Renuncia: todo de la perra de Mashima.

N/A: para eqqlo con un abrazo asesino de oso –what is that–. Producto de muchos pensamientos en la ducha, dulces, y lluvia. Sí, estaba lloviendo cuando lo escribí (?) para los demás –si alguien lee esto– es un angst "feo", no prometo sonrisas. Al menos láncenme un tomate por mi esfuerzo. D:

Advertencias: crack, insinuaciones de sexo y suicido, ¿ah, algo parecido al M?


A Levy McGarden nunca le gustó el té.

Un sólo sorbo y sentía arder su boca, como cuando Gajeel se la follaba toda una noche entera.

(Simplemente dolía).

Dolía tanto gemir, que a la mañana siguiente se quedaba sin voz y terminaba en la enfermería del instituto para comprar ese odioso té. Dolía y aún así buscaba al chico de los piercings para sentir de nuevo sus caricias, y volver a gemir y revolcarse como si fuera exorcizada y tuviera al demonio dentro.

—cerca, pero no. El demonio tenía un cuerpo y un nombre: Gajeel Redfox—.

El placer culpable de su vida repleta de estándares por seguir y sonrisas forzadas.

Después de tantos años viviendo como una niña rica, con todos sus deseos a la palma de la mano, Levy comenzaba a perder las esperanzas de encontrar algo mejor. Y no, lo material era lo de menos. Ella anhelaba los abrazos de un padre, los besos de una madre. Ser atendida por sirvientes con fría personalidad no era tan grato como aparentaba.

Siempre sola.

Siempre triste.

(Siempre usada).

Ya lo sabía. Gajeel, que en esos momentos acariciaba su desnuda espalda, abrazándola por detrás, la amaba. No por su dinero o logros académicos. Sino por su personalidad, por su yo verdadero. Ella también lo amaba, ese era su pecado, igualmente su perdición, también lo tenía claro.

Lo suyo nunca podría ser, podrían continuar así todos los años que quisieran pero no llegarían a nada, Gajeel era demasiado cobarde.

Las relaciones estables y largas, verdaderas, no eran lo suyo.

Por eso, cuando Gajeel terminó de vestirse y salió por la puerta, susurrando lo que menos deseaba escuchar, Levy rompió en llanto.

«Ya no puedo más».

Claro, era obvio. ¿Qué clase de idiota la querría, con todas las responsabilidades que implicaba?

Un verdadero estúpido, decidió. Por fortuna, ella conocía alguien así.

x

— Vamos, Levy-chan. No has comida nada en todo el receso —repitió Lucy, sosteniendo una cucharada de sopa de lentejas enfrente de su cara.

Levy le enseñó la lengua, en señal de asco. Y es que en esos momentos, lo que menos le servía era comer porquerías como esa.

Me recuerdan al té.

En su lugar, devolvió su vista a libro entre sus flacuchas piernas.

— Levy-chan, él no es el único —Levy saboreó la sangre inexistente de sus labios—. Habrá alguien más, ahí afuera… un chico que te acepte tal cual eres.

— Lu-chan, Gajeel me aceptaba como soy —la corrigió con voz cansada, producto de sus desvelos.

Hacia una semana que no dormía. Una semana desde su rompimiento con Gajeel. Y se volvía loca.

Le quería desesperadamente. Le necesitaba. Sentía que moría otro poco sino lo veía. (Extrañaba los acordes de su guitarra a media noche).

— No hay nadie para mí —aseguró, no se dio cuenta del momento exacto en que las lágrimas descendieron por sus mejillas, cortando la piel a su paso. Tampoco cuando su respiración se aceleró y su cara se contrajo en una mueca de dolor—. Nadie me quiere.

Lucy se limitó a verla llorar, la mugrosa sopa ya no importaba así que la tiró al cesto de basura más próximo. Y como siempre, estrechó a Levy entre sus brazos, deseando ser Gajeel.

Porque él rompió a su amiga, y sólo él podía enmendarlo.

Nadie más, nadie más.

x

Un mes había transcurrido ya. Y Levy no era la misma de antaño. Había olvidado como reír. Bromear, amar.

Era un robot auto programado para sacar buenas calificaciones, compartir apuntes a sus amigos y ver pasar a su lado a Gajeel, que continuaba su vida como si nada. ¿Así de importante fue su amor hacia ella?

