Disclaimer: Los personajes de la saga Crepúsculo le pertenecen a la gran Stephanie Meyer, yo sólo me adjudico la historia que brota de mi alocada cabecita soñadora.
.
¿Jamás deshecho?
.
Beteado por Isa :)
.
Capítulo Uno: Más que amigos
—Oh, Dios…
Del otro lado se escuchó un gruñido.
—Uhm, sí —solté un gemido—. Justo ahí.
Un nuevo gruñido seguido de una palabrota.
—¿Qué mierda estás haciendo?
Cerré mis ojos fuertemente. Se sentía muy bien. Manos Fuertes sabía lo que hacía.
«Uhm, pidámoslo para llevar».
Una excelente idea, hay que destacar.
—Mmm. —No era capaz de formular una palabra coherente.
Manos Fuertes siguió haciendo su trabajo, ahora bajando por mi columna vertebral. Esto era el paraíso, ¿por qué había tardado tanto tiempo en aceptar la invitación de venir aquí?
—Isabella… —Oh, sí; casi me había olvidado que tenía a alguien en la oreja—. Maldita sea Bella, no me hagas esto cuando estoy lejos de ti.
¿Hacer qué? Un fuerte gemido de placer salió de mis labios cuando Manos Fuertes tocó el punto exacto para hacer cerrar mis ojos fuertemente. Estaba muy tensionada, y eso le pasaba factura a mi pobre espalda. No era para menos de todos modos, el último año había sido —en una simple palabra— agridulce. Una mezcla de amargo con dulce, aunque los buenos momentos, en su mayoría, se vieron eclipsados por los momentos más amargos. Aunque quise intentar no mezclar las cosas, digamos que no fue posible como lo hubiese querido. Mucho menos cuando ves a las personas a tu alrededor que todo les sale viento en popa y luego estaba yo que seguía luchando por, al menos, durar más de tres meses en algún empleo. Hasta ahora, no había podido. Demonios.
—Uhm… —Volví a soltar un gemido cuando tocó justo debajo de mi nuca. Pues bien, en momentos como este, nada amargo iba a poder entristecerme. Es más, cada vez se hacía más difícil recordar qué es lo que me tenía con los nervios de punta.
—Deja de hacer eso o… —soltó un sonoro suspiro—. ¿Por qué me haces sufrir de esta forma? ¿Qué mierda estás haciendo? Dímelo porque todo lo que imagino…
«Uhm, imaginemos juntos. Manos Fuertes un poco más abajo, oh sí… así».
«Es allí, ¿cierto?».
«Este hombre nos llevará a la luna».
—Ya te dije que… —Cerré mis ojos fuertemente—. Carajo, muy bueno.
—Maldita sea, Bella, mis pantalones comienzan a apretar y tengo un vuelo por delante.
Esa imagen mental no me estaba ayudando para nada. ¿Qué imagen más caliente y sensual que el pantalón apretado —justo en las partes necesarias— de Edward? Oh, sí, definitivamente yo también estaba odiando la idea de estar lejos de él.
—Oh, Nick… toca más fuerte allí.
Se volvió a escuchar una nueva maldición en mi oreja.
—¿Y Alice también está allí? —dijo con voz ahogada. ¿Qué mierda estaba imaginando? —. ¿Qué carajo están haciendo? Porque desde aquí, cariño, me estoy imaginando cualquier cosa. Y cuando digo cualquier cosa… es cualquier cosa.
Quise ser un poco mala con él.
—¿Qué estás imaginando? —Esta vez gemí a propósito, con una sonrisa divertida en mis labios. Sabía que luego yo también sufriría porque aún faltaban muchas horas para volver a verlo, pero era divertido hacerlo sufrir un poquito—. No sabes lo bien que me estoy sintiendo…
—Bella… —casi que estaba rogando. Me dio un poquitito, poquitito de pena—. Todo el mundo me está mirando, ya más de uno me trajo un poco de agua. Deja de ser cruel conmigo.
«Oh, mi Ojitos, eres tan tierno. Me gustaría chuparte la…».
«Amanda, ¡Dios!».
«Como si fuera que tú no quieres…».
Manos Fuertes comenzó a colocarme una crema refrescante y con rico perfume sobre toda mi espalda y cuello, haciendo que soltara un suspiro de placer. Era lindo dejarse mimar por unas horas. Luego, sentí que sus hermosas manos abandonaban mi piel y me senté un momento, cubriendo mis pechos desnudos con la toalla.
—Eres un encanto, mi cielo —me dijo Manos Fuertes con una sonrisa amistosa.
Se escuchó el ruido de algo caer del otro lado.
—Y tú eres el mejor —le respondí al hombre que tenía en frente, mientras tomaba la bata que muy amablemente me alcanzaba—. Definitivamente quiero más veces esas manos en mi piel.
«Muchas, muchas más veces».
—¿Qué, qué? —dijo Edward casi gritando, haciendo que tuviese que quitarme un auricular de mi oreja—. ¿Las manos de quién quieres…?
—Ya sabes dónde encontrarme, cariño. —Besó mis dos mejillas—. Dejaré que te cambies, esta noche dormirás como una seda.
Le sonreí, sintiéndome completamente relajada.
—Voy a matarlo… —siguió diciendo Edward casi pareciendo histérico—. Déjame en paz Daniel —se hizo un silencio—. ¿Escuchaste? Mataré a sea quien sea que te hizo gemir de esa manera. Y sí, también te mataré a ti, Isabella…
Solté unas risitas, mientras veía como Alice comenzaba a cambiarse.
—¿Me matarás a mí? —Quise que mi voz sonara en tono inocente—. ¿Y por qué?
—Por hacer no sé qué cosas con un hombre y Alice.
«Oh, Ojitos, tu imaginación sí que vuela».
En ese momento ya no pude aguantar más y estallé en carcajadas. Edward siempre sería tan… Edward. Alice me miró con el ceño fruncido preguntándome qué es lo que me pasaba para reírme como una psicópata. Sólo tuve que modular con mis labios el nombre de mi novio para que entendiera todo. Instantes después, ella también se unió a mi ataque de risa. Casi podía sentir el sonido de desagrado de Edward al saber que nos reíamos de él.
—Así que yo sufro y tú te diviertes, ¿huh?
Intenté apaciguar mis risas.
—El hombre que me hace no sé qué cosas que imaginas, me ha dado la mejor sesión de masajes que he tenido en mi vida —admití aún soltando risitas—. Y Alice también estaba disfrutando las manos de otros masajistas. Ni yo la toqué a ella, ni ella me ha tocado a mí. ¿Qué es lo que pensaba tu mente podrida?
Casi podía visualizarlo frunciendo el ceño.
—¿Masajes?
Asentí, comenzando a colocarme mis pantalones.
—Sí, amigo, masajes —respondí sin dejar de sonreír—. ¿Cumpleaños de Alice, te olvidas?
Soltó un profundo suspiro de alivio. Pobrecito, de verdad que lo había hecho pasar un mal rato.
—No vuelvas a hacerme eso jamás —pidió casi desesperado—. Y mucho menos cuando estoy en la otra punta del país. ¿Me lo prometes?
Me derretí un poquito.
—No lo volveré a hacer —aseguré—. Aunque… Manos Fuertes… uf, sí que sabe lo que hace.
Alice me miró y le guiñé el ojo, mientras intentaba colocarme el sujetador sin tener que quitarme los auriculares del manos-libre del teléfono para poder seguir hablando con Edward.
—¿Manos Fuertes?
«Y abdomen fuerte también, los tenía marcados».
—Así es… —sonreí—. Tiene unas manos que…
—Isabella…
—Aunque… —mordí mi labio intentando aguantar la risa—. Yo tendría que cuidarte de él, pues ha roto con su novio y está soltero hace algunos meses.
Se hizo un silencio y luego fue su risa la que inundó mis oídos. Yo no me aguanté y comencé a reír junto a él. Aunque pasara el tiempo, seguíamos siendo esos dos locos que se reían de cualquier cosa. Era una de las tantas cosas que amaba al estar a su lado.
