Descargo de responsabilidad: la maravillosa Akagami no Shirayukihime pertenece a Akizuki sensei.

Dedicado con cariño a oxybry, por su cumpleaños. ¡FELICIDADES!


ASALTO

Su Majestad Izana, de la casa Wistalia, el primero de su nombre, monarca del reino de Clarines, no estaba acostumbrado a tales sorpresas.

Jamás en la historia de palacio se había visto un rey asaltado mientras celebraba audiencia. Y mucho menos —nunca— de la manera en que estaba sufriendo dicho asalto el monarca.

Siendo como era una audiencia pública, el salón del trono se encontraba lleno. Cortesanos y plebeyos permanecían en pie aguardando su turno para ser escuchados por Su Majestad, con la esperanza de que este impartiera la debida justicia a su causa. Pero un intruso había entrado corriendo por uno de los pasillos laterales, abriéndose paso a empujones entre los cortesanos, que lo miraban con una expresión de pasmo e incredulidad. "¿Pero qué sucede?", se quejó Lord Nicolás, con voz aguda como maullido, "¿Cómo es esto posible?", casi ladró Lady Kira, bastante ofendida.

El extraño era perseguido por dos de los guardias (casi seguro Kai y Shiira), que no hacían más que tropezar con la misma gente que ya había chocado con el asaltante, provocando incluso mayores molestias y alboroto que los que dicho intruso producía.

Detrás de ellos corría una mujer desesperada, el semblante rojo por la falta de aliento y despeinada. De resultas de los cuatro individuos corriendo entre sus filas, desde el trono la asistencia semejaba una marea de cabezas que se agitaban en dirección a Izana.

Y de repente, pasó.

Un borrón azul salió veloz de entre la multitud, chocó con fuerza contra su pecho y le robó el aliento, mientras unas manos serpenteaban por su cuello y se apretaban contra él.

Cuando el aire volvió por fin a sus pulmones, Izana apartó de sí —solo un poco— al asaltante para encontrarse unos ojos que lo miraban con adoración. Ojos como zafiros iluminados por el sol.

—Hola, padde… —dijo el intruso, con la lengua de trapo de un niño de cuatro añitos.

—Hola, Kain… —contestó Izana, con voz suave—. ¿Qué te he dicho de escaparte y de ir empujando a la gente? ¿Dónde están tus modales?

El pequeño abrió mucho los ojos, como dándose cuenta de que lo que había hecho no contaba con la aprobación de su padre. Así que con gesto decidido, se separó de él, agarrándose de las manos de su padre y descendiendo por sus piernas hasta llegar al suelo. Una vez allí, inclinó la cabeza con profundo respeto y se disculpó.

—Peddón, zeñodez… —le dijo a la sala, y luego, dirigiéndose a la señora sin resuello que lo había perseguido, añadió—. Peddóname, nanny.

Y la corte en peso no pudo evitar que un 'oooooh' colectivo saliera de sus gargantas.

—¿Te quedas conmigo hasta que termine la audiencia? —susurró entonces el rey al niño.

Al pequeño se le pusieron los ojos como platos y una sonrisa enorme se le dibujó en el rostro. Recorrió entonces el camino inverso. Trepó por las piernas de su padre hasta terminar sentado en su regazo. Izana, con mano experta, lo acomodó mejor, y así los dos quedaron de frente a la sala, con la espalda recta, sentados en el trono. Padre e hijo.

Tras dos parpadeos del atónito maestre de sala, la actividad en la corte se reanudó.

Mucho se habló ese día del pequeño asaltante. Porque una cosa era cierta, jamás se ha visto en palacio —¡y en el trono!— tal estampa.

Más de uno juraría que vio a Su Majestad sonreír.

Y quizás fue eso lo más extraño.