Capítulo 1
Hueco mundo, un inmenso desierto de arena blanca en el que siempre es de noche. Lleno de peligros como pocos se podía encontrar en el mundo, permanecer en ese lugar por voluntad significa estar muy loco o sencillamente ser un suicida, a menos claro que pertenezcas a dicho "mundo". Muchos residían en aquel lugar, y aún entonces muchos se arriesgaban continuamente a perecer, aunque no todos sufrían ese dilema. Pero... ¿Era el único lugar que tenía ese problema? En absoluto, algunas zonas del planeta Tierra tenían un problema similar, la vida en ellos era una lucha constante por sobrevivir. Aún así, había un lugar mucho más peligroso, en el que incluso la vegetación trataba de acabar contigo, hasta el ser más aparentemente inofensivo era un enemigo a tener en cuenta. Ese lugar no se encuentra siquiera en la Tierra, estaba en otro planeta al que llamaron Helghan. Curiosamente, estos lugares nunca tuvieron relación alguna, pero como se suele decir, siempre hay una primera vez.
Varias siluetas viajaban juntas por el vasto desierto, en concreto, tres siluetas femeninas que seguian a otra que permanecía unos pasos por delante. A donde se dirigían era un completo misterio, sobretodo porque aquel lugar parecía ser siempre igual.
-Menudo aburrimiento, pasamos la mayor parte del tiempo caminando sin más.- Una de las siluetas de menor tamaño pateaba una pequeña piedra mientras hablaba, parecía molesta.
-Después de nuestra última batalla es dificil encontrar algo que pueda igualarlo.- La más alta de las siluetas respondía encogiendose de hombros y dejando escapar un suave suspiro.
-Por eso lo digo, ya me cansa tanta arena y tanto bicho estupido.
Las tres chicas dirigieron su mirada a la que permanecía frente a ellas de espaldas, esperando quizá, una respuesta o gesto por parte de ella. Lo único que hizo fue detener el paso, por lo que las tres tuvieron que detenerse también para evitar el choque, y sin decir nada continuaron observando a espera de algo. Aparentemente pensativa, algo rondaba por su cabeza, eso seguro, pero ahora se preguntaban: ¿Qué podría ser? Tardó varios minutos en reaccionar, y cuando finalmente lo hizo, sólo pronunció dos palabras antes de continuar: "Nos vamos".
Para cuando reanudó el paso, no caminó por la arena blanca aparentemente infinita, sino a través de un corte en el espacio que les llevaria fuera de ahí, provocado por ella misma y con destino incierto. Las tres mujeres que la seguían se encontraban algo confundidas, no sabían a donde se estaban dirigiendo pero confiaban en su líder. ¿Estarían yendo al mundo humano? ¿A Japón? Era posible, pero no seguro, cuando llegasen podrían estar totalmente seguras viéndolo con sus propios ojos.
Nunca creerían que su líder les llevaría al lugar en el que se vieron de repente de no ser porque estaban allí en aquél preciso instante. Estaban en lo que se conocía como la Sociedad de Almas, en concreto, a las puertas del lugar en que residía el Gotei, los que fueron sus mayores enemigos en el pasado. Ahora no tenían motivos para luchar pero, ¿Cómo saber que no serían los Shinigami los primeros en atacar, simplemente por rencor o algo similar? Pese a todo, la mujer a la cabeza continuaba su paso sin detenerse y sin mostrar temor alguno, muchas miradas se clavaron en ella, cuchicheaban, todos reconocían el atuendo tan típico de los Arrancar pero nadie se acercó. Una vez mas, las tres chicas que la seguían se vieron en la obligación de detenerse cuando ésta volvio a parar su andar, curiosas observaron el lugar frente al que se habían visto obligadas a permanecer.
¿Un laboratorio? Empezaban a temer lo que allí encontrarían, aún así, no se negarían a entrar si su líder así lo ordenaba. Ella entró primera y de inmediato sus compañeras siguieron sus pasos, mirando en todas direcciones con cierta preocupación que la principal no mostraba en absoluto. Tras un corto espacio de tiempo que en apariencia pudo haber sido una eternidad, llegaron a una sala donde sólo se encontraba un hombre de espaldas a ellas. Por fin, la mujer de cabello rubio pronunciaba algunas palabras:
-¿Mayuri Kurotsuchi?- El hombre no tardó en darse la vuelta para quedar cara a cara con la mujer
-Así me llamo, pero déjame adivinar...- Miraba a la mujer de arriba a abajo por unos intantes, sin borrar de su rostro aquella particular sonrisa demencial. -Tu debes de ser la Arrancar que nadie derrotó, salvo Aizen ¿No es así?