—No puedo creerlo —murmuró entre risas—. ¿En serio estaba infartándome de este lado por un masajista gay?
Solté unas risitas, mientras que ahora era el turno de luchar con mi remera sin quitarme los auriculares de las orejas. No era tan sencillo como lo imaginé.
—Eso es por imaginar cosas que no son…
—Tú hiciste muy fácil que mi imaginación volara, cariño.
Rodé los ojos.
—Te extraño —murmuró tras un sonoro suspiro.
Mi corazón se derritió.
—Yo también te extraño, ¿aún falta mucho?
Alice me hacía señas para que me apurara pues nuestro turno ya había acabado y no tardaría en llegar más personas. Asentí, intentando colocarme mis viejas zapatillas; pero mis viejas converse no estaban cooperando. ¿Mis pies se agrandaron o mis zapatillas se achicaron?
—Ouch —chillé, sobando mi trasero.
—¿Estás bien? —preguntó Edward.
—Sip, sólo me caí —respondí riendo, colocándome la zapatilla izquierda.
—Ay, Bella… ¿Qué haré contigo?
Sonreí.
—¿Venir rápido para abrazarme?
Casi lo podía ver sonriendo de lado.
—¿Sólo abrazarte? No, cariño, luego del pésimo momento que me hiciste pasar, no sólo te abrazaré sino que… —Algo en mi interior se removió—. Creo que pediremos muchos Orlandos para llevar.
«¿De cuántos estamos hablando?».
—¿En plural?
—Definitivamente —aseguró con voz ronca.
Demonios.
Alice ayudó a alejar pensamientos morbosos de mi mente, al hacerme señas que ya era hora de partir. Rápidamente terminé de alistarme, sintiéndome flotar porque realmente estaba muy relajada, tranquila y con muy buen humor.
—¿Estás ahí o te dejé sin palabras?
—Ja, ja, ja —ironicé—. No prometas cosas que luego no puedes cumplir, ¿tengo que recordarte lo del mes pasado?
«Tuve pesadillas luego de esa noche».
«Yo tuve que tomar más de un baño para relajarme, Amanda».
«Dímelo a mí, Bellita».
—¿Es necesario recordarlo?
—Yo te digo para que lo tengas en cuenta, Ojitos.
Se hizo un silencio.
—Si tan sólo te tuviera aquí…
—¿Qué harías?
Suspiró pesado.
—Pregunta equivocada, Voz de Pito —acarició cada palabra, haciéndome estremecer. ¿Cómo era posible que tuviese ese efecto aún en el otro lado del país y por teléfono? —. Debo irme, pero ten en cuenta que yo también sé jugar y muy bien…
—¿Es una amenaza?
—Sólo te estoy avisando lo que haré cuando esté junto a ti, hermosa. —Mi corazón brincó—. Te amo.
Y ahora se derritió.
«¿Sólo el corazón? Porque yo estoy sintiendo el calor en otras zonas también».
—Termina rápido y ven —murmuré como loca enamorada—. Yo también te amo.
Se hizo un silencio y fui yo la primera en colgar.
Casi imaginando corazones a mi alrededor me dirigí junto a Alice, quien revisaba su celular sentada en uno de los cómodos sillones de la sala de espera. Mi amiga se encontraba radiante, mucho más hermosa de lo que siempre había sido. Y todo gracias a la felicidad de poder superar al bueno para nada de Jasper. No había sido fácil, claro que no, pero luego de muchas, muchas, muchísimas noches de llanto incontrolable por fin había llegado ese día en que te preguntas si de verdad un hombre merece tantas lágrimas. Gracias a Dios, ya habían pasado unos meses de esa noche, y cada vez mi mejor amiga volvía a ser aquella muchacha que siempre había sido y que un estúpido que no la supo valorar casi logró apagarla. Pero no fue así, Alice es una de las muchachas más fuertes que conozco; y había podido salir adelante.
—¿Te dejó en libertad el chico enamorado?
Rodé los ojos.
—Sip —respondí sentándome a su lado y robándole un nuevo beso en la mejilla—. ¿Qué miras?
—El video que me envió tu abuela, ¿puedes creer que Marie sepa utilizar mejor que yo su celular?
Me reí y puso para reproducir el video. Mi abuela se veía sentada en las bancas de la casa de Tacoma, tejiendo como siempre. Pero esta vez tejía como una bandera, grande, y pude ver escrito el nombre de Alice en ella. ¡Era el acolchado que le había enviado hoy en la mañana! Mi abuelita siempre era de tener esos detalles y a pesar que estábamos lejos, se las arreglaba para seguir sorprendiéndonos. Lo había hecho siempre desde que somos pequeñas; sólo que ahora se agregaba el particular detalle que ahora era una abuela con onda, como ella misma se había bautizado. Y no había ni un solo día que no nos enviara algo vía WhattsApp, desde esas tediosas cadenas —que me amenazaba si no se las devolvía ya que no quería tener mala suerte— o fotografías de toda la familia. Incluyendo a Charlie en calzones, claro que sí.
—Y pensar que no quería recibirlo…
Fruncí el ceño.
—¿Tú le creíste? —¡Ja! Mi abuela no me engañaba—. Lo hizo a propósito, sólo para demostrar que era una persona humilde. En el momento en que Edward le entregó la caja, no la soltó jamás.
Alice sonrió.
—¿Sabes qué? Tienes razón.
Miré la hora y casi era el mediodía y todavía no habíamos comido nada, sólo el pobre café que había podido tomar antes de salir de casa casi arrastrada por mi emocionada y cumpleañera mejor amiga.
—¿Y bien? ¿Dónde quiere ir la cumpleañera ahora? Yo invito.
Ella me miró con una sonrisita y me di cuenta al instante qué es lo que estaba pensando.
—Alice, que sea desempleada una vez más no quiere decir que no tenga dinero para invitar a mi mejor amiga a comer afuera. ¿De acuerdo?
—Pero, Bella…
—Nada de peros, por favor. —Ese era un tema muy delicado para mí y sinceramente aún no quería hablar de ello. Ella finalmente asintió y aceptó mi invitación—. ¿Dónde iremos?
Con sólo un cruce de miradas ya supimos nuestro destino.
—¡Visitemos al viejo Marco!
Luego de media hora luego de partir del centro de estética corporal y prometerles tanto a Manos Fuertes como a Nick —quien por cierto no perdió tiempo para facilitarle su número de celular a Alice—, estábamos camino al local del viejo Marco. Nuestro restaurante favorito en todo Nueva York.
—¿Lo llamarás? —le pregunté antes de entrar al restaurante.
Alice me miró mostrándose confundida.
—¿A quién?
Rodé los ojos.
—¿Nick manos-grandes masajista? —Duh, ¿a quién más sino? —. No te hagas porque vi el momento justo en que te pasaba su número.
Ella rio.
—No lo llamaré, tonta —me sacó la lengua—. Aunque sus manos sean orgásmicas, estoy bien como estoy. No necesito a ningún Nick o algún otro.
Sonreí, mostrándome satisfecha con su respuesta.
Al ingresar al local del viejo Marco no pasaron ni treinta segundos para sentir su cálido abrazo a ambas. Junto a Alice reímos mientras sentíamos como el hombre nos apretaba a las dos juntas en su fuerte abrazo.
—Creí que se habían olvidado de mí —murmuró, mostrándose feliz con nuestra visita inesperada—. Y tú, Morena, ¿pensabas dejarme afuera de tu cumpleaños? ¿A quién le obsequiaré el delicioso pastel que he horneado?
Los ojos de Alice se iluminaron.
—¿Con fresas?
—Muchas, miles… —siguió diciendo Marco—. Anden, vengan… vengan que les preparé la mesa especial.
«Creo que hoy no pagaremos».
Definitivamente, esa era la mejor parte; más aún cuando debía economizar forzadamente.
