Los mutos se acercaban como un millar de tiburones rabiosos, sedientos de sangre y carne. El sonido de sus estómagos rugiendo de rabia era casi tan audible como el entrechocar de sus colmillos. Finnick echó un vistazo detrás de él a la escalera por la que Peeta y Cressida habían empezado a subir. Demasiado despacio. Habían logrado poner cierta distancia entre el grueso de los mutos y la vía de escape pero no la suficiente. En pocos segundos los lagartos les alcanzarían y sólo quedaban Gale y él para retrasarles.
- Tú los de la derecha y yo los de la izquierda- no era una sugerencia sino una orden, de modo que Gale asintió y comenzó a abrir fuego. Finnick asió el tridente con firmeza y comenzó a desgarrar a todo ser reptante que se cruzaba por su camino. En la cabeza, en el estómago, en la espalda. No buscaba ningún punto fijo, simplemente ensartaba cuerpos . Su instinto natural de pescador y tributo le decía dónde debía guiar sus movimientos; instinto que Gale no tenía. El muchacho era excelente con su arma pero disparar flechas conllevaba apuntar y apuntar en aquel momento conllevaba tiempo. Segundos, sí, pero tiempo a fin de cuentas. Cada disparo debía contar y eso hacía a Gale alguien temporalmente vulnerable- Gale, sube.
- Ni hablar- dijo el chico colocando una flecha en el arco- Sube tú primero, te cubriré las espaldas
- Ni lo sueñes- Finnick puso una mano sobre el hombro de Gale y le empujó hacia los escalones- Tú tienes un arco bonito con flechas de colores que se agotan; yo tengo un tridente y años de experiencia pescando, así que tú vas primero- Gale le dedicó una mirada llena de respeto y orgullo herido antes de comenzar a subir.
- De acuerdo- justo cuando iba por el tercer escalón, se dio la vuelta y disparó dos flechas explosivas que acabaron con la mitad de los mutos- pero no tardes.
- Descuida- Finnick no planeaba permanecer en aquel lugar más del tiempo necesario. Salir de allí significaba avanzar un paso hacia la muerte de Snow y la muerte de Snow llevaba a reencontrarse con Annie. Annie. Finnick apretó los dientes y se preparó para enfrentarse a los mutos que comenzaban a reagruparse a su alrededor. Debía salir de allí. Debía volver junto a ella, estrecharla entre sus brazos, besar sus labios y repetirla mil veces que la amaba con todo su corazón. Ambos debían volver a su casa, al distrito cuatro, lejos de todo y de todos, y vivir felices hasta el fin de sus días. Después de todo lo que habían pasado, Annie y él merecían comenzar una nueva vida, y nada ni nadie podía interponerse en su camino. Ni siquiera una manada de mutos furiosos. Con ese pensamiento en mente, Finnick fue arremetiendo contra los mutos al mismo tiempo que retrocedía hacia la escalera. Era un proceso casi mecánico. Retrocedía un paso, mataba tres mutos. Retrocedía otro, mataba cinco. Retrocedía otro, mataba siete. Su espalda chocó contra los escalones de metal pero en lugar de darse la vuelta Finnick se asió con la mano izquierda a uno de los escalones mientras con la derecha seguía repartiendo golpes a diestro y siniestro. Muy lentamente, comenzó a subir por la escalera, pero era un proceso más lento que el anterior. Subía un escalón, mataba un muto. Subía otro escalón, mataba otro. Subía otro escalón, mataba otro. Ni siquiera trataba de atacar; se limitaba a defenderse lo mejor que podía. Son demasiados, pensó alzando la vista. Gale estaba a punto de llegar al nivel superior de la escalera y él apenas había subido cinco peldaños. Finnick abrió la boca para pedir ayuda pero su grito de auxilio se transformó en un aullido de dolor cuando notó el contacto de los colmillos en el brazo derecho. Al bajar la vista se encontró cara a cara con los ojos rojos de uno de los mutos mirándole fijamente. El lagarto había saltado lo suficientemente alto como para encaramarse a su brazo, y ahora hundía sus garras y colmillos en él. Finnick trató de zafarse pero el lagarto no cesaba en su empeño. Permanecía inmóvil, con los ojos fijos en él y las garras profundamente hundidas en su carne. Finnick tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba muerto. Aturdido, movió el brazo de izquierda a derecha hasta que algo resbaló de su mano y el muto calló al suelo. Justo antes de ser sepultado por las otras bestias, Finnick distinguió un destello de algo clavado en el interior del lagarto. Su tridente. Debió haberse introducido en el cuerpo del animal cuando este saltó y ahora descansaba en el suelo de la alcantarilla, demasiado lejano para recuperarlo. Finnick echó un vistazo a su muñeca buscando el control remoto que haría volver el arma junto a él pero lo único que encontró fue sangre y dolor. ¿Y ahora? Rodeado de