No me pude contener y empecé a escribir esto. Es un UA en que Aerys murió al caer de una ventana. Rhaegar se convirtió en Rey, y temiendo que Elia no pudiera tener más hijos, buscó otra esposa para que le diera a la Visenya faltante en su idea de la profecía.
Lyanna Stark, la segunda reina, le ha dado dos hijos y ninguna hija, y el Rey se ha resignado. Sin embargo, hay otros que no.
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Lyanna salió de su habitación sigilosamente. Era la hora del lobo y nada le pareció más apropiado que eso.
El Guardia Real en turno, un nuevo capa blanca de pocos años más que ella (Arys, recordó), estaba dormido contra la pared. Por un momento pensó en quedarse dentro de su habitación y esperar a que el día surgiera, no queriendo causar problemas para el Guardia Real.
Lyanna ignoró ese pensamiento y pasó de largo, agradeciendo que las delicadas zapatillas de seda no hicieran ruido sobre el piso de piedra.
No tardó mucho en salir de la Bóveda de las Doncellas y apresuró su paso hasta llegar al Torreón de Maegor.
— Reina Lyanna —dijo el guardia que custodiaba la entrada. Se veía más despierto que Arys a pesar de ser uno de los guardias directos de los Targaryen, vistiendo de negro y rojo.
— Necesito entrar al Torreón, Ser —ordenó ella con voz autoritaria. Se sentía impostora y burlada a la vez. La única Reina en Poniente, en Desembarco del Rey y en la Fortaleza Roja, era la mujer a quien Lyanna iba a visitar. Dar órdenes sólo servía para recordarle eso: una verdadera reina no necesitaría decir que requiere entrada.
— Aún no hay nadie despierto, Majestad —dijo el guardia mientras abría la puerta—. Es la hora del lobo.
Lyanna sonrió de lado ante el sobresalto del guardia, quien la miró sin entender.
— Así es como lo prefiero.
Entró al torreón antes de que le detuviera y caminó por largos y vacíos pasillos. Subió la escalinata hasta las habitaciones reales y esquivó por completo la de Rhaegar. Se detuvo al ver el cuarto de los niños, pero con un respiro y asintiendo a Ser Jaime y los otros guardias (dos vestidos de gris, dos vestidos de naranja brillante), que la miraron con detenimiento.
— Majestad —dijeron los cuatro guardias al unísono, mostrando respeto por el título vacío que ostentaba.
Lyanna asintió para ellos también y siguió su camino hasta el final del pasillo.
Frente a ella quedó la puerta de las habitaciones de la Reina. Tristemente, también el Príncipe Lewyn, el único Guardia Real que la detestaba, también estaba ahí.
— De vuelta, Lady Lyanna —dijo el altanero príncipe con una mueca—. La Reina duerme.
Ella no se dejó intimidar.
— Elia me espera, Ser —respondió Lyanna, deseando que el hombre no fuera tan odioso.
— Déjala entrar, tío —provino desde dentro de la habitación la voz de Elia, que no se escuchaba nada dormida.
El Príncipe Lewyn dedicó a Lyanna una última mirada de desprecio antes de abrir la puerta y apartarse.
Lyanna cerró la puerta tras ella y suspiró.
— Jamás me va a respetar —dijo ella al tiempo que Elia se levantó de una cómoda silla acojinada—. No es el único, lo sé, pero al menos otros lo esconden mejor.
Elia resopló de una manera poco femenina y Lyanna sonrió para ella.
— Es la vida de una reina —dijo Elia, abrazando a Lyanna tan cálidamente como si entre ellas no hubiese ningún problema—. Incluso Rhaella y yo sufrimos el prejuicio de algunos.
«Ustedes no son llamadas putas por el Reino entero.»
Lyanna cerró los ojos y asintió.
— Y es por eso que estamos aquí —dijo una tercera voz desde la penumbra de la habitación.
— No pensé que estuviera aquí, Lord Araña —dijo Lyanna, notando que el aroma de los cítricos que Elia favorecía apenas eran suficiente para enmascarar el intenso olor de lavanda y clavo que provenía del Maestro de Susurros.