Pocos minutos después estábamos frente a una hermosa mesa preparada con flores y fresas, como le encantaba a Alice. El viejo Marco nos conocía muy bien, de hecho creo que fue la primera persona que nos habló al mudarnos aquí y desde allí establecimos una hermosa relación que perduraba hasta el día de hoy. El plato principal eran unas deliciosas hamburguesas que nadie podría negarse a ella.
—Buen provecho, niñas —nos dijo Marco, sintiéndose complacido de tenernos allí—. Y, Morena, feliz cumpleaños.
—Gracias, Marco —le agradeció Alice dándole un gran abrazo seguido de un beso en la mejilla.
Apenas el dueño del restaurante se fue, tanto Alice como yo arrasamos con la deliciosa comida. Había pensado que era yo la única hambrienta, pero creo que mi mejor amiga me estaba ganando. Ahora entendía que el estar relajado y una buena sesión de masajes te dejaban con un gran apetito.
—¿Ya está todo listo para hoy a la noche? —pregunté una vez que terminamos de comer. Santo cielo, había comido tanto que estaba pensando muy seriamente en desabotonar mi pantalón. Estaba utilizando toda mi fuerza de voluntad para no hacerlo.
—Todo listo —aseguró la cumpleañera en mi misma condición—. Aunque…
—¿Aunque…?
—Hay algo que no le gustará a Jess…
«¿Tendré a todos mis chicos calientes, hoy?».
—Oh, oh —hice una mueca—. No me digas que…
—Sip, Brad vendrá.
Ya podía ver la escena de una Jessica encabronada y un Brad con cara de yo no fui intentando acercarse a ella. La verdad, la situación entre ambos no estaba nada bien. De hecho, hasta donde yo sabía, Jessica no había vuelto a dirigirle la palabra desde aquella noche en que todo terminó de arruinarse, hace un poco más de un año. Desde esa noche, Jess cambió radicalmente. Y lo hizo para bien, aunque yo sabía que el actuar de Brad la había lastimado muchísimo, a pesar de que ella no quisiera reconocerlo.
—No es mi culpa… es que…
Comencé a asentir.
—Por supuesto que no es tu culpa, Al —tomé una de sus manos—. Es una situación de mierda, porque todos nosotros quedamos en el medio. Un eterno cortocircuito.
Y así era… desde esa noche no hubo una en la que salgamos todos juntos como el amplio grupo que éramos. Si Jess se enteraba que Brad iría, automáticamente se enfermaba y evitaba cualquier tipo de salida en la que él estuviese presente. Del otro lado era más o menos lo mismo, sólo que estaba la pequeña diferencia en que si Brad se enteraba que estaría Jessica se llevaba a su ejército de mujercitas junto a él. Brad no había cambiado para nada y eso era lo más triste.
—Además tiene una excelente dentadura —siguió diciendo Alice.
No pude hacer más que reírme del comentario de mi mejor amiga. Sin saber cómo, Brad se apareció por el consultorio de Alice un día y desde allí es su odontóloga de cabecera, además se hicieron muy buenos amigos. Pero amigos de verdad; por eso era de esperarse que él quisiera estar presente en el cumpleaños de su odontóloga favorita.
—¿Debemos decirle?
Alice soltó un suspiro pesado.
—Quiero que ambos estén junto a mí.
Entonces la respuesta era fácil… sólo que ardería Troya, otra vez.
—Consigamos unos escudos…
Alice sonrió.
—No puedo creer que tanto haya cambiado en estos años —murmuró pensativa, tomando un trago de Sprite—. De hecho, ahora que lo pienso, es el primer cumpleaños que lo paso sin…
—Casper —me burlé de un nuevo apodo que había inventado Jessica.
—Como si cambiarle una letra hará la diferencia —tanto Alice como yo sonreímos—. Pero… no está siendo tan duro, ¿sabes? Al fin lo comprendí, y la vida sigue y tengo los mejores amigos del mundo. Aunque, bueno, hay dos que quieren matarse, pero no viene al caso.
—Me alegra verte así de bien —dije con completa sinceridad.
Ella me sonrió; una sonrisa genuina.
—También yo… —suspiró—. Aprendí mucho este tiempo y creo que por fin he entendido lo más difícil, el quererse a uno mismo. Por fin entendí que yo debo ponerme por encima de todo y todos, y no debo darle a una sola persona el poder para destruirme. Costó, pero, finalmente, llegó el momento en el que mirar hacia atrás ya no duele. Y sé que no volverá a doler.
—Es lindo escucharte decir eso —tomé su mano y le di un apretón fuerte—. Pero bueno… basta de temas filosóficos y profundos, hoy nos espera una gran noche.
—Sólo espero que todo se desarrolle con calma —suspiró—. Si Jess se entera que Brad irá…
—Las cosas se pondrán feas, muy feas.
Finalmente, unas dos horas después estábamos en la comodidad de nuestro apreciado departamento. Por mi parte estaba tirada en el sillón, sosteniendo a Pascual entre mis piernas mientras que Fofi jugaba junto a Alice. Aunque intentaba no parecer desesperada, revisaba mi correo electrónico a toda hora esperando que me llegara algún mail con alguna citación a una de las tantas entrevistas a las que deseaba asistir, pero… nada.
Toda esta situación se estaba transformando en costumbre y eso no era nada bueno. Desde el día de mi graduación, cuando sientes que has dado el paso más difícil de todo y que habrá muchísimas puertas abiertas, no había pegado una en el campo de lo laboral. Había cambiado más de seis veces de empleo y no por elección propia sino que todos te dejaban de patitas en la calle con la misma frase: "Eres muy eficiente, pero aún te falta experiencia" o el típico: "Te llamaremos luego" y todo el mundo sabe que esa llamada nunca vendrá.
Era por ese motivo que volvía a estar desempleada. Hacía sólo dos días que volví a escuchar la frase del llamado que nunca llegaría y tuve que despedirme de mi trabajo número seis. La novedad de este último es que duré los tres meses de prueba, en los anteriores no había sucedido. Ya ni siquiera podía estar enojada o frustrada por tener que volver a empezar con la búsqueda, sino que hacía que me repreguntara si alguna vez tendría ese trabajo que deseaba desde que ingresé a la universidad.
—¿Qué tal si haces unas palomitas y vemos una película? —preguntó Alice de repente, sacándome de mis pensamientos—. Aún faltan dos horas para que las chicas vengan.
—Okay —sonreí, levantando al remolón de Pascual de mis piernas. Amaba a este perro, de verdad que lo amaba. Era todo lo contrario a Fofi, la vital y atlética perrita; él, en cambio, mientras más tiempo podía pasar echado como un costal de papas, era feliz. Era una completa ternurita con esa carita puntiaguda negrita.
—Yo iré a comprar algunas bebidas para cuando las chicas vengan.
Tal como dijo Alice, salí disparada a la cocina en busca de los ingredientes para preparar las palomitas de maíz. Busqué por todos los cajones y recordé que estaba en el estante más alto de todos. Genial, completamente genial. Trepándome sobre la encimera pude dar con él y creo que festejé un poco, bajo la atenta mirada de mis perros. Me reí de mí misma y en ese momento se escuchó la puerta abrirse; rápidamente tanto Pascual como Fofi salieron corriendo como locos. Yo sólo rodé los ojos y me dispuse a preparar las palomitas. Pude sentir los pasos de mi mejor amiga aproximándose y el ladrido de alegría de los pequeños de la casa.
—Alice, la próxima vez no me dejes subir tan alto el maíz porque…
Unos fuertes brazos me jalaron hacia atrás y si hubiese sido por mí me hubiese caído de culo al piso; pero esos brazos fueron más fuertes que yo y logró sostenerme sin ningún tipo de problemas. Sin saber qué es lo que estaba pasando, me fui vista aprisionada en la mejor cárcel que pudiese existir y pronto esos labios suaves y dulces estuvieron sobre los míos.
«Bienvenido a casa, Ojitos».
Con una sonrisa en el rostro, mandé al demonio el maíz y me trepé a su cuerpo con mucha fuerza, enredando mis piernas en torno a su cadera. Demonios, lo había extrañado mucho estos días; muchísimo. Él sosteniéndome con mucha agilidad, comenzó a besarme con más pasión, haciendo que mi cabeza se nublara y el único pensamiento coherente estaba relacionado con él.
