló nada. Entonces, la vio apoyada en la entrada. Hannah.
Sus manos empezaron a temblar y su garganta estaba seca. No. No era real. Hannah estaba muerta. Se había suicidado, había visto como enterraban su cuerpo dos metros bajo tierra. Había llorado un mar entero el día de su funeral. Pero estaba allí, parada en medio de la puerta con su vestido de flores y su chaqueta azul, con una sonrisa en sus labios y ojeras en sus ojos. Parpadeó un par de veces, cuando se volvió a fijar, ella ya no estaba.
Se quedó paralizado, sin saber qué hacer. ¿Qué había sido todo eso? ¿Por qué volvían las alucinaciones cuando esa mañana había tomado sus medicamentos? Relamió sus labios, repentinamente secos, negó varias veces, repitiendo un y otra vez para sí mismo que Hannah estaba muerta y era producto de su mente atormentada. Bajó la mirada y tomó un sorbo de su coca-cola. Al terminar la botella, se levantó, tomó su mochila y salió de la cafetería, bajo la atenta mirada de Skye.
Skye estaba almorzando sola, como siempre. Sus amigas y ella habían tenido una fuerte pelea hacia cosa de unos meses y su orgullo no le permitía ir tras esas traicioneras. Se sentía sola, con la única compañía de su hurón, Susy, oculta en su chaqueta. Sus amigos varones estaban en sus respectivos clubes y equipos entrenando y haciendo cosas de clubes, suponía, pues casi nunca los veía en el almuerzo. Tuvo la idea de ir con Clay y hablar con él, pero algo le decía que estarían incómodos, más bien, que él estaría incomodo, pues parecía del tipo de chico que no sabía hablar con una chica y dudaba hasta de su nombre a la hora de la verdad.
Por eso le había sorprendido que Clay Jensen la invitara a Rossie, se lo habría esperado hasta de los nerds del laboratorio de ciencias, pero no de Clay. Tal vez eso es lo que le atraía de él, que era indescifrable, creías saberlo todo de él, que era un libro abierto, y de repente humillaba a Tyler Down en medio del pasillo. Algo admirable, tomando en cuenta la fama del asqueroso tipo.
—¿Qué piensas, Susy? ¿Es el indicado? —le cuestionó a su mascota en voz baja. Esta respondió moviendo levemente su nariz. Sonrió, dándole una última mordida a su sándwich, antes de ir en busca de Clay, le habían quedado algunas dudas sobre su cita.
Por su parte, Jensen estaba tirado debajo de su casillero, con sus rodillas pegadas a su pecho. Intentando dejar de pensar en el hecho de que sus alucinaciones estaba volviendo. Porque eran eso; manifiestos de la parte de su mente que aún extrañaba a Hannah.
«¿Solo una parte? ¿En serio? Todo tú me extraña, Jensen.» la voz de Hannah volvió a retumbar en su cabeza, creyó ver a Baker apoyada en los casilleros de enfrente. Pero desapareció apenas oyó la voz de Skye hacer eco en el pasillo vacío.
—¡Clay! Oye, ¿podemos hablar? —pidió la chica, posándose en donde antes había visto a Hannah. Sonrió, mientras aceptaba su ayuda para pararse.
—Seguro —respondió, quedando frente a frente con Skye. Azul y marrón se encontraron y Clay olvidó por completo a Hannah.
La hora del almuerzo pasó volando, Clay y Skye hablaron sobre la cita que tenían pendiente. Al principio Jensen tartamudeaba y se sonrojaba si decía algo que consideraba estúpido, hasta que pudo hablar con soltura. Acordaron que a las cinco se encontrarían en la casa de Clay e irían juntos hasta Rossie, tomarían algo y, si quedaba tiempo, irían a ver una película. ¿Por qué no? No es como si tuvieran planes para la noche. Ambos era solitarios.
A la salida, se despidieron con una sonrisa y un gesto con la mano, Tony llevó a Clay hasta su casa y, al notarlo ausente y con un aire feliz, no tardó en adivinar que algo estaba pasando con su amigo. Lo único que pudo lograr sacarle fue el nombre de Skye Miller. Tony seguidamente se hizo una película mental, llegando así a la conclusión de que su amigo tenía una cita.
Le palmeó el hombro cuando pararon en un semáforo, como símbolo de apoyo y le aseguró que si necesitaba algo, consejos sobre citas o lugares a donde ir, lo iba a ayudar. Tony sabía de primera mano lo afectado que había estado Clay luego de escuchar las cintas de Hannah, y quería que avanzara, porque se lo merecía, porque fue el único que, en realidad, nunca le hizo algo malo a Hannah Baker.
Skye era otra historia. Apenas llegó a su casa le gritó a su madre que tenía una cita con un chico lindo y que debía ayudarla a decidir qué ponerse. Su padre escupió el café mientras gritaba que su bebé no tendría ninguna cita y le decía a su hermana menor que por favor nunca creciera. La señora Miller pasó dos horas, literalmente, buscando entre los closets algo adecuado para una primera cita, a la vez que Skye descartaba las prendas viejas y que no le gustaban.
