Hola, después de mucho tiempo por fín me animo a escribir un fanfic de nuevo. Esta vez lo hago sobre una de mis parejas favoritas de la última película de disney, Frozen. La historia está basada en una especie de final alternativo, ¿Qué pasaría si...? He tomado para ello varios de los rumores que circulan sobre la verdadera naturaleza del Príncipe Hans. Así pues habrá cosas que no tengan nada que ver con la película, soy consciente de ello, pero quería aportar un punto de vista diferente y un cambio en la relación entre estos dos personajes, que por desgracia (para mí) nunca llegó a producirse. Por favor no seáis crueles conmigo que hace tiempo que no me dedico a esto D:.

El punto de partida es una segunda visita de Hans a los calabozos donde se halla Elsa.

Un beso, y espero que sea de vuestro agrado ^^.


I. La proposición

El sonido metálico se hacía eco entre las paredes de piedra como un preludio a lo que sobrevendría, acompañado por el acompasado sonido de unas pisadas revestidas de cuero contra el adoquín. A pesar la amplitud del corredor, el frío provocaba una sensación de aprisionamiento, cubriendo las paredes de escarcha, haciendo la prisión más lúgubre de lo que era. Finalmente se detuvo frente a una puerta de hierro negro forjado, y examinó con suma cautela el juego de llaves, pasándolas una por una delante de sus ojos mientras su propia respiración dibujaba nubes de vaho delante de sus ojos verdes, hasta que finalmente sus dedos enguantados dieron con la correcta: una pieza de metal igual de oscura que la cerradura que correspondía, y la introdujo con deliberada lentitud, ejerciendo la fuerza necesaria para activar el mecanismo interno que permitía la abertura de la puerta, congelado a causa del descenso brusco de las temperaturas. Finalmente cedió, y con un empujón certero, las bisagras cedieron ante la presión de su mano. La antorcha que portaba consigo dibujó una cuña de luz sobre el frío, despertando en él destellos anaranjados que se fundían con el azul lunar que entraba por el tragaluz que había en la pared opuesta, reflejando un panorama desolador: Nieve y hielo por doquier, que azotaban el reino con una tormenta inclemente y peligrosa, tanto como hermosa. El mar congelado aprisionaba los navíos en la costa, mientras que el viento había contorneado estacas afiladas allá donde soplaba con fuerza, alzándose sobre las cumbres como un remolino arrollador y pálido, que dejaba caer sus copos enterrando las calles de la ciudad con su manto blanco y denso. La prisionera parecía absorta, tan cerca del cristal como las cadenas que mantenían sus manos atadas al suelo le permitían.

De vez en cuando su pecho se agitaba con un suspiro profundo, como si la sola visión de lo que aguardaba tras su celda fuese un terrible augurio de desolación. Estaba tan distraída que no parecía haberse percatado de su presencia, hasta que, tras atravesar el umbral, cerró la puerta tras él y avanzó con cautela hasta donde la figura femenina permanecía, la cual se había girado con violencia hacia él a causa del sobresalto.

-Príncipe Hans-Volvió a decir, sorprendida, como había hecho tan sólo unas horas antes. A veces, parecía olvidar en que situación se hallaba, y que no estaba en posición de envalentonarse, pero en parte comprendía su situación y disfrutaba un poco jugando con ella. El tintineo de las cadenas cuando esta trató de acercarse fue evidente, y chasquearon cuando su longitud le impidió acortar del todo las distancias con el que era su carcelero, obligándola a mantener una postura incómoda con los brazos extendidos-Por favor…-Su voz parecía quebrarse por momentos, mientras alternaba el intercambio de su mirada con fugaces ojeadas a la ventana que había tras ella, la cual recortaba su silueta con un haz mortecino.

El hombre trató de no hacer evidente en sus ojos que se fijaba en ese detalle, componiendo una expresión de compungimiento como escudo frente a la desolación que ella transmitía. Había dado un gran avance, pues nunca había visto a la Reina Elsa suplicar. Hasta ahora, el presunto carácter altivo y orgulloso de ella habían hecho que imaginarse tal situación fuese imposible, pero allí estaba, tan abatida que parecía haber perdido las ganas de pelear, lo cual era eminentemente positivo, llegados a ese punto.