—Dios, como te extrañé —dijo entre besos.
Yo sólo asentí, sin poder despegar mis labios de los suyos. Había sido una semana muy larga, y lo había extrañado todo el maldito tiempo. A pesar de llevar más de un año de novios oficiales —contando desde aquella vez en mi departamento donde había hecho esa hermosa pregunta y ese tonto castigo que se me ocurrió había quedado de lado— nada había cambiado. Es decir, ambos estábamos aprendiendo muchas cosas de relaciones y demás, pero nuestra relación no había cambiado para nada. Éramos novios, amigos, amantes… y estaba tan feliz de que fuera así. Había peleas, claro que sí, pero ninguna duraba más de un día. Creo que entre ambos formamos un código de no ir a dormir enojado con el otro. Hasta el momento estaba funcionando de maravillas.
La intensidad del beso fue bajando, hasta que nuestras bocas dejaron de moverse para solo rozarse. En ese momento, él me miró con esos ojos verdes que me traían loca y sonrió ampliamente. Yo sólo pude devolverle la sonrisa, sintiéndome feliz por estar nuevamente en sus brazos.
—Hola —lo saludé dándole un pequeño beso en los labios.
Él me siguió mirando con mucha intensidad; podía sentir el calor de mis mejillas y de…
«Oh, sí… yo también lo estoy sintiendo».
—Hola —saludó de vuelta, relamiendo sus labios al mirarme con mucha intensidad de la cabeza a los pies. En ese momento me di cuenta que sólo estaba con su remera puesta. Oh, oh—. Estoy recordando algo…
Fruncí el ceño.
—¿Qué cosa? —pregunté con confusión.
Él sonrió de manera ladeada y solté un gritito cuando me levantó y me sentó sobre la encimera, acomodándose entre mis piernas abiertas. Tampoco vi venir el beso desaforado que me dio después, ni tampoco a sus manos traviesas que comenzaron con un camino de ascenso desde mis piernas desnudas hasta mi cuello. Por mi parte me apreté fuertemente a él, sintiendo como algo también iba despertándose a medida que nuestro reencuentro se ponía más y más caliente. Demonios, esto era taaan bueno.
«Ni que lo digas, Bellita. Bésanos el cuello, Ojitos».
Como si Edward pudiera escuchar los pedidos de Amanda, pronto sus labios estuvieron entreteniéndose con la piel sensible de mi cuello; ladeé mi cabeza, cerrando los ojos, completamente entregada a sus besos y caricias. Era increíble como luego de todo este tiempo, mi cuerpo reconocía al suyo y se acoplaba tan bien.
—Quiero oírte gemir como hoy gemías en mi oído, estando tan lejos de ti —mordió el lóbulo de mi oreja, haciéndome estremecer—. ¿Sabes todas las cosas que pensé?
—Yo… uhm… —No era capaz de decir ni una puta oración. Pero no era mi culpa, claro que no, era la suya por torturar mi cuello de esa manera; más aún cuando sabía perfectamente cómo me ponía cuando mordía justo allí.
—No sabes todo lo que me haces, mi Voz de Pito. —Ahora fue el turno de lamer la porción de atrás de mi oreja. Oh, sí, lamer. Por Dios, eso debería ser ilegal—. Nunca tendré suficiente de ti, te he extrañado tanto.
—Y yo a ti, Edward —dije entre jadeos.
Luego, no aguanté más y mandé todo al carajo. Tomé su cabeza entre mis manos y estampé mis labios contra los suyos, arrancándole un jadeo ronco por la sorpresa. Claro que esa sorpresa sólo duró una milésima de segundo porque luego él tuvo todo el control. Comenzó a levantar su propia remera de mi cuerpo, hasta dejar mis bragas negras al descubierto. Sonrió traviesamente cuando notó cuán húmeda estaba.
—Siempre tan, tan hermosa —susurró, mordiendo mi labio inferior mientras que su mano comenzaba a juguetear con mi cosa aún cubierta por la fina tela de mi ropa interior—. Aún no entiendo qué me haces, ¿pero sabes qué? No me importa, me encanta.
Mientras continuaba hablando sobre mis labios, su mano iba trazando círculos por encima de mis muy mojadas bragas, haciéndome estremecer y buscar fricción para aliviar la presión que comenzaba a formarse en mi bajo vientre. Por mi parte tampoco me quedé quieta, necesitaba más, mucho más. Así que comencé a jugar al mismo juego que él. Con destreza —porque ya había aprendido qué era lo que más le gustaba—, llevé mis manos extendidas por debajo de su camisa y comencé a acariciar la suave piel de su abdomen. Él soltó un suspiro y supe que iba por un muy buen camino. Me animé un poco más, llevando una de mis manos hacia su pantalón deteniéndome justo en el lugar exacto.
—A mí también me encanta —dije con la voz ronca, mordiéndome el labio inferior sin poder evitarlo. Los ojos de Edward se oscurecieron aún más y no tardó mucho tiempo en besarme con fiereza, con pasión y necesidad. Yo respondí de la misma manera, dando ligeros apretones a su miembro más que listo por encima de su pantalón. Dios, lo necesitaba.
En el preciso momento en que su traviesa mano comenzaba a descender hacia mi centro más que dispuesto, sin que tuviera ninguna barrera de ropa de por medio, el sonido de un gritito ahogado hizo que nuestra burbuja de pasión se rompiera.
«No, no, no… ¿Por qué justo en ese preciso momento? ¡No otro casi Orlando!».
—Ay, chicos… Lo siento… —habló atropelladamente mi mejor amiga, cubriéndose los ojos con ambas manos.
En ese mismo momento caí en cuenta de dónde estábamos y de lo imprudentes que habíamos sido. Carajo, ¿en qué estábamos pensando en comenzar con… bueno, con el arranque de pasión en la cocina del departamento cuando yo sabía que Alice podía llegar en cualquier momento? Bien, bien… sí, no estaba pensando. ¿Quién podría pensar claramente en una situación como esta? Evidentemente, yo no; y apostaba mi riñón izquierdo a que no era la única.
Al ver a Alice parada en el umbral de la puerta, mi rostro se calentó mucho más de lo que ya estaba y rápidamente intenté acomodar lo mejor posible mi ropa. Vi que Edward estaba haciendo lo mismo, intentando disimular su muy pronunciado problema. ¡Qué horrible situación!
—¿Ya está?
«Mira Alice, sólo te perdono porque es tu cumpleaños».
—Alice lo siento tanto… —murmuré avergonzada hasta los dedos de los pies.
—Noo, ¡qué va! —Alice intentó sacarle importancia al asunto, pero yo quería morir o que la tierra me tragase—. Sólo, bueno… deberían ser más cuidadosos, ¿no creen?
Edward se adelantó, podía ver la mueca de dolor en su rostro.
—Lo lamento tanto, Alice —secundó—. Es que…
Mi mejor amiga levantó su palma.
—Lo entiendo, lo entiendo —sonrió—. Sé que vuelven a reencontrarse luego de una larga semana —nos guiñó el ojo—. No diré nada al respecto.
Me quería morir.
—Gracias —murmuró Edward, con una sonrisa—. Por cierto, feliz cumpleaños.
—Gracias —sonrió abiertamente—. Dejaré que se acomoden o lo que sea… Ah, ¿Bella?
La miré.
—¿Sí?
—Bájate la remera, ¿quieres? Creo que todo el mundo se enteró que tienes bragas negras. —Y sin más salió de la cocina, riéndose a carcajadas.
Miré hacia abajo y efectivamente mis hermosas bragas negras estaban saludando a los espectadores. Tras un bufido, me bajé de la encimera y arreglé mis ropas, aunque ya no tenía caso pues ya quedé en ridículo una vez más. Edward se acercó a mí y me abrazó, soltando risitas por lo bajo.
—Vamos, búrlense de la pobre Bella. —Sus risas se intensificaron y besó mi frente en reiteradas oportunidades—. Conste que todo esto fue tu culpa.
