Prologo
Invierno de 1942. La nieve caía de forma lánguida en las calles Berlín, amontonándose en los tejados y las aceras desiertas. El mundo entero estaba en crisis; la segunda guerra mundial azotaba los corazones de la gente, sumiéndolos en el terror. Sólo una persona transitaba las calles desoladas y llenas de nieve: Era un hombre alto, de cabello rubio pulcramente peinado hacia atrás, vestido con el uniforme negro de la Gestapo. Sus fríos ojos de un intenso color azulado escudriñaban los callejones y las ventanas, completamente alerta de cualquier irregularidad en el lugar. Anochecía ya en la ciudad, las farolas se encendían al unísono dejando caer una luz amarillenta y enfermiza en las calles. Un murmullo llamó su atención; por instinto se llevó una mano a la funda de su Walther y se aproximó con cautela hacia la esquina de una callejuela. En el suelo, acurrucada en una manta sucia, se encontraba una jovencita pelirroja, de piel tan blanca como la nieve que se amontonaba a su alrededor. La chiquilla levantó la cabeza, volteando hacia todas partes con timidez, con miedo. El rubio, a pesar de una punzada de lástima que le provocó, no abandonaba su semblante serio y rígido; no había mucho que un oficial de su rango pudiera hacer por esa chiquilla, salvo caminar a la cabina telefónica más cercana y solicitar que la recogieran en un orfanato. Eso decidió hacer, despues de todo, era sólo una niña: Alemana, aria o judía, sólo era una chiquilla inocente y desamparada. Se daba la media vuelta cuando una vocecita le llamó.
-¿Hola?- Susurró la criatura con temor. - ¿Hay alguien… Hay alguien ahí?-
El alemán se detuvo en seco, fijando su mirada en el rostro de la niña: Tenía un semblante desconcertado, temeroso y afligido. El oficial bajó su arma, guardándola en su funda. Carraspeó un poco para aclarar su garganta.
-Sí.- Su voz era gruesa, intimidante; una voz de mando, de militar recio y severo. La niña se sobresaltó, y por fin dirigió su rostro hacia la dirección en que se encontraba el sujeto. Sus ojos eran de un azul opaco, con una fina película sobre las pupilas; era ciega. Una extraña sensación de lástima recorrió sus nervios, la pobrecilla parecía totalmente desamparada. Se puso en cuclillas frente a ella, repasando el callejón con la mirada, más por costumbre que por otra cosa. -¿Dónde está tu familia?-
La chiquilla guardó silencio, dejando que el viento hablara por ella unos instantes para luego pasar al llanto, abrazándose a la pobre frasada que cubría su cuerpecito del implacable invierno. –M-mi… Mi hermano… - Sollozó la jovencita. –Él es… Es mi única familia…-
-¿Y dónde está ahora?- Preguntó el alemán mientras fruncía el ceño. Un pensamiento cruel se formó en su mente: "Si es una judía, puedo dispararle para que no sufra más…"
-No… No lo sé, señor… No lo sé… - Repetía, tiritando de frío. Su piel era tan pálida que no cabía duda de que estaba al borde de una hipotermia. El alemán suspiró pesadamente, apartó de la chiquilla su mirada fría y hostil pensando en qué hacer. La miró nuevamente y habló en el mismo tono adusto.
-¿Eres de familia judía o tienes creencias semitas?- Inquirió; si no era una judía, tal vez, sólo tal vez, podría hacer algo por ella… Si no, sólo le daría un tiro o la dejaría morir ahí de frío. Era cruel, pero era la ley… Y el rubio lo sabía mejor que nadie.
-¿Judía? N-no… No, señor…- Susurró tiritando. No parecía estar mintiendo; contestaba con sencillez, aunque con miedo. El alemán asintió con la cabeza.
-Bien… Llamaré a un orfanato para que vengan a recogerte. Es lo único que…-
Pero un gritito ahogado de la chiquilla, seguida de un estridente quejido, lo hizo callar.
-¡Un orfanato no, por favor! ¡Se lo ruego, lo que sea pero un orfanato no!- Gritó desesperada abalanzándose con torpeza hacia el rubio, quién se había sobresaltado por la reacción de la jovencita. -¡Lo que sea menos un orfanato, por favor, no un orfanato!-
-¡Oye, cállate!- Ordenó, pero la chiquilla de ondulada cabellera roja seguía armando alboroto, gritando estridentemente. Si seguía así, sus gritos llamarían la atención de la gente, y si una patrulla de la Gestapo encontraba a la chiquilla muy posiblemente la enviarían a un "campo especial" para hacerse cargo de ella. -¡Está bien, está bien! Te dejaré quedarte en mi casa para que comas algo decente y te bañes, pero…- Y de nueva cuenta la chiquilla no le dejó terminar, abrazándolo con sus escasas fuerzas.
-¡Gracias, gracias!- Gritaba emocionada y agradecida.
-Eh… Sí, pero… Bueno, ¿puedes caminar?- Preguntó. La chiquilla se incorporó con torpeza y el alemán hizo lo mismo, pero al verla dar un par de pasos débiles y trastabillar optó por cargarla en brazos para evitar tropiezos, en ambos sentidos de la palabra. La joven de cabellera roja no dijo ni pío, se quedó casi muda al ser cargada en los brazos de aquel sujeto rubio y alto, quién la llevó de esa manera por las calles nevadas de Berlín rumbo a su hogar…
Y así es como comienza esta historia de amor, tragedia, violencia y muerte. Así es como comienza "Lazo Rojo".
