"El aroma de la oscuridad"

El comienzo

Durante siglos, el nombre cosaco infundió terror en el corazón de la gente de Asia central, y la familia Uchiha era la encarnación de los despiadados conquistadores que asesinaron, mutilaron y violaron.

Aún hoy, los Uchiha residen en las estepas de Rusia. Son conocidos por sus habilidades de búsqueda, demostrándose a sí mismos una y otra vez capaces de descubrir las debilidades de sus enemigos. Ellos dejan un rastro de sangre, fuego y muerte adonde quieran que vayan. Terribles rumores giran en torno a ellos, rumores que dicen que Fugaku Uchiha, fundador de la tribu de los Uchiha, hizo un pacto con el diablo y, por supuesto, eso es totalmente cierto.

Hace cientos de años, Fugaku Uchiha, un magnífico guerrero de gran crueldad, un hombre conducido por sus ansias de poder, vagó por las estepas. A cambio de su habilidad para darles caza a sus enemigos y matarlos, él prometió su alma al diablo. Para sellar el pacto, le prometió el icono de su familia, una sola pintura dividida en cuatro imágenes de la Madonna.

Para obtener la pieza sagrada, el corazón de su hogar, él mató a su propia madre…y condenó su alma.

Antes de morir, ella lo atrajo hacia sí y habló en su oído.

Fugaku no prestó atención a su profecía. Ella era, después de todo, una simple mujer. Él no creyó que sus agonizantes palabras tuvieran el poder de cambiar el futuro y aun más importante, Fugaku no haría nada para poner en peligro su pacto con el diablo.

Pero aunque él no confesó la profecía que su madre hizo, el diablo supo que Fugaku era un mentiroso y un embaucador. Él sospechaba del engaño de Fugaku, y comprendió el poder de la sangre y la familia, y las palabras moribundas de una madre. Así que para asegurarse de retener a los Uchiha y sus servicios, secretamente cortó una pequeña parte del centro del icono, y la dio a una pobre tribu de trotamundos, prometiéndoles que les daría suerte.

Entonces, mientras Fugaku bebía para celebrar el trato, en un fogonazo de fuego el diablo dividió las Madonnas y las arrojó hacia los cuatro confines de la Tierra.

Para Fugaku Uchiha y cada uno de los siguientes Uchiha, el diablo legó la habilidad de cambiar por voluntad en un animal de caza. No podían ser asesinados en batalla excepto por otro demonio, y cada hombre era inusualmente longevo, manteniéndose fuerte como un roble en la vejez. A causa de su batalla; destreza, entereza y de su habilidad para tomar decisiones, se volvieron ricos, respetados y temidos en Rusia.

A través de zares, Bolcheviques, e incluso presidentes, mantuvieron su complejo de guerreros, fueron a donde se les pagara por ir, y, con su intachable ferocidad, aplastaron revueltas y exigieron obediencia.

Se llamaban a sí mismos La Oscuridad.

Sólo podían engendrar varones, un problema de mucha exultación para ellos. Tomaban a sus mujeres con crueldad, y en sus impecables casas tenían un torniquete equipado con un cascabel. Allí las mujeres que habían sido impregnadas por el negligente apareamiento de los Uchiha depositaban a sus recién nacidos hijos. Cada mujer hacía sonar el cascabel y huía, dejando al niño para que fuera acogido por los hombres Uchiha en su hogar. Ellos aclamaban el nacimiento de un nuevo demonio, y lo criaban para ser un despiadado guerrero digno del nombre Uchiha.

Ningún Uchiha se enamoraría…

Hasta que uno muriera.

Ninguno se casaría…

Hasta que uno muriera.

Ningún Uchiha huiría del complejo y su forma de vida…

Hasta que uno muriera.

Por primera vez, aparecieron grietas en el sólido fundamento del pacto con el diablo.

El cielo tomó nota.

Y el infierno también.

Capítulo 1

-¡Pasa el vodka! Quiero hacer un brindis -los chicos Wilder gritaron, pero Fugaku Wilder, descendiente de una larga línea de guerreros, no sería disuadido por las malas maneras de su prole de dudosa reputación.

Ellos refunfuñarían y sus invitados deberían sonreír, pero todo el mundo de la pequeña ciudad de montaña de Blythe, Washington, esperaba que él diera un discurso durante una de las celebraciones de la familia Wilder. Sus palabras eran tan parte de sus ocasiones especiales como las mesas de picnic repletas de manjares como kasha y tabaka, y otros americanos como los perritos calientes y mazorcas de maíz, como la música rusa y el baile, como las partidas de póker, como la buena compañía.

Él no los defraudaría.

Andando a zancadas ante la llameante fogata, ocupó su lugar como centro de atención. Su voz irrumpió a través del grupo de invitados.