-Así es, pero no he venido para luchar.
-No lo pongo en duda, venir aquí buscando tal cosa sería poco menosbque suicida.- Sus ojos ahora se fijaban en los contrarios, sin parpadear apenas. -Pero entonces la pregunta es... ¿Qué podría querer de mi un Arrancar?
-Una respuesta y... Quizá un favor.
-¿¡Un favor!?- Al capitán le fue imposible contener una carcajada. -Bueno, empecemos por lo más fácil... ¿Respuesta a qué?
-Conozco algunas de tus habilidades... Sólo de oídas, no puedo saber si son ciertas. Sin embargo, una de ellas puede interesarme si resultase ser cierta.- Explicaba con suma calma, manteniendo su postura totalmente invariable.
-¿Qué habilidad es la atrae la atención de... Tier Harribel?
-La creación de un Gigai... O mejor dicho cuatro.- Su respuesta no pudo ser más clara, y la expresión de sus compañeras no podía ser más sorpresiva.
-La respuesta es: "Si", puedo hacerlo- Lejos de sorprenderse igual que las seguidoras de Harribel, su sonrisa se ampliaba. -Y ya puedo suponer cuál es ese favor que mencionaba
-Entonces no será necesario que lo exponga.
-Pero es mi turno de preguntar antes de responder. ¿Por qué iba a hacerlo?
-Porque es un favor. Ya no somos enemigos, desde el preciso instante en que Aizen me traicionó.
El silencio se mantuvo por al menos un eterno minuto, la Arrancar permanecía totalmente inmovil mientras sus tres subordinadas observaban la reacción del capitán. La mujer tenía razón, no eran enemigos, podían incluso llegar a colaborar, entonces... ¿Por qué no? No sabía -o no recordaba- de ningún Hollow que hubiese poseido un Gigai nunca, podría ser interesante.
-Acepto, pero tendréis que esperar que los haya formado. Os avisaré cuando estén listos.
Sin más que decir, el científico loco volvió a su mesa repleta de cachivaches extraños, mientras que las cuatro mujeres abandonaron el recinto y aguardaron el aviso de Mayuri. Más pronto de lo que imaginaban siquiera, éste advirtió del final de se trabajo a las cuatro y las llevó de inmediato al lugar en que se encontraban los Gigai para probarlos. Parecía más interesado el propio científico que quienes probarían los cuerpos pero ninguna le dio demasiada importancia y sencillamente fueron probando una a una su respectivo físico.
-Deberían ir bien, pero si ocurre cualquier problema con ellos volved de inmediato.
-Entendido, muchas gracias por su ayuda.
Harribel se despidió del capitán con su habitual carácter respetuoso, añadiendo una pequeña reverencia y se dispuso a retirarse. Sus tres subordinadas también se despidieron, cada una a su manera y siguieron a su líder fuera del recinto pero, antes de poder preguntar a dónde irían, ésta ya había abierto una nueva Garganta y se había introducido en ella. ¿Y a qué lugar les llevaría ahora? En esta ocasión no especularían, era mejor verlo directamente que decir posibilidades aleatorias esperando que alguna sencillamente acierte. Cuando salieron por el otro lado, la sorpresa fue incluso mayor de la esperada, pues no sólo estaban en un lugar desconocido sino que además estaban en medio de un campo de batalla. Ese escenario lo conocían muy bien, sin embargo no dejaba de sorprenderles el verse ahí de repente. Muerte, sangre y destrucción por doquier mostraba que aquello había sido un auténtico infierno, soldados cubiertos por mascaras y cascos negros cuyos ojos brillaban en color rojo parecían ser los demonios arrastrando las almas al profundo agujero de fuego. Harribel miró a su alrededor, ella tampoco esperaba encontrarse en un campo de batalla. Algunos soldados se percataron de su presencia y llamaban a otros pero uno de ellos destacaba por encima del resto. Su casco era diferente al resto, mas imponente, su posición demostraba un alto rango y además, los soldados se apartaban ante él. Su paso se dirigía a las cuatro, sin pausa pero sin prisa, era llamado por sus soldados como el Coronel Radec.
