Aclaración: Candy Candy y sus personajes le pertenecen a Kyoko Mizuki (Keiko Nagita) y Yumiko Igarashi.

Capítulo 1: Una travesía hacia las raíces

Febrero de 1915

Estados Unidos.

*1 La guerra no se aplacaba desde aquel fatídico 28 de julio de 1914 cuando el imperio austro - húngaro, en venganza por el asesinato del archiduque Francisco Fernando ―muerto un mes atrás por un nacionalista Serbio―, le declaró la guerra a Serbia y éste pidió la intervención inmediata de Rusia.

Las piezas de ese ajedrez comenzaron a moverse rápidamente y los países tomaron partido por algún bando. Alemania le declaró la guerra a Rusia y a Francia, entonces las movilizaciones germanas invadieron Luxemburgo y Bélgica. El 4 de agosto de ese mismo año, Inglaterra, declaró la guerra a Alemania y envió sus primeras tropas a Mons en conocimiento de que las intenciones de los alemanes era llegar a París, sucedió entonces el llamado: "Milagro de Marne"; tras muchas bajas francesas en la resistencia y con un gran número de soldados franco – británicos lograron detener al enemigo gracias a la estrategia logística del general Jofré. Los rusos ingresaron por Austria e iniciaron la batalla de Tannenberg al invadir Alemania por el este, convirtiéndose así en una contienda sangrienta y despiadada. Así mismo, dos nuevas naciones se unieron al conflicto: Japón, por la triple entente y Turquía, por los imperios centrales. El ataque frontal no era una buena estrategia, dejaba demasiadas bajas y escaseaban soldados, entonces para no ceder territorio avanzado se cavaron trincheras cercadas por metros de alambres de espinos. El hogar transitorio de miles de soldados. Hogares de oscuridad y muerte.

Los rumores de inmigrantes que llegaban a tierras neutrales hablaban de una guerra nunca antes vista. El número de muertes que se manejaba era alarmante, las atrocidades que el enemigo era capaz de cometer y los relatos que publicaban diarios sensacionalistas dejaban al resto del mundo atónitos y desesperanzados ante la promesa incumplida de que todo terminaría antes de la Navidad de 1914. Todas estas noticias acrecentaban la incertidumbre con respecto al futuro, además existían claras indirectas y presiones políticas de parte de Inglaterra para que Estados Unidos se les uniera a la causa. Era una realidad: la guerra seguía su curso.

El mundo se desmoronaba a su alrededor, así lo sentía ella que tenía en su corazón una irreparable pérdida, su querido amigo: Stear, abatido en una misión aérea de reconocimiento. Para el Real cuerpo aéreo (RFC) [1] significaría una lamentable baja; sin embargo para la tía abuela y los familiares más cercanos, era un dolor que perduraría por mucho tiempo en las oscuras paredes de la mansión de Lakewood.

Desde la colina la naturaleza inmersa entre macizos y nacientes yuyos danzantes, le parecía tan irreal. Volvió a hojear ese libro de poemas ―que le acompañó durante semanas y la invitaba a reflexionar― y leyó en voz alta un par de versos. Suspiró. Alzó la vista al cielo, abrió los brazos y se dejó caer de espaldas sobre la hierba; en las mullidas nubes que se enfilaban ante sus ojos viajaron a su mente los rostros abstractos de sus propias dudas de infancia. No, no debía pensar en ello ahora, había muchísimas cosas en qué preocuparse como por ejemplo: ya no tenía trabajo y su llegada repentina al hogar sólo había traído problemas.

—Ay, ¡cabeza hueca! ¡En qué pensabas! —se recriminó, recordando en el lio que se metió.

Charlie, un pequeño del hogar de Pony, se rehusó a ser adoptado por una pareja argumentando que tenía familia a la que quería conocer. Enseñó un sobre que contenía unas cartas y unos documentos que la hermana María y la señorita Pony revisaron, si todo era cierto, revelaba su verdadera situación: no era huérfano, tenía abuela y madre que estaban dispuestos a costear cualquier trámite para un viaje de regreso. Un regreso a Europa.

Cuando la pareja volvió a preguntar por el niño, ella misma les dio una larga explicación sobre lo sucedido y su visión al respecto, eso ocasionó la molestia de la hermana María y la señorita Pony. Los problemas no terminaron ahí ya que, Charlie y su insistencia en viajar no claudico. Antes de que el señor Harper ―el abogado que trataba los trámites de adopción y otros asuntos en el hogar― trajera consigo la verificación de todos esos documentos, huyó del hogar ocasionando una gran revuelo. Lo buscó la policía de Chicago por dos días y finalmente lo trajeron de vuelta, sano y salvo. Candy, para evitar mayores problemas se comprometió a algo que no podía cumplir: acompañarle, además le sugirió que hiciese una lista de todo lo que se requería para emprender el viaje. La intención era ganar tiempo y así disuadirle; sin embargo solo consiguió una dura reprimenda.

No pensó en que esa promesa era quebrantar las reglas, y por supuesto, no era la responsable de los chicos, sólo estaba ahí tomando un descanso de días turbulentos. Su intervención fue desafortunada, lo tenía muy claro, pero le había conmovido la sincera explicación del pequeño.

Cabizbaja, emprendió el retorno al hogar. Al llegar vio a los chicos agolpados en la puerta de la oficina de la señorita Pony.

—Candy, no hagas ruido —pidió Dorothea, caminando en puntillas hasta llegar cerca de la puerta.

—¿Qué pasa?

—¡Son los señores Foster! —alcanzó a gritar Daisy, antes que otra pequeña le tapara la boca con la mano.

—¡Cállate! Se darán cuenta que estamos tratando de escuchar —advirtió, Leonard.

—¿Se oye algo de lo que están hablando? —preguntó ansioso, Charlie.