mutos y sin ninguna posibilidad de defenderse, su única opción era subir. Con un esfuerzo sobrehumano, se colocó de cara a los escalones y se impulsó hacia arriba obligando a su mano derecha a buscar el siguiente punto de apoyo. Cada movimiento enviaba oleadas de dolor por todo su brazo pero Finnick las ignoraba deliberadamente. Ya habría tiempo de quejarse de las heridas más adelante, en aquel momento debía centrarse en subir. Aunque pensarlo era más fácil que hacerlo. Apenas había subido dos peldaños cuando uno de los mutos saltó y clavó sus colmillos en su espalda. Con las manos ocupadas en los peldaños y el tridente lejos de él, Finnick no pudo más que gritar y agarrarse con fuerza para no caerse, notando las garras de aquella bestia desgarrar su torso y su espalda.
- ¡Ayuda!-gimió tratando de hacerse oír por encima del rugido de los mutos- ¡Ayuda!- no se veía a Gale por ninguna parte, sólo un círculo de luz al final de la escalera, terriblemente lejano- ¡Ayuda!
- ¡Finnick!- la luz del círculo se vio brevemente eclipsada por la silueta de una persona, terriblemente lejana, imposible de distinguir- ¡Aguanta!- la silueta desapareció dejando lugar a una sombra pequeña y delgada, una sombra que no fue capaz de distinguir hasta que pasó silbando junto a él. Una flecha negra se clavó entre los ojos del muto, y casi al mismo tiempo los colmillos y las garras fueron sustituídos por una nueva oleada de dolor y sangre cuando el cuerpo inerte del lagarto se precipitó al vacío. Finnick perdió el equilibrio y por un segundo sintió que caía hacia las fauces abiertas de los mutos. Instintivamente alzó las manos y sus dedos se cerraron entorno a un escalón. Un crujido seguido de un intenso dolor le indicaron que se había dislocado el hombro izquierdo pero tenía otras cosas de las que preocuparse. La caída le había dejado colgado de un brazo, balanceándose de un lado a otro sobre las cabezas de aquellas bestias. Más cerca de lo que había estado antes. Muy cerca. Demasiado cerca. Sabía que debía subir de nuevo pero estaba demasiado dolorido, y la pérdida de sangre comezaba a afectar a su visión. No lo conseguiré. El mundo pareció ralentizarse a su alrededor. Todo era más lento, más borroso, más lejano. No lo conseguiré. Apenas era capaz de aferrarse a los escalones. Pronto su cuerpo perdería toda la fuerza y se precipitaría hacia aquel mar de colmillos y garras para ser devorado y descuartizado. Pronto no sería más que sangre y carne. Pronto no sería nada. No... Uno de los mutos saltó hacia él, arañando con sus zarpas su cara antes de clavarlas en su cuello. Justo cuando sus colmillos estaban a punto de cerrarse en torno a su garganta, una flecha idéntica a la anterior traspasó su cuerpo haciéndolo caer- ¡Finnick sube!- desde arriba le llegó el sonido de las voces de sus compañeros, mezclado con los disparos que ya empezaban a alcanzar a los mutos- ¡Sube!- subir... Finnick apenas conseguía moverse, mucho menos subir- ¡Sube!- el rugido de los mutos era ensordecedor, y a cada salto que daban desgarraban una parte de su ser- ¡Finnick, sube!- subir... ¿Para qué subir? ¿No podía quedarse allí sin más? ¿Cerrar los ojos y esperar a la muerte? Que escapasen los demás, él estaba cansado de luchar. Y además... Sube. La voz de Annie sonó clara y nítida en sus oídos. Finnick, sube. ¿Era ella? ¿Estaba allí abajo con él? Finnick quiso pronunciar su nombre pero era incapaz de articular palabra. Tienes que subir. Tienes que salvarte. Me lo prometiste, ¿recuerdas? Sí, se lo prometió. Le prometió que volverían a verse, que cuando todo acabase volverían a encontrarse y no se separarían jamás. Debía volver junto a ella. Sube, cariño. Sube. Apretando los dientes, Finnick volvió a colocarse de cara a los escalones y comenzó a subir lentamente. La sangre fresca manaba de su rostro y le impedía ver pero aún conservaba la suficiente sensibilidad en las manos para distinguir un escalón de otro. El problema era ascender. Conservaba la fuerza suficiente para alzarse unos centímetros cada vez pero aún así debía parar entre peldaño y peldaño para recuperar el aliento, lo que daba a los mutos oportunidades de ataque. Habían comenzado a trepar por las paredes, y algunos saltaban hacia él con los colmillos al descubierto, sólo para ser abatidos por una bala o una flecha. Otros hacían restallar sus colas, como si de látigos se trataran, contra su rostro y sus manos. Aquellos que seguían en el suelo trataban de encaramarse a sus piernas, abriendo nuevas heridas a cada dolor era cegador y sus extremidades temblaban tanto que temió volver a perder el equilibrio. Sólo la voz de Annie le impulsaba a seguir subiendo. Sube, Finnick. Sube, cariño.