— Estaré siempre donde Su Majestad me necesite.
Lyanna no supo si se refería a ella, a Elia o inclusive a Rhaegar. No pondría más allá de él esta treta.
— A lo que vienes, Varys —pidió Elia, sentándose nuevamente y subiendo los delicados pies en un cojincito—. Dinos lo que escucharon tus pajaritos.
Lyanna prestó atención. A diferencia de lo que Rhaegar creía, Elia y ella (y Rhaella, en ocasiones) prestaban más atención a las verdaderas necesidades del Reino que él y su Mano, el absurdo Lord Connington que no hacía más que cantar alabanzas a Rhaegar y difamar a ambas Reinas.
— Se habla en el camino dorado de la incapacidad de las Reinas —comenzó a hablar Varys, tomando de la mesa un gajo de naranja de sangre. Lo espolvoreó con fina azúcar traída de las Tierras de los Ríos antes de acercarlo a su boca. Sin embargo, no lo probó—. Se dice que la loba no ha dado al Rey la hija que necesita, y que el sol ha llegado a su cenit.
— Miserables —dijo Lyanna con verdadero enojo. Una cosa es que no la quisieran a ella, pero Elia era otra cosa.
A pesar de los roces que hubo en un principio entre ellas, Lyanna llegó a sentir afecto por la mujer dorniense que con paciencia y sólo un toque de frialdad, mostró a Lyanna la realidad de la vida entre dragones.
— ¿Qué es lo que pretenden, Lord Varys?
Él saboreó la naranja antes de responder.
— Una reina de oro, que con su brillo opaque al sol y compre abrigo para el invierno.
— ¿Es que el viejo Lannister no desistirá? —preguntó Lyanna, tomando también naranja de la mesa—. Incluso en el Norte escuchamos cómo discutió con Aerys antes de que éste muriera. Algunos pensaron, incluso, que fue Tywin quien lo empujó de la torreta.
— Te aseguro que esos rumores no tienen fundamento, Lyanna —suspiró Elia con sólo un poco de desesperación.
Lyanna se ruborizó. En ocasiones, Elia le hacía sentir como una niña jugando a ser reina. Ella era, después de todo, once años mayor que Lyanna, quien a sus diecisiete había ya dado al Rey dos hijos. Jon y Aenar, eran el orgullo de Lyanna a pesar del disgusto de Rhaegar al ser varones y no la Visenya que tanto quería.
— Lord Tywin es ambicioso —continuó Elia, dirigiéndose a Varys ésta vez—. Seguramente se ha dado cuenta ya de que Rhaegar no tomará una tercera esposa.
Varys soltó una risita que no habría estado fuera de lugar en los labios de una doncella.
— Es ahí donde mis pajaritos intervinieron, Alteza.
La Araña sacó de entre sus ropas un frasquito cristalino. Dentro, un líquido rojizo brilló con la luz de las velas.
— Veneno —proclamó Elia sin dejar que Varys abriera la boca—. Para diluir la sangre y provocar sangrado.
Lyanna se sorprendió de eso.
— Mi hermano es la Víbora Roja de Dorne, Lyanna. No lo olvides.
Si el recordatorio le sonó también a amenaza, Lyanna no lo dejó ver. Se removió en su asiento al ver a Varys poner el frasquito en la mesa, muy cerca de las naranjas.
— ¿A quién se lo planeaban dar? —preguntó, más con miedo que con curiosidad. Elia también se miraba preocupada. Sin duda, ambas pensaban en sus hijos.
Varys sonrió maliciosamente, disfrutando el suspenso de ambas. Lyanna juró que si algún día podía, mataría a Varys ella misma.
— No hay de qué preocuparse. Ninguna de ustedes era el objetivo de este envenenamiento.
Se hizo silencio.
Por entre las cortinas de la habitación, comenzó a filtrarse la luz de un nuevo día.
— ¿Entonces? —insistió Lyanna, ojeando a Elia.
Varys, con melosa voz, respondió.
— Para la Princesa Daenerys.
Lyanna no tuvo tiempo de reaccionar. En la habitación de al lado, Aenar lloró.