—No, es muy difícil escuchar si ustedes están hablando.

—Toma, pon este vaso y apega la oreja. ¿Se oye algo? —sugirió Matt a Betty.

—Seguramente vienen otra vez por ti, Charlie —aseguró Edisson.

—¡Ya dije que no voy! —reclamó Charlie, muy enfadado.

—Tranquilo, Charlie. No saquemos conclusiones apresuradas, esperemos a ver qué dice la señorita Pony —dijo Candy, tratando de calmarle.

—Ya oí algo, pero es extraño… Han dicho tu nombre —dijo Betty. Y todos los chicos miraron a Candy.

—¿Mi nombre? —preguntó, confundida.

—Sí, están hablando de ti —corroboró Betty.

—Está bien, ya fue suficiente. No es correcto tratar de oír conversaciones privadas —reprendió nerviosa, sacando a los pequeños de la puerta —.Vamos chicos, les prepararé la cena.

Los correteo a todos hasta el comedor y antes de que pudiera ir a la cocina, la puerta se abrió y se acercó la hermana María. La conocía muy bien y por sus facciones pudo adivinar que algo importante estaba ocurriendo.

—Candy, ¿puedes venir conmigo? —pidió, apenas mirándola.

—Sí. ¿Sucede algo? —preguntó al ver la mirada cristalina de la hermana.

—Sí. Los señores Foster tienen algo que hablar contigo y… Deja todo ahí, yo me hago cargo, por favor ve a la oficina de la señorita Pony.

—Pero, hermana María…

—Candy, sólo ve.

Le acompañó, golpeó la puerta y la dejó pasar. Los ojos de las tres personas que estaban ahí se fueron curiosos en el rostro de Candy. Les saludó cordialmente y de inmediato comenzó a justificar su falta sin parar de hablar, miró a la señorita Pony que se quitó las gafas para limpiarse los ojos con un pañuelo. "¿Es que acaso estuvo llorando?" pensó.

—Candy, los señores Foster no han venido por Charlie. Necesitan hablar contigo —dijo con seriedad.

—¿Conmigo? Lo siento, pero no entiendo.

—Será mejor que te sientes. Con permiso, voy por el café.

Se retiró dejándoles solos. El señor Louis se puso de pie, visiblemente nervioso y ante la incómoda vacilación de sus frases, fue su esposa quien tomó la palabra.

—Mi esposo y yo hemos venido porque… desde que sostuvimos esa conversación contigo, hace unos días atrás, creemos que lo que tenemos que contar es de suma importancia para ti.

—¿Contar?

—Candy, ¿recuerdas lo que dijiste la última vez que nos vimos? —preguntó la mujer tomando las manos de la joven en una actitud maternal.

Por supuesto que recordaba esa conversación: había hablado de más. Ella creía que la intención de Charlie no era rechazarles por no quererles como padres, sino que tenía antecedentes de la existencia de su propia familia y eso merecía ser aclarado. En un giro de la conversación terminó respondiendo la pregunta que la señora Foster hizo: "¿Realmente es tan importante saber el porqué se abandona a un hijo?"

—"Conocí a huérfanos que tienen la fantasía de que su abandono fuese un error que se puede explicar. Algunos tienen fe de un posible arrepentimiento y que volverán por ellos. Pocos tienen esa suerte. Otros, en cambio, tienen historias más dramáticas que hubiese sido mejor… dejar atrás" —dijo Candy, recordando sus propias palabras y dejándose caer en una de las sillas cercanas al ventanal.

—Sí, eso dijiste.

—"Si yo tuviera idea de dónde buscar, si tuviera un antecedente por pequeño que sea para encontrar mis antepasados y así tener una historia…No dudaría en ir tras ellos" —agregó en voz alta.

—Candy, es por eso que estamos aquí. No concluiste tu argumento, pero pienso que eso es algo muy personal —dijo la mujer poniéndose de pie.

Su marido extendió una carpeta sobre el escritorio y carraspeó para tomar valor.

—Yo… vivía por aquí, eso sí me marché hace muchos años —contó el señor Louis —. Ha pasado mucho tiempo y este hogar sigue igual.

—¿Ha estado aquí anteriormente? —preguntó Candy curiosa e inquieta ante ese preámbulo.

—Sí, hace casi… ¿17 años?

—Diecisiete años. Como mi edad…

—Así es. Siempre tuve grabado en mi mente este lugar. El nombre y el calcular tu edad me hicieron pensar que tú eras la bebé que traía la muñeca, lo corroboré con la hermana María y la señorita Pony. Luego al escuchar tu explicación de lo sucedido con Charlie, entendí que era tiempo de confesar lo que vi y decirlo, tal vez pueda ayudarte —explicó y sacó unos papeles de la carpeta.

—La muñeca… ¿ha dicho usted la muñeca? —preguntó sintiendo que su corazón corría tan veloz que apenas pudo tomar aire —. ¿Cómo sabe usted sobre eso?

La muñeca, fue uno de los objetos que le acompañó cuando fue abandonada en la puerta del Hogar. Aún la conservaba, era su único tesoro del pasado. Un pasado que desconocía por completo.

—Permite que te explique. Yo era un chiquillo, jugaba cerca de acá y vi cuando te dejaron frente al hogar…—confesó finalmente.

En los oídos de Candy resonó esa última frase y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Qué? Usted…—dijo con apenas un hilo de voz.

—Lo siento, de verdad. Con los años me recriminé el no haber hecho algo más…el haber impedido que te dejaran ahí, pero yo sólo era un niño.

—¿Usted vio quién me abandono? —preguntó sorprendida.

—Sí. En realidad, lo que recuerdo es que vi a un hombre mayor, muy bien vestido y con acento extranjero, en compañía de su cochero. Yo le pregunté al chofer por ti, fue cuando vi la muñeca que tenía tu nombre. Al inspeccionar el carruaje, ya sabes, no siempre se veía uno tan lujoso por estas tierras... Lo que recuerdo muy bien era esa vistosa insignia —contó enseñándosela a Candy.