-Dime que habéis decidido- Ya no había rastro de la monarca distante, que había desaparecido para dejar en su lugar a una niña asustada y llena de miedo-¿Me dejaréis marchar? No hay otro modo…-Por su tono de voz, parecía que las horas de soledad en la celda las hubiese dedicado en exclusiva para pensar detenidamente en ello, sin resultados fructíferos, lo cual era notablemente una ventaja. Mentalmente, él sonrió, pero no dejó que su triunfo aflorase ni por asomo en sus labios.

-La situación es difícil, Reina Elsa-Contestó, evadiendo momentáneamente su interrogatorio-Debéis saber que el pueblo está bastante alterado. El invierno que habéis desatado no sólo ha hecho una honda mella en la moral colectiva, obligados a resguardarse dentro de sus hogares, prisioneros de vuestro hielo-Confiaba en que ella comprendiese ese punto concreto, para minar aún más su autoestima y hacerla más vulnerable. Él lo sabía por experiencia propia… No en vano aquellos grilletes estaban logrando contener en parte su abrasivo poder-Nos hallamos en una situación crítica, en la cual las mantas no son suficientes y los alimentos empiezan a escasear. El comercio se ha vuelto completamente inviable, las cosechas se han perdido y temo que pronto haya una sublevación contra el palacio si no se toman medidas urgentes. El hambre y el miedo son armas poderosas en vuestra contra, alteza-Frotó sus brazos con las manos, evadiendo el frío que sus palabras despertaban en las emociones de la joven. No le afectaba, pero disfrutaba fingiendo que sí. Aún era pronto para que perdiese el control de esa manera, dando al traste con su plan maestro, pero era vital que estuviese emocionalmente inestable, o de lo contrario no podría conseguir nada. Se inclinó un poco hacia ella, demostrando así que a pesar de su miedo, el no la temía y estaba dispuesto a brindarle ayuda-No puedo dejaros marchar-Declaró finalmente.

-Por favor-Dijo cansada, como si le costase pronunciar aquellas dos palabras. Elsa volvió a mirar por la ventana y su rostro se contrajo en una mueca que revelaba el inmenso dolor que le causaba su involuntario hechizo. Su exilio a la montaña no había servido absolutamente de nada, ella, que creía que apartándose de Arendelle podría vivir en tranquilidad sin volver a herir a nadie más, pero había estado muy equivocada, y su error le colocaba sobre sus hombros un peso que no estaba capacitada para sobrellevar-Debéis entenderme. Soy un peligro para Arendelle.

-No, alteza. Sois vos quien debe entenderme a mí-Atajó el con autoridad, cansado de tanta llantina estúpida. Había llegado el momento de seguir con la artillería pesada para acorralarla-Arendelle sufre mientras vos os lamentáis sin mover ni un solo dedo. He repartido prácticamente todas las mantas del castillo, y compartido las pocas provisiones entre las buenas gentes. Quieren una solución a este problema y no esperarán por ella-Agitó un dedo de su mano enguantada, para hacer mayor énfasis. Después, la pasó por su cabello, revolviendo un poco su flequillo cobrizo, demostrando así algún tipo de pesadumbre en su alma-Los emisarios me presionan constantemente reclamando vuestra cabeza en bandeja de plata, amenazando con que la complicada coyuntura de vuestro reino salga a la luz, con las consecuentes amenazas exteriores-Suspiró, observando por el rabillo del ojo el efecto devastador de sus palabras a medida que la expresión de la reina se desencajaba en una mueca de horror. De no ser por semejante gesto, o por el ceño fruncido que parecía eterno en su rostro antes de su huida, pocas mujeres podrían competir con su belleza si una sonrisa iluminase su mirada de azul cristal. Pero ella siempre parecía estar contrariada, y con lo que se le venía encima no era para menos-Me pedís comprensión, pero me hallo entre la espada y la pared. Como reina deberíais poneros en mi lugar y ser consciente de la tesitura tan complicada que estoy viviendo como dirigente temporal de Arendelle. Es cuestión de tiempo que soliciten de forma oficial vuestra ejecución.

Elsa tragó saliva y el miedo se hizo más que latente. Retrocedió un par de pasos a ciegas hacia atrás, mientras acercaba con dificultad sus manos encadenadas a su cuello. Sus orbes brillaban con temor genuino y legítimo.

