Pairing: Huddy. (House/Cuddy)

Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen, sino no habría termiando la temporada así

Resumen: House está en el psiquiátrico, y deberá hacer terapia.

Spoilers: Después del final de temporada

Observaciones: aunque el título haga referencia a otra serie de televisión, no está relacionado en ningún modo con ella.

In Treatment

1.

El dolor era insufrible. Los gritos hacían temblar a las paredes, el llanto rompía los cristales, y tras unos instantes, todo se desvanecía ante la humedad de sus ojos. Así llevaba ya semanas, y a pesar de sufrir cada día más, nada cambiaba. Su habitación se asemejaba más a una celda, austera y sin ornamentos, no había teléfono ni lamparilla, y si los hubiese probablemente ya los habría destruido. Las paredes eran de un color verdoso que le provocaba nauseas, y las manchas de humedad llenaban la estancia. Pero ni siquiera eso le importaba, ya no.

Las horas de aquel día, el decimo séptimo que llevaba encerrado, las había pasado en aquella cama de mantas grises, que ya prácticamente escapaban del colchón. La ansiedad y el dolor le hacían retorcerse cual lagartija, deshaciendo la cama por completo. Y lo único constante en esos días, además del dolor, era ella.

Se sentaba en el suelo, como cada día, observándole sin decir nada. Desde que había entrado allí, no decía nada. Él sentía el olor a vomito, pero ella parecía indiferente a ello. Él mismo apestaba a sudor y a enfermedad, llevaba días sin ducharse, pero ella lucía igual de blanca que siempre, y con el pelo igual o más rubio que la última vez que la vio. Había tratado de odiarla, pero sería lo mismo que odiarse a sí mismo, y ya llevaba demasiado tiempo haciéndolo.

La pierna le ardía, y se desgarraba, sentía los nervios enviando señales a su cerebro. Imaginaba su musculo necrosado comiéndose a sí mismo, sólo eso podría causar tal dolor. Mientras gemía contra la almohada, tratando de aplacar el doloroso silencio de los gritos en su propia cabeza, percibió el sonido del pomo girándose. Ya era la hora.

-Gregory. Debes levantarte, es tu hora con la doctora Kramel. –sugirió amablemente la enfermera acercándose a ayudarle.

Si había algo que odiase más que el nauseabundo olor a humedad era aquel tono de voz compasivo y la forma de dirigirse a él. En semanas había pasado de ser el mejor médico del país –tal vez del mundo- y ser llamado Dr. House, a permitir que unas tontas enfermeras le llamasen Gregory, con el tono de voz de una abuela que ve a su nieto, cuando sólo su padre le llamaba de ese modo.

Con pereza y un esfuerzo casi sobrehumano, además de con la ayuda de la maldita enfermera, y su inseparable bastón, se incorporó. Durante un segundo y en el camino, casi eterno, hacia la puerta, ve su propio reflejo en el cristal de la puerta. La barba de casi tres semanas le hace parecer mucho más viejo, sobre todo por las canas que la salpican. Los ojos parecen inyectados en sangre, en una cara más demacrada de lo que la recordaba. Amber le habla por primera vez, desde que han llegado.

-Eres patético. Estás aquí para ir a mejor, pero mírate.

Él se resiste a responder. Cierra los ojos con fuerza y busca algo de su inmenso orgullo dentro de él, pero no lo encuentra. Su garganta se niega a dejar salir las palabras. Pero el dolor, como siempre, gana la batalla.

-La silla. – pronuncia con un leve movimiento de cabeza señalando, la silla de ruedas que podía ver a mitad del corredor.

Mientras observa a la enfermera obedecer su petición, abandona su bastón marrón en la habitación. Allí ya no era suficiente, necesita más que un bastón para sobrellevar todo aquello. Es difícil abandonar a un compañero así, pero ya ni tan sólo eso le importa.

(…)

-Greg, ¿cómo te ves hoy?- le saludó con excesiva vitalidad para su gusto la doctora Kramel, su psiquiatra.

-Estamos de rechupete, ¿no nos ves?- respondió él, tan ácido como siempre.