Una gran letra H rodeado de otros símbolos inentendibles entre trazos verdes y rojos, era lo que se podía apreciar a simple vista.

—Esa es la insignia de una familia, es un escudo. Esto lo mandamos a dibujar para ti y lo consulté a un especialista en Heráldicas. Candy, en tus manos tienes el escudo que corresponde a una prestigiosa familia escocesa: Hooker.

El apellido sonó como un eco en su mente: Hooker. Guardó silencio y aunque trataba de ordenar sus ideas no podía, se agolpaban al punto de agobiarla y necesitar un vaso de agua que llegó de las manos de la Hermana María y la señorita Pony. Tenía ante sus ojos una pista que la llevaba directo a su pasado que creía superado o mejor dicho, asumido. "¿Qué era todo esto? ¿Por qué ahora? ¿Qué debo hacer con esta información?" pensó sin poder evitar que las lágrimas surcaran sus mejillas.

* . * . * . * . * . * . * . * . * . *

*2 Se subió raudo al Wescott U50 touring[2] rojo guinda que le aguardaba para emprender el viaje; dio las indicaciones al chofer se sacó los guantes, metió sus manos al abrigo negro e inclinó su cabeza para dormitar. Un largo e impostergable viaje a Australia le había alejado por un par de meses de Estados Unidos y de llevar el luto como hubiese querido. Durante todo el recorrido se fue sumido en tratar de ordenar su mente, prepararse para lo que vendría; sabía que el hombre que gozaba del anonimato y la autonomía que tanto disfrutaba estaba por terminar. Deshacerse de los compromisos y responsabilidades era cada vez más difícil, más aun desde que aceptó tener participación total en las decisiones del consorcio y muy pronto se daría a conocer a la sociedad norteamericana como: "William Albert Ardley: La cabeza principal del imponente imperio de los Ardley", como publicó un diario de economía hace unos días atrás. Quiso alejarse de esa presión sicológica, pero de igual modo se mantuvo al tanto de todo lo que acontecía en Lakewood y le envió unas postales a Candy; sin embargo no recibió respuesta inmediata como estaba acostumbrado.

Su agenda le obligaba a llegar a Chicago ya que su mano derecha, secretario, amigo y confidente: George, le comentó que debía firmar unos documentos relacionados con la liberación de fondos para una fundación de caridad, entre otros papeleos de rutina. Esa tediosa rutina que constantemente le interrumpía, en esta ocasión, significó desechar los planes que tenía de ir a pescar en las cercanías de Lakewood.

Antes de llegar al hotel Península [3] le pidió al chofer que se detuviera, quería dar un paseo, a solas. La poca afluencia de personas, la brisa tibia de esa tarde mecía las ramas de los frondosos árboles que delimitaban una ruta de arenilla que siguió a paso lento y al levantar la mirada estaba justo en el centro del parque Lincoln [4]. Esa hermosa vista al lago, los cisnes zigzagueando las aguas verduscas y el perfume de las flores le rememoró su infancia en Lakewood y los largos paseos que daba junto con Rose Marie. El recuerdo de su hermana siempre afloraba en momentos de retrospección, en que la extrañaba y necesitaba de un consejo femenino, tal vez ella sí se los hubiera dado.

La paz terminó abruptamente, un grupo amplio de mujeres marchaban con una notoria flor amarilla en la solapa. Mujeres de todas las edades se manifestaban con llamativas pancartas, banderines y silbatos exigiendo el derecho a voto al presidente y así ser parte de las próximas elecciones. La contraparte, la componía un grupo de varones, quienes gritaban todo tipo de insultos y otros arrojaban objetos en desaprobación a ese movimiento que en esos últimos años había dado mucho que hablar en los altos mandos gubernamentales. Intuyó que eso se convertiría en un desmán del cual no quería participar ni mucho menos verse envuelto. Giró sobre sus talones y apresuró el paso.

―¡Señor, William! ¡Señor, William! ―volvió a gritar, George que venía tras de él. Hasta que consiguió llamar su atención.

―Lo siento, estaba distraído. Buenas tardes, George.

—Buenas tardes, señor. ¿Le sucede algo? ¿Se siente usted bien?—interrogó al verlo mirar hacia la avenida.

—Sí… yo…¡Los papeles! ¿Cierto? Vamos a la cafetería del hotel.

Albert y George siguieron esa ruta hacia la cafetería en completo silencio. Pidieron dos cafés y su mirada se fue hacia la ventana y al tumulto que seguía manifestándose en el exterior. George, sacó del maletín los documentos y los extendió en la mesa.

—Así que estos son todos los papeles que necesitan que firme. Veamos —tomó un sorbo de café negro que le trajo la mesera. Leyó los documentos y los firmó.

—Señor… hay algo mas…―susurró haciendo una pausa.

—Algo más. Algo más ¿cómo qué? ―preguntó sacando los ojos de los papeles que tenía en sus manos.

—Buenas tardes, William, George —dijo una voz ceremoniosa.

Ambos varones se levantaron de inmediato y respondieron el saludo. Uno más sorprendido que el otro.

—¡Tía! Me alegra saber que está mejor y ya ha salido de la mansión ―dijo alegre, ayudándole a sentarse frente a él.

A espaldas de ella, hizo señas a George que torció los labios en una sonrisa y alzo los hombros. Tarde para advertirle de esa visita inesperada.

—Mejor me hubiera quedado. ¿Ya viste a esas mujeres de allá afuera? ¡Qué espanto! Señoritas y señoras, haciendo escándalos en la vía pública y comportándose como enajenadas sin educación alguna —reprochó quitándose los guantes.