— Entonces no era tan grande —susurró. Y por no fijarse en el camino, un cálido pecho chocó contra su cabeza y ella cayó, o lo hubiera hecho de no ser por unos ojos verde pasto que la miraron fijamente en cuanto su mano tomó la suya.

Fue una breve descarga eléctrica, una explosión microscópica.

Y su corazón volvió a latir.

— Na-Natsu.

— Levy.

Claro que era Natsu, el mejor amigo de su mejor amiga. Que se suponía estudiaba en el extranjero, como alumno de intercambio.

¿Qué hacía ahí?

— Creí que estabas en Edoras —comentó apenada, sin apartarse ni un centímetro. La sonrisa de Natsu envenenaba, era demasiado dulce y perfecta.

— ¿Es el aniversario de Lissy, recuerdas?

— Ah —fue todo lo que dijo. ¿Cómo podía olvidar algo de tanta importancia?

Si hace exactamente tres años, en un accidente en la autopista Lisanna fue...

Sacudió su cabeza, alejando los oscuros pensamientos y correspondió la sonrisa del de cabellos de chicle.

— Dale mis saludos.

— ¡Claro! —Natsu asintió. Era tan típica esa actitud despreocupada en él. Como lo envidiaba.

Sí, bueno. Alguien tiene que cargar con el papel de víctima. Así que se despidió de él y continuó su camino. Ignorando la invitación de acompañarlo al cementerio.

¿Más ausencias en su vida? No gracias.

x

— Sabes, hay veces en que siento que todo a mi alrededor se encoje —susurró pensativa, haciendo círculos al espejo cubierto de vaho.

Sólo una ligera toalla la arropaba del frío matinal.

Casi podía ver a su reflejo contestándole Todo está bien.

Era tan absurdo.

Levy había enloquecido. Literalmente, la ausencia de Gajeel le había dejado hueca la vida. Y ahora sólo reía frente a su enorme espejo en el baño, incluso ya no le hablaba a Lucy.

Se distanció de todos, sus calificaciones bajaron. Su mundo caía, pedazo por pedazos, clavándose en su piel no virgen. O quizás era la navaja que hurtó a escondidas del bolsillo de su madre. Hería tanto su contacto, pero, no era lo mismo. El sufrimiento que Gajeel le ocasionaba era placentero, este era cruel.

Silencioso, hueco.

— Creo que me muero... sí, estoy muriendo. ¿Verdad? Pero si muero Gajeel pensara en mí, siempre-siempre lo hará, y tendré su corazón en la palma de mi mano, tan incomprendido.

Nadie respondió.

— Muero. Pero al menos tengo el consuelo de que alguien me quiso una vez. ¿Es bueno, cierto? —su sonrisa se fue desvaneciendo. La navaja cayó a la alfombra, y pronto la acompañó un riachuelo de lágrimas y el cuerpo mismo de Levy, que al no soportar el peso de sus huesos se desplomó.

Gimiendo en voz baja, sin dejar de repetir su nombre en susurros vagos.

«Gajeel, Gajeel».

Al día siguiente tuvo que ordenar cinco vasos grandes de ese té de mierda.

x

«Levy, ¿Por qué siempre estás sola?

Levy, ¿acaso Lucy y los chicos te herimos de alguna forma?

Levy, te quiero, no mueras. No te vayas con Lissy».

Con su mente nublada y ni la más mínima explicación de por qué amaneció dormida en una cama que no era la suya, Levy abrió pesadamente los parpados.

Encontrándose con una camisa de hombre puesta que no recordaba haber visto nunca y cuatro paredes naranjas rodeándola. Era el cuarto de Natsu. Era la cama de Natsu, y Natsu se encontraba a un lado de ella. Acurrucado en el suelo, dormido.

¿Por qué estaba ahí? Ah, cierto. Se quedó dormida en la biblioteca el día anterior, Dragneel debió verla y se la llevó.

Sólo un estúpido haría algo como eso. Pero claro, Natsu era uno de los mejores en ser idiota.

Sin decir nada, Levy se puso de pie entre tambaleos y fue a por su ropa en la silla más cercana. Se vistió y encaminó a la puerta.

Cuando creía que sería libre al fin, su voz se escuchó por detrás.

— Quieres morir.

Sí.

— No, ¿qué dices? Tengo que estudiar para el examen de la próxima semana, Natsu.

