Bueno, os traigo el primer capítulo de esta historia, en principio intentaré intercalar las actualizaciones con las de "La hora dorada" para que todas las semanas haya lectura.
Espero que os guste y me encantaría que me dejáseis un comentario diciéndome qué os ha parecido y si queréis seguir leyéndola.

Bicos especiales a mi Sarai, no te enviaré más los orcos...

Capítulo beteado por Sarai GN, Beta FFAD: www facebook com / groups / betasffaddiction


—¡Marie! ―Victoria entró corriendo en el salón, pegando saltitos, totalmente fuera de sí ―. ¡Mira!

Lo que Victoria enseñaba era una gran roca, de un tamaño descomunal, que brillaba a la luz despidiendo rayos de colores.

—¿Te lo puedes creer? James por fin se ha declarado.

—Enhorabuena. ―La voz de Marie era suave y apagada. Aunque se sentía contenta por su amiga, esa increíble mujer que le había ayudado en el peor momento de su vida, en su interior se sentía traicionada nuevamente.

—¿Crees que Nessie querrá ser mi damita de honor? La vestiré de princesa, y adornaré esos preciosos bucles cobrizos con flores, ¿qué te parece? ―Los ojos de Victoria refulgían, felices.

—Estoy segura de que le encantará, Vicky. ―Las lágrimas afloraron a los ojos de Marie, ante lo que su amiga reaccionó abrazándola.

—¡No llores, por favor! Yo nunca os abandonaré ―suplicó la pelirroja.

—Lo sé, en serio, lo sé… es sólo que… me aterra verme sola.

—No estaréis solas. James y yo somos vuestra familia y eso no va a cambiar. Lo sabes ¿verdad?

—Me alegro mucho por ti ―contestó Marie, poniendo la mejor de sus falsas sonrisas en su rostro. Desde que había comenzado su nueva vida, sonreír le resultaba francamente difícil.

Solo Nessie conseguía arrancar, a veces, una franca sonrisa. Su felicidad había muerto junto con su verdadera identidad, tres semanas después de su decimoctavo cumpleaños, el mismo día en que todo terminó. Apenas un par de días antes había descubierto que estaba embarazada. Después de la hecatombe, desapareció. Bella Swan dejó de existir. Ahora era Marie Paisley.

El nombre lo había tomado de su abuela materna, no había significado un gran cambio, ya que era su segundo nombre. Paisley era el apellido de soltera de su abuela paterna. La mujer había perdido a su marido en la guerra y aun así, sacado adelante a su único hijo, su padre, Charlie. Siempre se sintió muy orgullosa de su abuela. Era una mujer luchadora, y esperaba poder parecerse algo a ella y sacar adelante a su hija.

Aún recordaba la maldita noche en que lo descubrió todo. Tenía grabada la escena con una claridad casi fotográfica. Dolía, como si hubiesen clavado un puñal en su corazón y lo retorciesen para causar más dolor, si era posible.

Recordaba perfectamente cada uno de los gemidos de placer que abandonaban los labios de él. Ese hombre, cuyo nombre no había vuelto a pronunciar. Recordaba sus gemidos, y que no eran por ella, ni para ella. Eran para la mujer que se hallaba entre sus piernas, tomándolo en su boca, con la maestría de una profesional. Una mujer de figura escultural y exuberante, totalmente lo opuesto a su propio cuerpo. Diseñada para el placer, para el pecado. No una niña, una mujer, en el completo sentido de la palabra. Recordaba cómo tenía cerrados los ojos, el gesto que podía ver en su rostro, lo había visto antes, era un gesto de puro éxtasis, la forma que adoptaba su bella cara cuando el placer se volvía insoportable, cuando estaba a punto de estallar.

—¡Marie! ―Oyó a su amiga llamarla.

—¿Eh? Perdona… ―La castaña parecía acabar de despertar de un mal sueño.

—¿A dónde te habías ido?

—Lo siento, Vicky. No sé lo que me ha pasado...

—Mejor cuéntame, ¿qué tal tu primer día en la productora?

—Genial. El Sr. Whitlock es muy amable. Por favor, dale las gracias a James por conseguirme el empleo.

—¿Sr. Whitlock? Creo que Jasper te dejó bien claro que quería que lo tuteases ¿no?