—¿Mi culpa? —se hizo el ofendido.
—Ajam.
Sonrió de lado, sintiéndose orgulloso de él mismo.
—Tener mi llave de tu departamento tiene sus ventajas…
«Puedes llevarte el departamento entero si así serán tus sorpresas, Ojitos».
¿Quién más de acuerdo con las palabras de Amanda?
—Pero no cuando Alice está en casa —suspiré—. Estuvo mal.
Ahora comenzaba a sentirme culpable. Sabía que habíamos estado juntos aquí —en muchas oportunidades, claro— pero siempre buscando el momento en que Alice no estaba en casa. Sentía que si lo hacía con ella aquí, de alguna manera estaba faltándole el respeto. Quizás era una cosa mía o algo por el estilo, pero no me resultaba agradable que tuviese que presenciar nuestro momento de, uh, pasión.
—Lo sé y lo siento. —Vi sinceridad en sus hermosos ojos—. Pero tan solo te vi y… fueron muchos días, Voz de Pito.
Sonreí.
—¿Sabes una cosa? —Él me alentó a que siguiera hablando—. Realmente extrañé que me llames de esa forma tan horrenda.
Su sonrisa se ensanchó.
—Yo extrañé llamarte así, no es lo mismo poder decírtelo teniéndote en mis brazos.
Entrecerré mis ojos.
—¿Siempre has sido así de cursi?
Soltó una carcajada.
—De hecho, comencé a serlo cuando me encontré a cierta chica rara sentada en la misma banca a la que quería sentarme. Allí pasó algo extraño y mira, hoy me he transformado en un hombre completamente distinto.
«Oh, es tan lindo, dale un beso».
«Si pudieras… ¿Cuántos le darías?».
«No sólo besos, cariño. Le daría y le daría…».
Me reí.
—¿Y ese cambio fue bueno o malo?
Besó mi nariz.
—Definitivamente muy bueno —aseguró—. Aunque ahora tendré un grave problema de bolas azules, ya van dos en el día, señorita.
—Soy una chica mala.
Sus ojos llamearon.
—No me tientes —sonrió poniendo carita tierna y me besó una vez más. Luego, se alejó un poco y me miró de los pies a la cabeza—. Definitivamente, mi ropa en ti se ve mucho mejor que en mí.
—¿En serio? Bueno, puedes usar la mía si quieres…
Soltó una fuerte carcajada; se veía de muy buen humor.
—Tonta —me besó una vez más y me soltó—. Vamos, debo darle el regalo a Alice.
Sin soltar nuestras manos, nos aproximamos a la sala donde Alice nos esperaba con unos tragos sobre la mesa. Al vernos nos sonrió y nos invitó a unirse a ella. Edward nos pidió un momento y se aproximó a la puerta de entrada, sólo allí me di cuenta que había un bolso en ese lugar y Edward revolvía alguna cosa. ¿Se había venido directamente hacia aquí? Mi pecho se llenó de orgullo; eso demostraba que él me había extrañado tanto como yo a él.
—Ten Alice, es para ti —le extendió un pequeño paquete a mi mejor amiga—. No es la gran cosa, pero creo que te gustará.
Alice feliz por recibir regalos, abrió rápidamente el paquete y se quedó con la boca abierta. Miré a Edward con el ceño fruncido y él sólo me guiñó el ojo y sonrió. ¿Qué estaba tramando? Pascual pidió su atención y sin borrar su sonrisa lo subió aúpa, besando su cabeza.
—¿Qué no es la gran cosa? ¡¿Estás loco?! —Corrió a su lado y lo abrazó con fuerza, sin preocuparse en aplastar al pobre Pascual. Fofi fue más inteligente y se escondió en el balcón—. ¡Son pases VIP para asistir a la charla del mejor odontólogo del mundo!
«¿Acaso puede ser más perfecto?».
Mis ojos se encontraron con los de Edward y le agradecí por el enorme regalo que le había hecho a Alice. Y ahora todo cuadraba, de alguna manera fue lo suficientemente listo para sacarme información de mi mejor amiga sin que yo me diera cuenta. Al ver a esas dos personas tan importantes para mí abrazadas, recordé las millones de charlas que había tenido con Alice durante casi todo nuestro crecimiento. Y ahora, al verlos allí, no podía dejar de estar tan agradecida de haber encontrado a alguien como Edward en mi camino. Era una afortunada, eso lo sabía bien.
Jamás había pensado que pudieras encontrar todo en un hombre. Y no sólo me refiero a la faceta de pareja, porque con Edward éramos mucho más que una simple pareja de novios. Sabíamos complementarnos, y nos conocíamos tanto que muchas veces eso daba miedo. Él sabía qué hacer para levantarme en días malos, al igual que yo también había aprendido a despejar su mente cuando el trabajo en la oficina lo apabullaba.
Sin lugar a dudas volvería a elegirlo una y otra vez, así como nuestra historia y toda la locura que nos llevó hasta aquí. Porque el simple trato que hicimos hace un año y medio, nos había unido de muchas maneras; haciendo que encontráramos todo aquello que buscábamos sin saber que lo hacíamos.
—¡Oh, por Dios, Edward! ¡Gracias, gracias, gracias! —Edward reía a carcajadas mientras Alice lo abrazaba con todas sus fuerzas. Yo no podía hacer más que reír ante la situación, cuando mi compañera de piso estaba feliz, no hacía nada para disimularlo—. Iré a guardar este sobre, puedo llegar a morirme si lo pierdo. ¡Ya regreso! —Y salió corriendo hacia la habitación.
Edward se acercó a mí, aún con Pascual en brazos, y me abrazó, besando el tope de mi cabeza cuando me acurruqué junto a él.
—Gracias —murmuré.
Él negó.
—No tienes nada que agradecerme, Alice es una persona muy importante para ti, por lo tanto también lo es para mí.
Me acerqué un poco más y dejé un beso en su mandíbula.
—¿Y bien? ¿Cómo te fue en Chicago?
Suspiró y arremangó las mangas de su camisa celeste. Pascual ya había encontrado su lugar favorito: el regazo de Edward.
—Aburrido —sonrió—. Nada de otro mundo, sólo que las reuniones y negociaciones se van haciendo cada vez más largas.
Ugh, sonaba aburrido.
—¿Qué hay de ti?
Arrugué mi nariz.
—Lo mismo de siempre, supongo —hice una mueca—. Ya no es novedad que sea la desempleada del mes.
—Bella…
—No, sí… esa es la verdad —encogí mis hombros—. Pero me enoja la situación. Todo el mundo consigue un trabajo estable… menos yo. Es… frustrante.
Masajeó el cabello de mi nuca.
—Ya sabes que…
Comencé a negar, sin dejar de terminar la oración.
—No aceptaré trabajar en la empresa, Edward. —Repetí por no sé cuántas veces—. Ya te lo dije.
Y ese estaba siendo uno de los temas de conflicto. Desde que comencé con la horrible maratón negativa de empleos, Edward me había ofrecido más de una vez incorporarme a su empresa familiar en el sector de comunicaciones. De verdad, era un puesto excelente, pero mi parte orgullosa quería poder encontrar un propio trabajo por mi cuenta. No estaba resultando nada fácil, es más, cada vez tenía muchas ganas de tirar todo por la borda y rendirme, pero en el fondo no quería hacerlo y volvía a intentarlo.
—Pero…
Suspiré.
—No quiero hablar de esto ahora, ¿de acuerdo?
Él asintió, no estando de acuerdo conmigo para nada. Sin embargo, agradecí su gesto de zanjar el tema; hoy era el cumpleaños de mi mejor amiga y quería estar con el mejor ánimo posible. Cuando Alice regresó supe que se dio cuenta que algo había cambiado, pero no dijo nada; cosa que agradecí.
—Daniel me dijo que Brad… —dijo Edward con vacilación.
Tanto Alice y yo suspiramos.
—Brad es mi amigo también —respondió la cumpleañera—. Y adoro a Jess, pero… bueno, deberían poder enfrentar las cosas como adultos. No pueden seguir así.