En fin, que ambos adolescentes estaban ocupados con lo suyo y deseaban pasarla bien esa tarde. Pero había algo, o más bien, alguien que no estaba de acuerdo. Hannah Baker, bajo esa capa de sufrimiento, era egoísta. Lo suyo era suyo y de nadie más. Logró sentir algo por Clay Jensen, era cierto, pero al no poder decirle sus sentimientos por sí misma, quedó atrapada en el limbo cuando se suicidó, viendo así como las personas seguían con sus vidas, reían, rehacían sus rutinas con normalidad. Creyó que de todos, Clay sería el único que jamás la superaría.
Pero lo hizo.
Skye Miller nunca le había cuadrado, es más; hasta el día de su muerte no había reparado en su existencia. Y, de repente, de un momento a otro, ocupaba la mayor parte de los pensamientos de Clay, hasta el punto de que la hubiera olvidado por ella. Eso la enfureció. Clay era el único que depositaba flores en su tumba además de sus padres, no iba a perderlo, no quería ni podía perderlo. Aún estando en el más allá, se negaba a aceptar que no podía hacer nada, pues Hannah Baker además de egoísta era testaruda.
La hora de la cita entre Clay y Skye se acercaba, Jensen estaba mirándose en el espejo por última vez, cuando detrás suyo se vio reflejada la imagen de Hannah, ella lo miraba seria, casi diciéndole con la mirada que la estaba decepcionando. Apretó los labios, frunciendo el ceño. Abrió el botiquín de primeros auxilios y tomó sus pastillas, casi al instante Baker desapareció.
Pero Hannah no se rendiría. Volviendo a mostrarse ante Clay en su habitación.
—Así que, ¿tienes una cita, Casco? —cuestionó, con un tono de voz lento, sombrío. La sangre de Clay se congeló, quedándose estático en su lugar. Hannah permaneció imperturbable—. Sabes que aún no me superas, sabes que sales con ella solo para olvidarme.
Clay apretó los puños, iracundo.
—Vete a la mierda, Hannah Baker —la mencionada rió, no porque le hiciera gracia el comportamiento de Jensen, si no porque estaba realmente enojada.
—¡Dejala, Clay! Sabes que no puedes alimentar sus esperanzas de esa manera, no quieres herirla. Así que llamala y cancela la cita —exigió, se arrepintió casi al instante de haberlo dicho, pues él se puso completamente rojo de furia, casi podía ver esa vena de su cuello palpitar.
—¡Solo callate! ¡Callate! ¡No puedo creer que seas tan egoísta! —gritó, la cara fantasmal de Hannah se contrajo en una mueca de dolor. Pero Clay sabía que estaba fingiendo. Ella estaba muerta, no podía sentir, le era indiferente toda agresión verbal o física—. ¡Ya escuché tus estúpidas cintas! ¡Lloré en tu maldito funeral como si no hubiera mañana! ¡Dejame ser feliz, Hannah! —aquellas palabras le cayeron como un balde de agua fría a la chica.
Cerró los ojos, de haber podido llorar, ahora sus mejillas estarían inundadas de lagrimas, su pulso estaría disparado y en su garganta habría un nudo enorme. Pero no había nada. Porque estaba muerta. Porque no podía sentir más que ira y rencor hacia los humanos que la mataron. Pero había algo, muy en su interior, que aún podía hacerla sentir como un puñal se clavara en su pecho, se habría esperado esas palabras de cualquier persona, menos de Clay. Bajó la cabeza y entendió el mensaje.
—Lo siento —murmuró, Jensen se frotó la cara, esperando que desapareciera cuando volviera a abrir los ojos—. Por todo.
Cuando sus ojos azules volvieron a repasar el cuarto, Hannah no estaba.
Eso fue raro, pensó. Respiró hondo, una y otra vez, antes de escuchar el timbre. Intentó sonreír y pasó de largo a su madre en la puerta, que estaba apunto de tocar para cuestionarle sobre sus gritos.
Skye saludó a Clay con una bonita sonrisa y ambos se pusieron en marcha, no sin antes despedirse de su padre y tomar sus llaves. Skye había resultado ser muy amigable y le sacaba varias sonrisas a Clay, quien estaba realmente encantado con la chica. Quizá, se dijo, no había sido una mala idea. Estaba avanzando, permitiéndose ser feliz.
Todo pintaba de lo más bien, el día era perfecto. Casi. En una tumba solitaria, el espectro de una chica descansaba. Le mortificaba verse despreciada por el único chico que no la trató como una puta. Pero, en el fondo, ella sabía que tenía razón. Debía dejarlo ir, que fuera feliz. No era una historia como El cadáver de la novia, no había forma de que Clay se casara con ella aún estando muerta.
Y, entre tanta melancolía, sonrió.
—Está bien, Casco. —Le dijo al aire, dejándose caer sobre la fría lapida—. Espero seas feliz con Skye, por los dos. —Cerró los ojos, dejándose ir.
Hannah ya no estaba atada a nadie en aquel mundo, por lo que podía irse en paz.