La enfermera abandonó la estancia, cerrando con suavidad la puerta. A diferencia del resto del hospital, el marrón era quien dominaba aquella habitación. Marrón que le recordaba a su inseparable amigo. Normalmente se sentaba en el sillón frente a la doctora, pero ese día estaba en la silla y ni siquiera se veía con fuerzas para levantarse de ella. Amber sí había ocupado su lugar habitual: la ventana.

-¿Continua contigo? – preguntó la psicóloga al tiempo que le ofrecía agua.

-Sabes de sobra que no se va a marchar, y menos sin medicación.

-Tenemos que superar antes la dependencia de la vicodina, ya lo sabes Greg.

-¿Tenemos?

-Sí, los dos, es un trabajo conjunto.

-Pues ya me dirás cuando te toca a ti sufrir el dolor, orinarte encima, las nauseas y las alucinaciones, porque mi turno se está haciendo muy largo.

-Al menos conservas el humor.

-Eso no es humor. Humor sería decirte que con esa camiseta se te pueden ver los pechos desde el jardín, aunque no creo que aquí nadie se fijase.

-Eso es más un insulto que un chiste.

-No me has conocido en mis buenos tiempos. Era imparable. …y a ella le encantaba.- murmuró por lo bajo la última parte, para sí mismo.

-¿A ella? ¿Amber?

-Piensa que me piropeo a mí mismo. Soy egocéntrico, pero no llego a ese extremo. –se detuvo un segundo inspeccionándola- ¿eres miope? – el rostro de ella le respondió.- Las gafas, me permiten ver tu canalillo como si fuese el gran cañón…

La doctora rodó los ojos, casi sabiendo que eso no iba a conseguir cambiarlo. A él le hizo recordar cuando ella rodaba los ojos, hastiada de aguantar sus tontadas. Buenos tiempos aquellos.

-¿Hay algo qué quieras contarme Gregory?- preguntó mientras él estaba absorto y con la mirada perdida.

-¿Puedes llamarme Greg? Gregory suena demasiado horrible. – ella se limitó a asentir.

-¿Cuéntame que has hecho estos días?

-Oh! Pues mira he estado de camping, la otra noche ligué con dos rubias y las llevé en mi yate, y bueno ya sabes… hasta el fondo. – dijo con tono sarcástico.

-No puedes hacer eso.- dijo ella con tono firme y autoritario. –Sé que intentas evadirte de todo esto, que tu parte racional necesita una forma de escapar de todo esto, pero si de verdad quieres curarte debes dejar el sarcasmo fuera de esta habitación, ¿entiendes Greg?

Él la escuchó atentamente. Se quedó callado tras escucharla y procesar lo que estaba diciendo. Y asumiendo que tenía razón, todo su sarcasmo y sus insultos hacia la psicología no iban a ayudarle, y necesitaba salir de allí. Así pues, asintió.

-Está bien. Pues volvamos a comenzar. ¿Qué has hecho estos días?

-Dolor, dolor, dolor, vomitar, dolor, dolor, vomitar… -repitió monotnamente.- ¡ah! y vino Wilson a visitarme.

-¿Y qué te ha contado?

-Lo de siempre, los patitos están de vacaciones y todavía no saben nada de que estoy aquí, está cuidando mi piano, Cuddy está con la niña en casa de sus padres y él tiene nueva novia, alguna moribunda seguro… no me lo ha dicho pero le conozco. – dijo con aire de autosuficiencia sintiendo que podía volver a adivinar todo de todos.

-Pareces aliviado cuando hablas del hospital. – le dijo tomando unas notas en su libreta.

-¿Qué apuntas? ¿Crees que me da morbo el Princenton o algo así? Es sólo que cualquier sitio es mejor que esto. – miró a su alrededor asqueado.

- ¿Y qué sitio es mejor que TU hospital?

Él se quedo en silencio pensando durante unos segundos, pero nada se le venía a la cabeza. Tal vez porque él sólo era la parte racional de su cerebro, puede que ella supiese algo. Giró la cabeza hacia la ventana observando a Amber que también había volteado su cabeza.

-¿Ahora sí quieres mi ayuda?

-Tú eres la parte irracional, ¿qué es mejor que el hospital?