Edward suspiró.
—Creo que son tan parecidos que eso es lo más los enoja —sonrió de lado—. Brad se hace el duro pero…
—Yo sólo espero que hoy no estalle la guerra.
Los tres estuvimos de acuerdo.
—Bueno, señoritas, debo irme —murmuró mi novio, levantándose del sofá pese al reclamo de Pascual de seguir durmiendo—. Aún no he ido a mi departamento.
Mi sonrisa se endulzó.
—¡Oh, no! Otra vez el momento pegajoso —bromeó Alice—. Me iré de aquí antes que tanto dulce me empalague.
«En realidad, Alice, deberías habernos dejado con nuestro pegote en la cocina, ¿no crees?».
Sonreí, y acompañé a Edward hacia la puerta; los perritos nos revoleteaban de cerca, buscando la atención de ambos.
—Gracias por venir aquí primero.
Acarició mi mejilla con dulzura, mientras levantaba del suelo su pequeña valija.
—Era verdad cuando te dije que te extrañaba mucho —besó brevemente mis labios y me miró—. Lamento volver a insistir en que trabajes en la empresa, sé que te molestó. —Iba a negarlo, pero de igual forma él ya sabía la verdad—. Lo hablaremos después, no ahora ¿de acuerdo?
Hice una mueca, pero luego me reí.
—Sí, señor. —Correspondió mi sonrisa y me abrazó para besarme con ganas—. Ahora ve y ponte lindo para mí.
Enarcó una ceja.
—Creí que ya era lindo por nacimiento.
«Lo eres, del derecho y del revés».
—¿Quién te lo dijo? —bromeé.
Me dio un beso más, saludó a los perros y se perdió por las escaleras. Sip, también había logrado que se acostumbrara a evitar la caja metálica. Me reí fuertemente, e ingresé nuevamente a casa. Al entrar tanto Fofi y Pascual lloraban porque Edward se había ido. Rodé los ojos y me dispuse a calmarlos, siempre ocurría lo mismo.
—¡Ey, tú! ¿Qué haces que todavía no te bañas? —chilló Alice, quitándose la toalla del cabello—. ¡Son las seis de la tarde!
Rodé los ojos y me encaminé —casi obligadamente— hacia la habitación, para comenzar a prepararme. Gracias al cielo no tardé demasiado, pues con la ayuda de Alice todo el trabajo se simplificaba. Ella me miró aprobando mi vestuario con una gran sonrisa. Y de verdad que me veía bien. El conjunto lo había comprado hacía mucho tiempo, pero fueron pocas veces la que lo utilicé, por lo tanto supe que la ocasión lo ameritaba. Se trataba de un pantalón negro, hasta la cintura y una fina y delicada remera de tirantes blanca que dejaba al descubierto la piel de mi abdomen, dándole un toque sexy pero a la vez recatado. De verdad que me encantaba. Por otro lado, mi cabello estaba atado en una cola de caballo desprolija y mis ojos delineados de negro, resaltando mi mirada; y mis labios rojos, dándole un poco de color a mi rostro.
—Simplemente hermosa —dijo Alice, terminando de peinarse.
Ella estaba… uau, estupenda. Con un vestido blanco y negro asimétrico, dejando que se vean sólo partes de su piel. El vestido era largo, pero traía un tajo que dejaba mucho a la imaginación. Le quedaba perfecto. Un maquillaje pronunciado que marcaba lo necesario sin llegar al punto de estar muy maquillada. Su cabello suelto, planchado, peinado hacia un lado. Maravillosa.
—Y tú serás la más linda de la noche —bromeé, haciéndola reír.
El sonido insistente del timbre comenzó a sonar y supimos que las chicas ya habían llegado.
Jessica estaba… radiante. No hay otra palabra. Con una musculosa negra bien adherida al cuerpo y una pollera larga blanca que, en conjunto, simulaba un vestido elegante. Por otro lado Tanya estaba tan hermosa como siempre. Traía un vestido rayado blanco y negro, y tenía la particularidad de ser un poco, poquito más corto de los demás vestidos que acostumbraba a vestir. Ese detalle no le pasó por alto a Jessica, por supuesto.
—Daniel babeará por ti, Tanya —siguió molestándola Jess, haciendo caras graciosas por la porción descubierta de sus piernas—. En serio, mira esas piernas. Deberías mostrarlas más seguido.
—Ya basta, Jess —rezongó la aludida con las mejillas completamente sonrojadas.
—No seas tan susceptible, no es como si nunca las ha visto o tocado, ¿cierto?
Me atraganté con mi Martini sin querer. Demonios, de verdad que no quería hacerlo. Tanto Jessica como Alice me miraron. Automáticamente mis ojos volaron a Tanya y le pedí disculpas con la mirada. Ella suspiró, encogiendo sus hombros.
—Dime que lo que estoy pensando es un disparate.
Tanya no dijo nada y la boca de Jessica se fue abriendo más y más.
—¿Tú nunca…? —siguió preguntando Alice, viéndose completamente sorprendida.
«Yo aún me pregunto cómo es que aguanta. O sea, Daniel es Daniel, es un pedazo de chico caliente».
«Cada uno maneja sus tiempos, Amanda».
«Bueno, siéntete aliviada, pues aquí tenemos a alguien que te ganó».
—¿Cómo aguantas? —soltó Jessica, completamente consternada con la noticia.
«¿Lo ves? Jess siempre me entiende».
«Porque Jessica tiene tu misma mente retorcida».
«Le regalaré un dulce».
Le rodé los ojos a mi conciencia y volví mi atención a la charla de chicas. Me sentía mal por no saber guardar el secreto de Tanya. Cuando me había confesado que con Daniel aún no había dado el gran paso, la entendí perfectamente. De alguna manera, me sentí identificada con ella… aunque mi situación fue un tanto fuera de lo común. Sin embargo, era completamente entendible que quisiera esperar hasta estar completamente segura. La primera vez en una mujer debería ser especial para todas; y mi amiga no quería ser la excepción.
—Jess, no la incomodes —le pedí.
La castaña casi no podía creer lo que estaba escuchando.
—Pero… ¿Nada de nada? —siguió preguntando, haciendo oídos sordos a mis palabras.
Tanya cada vez estaba más roja.
—¿Ni una chupadita?
«Eres mi ídola, Jessica».
—¡Jessica, por Dios! —exclamé al ver la pobre cara de la rubia. No la estaba pasando nada bien—. Si ella no quiere decir nada está en todo su derecho, así que por favor, ya párale.
—Pero ya es casi un año —siguió con el monólogo la castaña—. ¡Un año! ¿Cómo hacen para sobrevivir?
Alice comenzó a reír con ganas, aligerando el ambiente.
—El sexo no es vida o muerte, Jess —dijo Alice soltando algunas risitas—. Lo dices como si estuviera cometiendo un crimen y todas sabemos que no. De hecho, deberían existir más chicas como tú, Tanya; que esperan el momento adecuado para hacer las cosas, sin precipitar nada.
—Pero ya tienes 25 y…
—Jess —ahora fue mi turno—. Lo hará cuando lo sienta, deja de juzgarla.
Tanya suspiró.
—Aún no me siento preparada para eso —dijo con las mejillas encendidas—. Y de alguna manera ambos nos entendemos. Él no me presiona, sabe esperar.
La castaña infló sus mejillas.
—¿Te digo algo? Prepárate porque cuando lo hagan no durará ni un minuto. Créeme, sé lo que te digo…
El sonido del timbre nos salvó de nuestra penosa charla y fui yo quien se acercó a la puerta para ver de quién se trataba. Aunque no tenía que ser adivina para saberlo, la puntualidad irlandesa sólo la tenía una persona que conocíamos bien. Al abrir la puerta me encontré con él, el mejor vecino que podría tener. Sus ojos negros brillantes y su sonrisa amplia fue lo primero que vi, seguido de su elegante traje negro y haciendo juego con la camisa y corbata del mismo color.
«Oh, Salmón, Salmón… ¿Cómo haces para ser tan sexy?».