—Sí, cierto… Jasper. Ha sido muy amable al contratarme sin tener experiencia. Hoy ha sido muy paciente conmigo. Bueno, creo que me iré a dormir, mañana quiero llegar temprano. ―Desvió el tema y trató de sonreír, pero sólo fue una mueca espachurrada en su cara ―. Estoy feliz por ti, de verdad. Te deseo lo mejor.

Victoria se acercó a su amiga y le ofreció un cálido abrazo.

—Siempre estaré aquí para ti, Marie…

—Gracias. ―La castaña le devolvió el abrazo, fundiéndose con ella.

Comprobó la camita de Nessie en cuanto entró en la habitación. La niña pronto cumpliría cuatro años, y se había convertido en una verdadera muñeca. Era un angelito de piel sonrosada, casi traslúcida, de lo fina que era. Su pelo era de un color castaño cobrizo, lleno de bucles que se movían cuando saltaba. Sus ojos eran verdes como un par de esmeraldas. El tono exacto de su padre.

La carita de su hija era un recordatorio constante, una forma perpetua de negarse el olvido. Era la viva imagen de él. Ya demostraba ser una pequeña sumamente inteligente. Era una niña inquieta y vivaz que parecía que acabase de comenzar a andar, pero que ahora ya había que perseguir constantemente, porque no dejaba de correr.

James le había conseguido empleo en una productora. Trabajaría para el Sr. Whitlock, Jasper, como su secretaria. Tendría que recordar que le había pedido que le tutease, aunque le resultaba difícil. Era su primer trabajo como asistente personal y le intimidaba mucho.

Consiguió sobrevivir al principio, gracias al dinero que estuvo ahorrando de su trabajo en el almacén de Newton, también con la ayuda de Victoria y James, y a algunos pequeños trabajos como cajera mientras terminaba un curso de secretariado. Su amiga la había asistido en el parto, era ginecóloga en el Children's Hospital, la había ayudado a traer a su hija al mundo, en casa, ya que no tenía seguro médico. James era pediatra, trabajaban juntos en el mismo hospital.

Marie nunca le había contado a Vicky quién era en realidad. Sentía que quién había sido ya no existía. ¿Qué sentido tenía traer a Bella Swan a la vida de nuevo? No, era mejor así. Mejor que quedase en el pasado. Su padre la encontraría si Bella volvía a salir a la luz y, aunque odiaba hacerle daño, creía que era lo mejor. Volver a Forks, ese pequeño pueblo del estado de Washington, en donde había crecido, pero solo podía significar una cosa. Volver a verlo a él, y, no soportaría que fuese con otra persona a su lado.

Cerró sus ojos y trató de dormir, lo que le resultaba muy difícil, ya que a menudo su traidor subconsciente le mostraba aquello que más anhelaba, que más deseaba. Aquello que jamás podría tener. A él. Le llevaba de vuelta a sus brazos, a sus labios.

La mañana llegó y con ella el recuerdo. A diario se levantaba sofocada tras pasar unas horas con él, amándose, como lo habían hecho antes de aquel horroroso día. Cada mañana podía sentir sus labios en su boca, notaba el cosquilleo que dejaban sus dedos de músico al acariciarla.

Ahora él era un pianista de renombre. Había publicado un disco que fue un gran éxito. Su primer éxito fue una nana: Para Isabella. Cuando la escuchó, sintió como si el mundo se hundiese bajo sus pies. Era su nana. Aquella dulce y tierna canción que él tocaba cada vez que entraban en el gran salón de su casa. Ella adoraba aquella canción, adoraba su música. Había comprado el CD, y se lo ponía a Nessie cada noche, nada mejor que la música de su padre para ayudarla a dormir. Era una forma de tener al menos algo de su padre con ella.

Sabía que no era correcto ocultarle la existencia de la niña, pero le aterraba que él quisiese arrebatársela. Su familia tenía mucho dinero, y ella no podría luchar contra eso. Le echaba mucho de menos. Le había amado, y aún lo amaba intensamente. Nunca nadie pudo tocar su corazón como él lo hizo.