―Es una manifestación para obtener el derecho a voto en las próximas elecciones. ¿No le interesa, tía?

—¡Qué estupideces dices! Admito que las leyes, gobernar un país y temas de esa índole, son cosas de varones —alegó molesta —. Las verdaderas damas y señoras, deben asumir el rol femenino que les corresponde: El hogar.

Suspiró y rodó los ojos, estuvo a punto de rebatir esa idea; pero fue George quien a espaldas de la mujer, negó con la cabeza y reprimió sus palabras.

—Tía ¿qué la trae por aquí?

―Una conversación que tenemos pendiente ―respondió con seriedad dejando la sombrilla a un costado de la mesa. Vestida de riguroso negro, su semblante se veía más delgado y pálido de lo normal.

—Señor, me retiro. ¿No se le ofrece nada más?

—No te vayas, necesito pedirte otro favor ―ordenó, haciéndole un gesto que su interlocutor entendió perfecto.

—De acuerdo, enviaré estos documentos por correo y volveré. Con permiso, señora Elroy, que tenga usted un buena tarde ―se despidió con una inclinación de su cabeza.

—Buenas tardes, George.

—¿Quiere usted ordenar algo? ―preguntó Albert. La mesera llegó enseguida y tomó la orden: té con gotas de limón y unas galletas de mantequilla.

Esperaron a que se retirara y la mirada de él le dio el permiso para responder la pregunta anterior.

—Bien. Seré breve y clara. ¿Cuándo es que piensas anunciar tu identidad? ―preguntó sin vacilaciones y mirándole por sobre los lentes de lectura que llevaba.

—Pensé que usted no estaba de acuerdo con eso.

—En un comienzo, no lo estuve. Ahora eres todo un hombre, en edad de asumir los negocios de los Ardley y… de contraer matrimonio ―sentenció.

Mutismo absoluto y con otro suspiro desvió la mirada a través de la ventana dándose fuerzas para una vez más, rebatirle. La mesera trajo lo que la anciana ordenó y esperaron a que se fuera. La insistencia de la tía abuela podía convertirse en toda una molestia, más aun cuando se obsesionaba por hacer cumplir sus órdenes y reglas. Entendía que todo lo hacía por una causa, pero además de las exigencias que significaba asumir bien el rol de "patriarca" debía sumarle la antojadiza idea de la abuela de buscarle esposa. Sencillamente era demasiado.

—¿No dirás nada? ―preguntó tomando un sorbo al té y sacándolo de sus cavilaciones.

—¿No podría ir usted por parte? Es decir, primero el anuncio de quién es el mítico tío abuelo William… eso será toda una noticia por meses, luego lo demás vendrá solo.

—No me gustan las sorpresas, lo sabes. Ya lo tengo todo resuelto. A eso vine ―respondió dejando sobre la mesa una carpeta. Él le dio un vistazo, eran preparativos para una fiesta.

—Todo. ¿Qué es todo?...además de esto ―dijo cerrando la carpeta y empujándola con su dedo índice hacia ella.

—La fecha de la fiesta, los arreglos, los invitados… y las candidatas para que tu desposes a una joven digna de ser una Ardley ―dijo abriendo la carpeta con todo lo que ella organizó para hacer de esa fiesta un evento inolvidable.

—¿Y la lista de las candidatas también está entre esos documentos? —preguntó impresionado. Al ver el rostro de la tía abuela entendió que lo que proponía iba en serio.

—¡No! Pero conozco a muchas señoritas que serían candidatas dignas de ser una Ardley —replicó con seriedad.

—¡Válgame Dios!, es decir, usted ya tiene resuelto hasta la cantidad de hijos que tendré. Tía, no deja de sorprenderme —sonrió hurtándole una galleta del platillo de porcelana azul.

—¡Deja de bromear! Yo hablo en serio… muy en serio —recriminó con rostro adusto.

—Yo también. Es más, le doy toda mi venia para que usted se haga cargo de organizar la fiesta de presentación ante la sociedad. Confío en su buen gusto y criterio; pero le pido que no arregle ninguna cita con ninguna señorita, porque no me interesa. Yo… ―se silenció abruptamente antes de terminar la frase. Desvió la mirada hacia el exterior.

—¿Pretendes escoger tú a la futura señora Ardley? Eso es imposible, no te lo permito —alegó molesta.

—Eso ya lo hemos hablado ―respondió con cautela.

―William, ya conoces mi postura al respecto —dijo con voz sumisa, aunque el tono y la mirada de la anciana más bien sonaba a una amenaza velada.

―La conozco y usted la mía. Hacer de esto una discusión estéril… no me parece. ¿Puedo hacer las cosas a mi manera? ¿Puede usted confiar en mi criterio? ―preguntó con voz suplicante.

—¿Cuáles son tus maneras? ―inquirió de soslayo.

—Sé que debo salir de mi anonimato de una vez por todas. Ya le dije: Acepto que usted vea cuándo, dónde y cómo. George me tendrá al tanto y sobre lo demás… Yo tengo cosas que solucionar.

—Lo demás. Ignoraré eso porque no le hace bien a mi salud. Ahora, tus maneras no me dejan tranquila, es más tus "maneras" en el pasado me han metido en un gran lio del cual, te lo advierto jovencito, yo no acepto apañar nunca más ―finalizó con el dedo índice golpeando la mesa con ira.

—¿Usted se está refiriendo a lo que creo? ―preguntó confundido. "¿Qué otra cosa más podía enrostrarme la tía abuela Elroy?" Pensó.

Era conocido para cualquiera de los Ardley su poca amabilidad con Candy y lo reiterativa que podía ser cuando se trataba de destacar las fallas de la chica. La mujer miró a todos lados, agradeciendo que el lugar fuese de su entera confianza y en su entorno se hallara solo dos personas muy lejos de escuchar esa conversación.