«Creí que habías superado tu enamoramiento con Simon».
«Jamás, Bellita; es más fuerte que yo».
Me reí haciéndome a un lado para que mi vecino entrara al departamento.
—La elegancia irlandesa —bromeé dándole un beso en la mejilla—. Casi puedo observar a todas las amigas odontólogas de Alice cayendo a tus pies.
«Y yo matando a cada una de ellas».
Simon rodó los ojos, mirándome con diversión.
—Ya sabes qué pienso al respecto —respondió—. ¿Dónde está la cumpleañera?
Alice se acercó a él y se abrazaron amistosamente. Simon también era una de esas personas que supo ganarse el cariño de todas. Se podría decir que habíamos armado un grupo inseparable, y eso me encantaba. Éramos nuestra propia tribu y nunca cambiaría eso. Sin embargo, todavía quedaban muchos, muchísimos interrogantes en la vida del Salmón. Casi no sabíamos nada de él, sólo algunas que otras cosas y por supuesto lo que habíamos ido conociendo de él con el paso de los días. Pero nada de su familia o de Irlanda, siempre cambiaba de tema por alguna razón que sólo él conocía.
—Mira nada más el irlandés —bromeó Jessica, saludándolo con una sonrisa en sus labios—. ¿Necesitarás guardaespaldas hoy?
Simon sonrió.
—¿Lo necesitaré? —elevó sus cejas, mirándola con picardía.
Jessica rodó sus ojos, sin responder nada.
Luego de una pequeña conversación y algunos tragos más, el auto por fin había llegado así que estábamos listos para partir. Una de las amigas de Alice tenía a su padre que trabajaba en una agencia de limusinas y le había regalado un paseo nocturno por su cumpleaños. Así que ahora aquí estábamos, trepados al asiento de la limusina negra, cantando a todo pulmón con medio cuerpo hacia afuera del techo.
—¿Cómo nunca se nos había ocurrido esto? —gritó Jessica, por encima de nuestros chillidos.
Luego de todo el alboroto que armamos dentro de la limusina, por fin habíamos llegado a nuestro destino. El gran y majestuoso Burqa. Aquella discoteca de las que tenía muy buenos recuerdos.
«Excelentísimos, hermosos. ¿Podemos repetirlo».
«De esta noche no pasará».
«Me gusta cuando te pones en mi misma sincronía».
Aquí habíamos festejado el cumpleaños número 29 de Edward, donde entre nosotros comenzó la última batalla contra el deseo para dar rienda suelta a la mágica entrada de Orlandolandia por primera vez. Ese día había marcado un antes y después en nuestra relación. Todo estaba igual, excepto que la temática del cumpleaños de mi mejor amiga tenía la condición de ser blanco y negro, por eso sólo se veían esos colores predominando el lugar. Como aún era un poco temprano, pues no pasaban más de diez minutos de las diez de la noche, no habían llegado muchos invitados; sin embargo, no tardarían en hacerlo.
Apenas la música adquirió un poco más de ritmo, Alice y su grupo de amigas de la universidad corrieron al centro de la pista a bailar con entusiasmo. Por mi parte, me quedé parada en la barra, disfrutando de mi Daiquiri de naranja con muy poco alcohol. Seguí mirando hacia mi alrededor y sonreí al ver a Tanya colgada de los brazos de Daniel recibiéndolo. Ellos dos eran la ternura hecha persona; eran de esas parejas del siglo XVIII viviendo en el siglo XXI; completamente encantadores. Daniel era un caballero con todas las letras, y lo más importante de todo es que hacía muy feliz a mi amiga así que… ¿qué más podía pedir?
—¿Me concede una pieza, señorita?
«Todas las que gustes, Ojitos».
La piel de mi cuello se erizó al sentir su respiración en aquella porción tan delicada de mi cuerpo. Me giré un poco y me topé con esos ojos verdes que sabían volverme loca. Edward se veía… vaya, no tenía palabras. Nunca me acostumbraría a lo hermoso que era. Su traje oscuro, su camisa negra, su delicioso perfume y esos cabellos alocados que me traían loca. Realmente era muy afortunada.
—Uhm, no lo sé —murmuré—. Mi novio vendrá pronto y no creo que le agrade verme bailar con otra persona.
Sus ojos brillaron de diversión.
—¿Tú, dices? —Me siguió el juego—. No deberías preocuparte, no se enterará.
—Es que hay mucha gente —añadí—. ¿No crees que alguien pueda decirle?
Me estrechó a sus brazos y me miró fijo a los ojos.
—Seguiría con el juego, Voz de Pito, pero ya no me puedo aguantar.
Sin decir ni una palabra más sus labios cubrieron los míos en un beso demandante pero a la vez suave. De verdad que esta larga semana sin vernos nos traía al límite y era consciente que no pasaría mucho tiempo para nuestro reencuentro con todas las letras. Sentí su mano en mi espalda baja y aproveché ese momento para enredar mis dedos en el suave cabello de su nuca, acercándolo un poco más a mí.
—Estás preciosa —murmuró, una vez que nos separamos.
—Tú me haces sentir así —respondí, riéndome al ver sus labios manchados de rojo.
—¿Qué?
—Pareces un payasito —dije entre risas, tomando el pañuelo de su saco para ayudarlo a limpiarle el desastre que había hecho mi labial.
—Ay, ay, ay… Ustedes y su eterna luna de miel. —Esa era la inconfundible voz de Brad—. ¿No se cansan de estar sopapeando todo el tiempo?
«Puedo mostrarte que no cansa, chico caliente».
Ignoré a Amanda.
—Hola, Brad —lo saludé.
Él me sonrió y me separó de Edward para abrazarme.
—¿Sabes algo? realmente tengo que felicitar tu capacidad para soportar a este pesado —miró a Edward—. En todo el viaje a Chicago no ha dejado de nombrarte ni un puto segundo, ¿cómo haces para aguantarlo?
Edward gruñó y me tomó por la cintura.
—Estoy segura que exageras.
Brad rodó los ojos y pronto una melena castaña colapsó sobre él. El rubio rio a carcajadas y comenzó a girar con Alice en brazos. Creo que una amistad entre ellos dos fue lo que más me sorprendió en este tiempo; pero sin dudas, tener a un amigo como Brad había ayudado a Alice a superar a Jasper; supongo que el mejor amigo de mi novio había tenido las palabras justas en el momento justo. Y estaría siempre agradecida con Brad por eso.
—¡Bradly! —Alice lo saludó con un sonoro beso en la mejilla.
—Feliz cumpleaños, Al —le devolvió el saludo, entregándole un paquetito negro.
Alice tomó el paquete y dejó al descubierto una cajita. Al abrirla se topó con un hermoso reloj dorado. La cumpleañera volvió a treparse a Brad, pero esta vez para agradecerle el regalo.
—Un momento… —dijo, luego de un instante—. ¿No ha venido tu ejército de mujeres?
Era la primera vez que veía a Brad algo incómodo.
—Ya no, Alice —suspiró—. Esta vez quiero hacer las cosas bien —seguí la dirección de su mirada y me topé con Jessica, quien bailaba y se divertía junto a Tanya y Simon sin notar que Brad estaba en el mismo lugar que ella.
—Me alegra escuchar eso —respondió Alice, sonriéndole con alegría.
Edward y yo nos miramos, y de alguna manera sentí algo de alivio.
A medida que iban pasando los minutos la fiesta se ponía más y más divertida. Yo ya me había quitado mis zapatos puntiagudos y ahora estaba en la comodidad de mis nuevas zapatillas Vans. La pista estaba llena de parejas moviéndose al ritmo de la música, es más jamás había visto a Simon divertirse tanto como hoy.
—No tenía idea que el Salmón bailara tan… —Edward lo miró un rato—. ¿Desarmado?
Me reí, bebiendo un poco de mi lata de Sprite.
—Supongo que cada día lo conoceremos un poco más —sonreí.
Sentí sus ojos fijos en los míos.
—¿Qué pasa?
