Hubiera sido una visión extraña para cualquiera que no fuera parte de aquella realidad. Una joven de alrededor de 20 años, vestida con ropa estropeada y sucia caminando sola por una carretera completamente desierta bordeada de árboles. Sus vaqueros gastados estaban manchados de tierra y, en algunos puntos en sus muslos, por una sustancia oscura que se había secado tiempo atrás. Lo mismo pasaba con su camiseta de tiras, en principio de un color durazno suave. El sol había aclarado el color original, que se encontraba manchado de la misma manera que los vaqueros, mostrando una rasgada a la altura del abdomen. Llevaba puestas unas botas color café, llenas de polvo y tierra, que crujían con cada paso que daba.
Llevaba el pelo castaño largo recogido en una coleta, dejando solamente un mechón de pelo cayendo desde sobre su frente hacia detrás de su oreja izquierda. Pequeñas perlas de sudor brillaban, como minúsculos diamantes, sobre su frente y su nariz fina. La piel levemente bronceada de su rostro, su cuello y sus brazos también mostraba el patrón de mugre que decoraba su ropa. A su espalda, moviéndose pesadamente mientras caminaba, colgaba una mochila abultada que contenía lo que quedaba de su equipo de supervivencia. Era una agrupación de cosas que, cuando estaba completo, servía para satisfacer las necesidades básicas tres días. Se podía extender hasta 6 si se racionaba el alimento y el agua con cuidado. Claro que en ese momento, de todo lo que era ingerible, solo le quedaba cerca de un litro de agua.
Claro, hasta el momento, la imagen de la joven podría no impresionar a todo el mundo, pero había algunas cosas más que terminaban de conformar la imagen; sujeto firmemente en su mano derecha había un arco profesional. Un Bowtech Destroyer 350, o eso decía la grabación en la misma arma. En un carcaj colgando desde su hombro derecho, había una docena de flechas. Tanto el arco como las flechas los había conseguido en un club de caza mientras huía con un grupo desde Newnan, Georgia, unos días después de que los muertos comenzaran a levantarse y a devorar a todos los vivos que alcanzaran. Habían pasado meses ya desde aquel tiempo. Su grupo había ido dividiéndose y muriendo. Al final, ella había quedado sola. No porque fuera la última que quedaba viva, sino porque su último grupo había optado por unirse a otro más grande que demostraban costumbres muy torcidas. La joven había escapado durante la noche, llevándose solo lo que le pertenecía.
Finalmente, para terminar el cuadro, otro par de armas colgaban aseguradas bajo el cinturón. Al lado derecho, una pequeña hacha de mano que había encontrado en la cocina de un restaurante a un costado de la carretera, más de un mes atrás. Era lo único de utilidad suficiente como para llevarlo consigo. Al lado izquierdo, una Colt M1911 .45, que había arrebatado del cadáver caminante de un soldado, junto con una recarga completa. De todas esas balas, solo le quedaban 6.
Y así, Nina White caminaba todos los días en busca de un refugio. Todas las tardes se apartaba de la carretera y se internaba entre los árboles para armar un campamento donde pasar la noche. Cazaba con el arco cualquier animal que pudiera divisar. Evitaba a los muertos y a las personas cuando podía, pero si no tenía otra alternativa, les partía el cráneo con el hacha o les atravesaba la cabeza con el arco y las flechas. Su vida, como la de todo el mundo, había cambiado radicalmente cuando todo ese infierno comenzó. Nunca hubiera pensado que tendría que comer lo que ella misma matara o recolectara cuando se encontraba en la Emory University, estudiando medicina. De hecho, no hubiera tenido ni idea de cómo sobrevivir sola en lo absoluto si no se hubiera inscrito en cursos de supervivencia y alpinismo, tras una insufrible insistencia de su compañera de habitación. Ahí había aprendido que era lo esencial que debía llevar consigo si decidía ir de excursión a las montañas o al bosque… información extrapolable a la situación actual.
Tampoco hubiera tenido la capacidad de sobrevivir si no hubiera comenzado a hacer deporte constante desde que ingresara a la universidad. El trote diario solo por mantenerse saludable y unirse al taller de voleibol una vez por semana la habían dejado en bastante buena forma. Suficientemente fuerte y resistente como para haber generado la distancia que la separaba de sus perseguidores en ese momento, cargando con todo el peso que llevaba.
