Sentado al centro del salón, con su cabeza hundida entre los brazos, Izuku miró a Shimura a tres sillas de distancia. Los mechones níveos caían casi con pereza sobre los hombros desganados mientras su dueño contemplaba el exterior a través de la ventana.
A Izuku le asombraba el cómo podía pasarse las horas haciendo aquello o escuchando música sin perder su capacidad de atención; él, en cambio, tenía que mantenerse al pie del cañón para tomar apuntes, lo cual empezaba a complicársele recientemente, porque sus ojos no duraban mucho sin desviarse adonde Shimura.
Al principio no fue nada sorprendente: Izuku quedó fascinado cuando lo vio, pero le sucedía lo mismo cada vez que conocía a alguien. Todo le parecía interesante, y se maravillaba con cada particularidad captada por sus inocentes pupilas.
Sin embargo, una vez estudiaba a fondo el motivo de su curiosidad, pisaba terreno cada vez más seguro y su confianza crecía; para entonces, si bien era el mismo adolescente tímido y reservado, adquiría soltura y actuaba con mayor claridad.
Pero luego Shimura se convirtió en una anomalía, porque entre más pasaba el tiempo, más se alejaba de entender qué tipo de persona era. En apariencia, se trataba de alguien sombrío, apático e insensible, pero Izuku no pararía de observarle, porque cada vez que lo hacía, encontraba únicamente la falta de pruebas para respaldar tal juicio.
Era común que una persona con un temperamento explosivo poseyera también una mirada insostenible, que alguien dulce formase gestos relajados antes de sonreír o que, si se trataba de una persona exigente, hasta su postura se notara rígida. En el caso de Izuku, su timidez le impedía hablar sin ponerse nervioso.
Todas esas reacciones conformaban una especie de protocolo social que Izuku había descubierto a base de observación; por eso le intrigaba que Shimura no diera señales de ser la persona que aparentaba.
La capucha negra que acostumbraba usar debajo del uniforme más las cicatrices en su rostro y sus dedos vendados podían significar cualquier cosa; desde una trágica historia familiar hasta ser un delincuente. Aun así, Izuku no hallaba respuesta en el par de rubíes que Shimura tenía por ojos. Su ausencia de emociones decía tantas cosas… y a la vez, nada.
Con el paso de los días, Izuku se volvió más reservado, porque en vez de entrar en confianza tras explorar el terreno, más ansioso se sentía por descubrir los misterios de esas tierras. A lo mejor se debía a que el niño de cabellos verdes era un investigador innato.
Si él sentía atracción por lo desconocido, no era de extrañar que Shimura le llamase tanto la atención: aquél sería como su objeto de estudio.