-No…-Dejó escapar con un hilo de voz.

De nuevo el frío se cernió sobre la oscura celda, y la llama de la antorcha que sostenía el príncipe titiló, amenazando con apagarse, pero con tan sólo apretar sus dedos en torno al mango de la misma, resistió el brusco descenso ocasionado por la reina. Se acercó a una pared cercana, y depositó la lumbre sobre uno de los soportes, justo encima de la cama de paja desecha que momentos antes había ocupado la prisionera, para después encararla de nuevo.

-Lo he intentado todo-Aseguró el príncipe, meneando la cabeza-Pero me temo que las alternativas escasean, y no puedo arriesgarme a que me acusen de traición dejandoos ir. Vuestra popularidad ha bajado en picado, alteza-Dijo pausadamente-Lamento muchísimo esta situación…

Ella no respondió inmediatamente, parpadeando lentamente para esconder su mirada perdida que albergaba un terrible desasosiego, el cual fustigaba sin piedad alguna su alma. Arendelle ya no quería a su reina, sino que preferían al príncipe extranjero que había respondido por ellos, brindándole un apoyo que no habían obtenido de ella, la cual sólo los había condenado a semejante temporal de emociones gélidas. Suspiró pesadamente, ahogando un gemido desolador y conteniendo las lágrimas que emborronaban su visión, haciendo que en vez de al joven, observase un borrón colorido contra la oscuridad de la celda.

Estaba derrotada. Hans sabía que Elsa buscaría la solución más fácil porque era una cobarde. Ya lo había demostrado antes, escapando de su propia coronación a causa del descuido que revelaba el poco control que albergaba sobre sus poderes, y él pensaba sacar el máximo partido a semejante incertidumbre. La debilidad emocional de la reina no le era ajena, pues podría decirse que conocía de primera mano, y precisamente por eso no vacilaría a la hora de usarla en su contra.

-Aunque…

Esa simple palabra bastó para que la reina alzase la barbilla para mirarlo con renovada determinación, completamente dispuesta a escuchar lo que el tuviese que decirle. Cualquier cosa para huir de nuevo de su destino, inconsciente de que era imposible eludirlo por más tiempo.

-Tal vez podría hacer algo por vos-Elsa parpadeó, atenta-Arendelle necesita un rey al mando-Dijo sin tapujos, y la reina lo miró confundida por lo repentino de la información-Reforzará la casa real de cara al exterior, evitando así una invasión aprovechando la delicada situación que vivimos, y servirá para aplacar la ira del pueblo. Su majestad-Prosiguió-he estado al cuidado del reino desde que vos huisteis a la montaña-Hizo una pausa esperando su reacción mientras alzaba una delgada ceja cobriza. Sabía que eso era lo más parecido a una puñalada que podía asestarle a Elsa y seguir con vida, y ella tampoco lo negó, a judgar por el brillo dolido de sus orbes azules-He hecho cuanto he podido para mantenerlos a todo a salvo. No hay nadie que no haya recibido atención en el palacio si era menester. Pero sin embargo vuestra imagen está dañada, y temo que pronto salga a la luz este incidente. Las voces no pueden ser acalladas por siempre, alteza.

-¿Estáis insinuando que abdique a favor vuestro?-Soltó de pronto, y las cadenas rechinaron con su brusco movimiento, deteniéndola. Hans supo que no había tratado de realizar ningún empellón violento, simplemente se trataba de la sorpresa que entrañaban las palabras del joven príncipe sureño.

-No es tan simple como eso, su majestad-La interrumpió él con tranquilidad-A pesar de lo acaecido, aún seguís siendo la legítima reina por derecho de sangre.

-Entonces sugerís que abdique a favor de Anna-Observó, con algo de más tranquilidad. No era algo que ella no hubiese pensado antes.

Estaba completa y ciegamente convencida de que su hermana podría llevar sin problemas las riendas del reino, guiándolo hacia la paz y la prosperidad, alejándolo de la austeridad que había caracterizado al gobierno de sus padres y a su breve periodo al mando de Arendelle. Se preguntó donde se hallaría en ese momento, y si habría logrado regresar finalmente de las cumbres, de donde ella la había echado sin miramiento alguno. Lamentaba no haberla creído en un primer momento, y el peso del remordimiento terminaba de causarle un terrible dolor, tanto físico como espiritual.