Nina se detuvo y miró hacia arriba, escudando sus ojos del sol con su antebrazo izquierdo antes de voltearse y mirar el camino que iba dejando atrás. O más bien, a aquellos que iban siguiendo el mismo camino. Lo que podía ser cerca de kilómetro y medio de distancia era lo que necesitaban recorrer los ahora seis caminantes que la seguían, tambaleantes, sobre el pavimento caliente y seco. Se los había topado unas horas antes, en el camino, claro que eran cuatro en ese entonces, y había optado por burlarlos y adelantarse para ganar una distancia segura. Sin embargo, si quería asegurarse de que no pudieran encontrarla aquella noche, debía alejarse más de ellos. Se aseguró de que sus cosas estuvieran firmemente acomodadas contra su cuerpo y, luego de una inspiración profunda, se puso a trotar en dirección opuesta a la de los mordedores.
Supo desde el momento en que dio el primer paso de su carrera que no podría aguantar mucho siguiendo aquel ritmo. El arco, aunque hecho de una aleación metálica bastante ligera, seguía pesando cerca de dos kilos, lo que sumado a la mochila, el carcaj con flechas y el resto de sus armas, combinado con el cansancio acumulado provocado por dormir poco y mal, estar caminando todo lo que llevaba del día y su anterior carrera… bueno, ya al menos necesitaba detenerse un rato y comer algo.
Aun le quedaba, en su mochila, lo que guardara de la carne de un conejo que había cazado el día anterior. No era mucho, pero in duda era mejor que nada y le serviría para no tener que abrir su última lata de conservas, la cual no tenía etiqueta, así que ni idea tenía ella de lo que había en su interior. La escasez de alimento le recordó que tenía la necesidad de encontrar un refugio donde pudiera cocinar; sabía que era algo extremadamente difícil de encontrar, y primeramente debía encontrar algunos ingredientes. Su plan era re abastecerse del llamado Pan Eterno, que se hacía con miel y avena y que proporcionaba todos los nutrientes básicos para mantenerse vivo. Dos porciones de ese pan al día, con un vaso de agua con cada porción, bastaban para vivir por algunas semanas. Quería tenerlo listo antes del invierno, cuando cazar fuera más difícil.
El motivo por el que se encontrara siguiendo la Autopista 34, hacia el Oeste, era precisamente ese. Luego de haber salido de Newnan había ido al sureste hasta un pequeño pueblo llamado Sharpsburg, desde donde habían partido, en ese entonces como parte de un grupo, hacia el norte para llegar a Peachtree City. Fue a la salida de dicha ciudad donde se separó definitivamente de lo que quedaba de su grupo. Ahora pretendía regresar a Newnan, una ciudad que conocía al revés y al derecho y en donde le constaba podría conseguir lo que buscaba. Claro que tenía un plan, pues no entraría jamás en la ciudad siguiendo los caminos, donde era un blanco fácil para zombies y otros indeseables. Ella iba a desviarse a través del bosque, ascendiendo hacia el noroeste, para llegar directamente al acceso superior de Newnan. En el almacén que ahí había esperaba encontrar algo de utilidad. Claro que era más fácil decirlo que hacerlo.
Miró por sobre su hombro, sin dejar de correr. A los lejos, los muertos aún seguían su rastro. "Son peores que un baboso insistente" pensó, intentando ponerle algo de sentido del humor a la situación, que de humor no tenía nada, la verdad. Se concentró en seguir adelante, controlando su respiración para no agotarse más de la cuenta. Su mochila y su carcaj golpeaban su espalda con cada paso, impulsándola levemente a continuar. Era lo más parecido que había sentido a palmaditas de apoyo en meses. Veinte minutos estuvo corriendo antes de detenerse, apoyando sus manos contra sus muslos para recuperar el ritmo respiratorio normal. Se volteó nuevamente. Ya no podía ver a los caminantes que la seguían. Suspiró y miró los árboles que ahora estaban a su izquierda. Si calculaba bien, cosa que hasta el momento lo había hecho, ya venía siendo hora de comenzar a viajar a través del bosque hasta que llegara a Newnan. Cambió el arco de mano y, con la derecha ahora libre, tomó el hacha de su cinturón. En el bosque tendría mayor cobertura, pero también le jugaba en contra, por los caminantes y posibles otras personas que podrían aprovecharse de esa cobertura.
Nina miró fijamente los árboles, atenta a los sonidos. Nada. Todo estaba en silencio. Volvió a suspirar, como dándose ánimos, y se encaminó hacia el bosque.