—¡Ay, William! ¡Por favor! Uno de tus últimos caprichos y el peor de todos, fue el de adoptar a Candice White, como me negué a eso, sucedió todo lo demás ―rezongó en voz baja.

—Tía, no fue un capricho, no lo llame así. Tenía mis razones y fue usted quien decidió ayudarme con eso. ¿No lo recuerda? ―preguntó tratando de refrescarle la memoria. "¿O es que interpreté otra cosa?" Pensó. Era una duda a la que le dio muchas vueltas, esperaba algún día sacarla de su mente.

—Yo no acepté ayudarte en eso, yo asumí tus caprichos como míos que es muy distinto. Era eso lo mejor ―aclaró de inmediato, blandiendo su dedo índice en el aire, por segunda vez ―. Dime una cosa, ¿Qué es lo que esperas escuchar? Me haces la misma pregunta una vez más.

Los argumentos no cambiaban ni en privado ni en público, obtenía la misma respuesta. Al escuchar de la boca de George aquella vez en que Candy se desvelo por cuidarla cuando estuvo delicada de salud y verle retribuir con un escueto: "Gracias", sumada a otras actitudes que sólo él veía, pensó que estaba frente a una anciana que podía ser un poco más demostrativa con sus afectos. Entonces, su interpretación de las cosas estaba errada. ¿Para qué insistir? Aún así decidió decir la palabra que a ella le generaba tirria, solo para analizar su reacción.

—Bueno, es que usted es legalmente la madre adoptiva de Candy —dijo viendo la reacción de la tía. Sus ojos se abrieron y miró a todos lados.

―¡Cállate, por favor! —rogó con el rostro lleno de vergüenza.

―No se preocupe —murmuró acercándose a la tía —. Eso no lo sabe nadie más que George, usted y yo. Yo solo soy una especie de… ¿tutor legal? ¿No era eso lo conveniente? —finalizó con una pregunta. Miró su reacción y seguía siendo la misma. Como si dijeran la peor blasfemia de la historia.

Sobrevino un silencio interminable, pensando en cómo es que llegaron las cosas a ese punto. Era muy joven, impetuoso, rebelde, y ese día recibió la carta de los chicos: Stear, Archie y Anthony pidiéndole ayuda para Candy. Era tal su desesperación que hasta le sugirieron que la adoptara, aunque ellos desconocían su identidad y su edad. No le pareció del todo descabellado y decidido en llevarlo a cabo aunque no sabía cómo, se lo dijo a la Tía Abuela Elroy. El solo mencionarlo se convirtió en la discusión más grave de la que tenía memoria. Ninguno estaba dispuesto a ceder en sus respectivas posturas, hasta que George llegó con una aclaración legal que desbarató sus planes. Él no era apto para adoptar a nadie por su estado civil, pero no se dio por vencido y juró buscar la forma por las buenas o por las malas y dijo: "¿el dinero no lo es todo y lo puede todo? Pues usaré mis influencias y poder adquisitivo para conseguir lo que quiero."

Surgió la idea "alternativa" de la tía abuela. Solo para evitar los comentarios, el escándalo y al verlo tan decidido, era lo que repitió una y mil veces. Su única condición: "jamás, nadie, nunca en la vida… supiera de eso."

—¡William Albert Ardley, hiciste un juramento y espero que lo respetes! —amenazó dando otro sorbo al té entre sus manos temblorosas.

—Lo he respetado a cabalidad… muy a mi pesar, lo he cumplido —aseguró en voz baja y mirando a la ventana.

—Entonces…

—¡¿Por qué se molestó en adoptar a alguien que no quería?! —interrumpió, formulando con indignación en sus cristalinos ojos celestes.

—E-s e-s es lo mismo que me pregunto yo ―tartamudeo nerviosa—. Pensé en la opción menos engorrosa, pero de cualquier forma esa chiquilla se ha inmiscuido en la familia mucho más de lo que yo hubiera querido.

—Tía, por favor.

—Y la última de sus estupideces fue rechazar a Neal y el rumor se ha propagado por todo nuestro círculo de amigos —comentó indignada.

—Neal, se expuso solo a esa vergüenza porque los sentimientos no se fuerzan, no son un contrato —aclaró molesto.

—Lindo, si es que la vida fuera una novela, pero no es así.

—Para Neal y su familia debe ser una verdadera tragedia griega. ¿No?—sonrió sin poder evitarlo. Al recordar el rostro descompuesto de Neal al ser rechazado por Candy, fue sin duda, todo un escándalo.

―¡Y tú te ríes! Sinceramente no la entiendo. Era lo mejor que le podía suceder a esa chiquilla. ¡Mal agradecida! —acotó ignorando el comentario y la risa de Albert.

―Lo peor —corrigió conteniendo la risa.

―No puedo creer que estés en contra de tu propia sangre —dijo llevando las manos a sus mejillas avergonzada de la actitud de su sobrino.

―No lo estoy, solo que no podía estar a favor de forzar a alguien a asumir un compromiso que no deseaba.

―Dejemos esta discusión hasta aquí. Me retiro y te mandaré a decir, a través de George, la fecha exacta para la fiesta dentro de esta semana. En todo caso con todos los preparativos que hay que hacer y otros compromisos previos yo creo que no será hasta dentro de cuatro meses. Te pido que no te pierdas de mi vista.

—De acuerdo. Que tenga una buena tarde, tía ―dijo regalándole una sonrisa —. Y tú, espérame aquí, ya vuelvo —dijo palmoteando la espalda de George.

La acompañó a la salida y la vio alejarse con su chofer. Podía discutir muchas veces con la anciana, pero no le gustaba que ese enojo perdurara por mucho tiempo. Al volver a la cafetería le esperaba nuevamente, George.

―¿Y por qué esa cara? ¿Durante mi ausencia, sucedió algo más que no me hayas contado?

