"Me llamo Keitarô Urashima, y he sido dotado de un poder que proviene de los mismos dioses. Toda mi familia y los sacerdotes con los que me he criado dicen que la energía que tengo en mi interior es inmensa, que soy el elegido, el salvador prometido que mi clan ha estado esperando, sin embargo aún no ha surgido de mí, y el poco poder que tengo apenas sé controlarlo. Por eso desde pequeño me he sometido a un entrenamiento con el que poder utilizar el don que me han otorgado. Debo decir que provengo de una estirpe de sacerdotes que han sido bendecidos por los dioses que gobiernan el universo; practican el misticismo, consiguiendo así hacerse poderosos y controlar los poderes de los que disponen. La sangre de mis antepasados se ha mezclado con la sangre de otras estirpes que adoran a otros dioses, hasta llegar a mi familia. Dicen que cuando todas las sangres se reúnan en uno solo, llegará el elegido. Por lo tanto, generaciones de mis antepasados se han unido en matrimonios de conveniencia para conseguir alumbrar al salvador. Y según dicen todos, ese soy yo. Lo cierto es que siento una gran cantidad de energía dentro de mí, lo que llamamos zhao sagrado. Esta energía la podemos utilizar para sanar a las personas, hacer rituales sagrados, convocar a los dioses o incluso usar como arma, aunque solo unos pocos tienen tanta cantidad de zhao como para conseguirlo. No sé a lo que debo enfrentarme, pero, según los sacerdotes más poderosos que me han criado y educado, lo sabré cuando llegue. Los dioses me lo mostrarán. Ahora, debo hacer un viaje donde me encontraré con la sacerdotisa del viento, que será mi mentora, ya que me han enseñado todo lo que en mi clan debía aprender. El día de mi despedida, el sacerdote más viejo de todos me hace entrega de un báculo sagrado que los dioses entregaron a mi familia hace muchas generaciones, y es entonces cuando emprendo mi camino."

Diez días y nueve noches estuvo caminando en busca del santuario de la sacerdotisa del viento sin encontrarlo. Según los miembros de su clan, tan solo debía caminar tres días. Había atravesado montañas, había sorteado ríos y había caminado por sendos bosques, pero tan sólo conseguía cansarse más. Hacía dos días que ya no tenía alimentos y el agua escaseaba, de modo que se encontraba débil.

-¿qué haces caminando por estos lugares, monje? ¿No deberías estar recitando tus oraciones a los dioses?

La voz era tan confusa, tan distorsionada, que no acertaba a decir si se trataba de un hombre o una mujer.

-¿eres un espíritu del bosque?- preguntó él.

De pronto escuchó una especie de lamentación en forma de cántico, una voz de mujer apagada, casi llorando, en una melodía suave y casi inaudible. Pronto percibió que acompañado de aquel sonido, se acercaban pasos, hasta que su vista alcanzó a distinguir una silueta de una persona que se acercaba, oculta con un manto con capucha.

-Urashima...

Keitarô se dio la vuelta de inmediato al oír ese susurro casi en su oreja, pero no había nadie. Cuando volvió a mirar en dirección al encapuchado, se lo encontró de frente a él y se asustó. Había recorrido una distancia de casi 100 metros en apenas dos segundos.

-tú debes de ser Urashima... –dijo el encapuchado.

-¿quién eres tú, que sabes mi nombre?

El misterioso individuo llevó las manos a su capucha y se la quitó. Entonces apareció el rostro de una bella joven, de menor edad que él, con la tez blanca como la nieve y el cabello negro como la noche, y unos destacados ojos verdosos que miraban con profundidad.

-mi nombre es Motoko, del clan de los Aoyama. Aunque soy más conocida como la sacerdotisa del viento.

No se imaginó que la sacerdotisa fuera a ser más joven que él, pero ella imponía un gran respeto con solo mirarla. Parecía ser una dama realmente poderosa.

-yo me encargaré de tu adiestramiento a partir de ahora, ya que el clan Urashima te ha asignado bajo mi tutela. Te enseñaré los secretos del zhao y cómo utilizarlo. Ahora, muchacho, dime tu nombre.

-soy Keitarô, nacido en el seno de la familia Urashima, estirpe que se ha dedicado durante generaciones a las técnicas curativas y de invocación de presencias divinas, y ha servido fielmente a los dioses de la tierra.

-Ahora ven conmigo, y te guiaré por el sendero de las enseñanzas de los dioses del cielo y te entrenaré para que tu potencial oculto florezca. Ahora es cuando empieza tu vida, Keitarô.

Al llegar al santuario del viento, la sacerdotisa Motoko comenzó a darle sus primeras lecciones teóricas. Le explicó que hay tres grandes grupos de dioses: los dioses del cielo, los dioses de la tierra y los dioses del infierno. Los dioses del cielo lo componen el dios del sol, del viento y la diosa de la luna; mientras que los dioses de la tierra lo formaban el dios del fuego, la diosa del agua y el dios del hielo. Sin embargo el tercer grupo era la cara opuesta de estos dos: el dios del caos, del vacío, de la oscuridad y del Apocalipsis. Este último grupo, anhelante de poder, estaba tomando el control de los sentimientos humanos, llenándolos de odio, guerra, muerte, llanto y desesperación; alimentándose de ello y haciéndose más fuertes. En vista de que estos se hacían peligrosamente con el control de la Tierra e iban ganando poder, cada uno de los dioses de la tierra y el cielo eligieron a distintas familias numerosas y fuertes, y los bautizaron con el poder sagrado del zhao, asignándoles la misión de unir sus fuerzas tras generaciones y alumbrar al salvador: el Hijo de la Luz. Sin embargo, en vista de una inminente guerra entre dioses, los cuatro miembros del infierno contraatacaron enviando a sus mismos demonios para que se alimentaran de varones y junto con las mujeres humanas engendraran una nueva especie de humanos con poderes demoníacos, y cuando las cuatro estirpes de satanases se unieran, aparecería el Hijo de la Sombra. Entonces se llevaría a cabo la guerra entre dioses más grande jamás vista, que no acabaría hasta la muerte de uno de los dos elegidos. Es entonces cuando Keitarô comprendió cual era su misión.

-¿qué edad tienes, Keitarô? –preguntó la sacerdotisa

-dieciséis –contestó él.

-en ese caso, si empezamos a entrenar ya, no tardaremos en prepararte. ¿Qué te han enseñado los sacerdotes Urashima?

-con ellos aprendí técnicas de curación e invocación, y hace tres meses comenzaron a entrenarme para utilizar el zhao como arma.

-¿qué logros has obtenido?

-conseguí saltar a grandes alturas, correr a gran velocidad y detectar cuánto zhao sagrado tiene cada individuo.

-Hm. –masculló la sacerdotisa-, no está mal para un joven como tú, pero aún te queda mucho que aprender. ¿Te han adiestrado en el arte de la lucha?

-no.

-en ese caso, comencemos por eso.