-No-Hans meneó la cabeza, y Elsa frunció el ceño, visiblemente aturdida-Demasiada inestabilidad política, ¿No os parece? A pesar de todo, sois vos quien fue coronada y preparada durante todos esos años para estar al frente de este país, y este desagradable incidente ha puesto vuestro gobierno en entredicho. Pero si algo he aprendido es que nada es completamente definitivo.

-No entiendo a donde queréis llegar-Bajó la testa, escondiendo su mirada tras la tupida capa de pestañas que coronaban sus párpados, apretando los labios con compungimiento.

Pero Hans sabía que la reina no era ninguna necia, a pesar de sus episodios de crisis sentimentales que habían desembocado en el terrible caos desatado. De hecho, estaba completamente convencido de que en ningún momento había perdido el hilo de sus palabras, pero su obstinación le impedía reconocerlo. Tal vez incluso, pretendía creer en otra cosa como una niñita ilusa que vive una pesadilla, pero debía empezar a entender que eso era muy real.

-Quiero decir que conozco el modo de evitar que Arendelle entre en guerra, tanto civil como con otros reinos. Hay algunos focos aldeanos que aún os quieren como monarca, y confían en vos; frente a la turba que exige vuestra ejecución como bruja-Dijo lenta y pausadamente, como si le hablase a una cría corta de entendederas, sin dejar de lado la educación que le caracterizaba-El problema es algo más que un clima pasado de fecha. Si esto sigue así, ya no tendréis nada que lamentar, pues este reino simplemente habrá pasado a la historia.

Elsa se encogió de miedo.

-Pensadlo bien. Vos, presa de una terrible maldición…-La miró, y ella tragó sonoramente saliva, como si pensase en protestar al respecto, más de sus labios no salió ningún sonido, como si sopesase hasta que punto su poder era un don o una maldición-…habéis desencadenado la perdición de vuestro pueblo, y para ello, además de reparar el daño, necesitáis de una figura que refuerce la posición de la casa real de cara a todo el mundo, para restaurar la confianza perdida con este inoportuno desliz-Se inclinó un poco más-Tal vez, incluso, tenga una solución a este tempestuoso clima-Añadió con deliberada parsimonia. Ella retrocedió de nuevo, meneando la cabeza sin creerle, con el horror titilando como una agónica llama de vela.

-No…-Lo que sugería era ni más ni menos que renunciase a su libertad, aquella que tanto había anhelado conseguir. Pero a fin de cuentas, ¿No la había perdido ya? No eran los muros del calabozo los que la aprisionaban, ni tampoco las cadenas que, oportunamente, impedían que sus poderes se desatasen sin control. No, lo que mantenía prisionera a la reina de cabellos plateados no era ninguna de las dos cosas anteriores: Eran sus actos, liberados por una conducta imprudente que la hacía esclava de ellos y jamás le permitirían respirar los vientos de su tan ansiada libertad. Lo miró compungida y de nuevo se preparó para una réplica-Os agradezco vuestra preocupación, y estoy en deuda con vos por tan inestimable apoyo que habéis brindado de forma desinteresada a mi pueblo. Pero estáis comprometido con Anna y…-A ciegas volvió a pisar de espaldas, buscando expandir la distancia que los separaba, como si la cercanía fuese sumamente peligrosa. La reina Elsa nunca había gustado que invadiesen su espacio vital, e inconscientemente, sentía que la atrevida proposición del príncipe era algo más que una extralimitación en sus labores como diligente provisional.

-Por favor, no seáis cínica-La interrumpió él, mientras poco a poco, su verdadero rostro salía a la luz-¿Es más importante la felicidad de vuestra hermana que velar por la seguridad de un reino que amenaza con quebrarse? Os recuerdo que os negasteis a bendecir el matrimonio antes de salir huyendo. Con todos mis respetos, alteza, pero vuestra conducta es más irresponsable de lo que creía. Tal vez no tenéis madera de reina de todos modos.

-¡No!-Protestó ella, ¿Es que acaso su sacrificio había sido tan inútil?