Finnick se desplomó sobre la primera plataforma y miró hacia arriba. Aún quedaba un segundo tramo por subir pero ya no le quedaban fuerzas. Su brazo derecho había quedado reducido a una masa caliente de sangre, piel y carne, y su brazo izquierdo se resentía del dislocamiento del hombro y de los mordiscos de los mutos. Su cara ardía allí donde los lagartos habían clavado sus garras, y ríos de sangre manaban tanto de ella como del interior de su garganta, que parecía estar en carne viva. Ni siquiera se atrevía a mirar a sus piernas. Ya queda poco. La voz de Annie era apenas un susurro en su cabeza. Aguanta. Encima de él se oían las pisadas de alguien bajando apresuradamente por la escalera. Debajo de él, el sonido de los mutos se hacía más fuerte a medida que éstos ascendían. Instintivamente, Finnick se arrastró hacia el sonido de las pisadas y apoyó ambas manos en el siguiente escalón pero, al ir a ponerse en pie, un latigazo de dolor recorrió su columna vertebral haciéndole caer de rodillas. Finnick trató de localizar de nuevo el sonido de las pisadas pero apenas lograba distinguir un murmullo. Ni siquiera oía ya el rugido de los mutos. Todo lo que existía era el sonido irregular de su respiración, la lejana voz de Annie y la escalera. Finnick. La escalera. Sube. La escalera. Finnick. La escalera. Finnick...
- ¿Finnick? Finnick, ¿me oyes?- poco a poco Finnick fue recuperando el conocimiento, y cuando lo hizo deseó volver a la inconsciencia. Estaba tumbado boca abajo con los ojos cerrados sobre una superficie blanda, pero ahí acababa la comodidad. Un intenso dolor comenzaba a recorrer cada centímetro de su cuerpo, tan rápido que Finnick temió romperse en mil pedazos de un momento a otro. Miles de puñales partían de su abdomen y atravesaban su torso en todas direcciones, sentía pinchazos en ambos omóplatos, punzadas en la cintura, los brazos y la espalda, y regueros de sangre seca corrían por su cara y sus piernas. Pero lo peor era el cuello. El dolor nacía en la parte baja de la garganta, ascendía por la laringe y desembocaba en tres profundos cortes paralelos que abrían la piel horizontalmente. La sangre aún manaba lentamente de ellos, pero algo suave y acolchado hacía presión para mantenerla dentro. ¿Qué ha pasado? Finnick alzó una mano para examinar aquella especie de trapo, sólo para dejarla caer con un gruñido de dolor. ¿Qué ha pasado? Poco a poco su respiración fue haciéndose más pesada e irregular. Intentó cambiar de posición para dar a sus pulmones algo de libertad pero sus cuerpo no respondía. De echo, era incapaz de mover un sólo músculo. Sentía las extremidades rígidas, doloridas e inservibles, como si estuviese hecho de madera. ¿Qué ha pasado?- No intentes moverte- había alguien inclinado sobre él. Alguien que había tomado su mano entre las suyas, alguien que acariciaba su frente con ternura. ¿Annie?- Has perdido mucha sangre- Finnick tardó un tiempo en identificar a la persona que hablaba. Cressida- Has pasado casi tres días inconsciente. Por un momento pensamos que te habíamos perdido- ¿Perdido? Y entonces lo recordó. La alcantarilla, la escalera, los mutos saltando hacia él, los colmillos y garras clavados en su piel. Un escalofrío recorrió su cuerpo acompañado de un fuerte martilleo en la cabeza. Los mutos, la escalera. Había conseguido sobrevivir. Habían conseguido sacarle a tiempo. A esas alturas debería estar muerto y sin embargo su corazón seguía latiendo. Pero cada latido enviaba una nueva descarga de dolor por todo su ser. Le habían salvado... Tendrían