James insistía en presentarle a amigos suyos, intentando que saliese de su caparazón y comenzase a vivir de nuevo. Aunque no conocían su historia, intuían que Marie había sufrido mucho. Un amigo de éste, del hospital, era el más insistente. Laurent era pediatra, al igual que James. La llamaba a menudo para tratar de convencerla y que saliesen a cenar, pero ella siempre se negaba alegando que tenía que cuidar a Nessie, que no podía dejarla sola. La castaña sabía que sólo tenía que pedírselo a su amiga y que ella accedería encantada, pero nunca lo intentó. Su corazón se había quedado con él, en Forks.

Se levantó de la cama y comenzó la jornada como si fuese una autómata. Esa solía ser la forma en la que actuaba cuando estaba sola. Sólo Nessie parecía ser capaz de sacarla de la rutina que se había fijado desde que había salido de aquel lugar. Marie se preparó para ir al trabajo y levantó a su pequeña hija para llevarla a la guardería de la empresa. Le puso un vestido con estampado de bailarinas, el día que lo vio en la tienda no pudo resistir la tentación de comprarlo, aunque costaba bastante más de lo que solía gastar en ropa, pero le recordaba a su amiga Alice... a ella le hubiese encantado. Se permitió recordar durante un minuto a la que había sido como una hermana para ella. Tras ese momento de debilidad volvió a la tarea de terminar de preparar a su pequeña.

Llegó a la oficina cinco minutos tarde. Era el segundo día que dejaba a Nessie en la guardería y a la niña aún le costaba desprenderse de las faldas de su madre. El teléfono sonó nada más sentarse en su silla.

¿Marie? ―Maldijo mentalmente. Tenía la esperanza de que Jasper no hubiese llegado aún.

—Si... ―titubeó, temerosa de que estuviera enfadado. No quería perder el empleo, no podía perderlo. Ahora que Vicky iba a casarse necesitaba el dinero más que nunca. Tendría que enfrentar el pago del alquiler ella sola.

¿Puedes venir? ¡Ah! Y por favor, trae dos cafés. Tengo visita. ―La chica respiró tranquila. Al menos no la llamaba para despedirla.

—Por supuesto. ―Cogió la bandeja y preparó el café como Jasper le había dicho que le gustaba. Abrió la puerta del despacho y se dirigió a su mesa. Había alguien con él, pero no podía verle la cara. De repente el desconocido se giró y fijó sus ojos verdes en los suyos. La bandeja se escurrió entre sus dedos y cayó al suelo en medio de un enorme estruendo.

—Lo lamento ―susurró ella-, de veras lo lamento Sr. Whitlock, lo limpiaré ―dijo mientras se arrodillaba sobre los pedazos de cristal de las hermosas tazas de diseño.

Jasper se levantó inmediatamente y la ayudó a erguirse.

—Deja eso, Marie. El servicio de limpieza lo recogerá, no te preocupes. Permíteme que te presente. Marie Paisley, él es Edward Cullen, el famoso pianista. Edward, ella es mi asistente personal, Marie. Estoy seguro de que os entenderéis muy bien. Marie, el Sr. Cullen se encargará de la banda sonora de la versión de Romeo y Julieta que estamos preparando. Te ruego le facilites todo lo que necesite.

—Claro, Sr. Whitlock.

—Mujer, por favor, llámame Jasper, ya te lo dije ayer. ―Ella enrojeció abochornada.

—Claro, Jasper ―susurró tímida.

—Ves... ―Jasper rio suavemente ―, no ha sido tan difícil, ¿verdad? Os dejo solos. Lamento tener que marcharme, Edward ―dijo tendiéndole la mano-, pero tengo que coger un avión. Estoy seguro que Marie te ayudará con lo que necesites.

—Gracias. ―Edward estrechó de vuelta su mano y esperó a que saliese del despacho antes de girarse para enfrentar a Isabella.

La miró con dureza en sus hermosos ojos verdes. Parecía furioso.

—Así que... ¿vives aquí?

—Sí. ―Isabella temblaba, tenía miedo a lo que podía pasar si él descubría a Nessie.

—¿Te haces llamar Marie? ―preguntó nuevamente en tono duro.

—Es mi nombre ―inquirió la castaña de vuelta.

—Al menos no es una mentira total, ¿no? ¿Te deja la conciencia más tranquila?

—¿Cómo está Charlie? ―Desvió el tema, deseosa por saber de su padre.

—Muerto. ―La voz de Edward fue dura, como un látigo. A Isabella le temblaron las piernas y cayó desmayada.