Encogió sus hombros, sin dejar de mirarme.
—Aún se me hace increíble estar así contigo —lo escuché con atención—. Es decir, todo al que le pregunté dice que una pareja comienza a desestabilizarse al año de estar juntos. Eso no quiere decir que deban terminar ni nada parecido pero… nosotros… no sé, es como si sólo pasara el tiempo, porque seguimos siendo los mismos que antes. ¿No crees?
En cierto punto yo también había escuchado muchas cosas de otras parejas. Algunas quejándose de la falta de demostración pública, otros porque comienzan a sentirse ahogados, otros por la falta de comunicación o la falta de querer intimidad con el otro. En nuestro caso, nada de eso había pasado y llevábamos juntos más de un año —contando el tipo que tuvimos al conocernos—. Y de verdad que estábamos bien. Es decir, no teníamos grandes peleas, sabíamos escucharnos y lo más importante de todo es que nos respetábamos. Y cada día me enamoraba un poco más de él, como si eso fuese posible. Y con respecto a la intimidad, bueno… Orlandolandia seguía siendo visitado con mucha frecuencia.
—Ellos se lo pierden —respondí con una sonrisa.
Colocando uno de sus brazos alrededor de mi cintura, me estrechó a su cuerpo. Mi cabeza rápidamente encontró la curvatura de su hombro y allí nos quedamos, inmersos en nuestra propia burbuja observando a nuestros amigos divertirse.
«Me quedaría así para siempre».
«Ya somos dos».
Un poco de tiempo después, bailando con Tanya y Alice, apareció Jessica viéndose un poco ofuscada. Junto a Alice nos miramos atentamente.
—Ay, chicas, no saben —dijo casi gritando por el volumen de la música—. Acabo de tener una pesadilla… —nadie dijo nada y continuó hablando—. Me pareció haber visto al idiota de Brad, ¿pueden creerlo?
Tanya miró a Alice, Alice me miró a mí y yo las miré a las dos. Jessica nos observaba atentamente, al darse cuenta que no había imaginado nada, cerró su boca y arrugó su entrecejo, pero no nos miraba con reproche ni nada de eso, supongo que teníamos algo a favor.
—Jess… yo… —comenzó a decirle Alice.
Ella comenzó a negar con la cabeza.
—No, está bien… lo entiendo —le sonrió y no se veía como una sonrisa forzada—. Fui una idiota y una chiquilina también. Él es tu amigo y esta es tu fiesta de cumpleaños, tienes todo el derecho en invitarlo —luego nos miró—. Lamento haberlas puesto en esta situación incómoda, desde hoy sólo lo evitaré.
Solté un suspiro de alivio y fui la primera en acercarme a abrazarla. Luego se acercaron las chicas, haciendo un abrazo de a cuatro.
Cuando Jessica habló de evitar a Brad, realmente hablaba en serio. En toda la noche, ni siquiera se acercó un poco, ni una mirada, ni nada. Si bien sabía que había cosas escondidas que sólo ellos sabían, Jess nunca nos quiso contar más allá de lo que realmente había sucedido entre ambos. Y nosotras la respetábamos, por supuesto.
—¿Recuerdas aquella noche? —le pregunté a Edward al oído, estando en medio de la pista.
Él sonrió de lado, mirándome a los ojos.
—Jamás podría olvidarlo, Voz de Pito —respondió, estrechándome más fuerte a sus brazos—. De hecho… creo que es hora de volver a repetirlo, ¿qué dices?
«Acepto. Maldita sea, acepto».
—No podemos desaparecer así como así.
—¿Por qué no? —siguió preguntando, ahora trazando un camino imaginario con la punta de su nariz en mi cuello. Solté un suspiro—. Además, todos están concentrados en sus tareas, nadie se dará cuenta.
Miré a mi alrededor y sí, Edward tenía razón. Quienes bailaban sólo se preocupaban en seguir los pasos correctos al ritmo de la música. Las parejitas, bueno… se concentraban en el intercambio de salivas. Nadie se daría cuenta.
Miré a mi novio y me mordí el labio inferior.
—No hagas eso —casi rogó.
—Lo siento.
Sonrió de lado y se acercó un poco a mi rostro.
—No dejaré que me vuelvas a dejar con un casi Orlando.
Solté una risotada. Sí, él también se había acostumbrado a esa maravillosa palabra, sólo que aún era un poco difícil acostumbrarme.
—¿Está haciéndome una propuesta indecente, señor Cullen?
Sus ojos llamearon diversión.
—¿Usted que cree, licenciada Swan?
«Llévanos a donde sea, pero llévanos».
Antes de poder tocar nuestros labios, el rostro de Tanya apareció en mi campo de visión. Con un poco de frustración, me separé de Edward. Él me miró confundido, pero al ver a Tanya comprendió por qué me había alejado.
—¿Han visto a Jess?
Miré hacia todos lados.
—¿No estaba bailando contigo? —pregunté y automáticamente busqué a Brad por si habían ido a discutir otra vez. Sentí alivio cuando vi al rubio hablando animadamente con Alice en los sillones.
—Sí, pero luego ya no…
—Quizás está con el Salmón —dijo Edward, mirando hacia todos lados también—. Allí están —señaló hacia la otra punta del lugar.
Y sí, allí estaban los dos, riéndose de alguna cosa y compartiendo un trago entre los dos. La relación de ellos había cambiado bastante, eran mucho más cercanos que antes por eso no te sorprendía saber que estaban juntos. Pero había algo raro esta noche, como si hubiera algo más. Aunque no estoy segura de qué sería ese «más».
—¿Tú también los ves muy juntos? —le pregunté a Tanya sin quitar mi vista de la pareja.
Tanya rio.
—Ay, Bella… sólo son amigos.
Edward me miró y creo que ambos estábamos pensando lo mismo. De pronto sentí más miradas puestas allí y supe que Alice y Brad también posaban su atención en aquellos dos. Si bien estaba oscuro, se visualizaba muy bien las siluetas de Simon y de Jessica.
De un momento a otro, dejaron de reírse y la mirada de ambos tomó seriedad. Luego, todo pasó muy rápido. Jess tomó la iniciativa acercando con sus manos el rostro de mi vecino hacia ella hasta posar tímidamente sus labios sobre los suyos. Abrí los ojos bien grandes, sin poder creer lo que estaba viendo. Pero lo que más sorprendió de todo aquello, fue la respuesta de Simon. En vez de alejarla, como la mayoría pensó, acercó a Jessica a él con fuerza y comenzó a besarla con desenfreno; como si hubiese estado esperando este momento hacía rato.
Creo que ninguno de nosotros salía del estupor de lo que estábamos viendo. Pero había una persona que no disimulaba todo lo que estaba sintiendo. Un poco de dolor, rechazo y también había algo de enojo allí. Esa persona era Brad, por supuesto.
Junto a Tanya intercambiamos una rápida mirada. Y allí lo supe…
La aventura volvía a empezar, otra vez.
.
.
.
Después de mucho, mucho tiempo ¡por fin llegó el día!
¡Hola a todos! Al fin tengo la alegría de poder volver con los viernes de actualizaciones :') Antes que nada quiero agradecer la enorme, enorme paciencia que me han tenido; este año fue de locos, ya no veía la hora de poder tener vacaciones para poder relajarme. Así que, de verdad, les agradezco por seguir del otro lado pese a mi larga ausencia.
Con respecto a la secuela, ¿se esperaban ese nombre? *Risas*. Ahora sí, hablando en serio, deseo de todo corazón que esté a la altura de sus expectativas y que disfruten de la historia tanto como yo de escribirla. Los días de actualización serán viernes de por medio, o sea que cada quince días tendremos un nuevo capítulo.
Una vez más quiero agradecerles por seguir allí, espero poder leer qué tal les ha parecido este primer capítulo. Isa, como siempre, eres completamente maravillosa gracias por seguir aconsejándome.
Como ya saben, el grupo de Facebook está a su entera disposición, sólo tienen que unirse :)
¡Hasta dentro de quince días!
Muchos, muchos besos :*
Alie~