Cuando formuló la pregunta mirando a la ventana, la doctora ya sabía que hablaba con ella, y le observaba escrutando minuciosamente las expresiones de su cara, las palabras que usaba, su tono de voz, algo que pudiese revelarle cómo se sentía hacia su propia alucinación. Pero ni siquiera le había dicho quién era realmente ella, sólo sabía su nombre, Amber.

-Con ella- respondió la doctora muerta.

Él agachó la cabeza, y entrecerró sus ojos cuando la punzada de dolor atravesó su muslo y llegó a su cabeza. Siempre que regresaban las imágenes de aquella noche a su cabeza sucedía lo mismo, tal vez por eso dolía tanto, todo.

-¿Qué ha dicho? –preguntó interesada la psicóloga.

-No ha dicho nada. Soy tan desgraciado que "mi lugar feliz" es un hospital.- dijo de nuevo recuperando el sarcasmo.

Ella le miró inquisidora tratando de saber que pasaba por su cabeza, pero Gregory House era demasiado testarudo para que una psicóloga llegase a él en tres sesiones…

-Tú cara no refleja que no haya dicho nada. Más bien parece que haya respondido lo que tú ya sabías pero te negabas.- la doctora le miró serena.- Greg, no voy a juzgarte, no voy a confesar a nadie nada de lo que se diga en esta habitación, pero creí que te habías internado tú mismo porque deseabas rehabilitarte y para ello, también es necesario esto.

Él refunfuñó de mala gana. – ¿Y cuando empezaremos con la medicación?-

-Cuando dejes de pedirlo.- respondió tajante.

-¿Qué es alguna técnica psicológica? ¿Debo aprender a vivir con el dolor antes de que me des pastillas para aliviarlo?- dijo elevando el tono de voz cada vez más enojado.- ¡¿Tú sabes lo que es pasar las noches rogando porque el dolor te permita simplemente respirar?! Sentir cómo la falta de músculo hace que la sangre se aglutine y se coagule y cómo ese dolor llega hasta mi cerebro haciendo que prácticamente arda. – terminó gritando casi desahogándose de todo el dolor.

Ella le dejó tiempo para calmarse mientras le observaba. Era la primera vez que perdía los nervios y tenía que aprovecharlo porque su vulnerabilidad le daba la oportunidad de ayudarle. Se levantó y con calma se sentó en el sofá junto a la silla de ruedas que él ocupaba.

-No Greg, no lo sé. –confesó en un susurró tranquilizador.- Pero hasta que te desintoxiques de la vicodina, darte paliativos del dolor sólo puede fomentar una nueva adicción.- Buscó su mano a modo de gesto de apoyo, y cogió aire antes de explicarle su situación.- Además, debemos combinarlos con los antidepresivos que te prescribiré.

Él cerró los ojos intensamente. Sintió como las arrugas se formaban en el contorno de su rostro. Sabía que iba a recetárselos, pero no estaba preparado para escucharlo, aún no. Con extrema lentitud volteó la cara hacia ella topándose con unos brillantes ojos verdes tras las gafas. Lo miraba con compasión, odiaba esa mirada.

-No me compadezcas. Aquí hay locos peores que yo. –dijo deshaciéndose de la mano de ella.

-No te compadezco, lamento tu situación. Sé lo mucho que sufres y quiero que acortemos lo más posible este tiempo sin tratamiento. Pero necesito que de verdad te conciencies y confíes en mí y en la terapia.

Ella se levantó y volvió a su lugar. Quería darle tiempo para que asimilase la información y tratase de reflexionar sobre la terapia. Le habían hablado de él, Wilson era un buen amigo suyo y le había facilitado mucha información. Sabía que le costaría aceptar que debía tomar antidepresivos, que debía cambiar su visión del mundo. Pero cuanto antes lo hiciese mejor para los dos.

-Ha dicho que con ella. – la voz de House rompió el silencio.

-¿Cómo? – preguntó desconcertada.

-Mi "lugar especial" – gesticuló reproduciendo las comillas con los dedos- Amber ha dicho que sería con ella. – no la miraba, le costaba reconocérselo a sí mismo. Así que ella sonrió sin tapujos, estaban avanzando.

-Y, dime ¿quién es ella?

-Cuddy, mi jefa. – confesó dejando que las sílabas reposasen en su boca antes de salir, antes de asumir que su felicidad podría estar al lado de ella.