SALAZAR
Aquella noche estaba lloviendo. Extrañas horas las que tiene Godric para quedar.
Nos conocíamos desde pequeños, nuestros padres eran amigos. Mil veces jugamos arrastrándonos entre el barro, las carreras jamás eran juego limpio si estaba Salazar Slytherin por medio.
Ese soy yo, Salazar Slytherin, fundador de la casa que lleva mi apellido, y voy a dejar escrita una historia, que si bien no es feliz o divertida, ha sido, y sólo se lo confesaría a este pergamino, la historia de mi vida.
Como decía, esa noche había tormenta, una de las peores de aquel invierno, fui el primero en llegar, como siempre. La puntualidad no era algo que caracterizase a mi amigo. Tenía entonces treinta años, la vida por delante, un frío del demonio y muy poca paciencia.
En cualquier otra ocasión hubiese desaparecido, pero esa reunión no era como las demás. Godric se había hecho de rogar, no dijo mucho, sólo que quería presentarme a dos personas. Dos personas importantes, dos grandes de la magia. Lo que tuviésemos cuatro magos, casi desconocidos, que tratar, me era desconocido por el momento.
Esperé, bajo la lluvia, Hogsmeade, una calle desierta. Tanto secretismo llamaba mi atención. Mi mirada verde buscaba entre la cortina blanquecina de agua sus figuras, pero aún no llegaba nadie. No me preocupé en resguardarme, me gustaba el tacto del frío sobre la cara, tampoco llevaba la capa. La cara al aire me parecía signo de no tener miedo a lo que viniera, fuera lo que fuese.
Esperé y al fin aparecieron, dos sombras que mientras paseaban sin prisas se iban definiendo. Eran hombres de escasa altura, aquellos… ¿Hombres?
Una mirada escéptica que nada podía ocultar se extendió por mi rostro. Eran brujas. Una bajita, con la nariz colorada por el frío, que se frotaba las regordetas manos con mitones. La otra, una bruja alta, con una capa azul oscuro con capucha que escondía sus rasgos.
-Debéis ser Salazar, un nombre es todo lo que Godric me dio. Tan impuntual como siempre el desdichado, le daré una buena tunda cuando aparezca.-
Habló la más bajita. Su túnica de gruesa pero elegante tela amarilla tenía manchas color mostaza debidas a la humedad. Sin duda se trataba de Helga Hufflepuff. Una amiga de Godric. ¿Cómo la describió?
Una noble que ha crecido entre plantas, dicharachera, campechana pero con un corazón de oro.
-El mismo. Helga Hufflepuff, si no me equivoco. ¿Y la otra dama? ¿Tenéis nombre o es tan secreto como vuestros ojos?-
La noté sonreír, tal vez con prepotencia, un mago destacado en legeremancia intuye esas cosas, aún sin usarla.
-Esa soy, la que no le gusta esperar y se muere de frío. ¿Una cerveza de mantequilla? Os invito a los dos. Ella es mi querida Rowena, la bruja más inteligente del siglo. ¿Quién no ha oído hablar de ella?
Pero hablemos dentro, conozco al dueño de la taberna, nos dará una mesa apartada y avisará a nuestro amigo cuando se digne a aparecer.-
Me vi arrastrado al interior de una tasca inmunda. A la puerta un letrero de madera rezaba: "Las tres escobas". Una vez dentro sin embargo, el ambiente era cálido y olía a comida.
Así que Rowena Ravenclaw. Por supuesto había oído hablar de ella. Habían osado comparar sus conocimientos en magia con los míos propios. Veríamos si estaba a la altura.
Godric se había ocupado en reunir a los cuatro nombres mágicos del momento, algo se traía entre manos ese alocado descerebrado, pero habría que esperar para averiguar qué.
Mi hilo de pensamiento se cortó de inmediato cuando Lady Ravenclaw se bajó la empapada caperuza.
Rasgos aristocráticos, nariz estrecha, cejas arqueadas, altivas. Unos ojos azules que desprendían de todo menos inocencia. Y el pelo negro, brillante, enmarcando una piel nívea. Los labios rojos se arrugaron en una sutil pero descarada mueca de asco, mirando el lugar.
-¿No había un sitio más pequeño y populachero, querida?-
Tenía una voz cristalina, rica, burlona. Decir que era la mujer más bella que había visto en mi vida sería propasarse, que no mentir, pero me atrajo de inmediato.
Decir que no me pareció fuera de lugar su primer comentario, sería idealizarme, pero me resultó divertido.
-Hay whisky escocés.- La atajó Helga. Eso pareció calmarla. ¿Ahora las nobles bebían? ¿Dónde había estado metido toda mi vida? -Perdonadla, Salazar, es hija de fiestas lujosas y conversaciones acaloradas sobre cuestiones trascendentales acalladas por risas hipócritas.-
Sonrió, mostrando una dentadura blanca, de dientes pequeños y regulares. Le había gustado la respuesta, pude notarlo. No sonreí, pero me sentía cómodo entre las dos.
-Escocesa.- Dije simplemente, mirándola.
-Y orgullosa.- Contestó ella.
-Irlanda es mucho mejor, somos simpáticos y no tenemos un hipogrifo rugiendo en cada erre.- Rowena rió y yo me noté sonreír, tenía un acento muy cerrado. -¿Y vos, querido?-
-Gales.-
Nunca fui un hombre de muchas palabras. Pedí una copa de vino de saúco, las dos insinuaron que no sabía beber. Y entre risas, que más me divertían que azoraban, un whisky escocés y una cerveza negra, llegó al que habíamos estado esperando.
