Estoy tirado sobre algún mullido rincón de este pobre mundo. Alguna fuerza intenta desintegrar mi cabeza en miles de pedacitos tirando desde dentro, como un gancho que intentase ponerme del revés. Con las entrañas hacia fuera. Ahora mismo no me importaría que pasase. Aunque los radiantes rayos del sol me atraviesan los párpados con un vigor y un entusiasmo poco apropiado a las circunstancias, no me parece que este vaya ha ser mejor día que el anterior y, por ello, a pesar de que creo que estoy tumbado sobre un montón de basura (por el hedor a podredumbre y el sonido de las ratas en busca de algún bocado sabroso que llevarse al estómago), no tengo ningunas ganas de levantarme.

La boca me abrasa a alcohol y… creo que también a sangre.

Pero nada de eso me importa. Tampoco el hecho de que no recuerdo cómo he llegado aquí ni que ha pasado esta noche. Es la primera vez que me emborracho.

¡Mierda, Severus, ya podías haberte mantenido sereno!

Me incorporo con dificultad. Aún llevo la túnica negra que uso en Hogwarts. Empiezan a aclarárseme las ideas entre la resaca.

La muerte de Dumbledore. La huída del colegio. El ataque histérico de Draco cuando pararon a la altura de la casa de los gritos y mi desesperado intento de ponerlo a salvo… de Voldemort.

La situación se emborronaba después. El único recuerdo, yo, más que borracho en Cabeza de Puerco y,… aquél estruendo en la puerta que provocó la huída desenfrenada de la multitud.

Y la imagen de Tonks abriéndose paso entre mi ebria mente, con la mirada llena de odio, el pelo rojo fuego ardiente y la varita en ristre.

Apuntando hacia mi pecho…