Hetalia no me pertenece.
Fem!Spamano. No esperen cordura o una línea clara, esto es un experimento.
Ya empieza el celofán
Su extraña camiseta azulada tiene una mancha de vino que intenta sacar con las uñas, consiguiendo inútiles resultados. La mancha se burla de ella con todos los dientes de perlas negras, tan oscuros como la noche. Luego se centra en una cuestión incluso más importante, ¿dónde está? A su lado, hay un vaso con agua, que bebe de un trago, pues al momento comprende que está sedienta, y vuelve a ver la mancha de Merlot. No le gusta. Y no sabe por qué (sólo quizá sea porque siente unas ganas profundas de beberse una botella).
Se levanta apenas, pues siente un dolor punzante en la cabeza y en las costillas al momento en que lo intenta. Sin embargo se incorpora lo suficiente para ver su nombre escrito con esa letra de médico en la cama, como para que no la olviden y para no olvidarse: Chiara Lovina Vargas. Más abajo, y con la letra un poco más pequeña, su edad, treinta (seguramente se equivocan, se ríe, ella apenas tiene veintitrés). Su residencia en Verona, la ciudad de Julieta. Entiende que con lo torpe que es a veces, puede perderse y olvidar algunas cosas (sobretodo si su cabeza quiere explotar, como en ese momento). Pero hay algo extraño en todo eso, querer conservar datos inexactos y banales sobre su vida en un catre con olor a desinfectante.
Se repite, ¿dónde está?, ¿y dónde está su botella de Merlot?
Las sábanas crujen como papel cuando se mueve, aunque sea un poco. Comienza registrando con la mirada como método inicial, ya que los delatores cobertores no están de su lado. Es entonces cuando se topa con un espejo dejado descuidadamente sobre la mesita junto a su cama. Observa su mano de un color crema reflejarse fielmente a su estado actual. Con cierta curiosidad que no sabe dónde nació, se lleva el objeto frente al rostro. — ¡Mierda!- aquella palabra es soltada con una facilidad inesperada.
Se ríe sin gracia al oír su voz ronca, ¡su primera expresión al despertar y es una palabrota! De estar su madre cerca, sus orejas sufrirían el castigo de blasfemar sin razón.
Inmediatamente después, bufa. Lo que no le hace ni pizca de gracia, son las ojeras bajo sus ojos, su rostro con algunas marcas inexplicables (rasguños, heridas) y ni un gramo de maquillaje que oculte específicas imperfecciones que la avergüenzan más de lo común. Mierda y más mierda, parece un fantasma o un zombi recién despertando de su tumba; y está siendo totalmente literal. No es algo que se permitiría usualmente, salir a la calle así. ¿Dónde está?
Se aclara la voz para decir algo más que un insulto pues de pronto la desesperación la coge desprevenida. —Lovina Vargas. Lovina Vargas es mi nombre. No tengo maquillaje puesto, soy casi Drácula despertando de un ataúd sucio. Son las...- busca un reloj que le pudiera indicar la hora, en la pared cuelga uno, bastante ridículo. —Son las nueve y media. ¿Y yo aquí?
Da un salto y se calza las zapatillas, que olían sospechosamente a goma nueva. No eran las suyas. ¡Había faltado al trabajo! ¡A la facultad! Y tenía puesta ropa desconocida y una mancha, para que fuese aun peor lidiar con toda la confusión, ¡con todo su encanto italiano y ella sin tener la menor idea de nada! Camina por varios pasillos desiertos y ascéticos antes de llegar al elevador, al que se mete rápidamente, como si escapara. Fugitiva era casi libre. El corazón le latía tan rápido que creyó posible el que volara lejos de su pecho. Agitada, se deslizaba lejos de la mirada de personas curiosas, los que solo lograban avistar una mata de cabello revuelto corriendo; eso de tener el pelo en rizos grandes y desordenados era todo un calvario, más todavía cuando se era una holgazana a la hora de peinarse con acondicionadores y todo tipo de productos. Sobretodo cuando se intentaba una fuga de un lugar tan extraño como ese.
Antes de que cualquier infortunio la detenga, y antes, casi antes de que su corazón vuele lejos, llega al estacionamiento de aquel extraño edificio que no identifica del todo. Muchas personas, desperdigadas por un lado y otro, niños sentados en extraños asientos de plástico. ¿Qué clase de oficina permite niños en ella? Vamos, a Lovina no le interesa más que salir.
Busca entre las hileras de automóviles su motocicleta. Maldice todo lo maldecible al no verla, porque su tesoro mejor guardado no puede desaparecer así como así. ¡Son años de trabajo en ella! Se le agolpan las lágrimas de frustración en los ojos, aprieta la quijada. Tiene frío, quiere irse de ese lugar tan horrible, quiere su moto, sus sábanas, su casa, su muro de Julieta de todos los días. Por eso ya no le importa si no puede montarse en su bebé y huir a toda velocidad, así que se conforma con subirse a la primera motocicleta y pretender robarla para escapar. ¿Por qué no vio suficientes películas de esas de acción? Ahora mismo sabría cómo hacer una conexión entre los cables para salir andando al primer contacto, estúpidas películas de bajo presupuesto, maldice entre dientes.