— Pero no hay ningún examen —Levy contuvo las ganas de gritar.

¡Porque siempre era tan sagaz!

— Eso–

— No mueras Levy —suplicó y el agua se acumuló en sus orbes rojizos, que en otros tiempos hubieran sido color chocolate. Chocolate como el que solían comer en secundaria, cuando todo era más fácil y el amor les valía siempre.

Cuando ignoraba la existencia de Gajeel.

(Cuando existía).

— Ya estoy muerta Natsu, lo siento —y salió del departamento con un portazo.

Natsu la observó irse en silencio.

A final de cuentas, él no era nadie para pedir esas cosas.

x

Tic-toc. Tic-toc.

El reloj dio las doce del mediodía y Levy ya se había hartado de leer a Paulo Coelho, lo que resultaba absurdo, pues era su autor favorito.

Para entonces, ella calculó que la cafeína se le había pasado y necesitaba ir por más café a la cocina y así no dormirse y soñar con rostros en blanco, acechándola, susurrando su nombre, burlándose.

Debería asumirlo de una vez, estaba desquiciada. Y ni todos los intentos infructuosos de parte de Natsu por convivir lo cambiarían. Ni siquiera tenía lógica. De un día a otro él la seguía constantemente, casi como una sombra. Y le invitaba su almuerzo, y le compraba libros y ropa.

¿Qué acaso le estaba coqueteando?

Él también era un loco. Un loco sensato.

El timbre volvió a sonar, y Levy aventó su libro al piso alfombrado, con una rápida mirada le ordenó a la sirvienta más próxima que abriera y ésta, temerosa, obedeció.

Todos están podridos aquí.

— Hey —su voz la atravesó— pensaba que podríamos ir por un helado, con Lucy y los demás.

— Natsu, deja de intentar conquistarme. No va a funcionar —Levy negó despacio y la sonrisa de Natsu se desdibujó.

— Yo no intento nada de eso, sólo quiero que mi amiga sea la de antes. La Levy que reía de todo y todos, la que nunca se daba por vencida.

— Murió.

Y pronto yo lo haré.

— No —negó él.

Levy lo miró confundida, tan confundida como un ciego puede estar ante un rayo de sol.

Pero que se le iba a hacer.

Natsu no sabía nada de Gajeel, por una petición suya Lucy nunca le contó nada. Era casi seguro que le rompería la cara si lo encontraba por los pasillos. Pero Gajeel ya no importaba, (y si continuaba gritando todas las noches, tendría que probar de nuevo el té).

Levy no se dio cuenta de cuando Natsu le dio la espalda, dispuesto a irse.

— E... e-espera, yo...

— De todos modos no te iba a dejar —la interrumpió divertido y extendió su mano.

Puede que fuera por los desvelos y su insomnio, pero Natsu nunca le pareció tan bello como en ese instante.

Yo moriré, estoy segura.

Natsu.

— Te ves más alegre —comentó Lucy sonriendo entre sorbos a una bebida helada. A su lado, Natsu y Gray competían por quien comía más helado sin congelarse.

— Creo que lo estoy —se limitó a responder.

Todavía pensaba en las razones que la incitaron a ir ahí. Era Natsu, y evitar el té, y Natsu, y convivir de nuevo con sus amigos, y Natsu...

Su corazón se aceleró, una fracción de milisegundo, pero lo hizo. Y eso la asustó, porque sin él, probablemente ella continuaría prolongando sus penas.

Pero, no era posible. ¿Cierto? Que ella gustaste de–

— Enana.

Al oír esa voz, su corazón se encogió, al igual que su cuerpo.

Despacio elevó la vista, encontrándose con Gajeel a pocos centímetros. Todos lo observaron con miedo, excepto ella, y Natsu.

— A-ah, ¿Cuánto tiempo no, Gajeel?

— Tenemos que hablar —Levy notó que Natsu apretaba la mandíbula, sin embargo, y por mero impulso accedió a irse con él.

Sí que estaba loca, ¿ella, enamorada del escandaloso Natsu Dragneel?

¡Qué buena broma!

No, su corazón seguía perteneciéndole a una sola persona. Una, que al parecer sentía lo mismo.

Al escuchar de su boca, admitir que la extrañaba, Levy no supo si reír o llorar. Afortunadamente los rasposos y oxidados labios de Gajeel la callaron antes de objetar algo. Entonces, cerró los párpados y se dejó llevar.