―No, no es eso.

―Entonces…

―Tengo noticias de la señorita Candice —dijo finalmente.

―Candy, no he recibido una sola carta suya en semanas, aunque sé que viajó a South Field a pasar unos días en el Hogar de Pony. ¿Qué sucede con ella?

―La hermana María y la señorita Pony me han contactado para comunicarme que hace unos días la señorita Candice… se fue a Londres.

―¿¡Qué!?

Exclamó sorprendido, sin entender la razón de ese viaje, menos con lo peligroso que se había transformado el viajar al país que era blanco de los conflictos bélicos de los últimos meses. "¿Por qué Candy no me contó absolutamente nada?" Pensó.

* . * . * . * . * . * . * . * . * . *

*3 El bar Ye Olde Cheshire Cheese [5] le parecía acogedor y discreto, lo suficientemente apartado y escondido entre las callejuelas húmedas de Londres; salvo por esa congregación de veteranos arreglando el mundo en guerra, gritando frases patrióticas con un puño y con la otra sosteniendo un vaso de ginebra. Le miraron de soslayo, pero no dijeron nada: rengueaba. Las paredes de roble y la escasa luz le daban al lugar un toque sombrío, unas cuantas fotografías y cuadros con autógrafos contaban que fue el bar predilecto de los amantes de la literatura, aunque de aquello no quedase nada. Agradeció la golpiza de la otra noche que le dejó semi inconsciente y visibles secuelas, ya que se convirtieron en el pase ideal para no ser más molestado por la orden femenina de la pluma blanca [6]

A pesar de toda la ira y pena acumulada entumeciendo y secando su garganta, a tal punto, de hacer tambalear su promesa de no beber nunca más; se debatió pensando a quién le hizo esa promesa de invierno y miró por horas el vaso intacto reflejar su rostro. Venció su voluntad entrenada: no probó ni un sorbo del whisky que pidió.

—Señor, disculpe. ¿Usted no se hospeda por aquí? ―preguntó tratando de identificarlo.

―No.

―¿Por qué no va a su casa? —sugirió el humilde anciano que trajo el vaso de agua que el mismo misterioso hombre le pidió.

—De acuerdo, ya me voy —dijo bebiendo al seco el agua. Se levantó y tomó su abrigo del perchero que estaba cerca de su mesa.

—¿No beberá el whisky que me pidió? Se lo cobraré y…

—Bébaselo usted. Brinde por los cabezas cuadradas que en este minuto mueren en el frente. ¿No le parece a usted eso algo "muy patriótico"? —comentó mordaz, harto de la conversación que había escuchado de labios de un clan de viejos borrachos que estuvieron a sus espaldas.

—Lo es. ¡Salud por eso! —dijo uno de los veteranos ocasionando un estallido de carcajadas.

El joven se marchó y no sólo le dio su paga al cantinero; sino que también una jugosa propina, se lo agradeció y por más que quiso mirar su rostro, la gorra, apenas dejó ver su perfil entrecortado por la sombra.

Se cubrió de la gélida noche con su gabán de paño gris, anduvo lento con la vista en sus propios zapatos y la conversación de un grupo de chicos llamó su atención.

—¡Hola! ¿Ya no saludas? —dijo el chico de grandes ojos negros, de espalda ancha y de expresión agresiva. Se acercó poco a poco, haciéndola retroceder sobre sus pasos.

—¡Quítate del medio! O si no… —amenazó la joven, alzando su mentón.

Lo miró directamente a los ojos, desafiante. Dio otro paso atrás para apartarse de la impertinente inspección del resto de los otros chicos que la rodearon, pero se encontró con la pared de ese oscuro callejón sin salida. Lo sabía, estaba en desventaja, su complexión delgada y femenina de metro sesenta no les intimidaba.

—¡¿Si no qué?!

—¡Te denunciaré al ministerio de guerra! —repuso con altivez.

—Aja, ja, ja, ja. ¿Eres de la orden? —preguntó el más robusto y sucio del grupo.

—De la orden de rameras —insultó el más delgado.

—¡Insolente! —exclamó dispuesta a abofetearlo.

—¡Tranquila! —el jefe del grupo agarró su mano en el aire —. Somos simples pacifistas —dijo en tono burlón.

—Ya que lo mencionan, déjenme que buscaré sus distintivos —hurgó en su bolso hasta que dio con lo que buscaba.

—¿Distintivos? —interrogó el delgado que tenía una curvada y profunda cicatriz en su rostro.

—Aquí está…Toma —extendió una pluma blanca al jefe del grupo —. ¡Gallina! —insultó valientemente, aunque esa actitud despertó la ira del grupo de maleantes.

—¡Déjate de payasadas! ¡Cómo te atreves a llamarme cobarde! —espetó golpeando con fuerza la mano de la chica —. Tal vez tú deberías enrolarte, ya que actúas como un chico. Eso me han dicho, pero tengo curiosidad por saber que tan cierto es eso —dijo acercándose más al rostro de la joven.

Ella entrecerró los ojos y empuñó las manos. Pudo oler el asqueroso hedor que destilaba su sola cercanía.

—¡No te atrevas a tocarme ni un solo pelo o tendrás que atenerte a las consecuencias! —amenazó empujándole lejos.

Ese rechazo enfureció al jefe del grupo y en un chasquido de sus dedos dio la orden al resto. Uno de ellos le arrebató el bolso, dos la sostuvieron con fuerza de los brazos. Intentó zafarse en vano, quiso alcanzar al chico que tenía el bolso; pero no lo logró porque de una zancada se retiró para inspeccionarlo.

—Antes, veamos. ¿Qué hay aquí? —buscó en su bolso sacando las cosas que llevaba —. Hmmm… libros. Veo que te gusta leer: Shakespeare.

—¡Qué estupidez! —comentó uno de ellos. Sacando la petaca de su bolsillo.

