Lo de siempre. Los personajes y demás pertenecen a Rowling.

Notas de la autora: No es de lo mejor que he escrito, pero me ha salido sólo. Y, you know, va para tí. Por esas dos cositas (sí, lo he puesto dos veces) que tú sabes.


Droga

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-Creía que lo habías dejado – Rose se quedó en la puerta del jardín, esperando una respuesta.

-Y lo he dejado. Esto sólo es tabaco. Sólo.

Rose se acercó a él y se sentó sobre la hierba, ahora fría. Se colocó el pelo e inspiró el aire con olor a nicotina. No le desagradaba; le resultaba cálido y amargo a la vez.

-¿No te fiabas de mí? – Dijo Ted apagando el cigarrillo en una piedra – Pensaba que sí.

-Me has dado razones para dudar. Pero, por desgracia, sí, sí me fiaba.

-¿Por desgracia?

-Sabes que no debería confiar en ti. Y, aún así, lo hago.

Ted se puso de pie, sin mirarla y dejó la chaqueta en el suelo. Se cruzó de brazos y miró a la luna. Luna llena. Nunca había podido llegar a imaginarse los sentimientos de su padre en una noche como ésta. Suspiró, cogió una piedra y la tiró a la charca.

-Lo siento.

-¿Qué sientes?

-Haber sido un imbécil. Todo empezó con un juego y acabé metiéndome esa mierda muggle. Para olvidar a Victoire, para alejarme de ti.

-¿De mí?

-Venga ya, Rose. Soy ocho años mayor que tú. Hace cuatro años no me quería enamorar de una chica de catorce.

Esta vez, Rose se levantó. Se sacudió la ropa y se quedó detrás de él. Miró su pelo negro –Rose pensaba que ese era el color que mejor le sentaba – y deseó poder abrazarle. Quería que los dos volviesen a ser adolescentes, que se emborrachasen y que de nuevo se tirasen por la hierba, riéndose y dándose besos a media noche, esos besos que Rose tanto necesitaba ahora.

Dio un paso y se acercó más a él. Le cogió de la mano y ella también miró la luna. Se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Notó como Ted cerraba los ojos y apretaba más la mano.

-Hemos pasado por esto muchas veces.

-Y todas han salido mal. Tú no quieres quererme. Y yo no quiero que me quieras.

-Claro que no quiero quererte. Porque hay más posibilidades de que todo salga mal.

Sacó un paquete de tabaco de la chaqueta y le ofreció un cigarro a Rose. Apenas había fumado. Tres cigarros contados, cuatro con éste. Y todas las veces había acabado al lado de Ted.

-Pero también hay posibilidades de que salga bien – Siguió Rose – Todo ha cambiado. Tú ya no eres Teddy y yo ya soy mayor de edad.

-Me gustaría seguir siendo Teddy. Meterme en mi habitación y esperar a que mi abuela me regañe por tener a los Beatles demasiado alto. Volver a defenderte de tus primos y carraspear cada vez que Victoire y tú os hacéis peinados.

Ted miró la colilla que se iba apagando poco a poco en sus dedos –el humo se le escapaba igual que su infancia se había escapado de sus manos- y buscó de nuevo la mano de Rose.

-¿Sabes? Ahora tú eres como mi droga. Cuanto más te alejas más te necesito. Y yo nunca lo he buscado. No quiero hacerte daño.

-Es imposible que me hagas más daño del que ya me has hecho. Llevas razón, odio quererte. Porque tenía que haber abandonado esto hace mucho tiempo – Se acercó a él y rozó sus labios, luego, se separó –. Pero no puedo.

-No quiero cagarla. Esta vez no.

-No, esta vez no.

Y entre beso y beso, la luna dejó pasar al sol. El día sustituyó a la noche, igual que Rose era capaz de sustituir a la droga, igual que Ted era capaz de sustituir a los Beatles y dejarse siempre su pelo negro por ella.