Por años se había estado escondiendo de todos, aniquilando su verdadera naturaleza para evitar herir a nadie más, replegándose hasta no ser más que una sombra de lo que suponía su atormentada existencia. Elsa siempre había anhelado ser ella misma, pero por el bien común sus deseos habían sido relegados, forjando un carácter quebradizo y frío como el cristal helado que brotaba de sus manos; escudándose tras una máscara de falso orgullo y distanciamiento. El miedo a causar daño había sido una pesadilla que la atormentó sin piedad durante gran parte de su adolescencia, y tras la muerte de sus padres, la soledad que vivía se había hecho aún más latente, viéndose obligada a dejar totalmente de lado a Anna, creando en su pecho una desgarradora sensación de vacío al saber que jamás nadie podría comprenderla.

Su breve periodo de liberación no había sido más que un engaño a sí misma. Ahora era consciente de la realidad: Ella debía vivir por y para Arendelle, y cualquier fantasía evasiva no podría nunca ver la luz.

-Anna lo entenderá-Aseguró el príncipe, empleando un tono comprensivo, escondiendo en sus facciones la realidad que sólo él conocía-Sólo debéis dejar que yo me encargue de todo, y os aseguro que las aguas volverán a su cauce.

-No-Respondió ella por enésima vez-No puede ser así… ¿De… de qué solución has estado hablando antes?

-He estado investigando largo y tendido los archivos reales-Prosiguió a modo de respuesta, omitiendo la expresión de Elsa al comprender que había estado hurgando en sus aposentos-Aceptad y pondré la solución en vuestras manos. Lo juro por mi honor de príncipe…

-No es tan fácil-Repitió ella-¿Creéis que no lo han intentado otros antes que vos? Ni yo misma se cómo descongelarlo-Lo cuestionó con desespero.

-Sois poco colaborativa-Observó él-Pero os sugiero que en cualquier caso escojáis pronto. No puede decirse que dispongáis de muchas alternativas-Agregó con dureza, para después decir casi sin tapujos-Habrán quienes no vacilen a la hora de encender una hoguera en el patio del palacio-Y se dio la vuelta, a sabiendas de que no iba a tardar en obtener lo que deseaba. A Elsa no le quedaban más salidas, y estaba segura de que su carácter pusilánime la invitaría a hacer lo que ella consideraba correcto, y que a su vez seguía siendo la salida más sencilla de todas. Casi había alcanzado el umbral cuando el movimiento tras él le indicó su rendición.

-¡Espera! Por favor…-Su voz temblaba a medida que brotaba de su garganta-Por favor…-Repitió-Prométeme…Prométeme que Anna estará bien-Hans se giró y acortó de nuevo el espacio que los separaba, viendo como Elsa se amedrentaba ante su presencia, que pretendía parecer tranquilizadora. El hombre le hizo una reverencia.

-Eso por supuesto, su majestad-Buscó con sus ojos verdes los de ella, colocando las manos sobre sus hombros para obligarle a mirarle y no perder el contacto, percibiendo el frío tacto de sus hombros casi desnudos, y la ligera convulsión de su cuerpo-Si me lo permitís…-Metió su mano enguantada en su chaqueta, sacando de ella una pequeña gargantilla, cuyo febril brillo resultaba confuso bajo la tenue luz de la antorcha, coronada por una preciosa piedra cristalina-¿Puedo?-Inquirió, pero Elsa no hizo ningún tipo de asentimiento, simplemente sacudió su cuerpo para apartar su tacto perturbador, sintiéndose una completa traidora a los sentimientos de su hermana. Ella sabía que Anna no iba a perdonarla jamás, y el tratar de explicarle que eso no era por gusto, sino por necesidad, no iba a servir de nada-No es precisamente un anillo de compromiso, pero igualmente espero que sea de vuestro agrado. No podría considerarme un miembro de la realeza sin un obsequio adecuado para una reina como vos…-Pero ella ya no lo escuchaba, porque no le interesaba lo que tenía que decir. Su voz era un murmullo de fondo que vibraba al son de su remordimiento.

Ya había privado de su libertad a su hermana, al mantener las puertas cerradas. También le había negado la posibilidad de encontrar el amor. Y ahora iba a caer en la hipocresía de quitarle ambas cosas que ella anhelaba. Cerró los ojos y dejó escapar una furtiva lágrima, que resbaló por su barbilla y se hizo hielo antes de rozar el frío suelo de roca. Si antes había pensado que no podría caer más bajo en su escala de traición, ahí estaba ella, renunciando a absolutamente todo lo que quería mientras se dejaba caer a un inexorable agujero de oscuridad.