—Este otro es de Edmondo De Amicis, no entiendo está en italiano, seguramente algo que habrás aprendido en tu viajecito a Italia con tu "amigo" —lo lanzó al suelo, el viento esparció los apuntes.

—¡No! ¡Qué haces! ¡Jumento repulsivo! —reclamó la joven intentado recoger las hojas, pero los demás le impidieron el paso.

—¿Qué le dijiste? —preguntó el de la cicatriz, tirando al suelo el cigarro.

—Jumento, es decir, burro. ¿No sabes lo que es un diccionario? —respondió en las narices del chico.

—¡Quién mierda te crees que eres! —gritoneó. Iracundo se acercó a centímetros de su rostro.

—¡Basta!, no te le acerques —exigió el jefe de la pandilla —. Quiero seguir curioseando entre sus cosas. Veamos que más tenemos aquí. Hay un cuaderno…—ojeando lo que tenía escrito.

—¡Deja eso! —reclamó nuevamente.

—Deja que lea, tengo curiosidad.

Levantó la vista y vio justo frente a él a un joven alto que jugaba con una fusta en sus manos. Por supuesto no le había visto antes, menos en "su sector"

—¡¿Quién demonios eres tú?! —preguntó lanzado el cuaderno lejos y acercándose al recién llegado.

—Un aburrido pacifista que quiere unirse a la fiestecita que están dando con esta linda señorita. ¿Puedo? —dijo y guiñó un ojo a la joven.

—¡Lárgate!

—No, he decidido que me quedo. Por cierto ¿ustedes saben que es de mala educación revisar el bolso de una señorita? —preguntó acercándose más a ellos.

—¿¡Qué!? No necesito que nadie me diga qué debo hacer. ¡No queremos a un quinto! O te vas o te hago desaparecer —amenazó tomando a la joven de la muñeca y llevándosela.

En un movimiento veloz de la fusta dio un golpe violento en una de las manos del jefe para que la soltara, oportunidad que tuvo para asirla y así apartarla de la pelea que se vendría. Le dirigió una sonrisa de medio lado y se encontró con el mismo reflejo de sus ojos, un inquietante azul profundo. Por segundos le pareció conocida.

—¡Ahg! Maldito infeliz —chilló el jefe de la pandilla y se sobó la mano. Furioso, con una mueca, dos cercaron al desconocido.

—Debo agregar también en tu larga lista de faltas de caballerosidad que eres muy atrevido. ¿No te han enseñado que no se le debe tocar a una dama? Menos con esas inmundas manos —señaló con la fusta.

El tipo miró sus manos. El caballero defensor aprovechó esa torpeza para enviarle un certero golpe en el rostro, que lo envió directo a besar el suelo. Se levantó tambaleante para continuar la pelea, pero sus golpes eran mucho más lentos que su oponente, lo que asustó a los otros tres.

La joven aprovechó esos segundos de descuido e intervino. A uno le envió un puñetazo en todo el rostro, se giró y derribó a otro de una patada en el estómago y al recoger el bolso le proporcionó la estocada final, con otro golpe en el abdomen bajo. El tercero ileso decidió huir por el callejón. Al mirar atrás, el desconocido seguía liberando una contienda: una patada en el estómago al malhechor; sin embargo el puño del contrincante aterrizó antes en el rostro del joven partiéndole el labio, no se inmutó y con un puñetazo más lo dejó derribado en el suelo. El resto huyó sabiendo que habían perdido la batalla.

Los papeles se habían esparcido por el suelo y ella se dedicó a agruparlos. Se sacudió la falda marrón que llevaba y cuando le quedaba algo más por recoger pasó por el estómago del que estaba tirado en el suelo.

—¡Te dije que te ibas arrepentir! Pero claro, es más fácil para ti que sean cuatro contra dos.

―¡Ahg, noooo! —chilló derrotado en el suelo.

―¿Pides clemencia?¡Cobarde, levántate! —exigió la chica. Sintió un dedo en su espalda y se giró.

—Deje que el sujeto se marche.

—De acuerdo.

—Tome, su libro de Shakespeare —dijo extendiendo el libro: El Rey Lear.

—Gracias.

—De nada —respondió cortante. La joven lo miró de cerca y sacó algo de su bolso.

—Tiene usted sangre… Ahí —indicó, tocando con un pañuelo la comisura del labio.

—Gracias. Así que usted sabía defenderse muy bien sola —dijo sacudiendo la manga de su chaqueta.

—Sí, es molesto usando falda, pero si la situación lo amerita —respondió haciendo una divertida mueca.

—Nunca vi a una chica defenderse así y con semejante "patada"… —comentó y se silenció al ver el cambio en la expresión de la joven.

—¿Se encuentra bien? —preguntó al verlo renguear.

—Sí, este dolor en la pierna son solo secuelas anteriores. Ya pasará.

—Secuelas de guerra.

—Mhhh, ya ni sé qué responder a eso. Podría decirse que sí —dijo encogiéndose de hombros.

Técnicamente no mentía, sus golpes eran una secuela de guerra, pero no de la que se liberaba en el frente occidental sino que en su propia vida. Había sido testigo, si se veía a un hombre joven por las calles de Londres y que no llevara el uniforme, se le hacía la pregunta recurrente de esos días: "¿Por qué no estás en el frente combatiendo?" y es que ser un cobarde - pacifista era digno del escarnio público.

Miró e inspeccionó a la chica: si era de la orden, aclarar que él entraba dentro de ese grupo, podía ser molesto porque vendría la cátedra que ya estaba cansado de escuchar. A pesar del poco tiempo que llevaba en Londres, había recibido un par de plumas de unas mujeres como repudio a su desinterés por ir al frente. Fue tanto el hostigamiento que hace unos días atrás, un grupo de hombres aparentemente seniles le dieron una golpiza, no devolvió ni un solo golpe. Apenas se estaba recuperando de eso.