Lo último que vio fue una mancha rosada alejándose por un callejón oscuro.

Los ojos nunca le habían escocido tanto. Sentía miles de agujas encajársele, o ácido cayéndole en la cara directamente.

Por fin su anhelación más ferviente se hizo realidad. Ella y Gajeel volvieron.

¿Por qué no lograba sonreír entonces?

Era Gajeel, el rockero de mala fama que la estremecía de sobremanera. El tipo rudo que cualquiera querría. Pero no tenía cabellos que le recordaban a los chicles, ni una sonrisa puntiaguda u ojos de piedra preciosa.

—Gajeel no era Natsu—.

Su amigo.

Él que la apoyó en los peores días y noches. Él que la arropó a costa de su frío.

Él que ya no le hablaba, desde que fue testigo de su beso cerca de la heladería.

Natsu nunca más le dirigió la palabra.

Y sus pesadillas volvieron, más escabrosas que nunca.

Destripándola desde dentro, riéndose a sus espaldas, empapándola en pintura roja. Tan roja.

El dolor y miedo no disminuyeron a lado de Gajeel, casi lo olvidaba, pero él era el Demonio. ¿Qué otra cosa podía esperar, campos de flores, ositos de felpa?

Tras unos rasguños más a sus ojos, Levy sonrió.

Sus estúpidos padres ni siquiera se dieron cuenta de cuándo abandonó la sala de estar y se encerró en el baño, junto a su amado espejo. Gajeel les avisó que esa tarde la recogería para ver un concierto. Tampoco lo notaron.

A ella le valía. Sólo quería ver su reflejo, que ahora estaba más deformado que nunca.

Si Gajeel es el Demonio,

yo soy un monstruo,

Pero…

¿Y Natsu qué es?

— Un simple humano —masculló y se dejó caer de un sentón.

Un monstruo y un humano no se entienden le replicó su conciencia. Abrumándola.

— L-lo sé. Gajeel llegara pronto, debo arreglarme.

Necesito fingir que nada está mal.

— Que quiero a Gajeel como antes.

Que no amo a otro.

— Q… que m-me encanta tomar té.

Cierto, ¿cierto?

Con impotencia, Levy apretó ambos puños, tanto que comenzaron a dolerle. Y como venía haciendo desde hace seis meses y medio, lloró.

Y lloró y lloró. Hasta que las lágrimas se transformaron en sangre bermellón, y los sollozos en aullidos, y la vida se volvió muerte y destrucción. Esa tarde, Levy no asistió a ningún concierto.

x

Decían por ahí, que hay cierto placer en la locura que sólo el loco conoce.

Era tan escéptica que nunca se lo creyó, al menos mientras era cuerda. Porque desde que sus ataques cobraron vida, Levy sólo pensaba en morir.

Y en Natsu.

Ah, Natsu era tan lindo... tan cálido...

Y volvía a ser su amigo, volvía a ser suyo, o una pequeña parte de él. Como fuera, mientras entrelazaran sus dedos, aun en una habitación que apestaba a alcohol y estaba repleta de tubos y gasas, era perfecto.

Con todas sus fuerzas, las comisuras de sus labios se alzaron en una media luna de verdad. Una de esas sonrisas viejas.

Natsu la abrazó, sin pronunciar palabra alguna. Y se quedaron quietos como estatuas, sin mover ni un músculo. Natsu traía un ojo morado, porque, como lo supuso, cuando Gajeel y él se encontraron en el pasillo —con la diferencia de que era un hospital y no el instituto— se agarraron a golpes. Las enfermeras se llevaron al Redfox, y ella le suplicó a Natsu que se quedara.

Estaba tan desecha.

Cortarse con su fiel espejo no fue la idea más brillante de todas. No lo pensó con claridad.

Tampoco cuando se confesó.

— Natsu.

«Te quiero».

Y es que era corrosivo, dañino, obsesivo. Natsu no era lo que ella buscaba en un chico, pero le adoraba.

No dejaría de adorarlo.

Ni verlo.

Si vivía...

No, ella iba a vivir.

Y sería feliz por ello, junto a Natsu y–

— ¿Me invitarías algún día a tomar té?

–una humeante tacita de ese repugnante pero adictivo té.