Notó el peso extra de la pieza de metal sobre su cuello, como si añadiese más pesadez a su alma atormentada, cuando fue consciente de que el príncipe no se había hecho esperar. Su tacto fue extrañamente cálido pero traía consigo una paulatina carga que parecía absorber sus fuerzas internas. De nuevo era un pájaro enjaulado en una bella cárcel de oro.

-Todo saldrá bien-Aseguró-Pero ahora debo marcharme. Os prometo que saldréis pronto de esta celda-Quiso acercar su mano de nuevo a su rostro, pero ella lo rechazó. Con un suspiro, Hans reculó y se dirigió a la salida, esta vez con la convicción de haber logrado lo que buscaba. Ya no había peligro alguno, no cuando había sido tan fácil.

-Dile a Anna que me perdone…-Oyó que la reina decía, con el tono alterado por el desasosiego.

-No creo que haga falta-Respondió el, agarrando la puerta de metal y pasando al otro lado-A estas alturas, tu hermana ya debe estar muerta-Y dicho esto, cerró de golpe la hoja, con el crujido metálico de la llave entrar en la cerradura. Sus pasos quedaron amortiguados por el grito agónico que brotó del interior de la celda, mientras avanzaba con total tranquilidad hacia las escaleras que conducían al piso superior. Ya no habría emociones que enterrasen de nuevo el reino en nieve.


Los aposentos de la reina estaban un más desordenados de lo normal, al menos ya no albergaban la extrema pulcritud que mantenían cuando era Elsa quien los ocupaba. Pero las últimas horas habían sido muy difíciles, y nadie se había negado la su petición de mantener su base en él durante la búsqueda de la princesa. Claro que, desde luego, Hans de las Islas del Sur no los había dejado en semejante estado antes de salir y dejar a la agonizante Anna en su interior, meditando sobre sus últimos instantes de vida antes de ser helada del todo por la maldición de su hermana.

Las ventanas estaban abiertas y los vientos del exterior las hacían moverse con violencia, mientras las cortinas ondeaban como si fuesen las colas de sendos espectros, azotando todo lo que había a su paso sin piedad. Las piezas del elaborado ajedrez que antes reposaba sobre la mesilla, yacían desperdigadas en el suelo, y las ascuas de la chimenea apagada, hacían volar sus cenizas hasta ensuciar la alfombra que cubría la sala de una pinta a otra. El príncipe cerró la abertura, y el glacial viento desapareció por completo, quedándose detrás del cristal, que era donde debía permanecer mientras el investigaba lo ocurrido.

Anna no estaba, y eso sólo podía significar que había escapado. Pero, ¿Cómo? En cualquier caso ya no era de importancia, pues la puerta había sido cerrada por fuera, y el ventanal por el que irrumpía la corriente era el claro aviso de que se había fugado por ahí. Un acto suicida y poco meditado, propio de la estúpida princesa de los sándwiches, ¿Por qué no le extrañaba? Por un momento había creído que la encontraría fría y sin vida en el suelo, y fue toda una sorpresa, pero no era un inconveniente a sus planes. Si no moría por le hechizo, las temperaturas exteriores acelerarían su congelación, o simplemente de despeñaría por el tejado y tendría un problema menos del que encargarse.

Se agachó junto a la chimenea y se quitó el guante derecho, palpando con las yemas de sus dedos la madera húmeda que el mismo se había encargado de apagar una hora antes con el contenido de la vasija vacía que ahora reposaba a los pies de esta. Entrecerró los ojos, y movió sus dedos sobre esta mientras el vapor empezaba a ascender, dibujando volutas que ascendían hacia la vía de escape del humo, y poco a poco, la chispa prendió como por arte de magia en el veteado. Con el atizador, Hans movió uno de los trozos de carbón para que el calor se traspasase, guiando las llamas con los dedos hasta que alcanzaron una altitud considerable. Apoyándose sobre la rodilla, se incorporó y con su pie golpeó sin querer algo.

Su mano desnuda agarró la pieza de marfil blanco que había llegado rodando hasta donde él estaba, y la sostuvo en alto para observarla a la luz de las llamas: La reina blanca del tablero. Al final, la perseverancia tenía sus frutos.