Maldice su poca atención en detalles importantes, como lo es robar motocicletas como toda una profesional. Su cabeza duele y las lágrimas ya corren libres por sus mejillas, ¿por qué no puede huir? El miedo acababa de eclosionar en todo su cuerpo en una explosión implacable. Las manos de pronto le tiemblan, el dolor en su cabeza se acentúa y pierde el control de sus piernas. Recae lánguida sobre el manubrio de la extraña pieza de metal bajo ella. Tiene ruedas, como su pequeña.
Su humor empeora al sentir que alguien toca su hombro. Ni siquiera lo piensa y muerde la mano que osa tocar un solo centímetro de su piel.
—¡Auch!- se queja alguien con una voz masculina más aguda de lo normal. —¿Por qué hiciste eso, hermana?- Lovina levanta la mirada, pasando por la camisa ridículamente roja y la patética corbata negra reconocible estilo en una persona que ella cree conocer muy bien. Llega a su rostro y no le es difícil reconocerse en esos rasgos. Está en problemas.
—Feliciano.- lo dice como una blasfemia. Lo dice como si fuera la primera palabra que hubiese pronunciado desde que despertó. —Tú eres Feliciano, mi molesto hermano menor. ¿Qué mierda hago aquí? ¿Mi motocicleta? ¿La jefa Kirkland? Mierda, debía entregar un informe el miércoles. Debes llevarme a casa ahora...- Su cabeza la impide que siga formulando preguntas y órdenes, pues de pronto decide dar vueltas.
—Tranquila, hermana. Todo va a estar bien. Será mejor que vuelvas a tu habitación, así podremos hablar mejor.- Sugiere el chico con un extraño rizo saliendo de su cabello. La toma del brazo, el que ella no tarda en rechazar, porque, argumenta, se le puede pegar su estupidez.
Lo que no dice, es que siente extraño a su hermano, como si lo hubieran remplazado mientras ella dormía en sueño profundo, en lejano lugar. —No quiero subir, Feliciano. ¿No me puedes llevar a casa? Esta oficina me parece muy extraña. No sé por qué estoy aquí.- Sabe que de rogar puede conseguir algo, sin embargo la expresión de Feliciano es ilegible.
—Lovina...esta no es una oficina, es un hospital. Estás aquí desde hace tiempo...tuviste un accidente.- parece poco convencido, de pronto se ve mayor, a pesar de tener apenas unos veinte años. —Tu moto está en la chatarra ahora...y tú, lesionada. Mira, vamos a tu habitación, así podemos hablar con el médico.
Y ella se siente tan confundida, que no pone demasiados obstáculos cuando es subida en una suerte de silla de ruedas y llevada al mismo elevador en el que se creyó fugitiva y libre. —¿Es la primera vez que me despierto?- pregunta, y no obtiene respuesta de un silencioso hermano. Siente que un Feliciano silencioso no es del todo él. Algo no está bien.
Contempla a su hermano, tonto hermano, sin entender, con el ceño fruncido y un par de preguntas más, a pesar de la punzada que le impide recordar demasiadas cosas. Su hermanito menor está más loco que una cabra, y paranoico. Pero de inmediato recuerda la mancha de vino en su camiseta. La contempla detenidamente mientras en su cerebro se enciende una luz. Aquella mancha no es de vino, recuerda que ella no bebe mientras conduce (bebe, si bebe, bebe sola. Le gusta beber, no le gusta beber y conducir). La mancha es de sangre, disimulada, riéndose.
Entonces cae en la cuenta de que debería estar en casa, en la facultad, trabajando. Quizá la extrañen en la boutique, Alice, su gruñona jefa, quejándose. Una mancha de sangre. El accidente. Cree entenderlo hasta que vuelve a su cama y a su habitación de forma sumisa, y se duerme arrullada con el goteo del sedante.
¿Por qué la duermen?
Quizá porque quieren quitarle la camiseta y lavarla. Eso será lo mejor.
(Era yo y ahora me he ido)
N/A: Hola a todos, gracias por llegar hasta aquí, galletas para ti. Esto es un experimento, regalo para Cris. Está siendo planeado desde el año pasado, si no lo subí antes es porque me di cuenta de que tengo responsabilidades ahora, ja.
Si no tienen idea de lo que pasa, bueno, tampoco lo sabrán pronto. Pero eventualmente lo sabrán. Capítulos semanales y cortos, llamémoslos "martes felices". ¡Hasta pronto!