—Y si usted está herido ¿aún así decidió ayudarme? —preguntó interrumpiendo sus pensamientos.

—Qué puedo decir, pensé que se trataba de una débil doncella en apuros.

—Lamento que no haya podido hacer bien la función de "Caballero inglés" conmigo; pero la verdad es que podía sola. Gracias, por la intención —dijo con una sonrisa sarcástica y cruzó su bolso como si fuera un repartidor de correspondencia.

Carcajeó estruendosamente, sin poder evitarlo. Quitó la vista de la joven, por respeto. Ella se giró y ladeo la cabeza.

—¿Se puede saber que parte de lo que le dije le ha causado tanta gracia? —se cruzó de brazos esperando una respuesta.

—Lo que sucede es que… su falda. Justo detrás de usted —indicó y volvió a reír.

—¿Qué? ¡Oh, por Dios! —exclamó avergonzada —. ¡No mire!

Una parte de su falda se había subido y atascado con el cinturón, dejando a la vista parte de su ropa interior. Se la arregló rápido sintiendo como las mejillas le ardían.

—No se preocupe que no se vio nada —comentó de espaldas a ella.

—¡Ahg! ¡Qué vergüenza!

—Tenía que decirle, podría ir presa por faltas a la moral —repuso burlonamente.

—Y así dices ser un caballero —alegó sin poder mirarle a la cara de la vergüenza.

—Deja vu —dijo el joven en un suspiro. Deteniéndose a mirar de cerca el rostro de la chica.

—¡¿Qué?!

—Nada. Ya me tuteas, eso es bueno. Yo también lo haré, eres joven.

—"Caballero", ya es hora de que me vaya.

—Por supuesto que soy un caballero. Un caballero inglés que te defendió, agradécemelo —declaró presuntuoso e hizo una graciosa reverencia. Caminaron en la misma dirección.

—Ya lo hice. Además ya lo dije: yo sola, podía con ellos.

—Sí, claro.

—Hmmm. Ya entiendo. Debo haber herido tu ego de hombre protector. ¿Cierto? Te diste cuenta que "con o sin tu ayuda" esos chicos hubiesen terminado de la misma forma como los has visto irse ahora —sonrió y le devolvió su reverencia. Llegando a la intersección tomó el lado derecho y se despidió de él sacudiendo su mano en el aire.

—¡Niña! La próxima vez cuida de la falda —gritó y rió al verla acelerar el paso.

*3 La observó marcharse, existía algo en el rostro de esa chica que llamó su atención. La situación la sintió familiar y recordó de inmediato su pasado.

"¿Qué es lo que estoy haciendo aquí? ¿Cuánto tiempo más permaneceré en Londres?" se preguntó. Por supuesto que era una locura, viajar en medio de la guerra, era una locura exponerse a todo tipo de críticas por no ser un número más en las listas de reclutamiento; pero lo era todavía más despertar con el recuerdo del perfume de ese amor que dejó partir. Si cruzó el atlántico dejando todo atrás y borrando su rastro era precisamente para ahogarse entre esos recuerdos felices una vez más. Decidió que continuaría su ruta, si debía morir en algún lugar tenía que ser ahí: Escocia. Era paradójico, porque allí sentía la libertad de vuelta para ser simplemente… Terry.

Continuará…


Lista de música:

*1 "Movimento da primavera" del brasilero Alexandre Guerra.

*2 "The traveler" – Paul Cardall.

*3 "I wonder as I wander" – David Nevue.

Notas de pie:

[1] (RFC) - Real cuerpo aéreo: fuerza aérea británica encargada de operaciones en tierra y aéreas, en los comienzos de la guerra tenía principalmente misiones de reconocimiento. Recordando que la aviación estaba en pañales en esa época y la utilización de ésta en la guerra aún no se definía del todo. [2]Wescott U50 Touring: Marca de auto de Indiana, Estados Unidos, que tuvo su apogeo entre 1909 hasta 1925. Se vendía por esos años como "el auto de larga vida". [3]Hotel El Península:hotel de 5 estrellas y varios premios pero en la actualidad, no es tan antiguo. Lo inserté en el fic solo por su decoración. [4] Parque Lincoln: Data alrededor de 1865. Antiguamente se llamaba "Parque del lago" y pasó a ser llamado Lincoln en honor al presidente. Esos terrenos pertenecieron al cementerio y no fueron ocupados. En la actualidad es un enorme parque hasta con Zoológico. [5]Ye olde cheshire cheese: bar antiguo de Londres, existe desde 1538, creo que la taberna es posterior a esos años. Tiene ese encanto que describí y a mí me recuerda a las historias de Jack el Destripador.[6]Orden de la pluma blanca: lo vi en la serie inglesa: Downton Abbey unas mujeres le entregaban una pluma blanca al encantador primo Matthew y no entendía mucho. Averiguando eso realmente existió, eran un grupo de mujeres molestas de ver a sus hombres en la guerra mientras otros paseaban por ahí felices de la vida. Les daban una pluma a los varones jóvenes y que se veían sanos. Esto significaba ser llamado: Cobardes.

Comentarios del autor: Uh, para las antiguas lectoras si es que siguen por ahí, por favor pronúnciense. Y sí, hay cosas que no leyeron antes. Por ejemplo, adelanté ciertos diálogos y situaciones que estaban escritas y presupuestadas en capítulos futuros y arreglé ciertas cosas que pasé por alto en la primera entrega de este fic y que ahora a mi juicio (más maduro) me hacen decir que era imperdonable no agregarlas.

Gracias por leer. Comentarios, alegatos, correcciones y preguntas en el review, trataré en lo posible responderles a todas (os)

*Edición 7 de diciembre del 2016.

Ladyzafiro