Todas las medidas extra tomadas durante su infancia para mitigar aquella "anormalidad" que lo acompañó durante tantos años había pasado a ser la mejor de sus armas para lograr el reconocimiento deseado. Ya nadie más volvería a mirarle como si fuese una aberración de la naturaleza, no cuando las acciones imprudentes de la reina iba a ser su clave de acceso al trono de Arendelle y convertirse en el héroe que todos amarían por traer de vuelta al verano.

Hans se dirigió de forma inconsciente hacia la ventana, observando distraídamente el cuadro del rey Akdar que se hallaba en la pared de al lado. Su porte distinguido no revelaba a ningún monarca inteligente, cuya política de puertas cerradas había sido, en parte, el detonante de la situación de incertidumbre que en ese momento vivían. Otro rey necio como su padre…

Todo lo que sus ojos veían era blanco, un torrente de pureza y peligro que, si bien había detenido su avance, seguía congelando el fiordo en el tiempo, y enclaustrando a los habitantes como criminales bajo arresto domiciliario. Era un espectáculo etéreo y bello, como su causante, pero igualmente una molestia que debía terminar cuanto antes. El envite incansable de Elsa, junto con el fluir de sus poderes sin control, había impedido que pudiese hacerlo con tranquilidad, pero Hans sabía que bastaba un simple chasquido de sus dedos para derretir los efectos devastadores de la reina. Y lo haría, por supuesto, pero a su tiempo. Ya faltaba poco, pero disfrutaría los instantes previos mientras tanto.

El príncipe miró la mano con la que sostenía la elaborada pieza, y volvió a concentrarse en el incierto horizonte. Habría sido tan fácil descongelar Arendelle en el preciso instante en el que Elsa lo condenó… Pero entonces no habría habido gloria para él. Era consciente de la opinión que los poderes de la reina despertaban entre la multitud, ¿No habría sido arriesgado revelar sus talentos delante de todos y ser acusado también de brujería? Las cosas no debían hacerse nunca con prisas, o de lo contrario saborear la recompensa no sería tan placentero. Reconocía que la situación se le había ido un poco de las manos y que la revelación de la muchacha lo había pillado de improviso en plena coronación, cuando aún su plan de asesinato no era más que un bosquejo no madurado, y eso le obligó a dar un giro a los acontecimientos. ¿Alguien igual a él? Imposible, demasiado opuestos…

La había atraído hacia su trampa apelando a la empatía. "No os convirtáis en el monstruo que todos temen que seáis". Puede que algo de sinceridad se hubiese colado en sus palabras, hablando desde la experiencia de ser odiado por sus hermanos mayores, obligado a reprimir su magia a base de elementos catalizadores como el que ahora pendía del cuello de la reina, pero Hans sabía que para sobrevivir los sentimientos no eran más que un estorbo. Si albergaba algún sentimiento hacia ella, no era más que lástima y puede que algo de curiosidad, pues, a fin de cuentas, ella no era más que un instrumento en sus manos.

Su esencia ígnea había sido la que mató a su madre durante el parto y le costó el rechazo de todos. Tan sólo lo mantenían con vida por ser de sangre real, aunque eso estaba a punto de cambiar, y podría demostrar a los demás que sus desplantes sólo habían servido para curtir a un hombre astuto, capaz de apoderarse de un reino entero con tan sólo su don de la palabra.

Y ahora, la actuación debía proseguir. Su plan estaba a punto de ser ultimado: Él, gallardo príncipe de las Islas del Sur, había salvado a la reina Elsa de un terrible hechizo con un beso de amor verdadero, y con ella al reino de Arendelle. Ella no tendría que preocuparse más de caer de nuevo en el descontrol, pues el diamante que pendía de su cuello absorbería todo rastro de magia mientras lo llevase puesto… Y no le sería fácil quitárselo, pues sólo el contenía la pequeña llave que permitía abrir el cierre en torno a su cuello. Ahora Elsa sería poco menos que una marioneta en sus manos hábiles, vacía y hueca por ambas pérdidas: Su hermana y su magia.

La reina blanca en sus dedos, comenzó a arder, iluminando fugazmente sus ojos verdes con un malévolo brillo dorado, hasta que finalmente se consumió. El verano regresaba…