que haberle dejado morir allí. Lentamente fue abriendo los ojos, casi esperando ver las paredes de las alcantarillas, pero al segundo volvió a cerrarlos. La única luz que había en la estancia procedía de una bombilla colgada del techo, pero era suficiente para hacerle daño a la vista. Ver dolía. Pensar dolía. Respirar dolía. Mirara donde mirase, todo era dolor. Dolor, dolor, dolor, dolor. Matadme, pensó tratando de apretar la mano de Cressida, matadme. Pero por más que lo intentó, lo único que salió de su garganta fue un sonido gutural, como el gruñido de un animal malherido- Shh, tranquilo... Estás a salvo- de haber podido, Finnick se habría reído. No quería estar a salvo. Es más, dudaba estarlo. Lo que quería era que el dolor parase. ¡Matadme!- No podemos dejarle aquí- Cressida seguía apretando su mano pero no hablaba con él- No podemos dejarle solo.
- No tenemos otra opción- la voz de Gale era inflexible- Está demasiado débil para moverse y no podemos arriesgarnos a sacarle con toda esa gente en la calle.
- Gale tiene razón- ahora era Peeta el que hablaba, aunque había un tono de duda en su voz- Finnick necesita descansar y este es el lugar más seguro. Además, Tigris...
- Tigris estará ocupada con la gente que venga a refugiarse- los tres se enzarzaron en una discusión acalorada pero Finnick apenas les entendía. Cada palabra aumentaba su dolor de cabeza, hasta que el martilleo pasó a convertirse en un dolor agudo y constante que perforaba su cerebro a cada segundo que pasaba. La cabeza, la garganta, la espalda... El dolor le envolvía como una gran ola, bañando todo su ser y llegando a rincones de su anatomía que ni siquiera él conocía. A veces parecía remitir en algunas zonas, sólo para acentuarse en otras. Todas las heridas parecían exigir su atención a la vez, pero lo peor de todo no era ser consciente del dolor; lo peor de todo era no poder hacer nada al respecto. No podía moverse, no podía gritar; lo único que podía hacer era permanecer inmóvil, impotente ante las oleadas de sufrimiento y con un único pensamiento coherente en mente: Matadme. La muerte se le aparecía como una dama dulce y cálida, rodeada de arenas blancas y un sol tan abrasador como las heridas de su cara reflejado en un mar transparente. La muerte avanzaba hacia él con los brazos extendidos y los ojos llenos de promesas de seguridad y bienestar. La muerte tenía el rostro de Annie, de su madre, de Mags. Ven, parecía decirle, ven junto a mi. Deja que te acune entre mis brazos y te cante mientras abandonas este mundo para no volver jamás. Deja que me haga cargo de ti y te prometo que nunca más tendrás que preocuparte por nada. Era demasiado fácil irse con ella, tanto que Finnick se preguntó cómo era posible seguir respirando. Sólo la mano de Cressida le ataba al mundo de los vivos pero ni siquiera era capaz de agarrarla con fuerza- Está ardiendo... Si no se le trata a tiempo podría morir de infección.
- Lo sé, pero si nos vamos ahora tal vez consigamos encontrarnos con los rebeldes y mandar a alguien a recogerle.
- ¿¡Y mientras tanto qué!?- gritó Cressida con voz temblorosa enviando una punzada de dolor a sus oídos- ¿¡Dejamos que siga sufriendo cada minuto que pasa!? ¡Quién sabe por lo que debe estar pasando en este momento!
- He dicho que debe quedarse, no que deba estar consciente- la muerte le miró una última vez a los ojos y Finnick trató de alargar una mano hacia ella, pero antes de que sus dedos lograran alcanzarla algo duro impactó contra su nuca y le hizo volver al mundo de las sombras.
