Prefacio
-Hace siete años, días antes de los exámenes a Chunin-
Estaba en su cuarto, un lugar donde él podía estar tranquilo trabajando con su marioneta. El lugar era sombrío, las paredes y el suelo estaban hechas de piedra, todo decorado con horripilantes marionetas que para él eran hermosas y sus grandes aliadas, todas ellas trabajadas y mejoradas con sus propias manos.
Dejó lo que estaba haciendo para centrarse en la pequeña ventana de su cuarto, pensando en el examen a chunin que se iba a hacer en Konoha. No le parecía mala idea examinarse, aunque no le gustaba el motivo por el cual, iba a ir a ese examen, una guerra inútil tras tantos años de paz. Sus ojos negros solo podían mostrar su mal estar por la extraña sensación que tenía en ese momento, sospechaba que no iba a ir bien la cosa, que ese examen iba a ser un fracaso o que en la guerra él iba a morir junto a sus hermanos, aunque seguramente, el menor de los tres iba a sobrevivir por el hecho de que llevaba en su interior a la bestia de una cola, uno de los motivos por el cual le tenía miedo.
Cansado de tanto estar sentado se fue a dar un paseo por la arenosa Sunagakure, observaba la estructura esférica que estaba situada en el centro del pueblo, luego contempló las grandes rocas y acantilados que protegían sus fronteras, los edificios tenían unas estructuras muy simples y estaban hechas de arena. Él, como cualquier otro aldeano, vestía con algo cómodo para poder cubrirse de las tormentas de arena, llevaba una capucha de color negro con orejas de gato que compenetraba con su traje.
Él llegó hasta una calle que nunca antes había pisado y las estructuras de aquel lugar estaban abandonadas, al muchacho le atraía la enorme casa que se alzaba entre las demás, que a su lado parecían simples piedras. Se dio cuenta de que nadie se atrevía a pasar por esa zona de la ciudad y los pocos que se acercaban intentaban evitarla a toda costa, motivo por el cual su curiosidad fue aumentando. Sin temor, se acercó a la puerta y la tocó con la palma de su mano que se volvió negra a causa de la suciedad que invadía el lugar, no sabía lo que podía esconder, se preguntaba quién era su propietario o que hacía ahí. Intentó abrirla con fuerza con su infantil cuerpo, pero al parecer, no pudo ni si quiera, romper la madera de ésta. Dio varios pasos hacia atrás y alzó la vista para observar lo enorme que era, las ventanas estaban tapiadas con madera y sobre su pared había un enorme cartel con las letras ilegibles.
— Kankuro…
Al escuchar su nombre, se dio la vuelta y observó a Baki que lo miraba con furia. No entendió como pudo averiguar que estaba ahí y se preguntaba así mismo qué hacía su sensei en ese lugar. El joven evitó mirarlo a la cara y se acercó a él, seguramente su curiosidad provocó la rabia que inundaba los pensamientos de aquel hombre.
— ¿Qué haces en esta calle? Sabes perfectamente que está prohibido pasar por ella.
— ¿Porqué está prohibido? —Kankuro preguntó ya que no conocía aquella calle, siempre iba muy limitado por su ciudad.
— No voy a responder a tu pregunta, así que te pido que me acompañes y así te alejes de este sitio.
Kankuro se fue de ahí junto a Baki. Su sensei se paró un momento y centró su mirada en aquella calle, parecía triste, aunque lo podía esconder tras aquel turbante de tela que le tapaba media cara. Éste se llevó su mano a la zona escondida de su rostro y luego notó como su alumno empezaba a preocuparse por él. Le dirigió la mirada y le enseñó una sonrisa con la intención de esconder lo que en ese momento él sentía.
El joven lo miró con cierta sospecha, pensó que esa calle tenía algo que ver con el pasado de su sensei. Él pensó en pedirles ayuda a sus hermanos, con tal de dar con el misterio de ese lugar, pero su hermano Gaara estaba loco por completo y su hermana era la mayor, seguro que ninguno de los dos estaría dispuesto a ayudarle.
—Si no puedo acercarme a esta calle, intentaré por mis propios medios investigar lo que ese lugar esconde.
