I
—¡Primrose Everdeen!
La voz de Effie Trinket sonó en eco por toda la plaza. Se oía murmurar los primeros chismes de condolencia a la familia de Prim. Las cosas siempre eran muy automáticas en la Veta. Katniss corría hacia ella y tomaba su lugar en la cosecha, como el único tributo en la cosecha. Ese fue el momento en el que su hermana se apartó de su lado, no sabía si por poco tiempo… o si para siempre.
Prim se abrió los ojos automáticamente, escapando del sueño que tanto la había atormentado la última semana. Las últimas escenas de la cosecha más traumática de su vida, y no podía dejar de pensar en ello.
Se acomodó en la orilla de su catre, apoyó sus codos sobre sus muslos y escondió el rostro entre sus manos. Justo como veía que Katniss hacía al levantarse. Miraba la habitación vacía y se la imaginaba preparándose para ir a cazar, para ir a buscar con que alimentarlas a ella y a su madre. De sólo pensar que ella no le había dado un beso de buenas noches, le hacía dormirse intranquila y romper a llorar en el hombro de su madre inconsolablemente.
Se pone en pie y ojea el cuarto de su madre. Ella estaba haciendo las cuentas de que tanto medicamento le quedaba. Desde la ida de Katniss, habían menos recursos, menos comida. Era muy costoso costear los medicamentos ahora, las cosas más importantes se agotaban pronto y se recuperaban con mucha dificultad, a veces no se recuperaban. La venta de queso de la vaca de Prim no iba muy bien, pero ayudaba para el grupo de patrocinadores que Sae había abierto para ayudar a Katniss y Peeta. Prim siempre dividía lo que vendía en partes iguales para ambos.
Hoy no había clases. Hoy era el día de las entrevistas, así que nadie trabajaba nadie iba a la escuela y nadie, excepto los puestos locales como los de la boticaria, trabajaban hasta medio día. Toma un baño frío y rápido, y empieza a preparar los quesos de hoy. Los quesos eran muy cremosos, los precios eran accesibles para la gente de la Veta y para los del Quemador, pero casi nadie los compraba porque casi nadie sabía que se vendían.
No podía dejar de pensar en Katniss. Sabía que estaba bien, rodeada de lujos y comodidades. Pero como Katniss siempre había dicho, todo eso era temporal y sólo era un patético intento de recompensar que iban a morir en la arena.
—Pero tú me prometiste ganar esa cosa, Katniss. —susurra en voz baja con la efímera esperanza de que de algún modo ella la pueda escuchar, mientras las lágrimas brotaban inevitablemente.
Trato de imaginar lo que Katniss le habría respondido: Prim, tú prométeme que no se rendirán. Tienen que seguir adelante, no importa lo que pase, no importa lo que vean en televisión, tienen que seguir adelante. No te rindas.
—Te lo prometo. —dice llorando un poco más. —No me rendiré. —dice conteniendo las lágrimas que quieren abrirse paso a costa de sus párpados.
Jace Crandall era hijo de la boticaria del distrito 12. Esa mañana se despertó y se miró al espejo, el chico que se reflejaba allí le costaba trabajo creer que era él, pelo corto café y ojos verdes. No le gustaba lo que miraba, no le gustaba lo que era. Sus planes para el día sin cases eran básicamente recorrer la Veta ofreciendo medicamentos que nadie podía costear. Era como restregarles en la cara a los demás habitantes que él tenía la suerte de haber nacido en manos de una boticaria y ellos habían nacido en la miseria. Mientras que los planes de muchos otros chicos como él eran trabajar, buscar algo que vender e ir a comerciar al quemador, vender su ropa y pasar frío esta noches, eran tantas las cosas que le asqueaban al pensar en la pobreza.
Mientras caminaba por las calles de la Veta tocando puertas y ofreciendo productos que la mayoría las veces eran rechazados, se daba cuenta de que por muchas ganas que tuviera de ayudar a todas las personas que necesitaran de su ayuda, no podía hacer nada.
Se enojó consigo mismo y se paró frente a la casa que seguía. Para cualquiera antes sería otra casa de la Veta, ahora era la casa de una de las miserables familias que posiblemente verían morir a su hija en unos días.
Traga saliva y toca la puerta. Espera unos segundos y justo la persona que pensaba abriría abrió.
—Hola. —saluda la chica con un rastro de luto en su voz.
—Hola. —saluda Jace.
Jace está sorprendido. Ella era la chica que originalmente había sido escogida en la cosecha y había sido sustituida por su hermana, que ahora estaba en el Capitolio, a quien vería por primera vez en una semana esta noche. Él estaba en un año superior a ella, si mal no recordaba. Jace pensaba en lo bella que se veía en la cosecha, y que como estaba vestida ahora se veía todavía más linda, porque era ella misma y no alguien que quiere impresionar en el Capitolio.
—¿Buscabas a alguien? —pregunta Prim cuando Jace no articula ninguna palabra.
—Yo… —balbucea. — ¿Cómo te llamas? —pregunta nervioso aunque no sabe exactamente porqué.
Ella lo mira con extrañeza.
—Lo siento. —continúa Jace. — ¿Dije algo malo?
—No. —dice y sonríe un poco. — Es sólo que pensé que después de la cosecha todo el mundo conocería mi nombre, el de mi madre… el de mi hermana. —dice y la voz se le quiebra.
—Yo no estaba ocupado en sus nombres. —dice Jace. — Estaba ocupado imaginando los horrores que le esperaban a tu hermana cuando bajara de ese escenario.
Prim vacila un momento.
—Yo también. —admite Prim.
—¿Sabes qué es lo que más me molesta? —continúa como si nadie lo estuviera oyendo. —Que por mucho que me molestara la situación en la que estamos metidos todos, no podemos hacer nada.
Prim lo mira sorprendida. Él dice lo que siente, dice lo que quiere decir, dice lo que ella siente y quiere decir pero no lo dice porque Katniss siempre le advirtió que era peligroso.
¿Quién es él?, se preguntaba Prim.
—Soy Prim. —dice extendiendo su mano hacia él. — Primrose Everdeen, hermana del tributo de este año.
Jace mira su mano nervioso. No estaba seguro si lo que acababa de decir era correcto o no, pero ella hacía verlo correcto aunque no lo fuera.
—Soy Jace. —dice apretando su mano tiernamente, con un aire nervioso e inseguro. — Jace Crandall, hijo de la boticaria del distrito.
Se quedaron mirando un tiempo, tratando de descifrar la mirada del otro.