-Mi mujer y yo huimos de la madre Rusia con los demonios del infierno tras nuestros talones. Vinimos a esta tierra de leche y miel -movió sus manos para abarcar la larga extensión de su valle-. Y aquí hemos prosperado. Cultivamos uvas, las mejores de Washington. Tenemos nuestro propio jardín. Nuestra propia cabra. Nuestras propias gallinas. Más importante, criamos a nuestros hijos.

La gente de Blythe se removió en sus asientos para sonreír a sus hijos, manteniéndose juntos como tres corderos para el sacrificio.

-Sasuke ha crecido fuerte, alto y apuesto, como yo -como Fugaku más de lo que ninguna de esas gentes pudiera imaginar o entender. Un lobo-. Él tiene-¡es el cabecilla!-su propia compañía de vinos en Napa, California, y usa las uvas de su padre para hacer buen vivo -Fugaku elevó una botella de la mesa y la enseñó a todos la etiqueta-. Él es elegante. Es adinerado. Es el mayor, mi hijo primogénito, aún así, a la edad de treinta y cuatro…

-Aquí viene -dijo Sasuke por la comisura de sus labios.

-No le tiene respeto a su padre, cuyo oído es excelente.

-Lo siento, papá -sin embargo, Sasuke plantó sus pies a la altura de sus hombros en el suelo y cruzó sus brazos sobre su pecho.

Fugaku no estaba impresionado por la disculpa o la postura. Vio el destello rojo en lo más profundo de los ojos dorados de Sasuke.

-Aun así, a su edad de treinta y cuatro, está soltero.

Itachi codeó a Sasuke lo suficientemente fuerte como para zarandearlo de lado.

-Me parte el corazón. Quizás alguna de vosotras, jóvenes señoritas, consentiría casarse con él. La semana que viene, hablad conmigo. Haremos los arreglos -Fugaku asintió, satisfecho al tachar un elemento de su lista mental.

Casar a mi hijo mayor.

Precedió con su siguiente víctima.

-Itachi es un aventurero.

-Un arqueólogo, papá -dijo Itachi.

-Arqueólogo, aventurero-veo las películas de Indiana Jones. Son lo mismo -Fugaku descartó las objeciones de Itachi con un gesto de su recia mano-. Itachi es listo, muy listo, con muchos grados sutiles. También es apuesto, como su padre.

Los ojos de Itachi, del color del carbon, su suave pelo negro, y sus perfectos músculos lo hacían una presa para las señoritas. Incluso su padre podría decirlo.

-No es tan rico como su hermano. Aún así cuando yo muera, recibirá su parte de mi tierra aquí en la preciosa Cordillera de las Cascadas, así que tendrá dinero para el matrimonio. Menciono esto porque aún, a la edad de treinta y tres…

Con un sonoro puñetazo, Sasuke golpeó a Itachi en el hombro.

-…él está soltero. Me rompe el corazón. Quizás alguna de vosotras, jóvenes señoritas consentiría casarse con él. La semana que viene hablad conmigo. Haremos los arreglos.

Los hombres de Blythe se reían, pero las mujeres estaban evaluando a sus hijos. Cierto, Blythe era un pequeño pueblo de sólo 250 personas incluyendo las granjas de la periferia, así que algunas mujeres eran muy jóvenes y otras habían pasado la edad fértil, y no pocas tenían piernas como troncos de árboles y la piel como la corteza. Pero los chicos ya habían estado fuera, por el vasto mundo, por más de diez años y ni siquiera habían traído a casa una esposa, y situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.

Fugaku quería mecer a un nieto antes de morir.

Si todo hubiera resultado tal y como Mikoto y él planearon treinta y cinco años atrás, cuando vinieron a ese país, él podría hablar ahora de Sai…

Sus invitados se callaron mientras esperaban, viendo su pena, respetando su angustia.

Sai estaba perdido para ellos. Perdido en el pecado de su propia alma. Perdido en el aliciente del pacto.

Fugaku dio un largo y tembloroso respiro. Cuadró sus hombros, y expulsó con firmeza el dolor en su pecho. Con una ancha sonrisa, hizo un ademán hacia Hinata.

-Y finalmente, tenemos a nuestra propia hija. Hoy celebramos, no sólo el Día de la Independencia de los Estados Unidos, sino el vigésimo primer cumpleaños de Hinata.

Incluso después de todos esos años, no podía creérselo. Por cientos de años, nadie en su familia había engendrado a una hija. Sin embargo, él sí. Su propia niña, su bebé, su milagro.

El amor y la gratitud afloraron en su pecho con tanta fuerza, que apenas podía hablar mientras la miraba, tan bonita, con el pelo negro que ella insistió en cortar en una poco femenina medida, y ojos perla tan brillantes y decididos. Siempre decidida, su hija. Decidida al dar sus primeros pasos tras sus hermanos, decidida al entrenarse en su gimnasio, decidida al caminar otra vez después de que las irregulares barras se rompieran, finalizando sus sueños.

Aunque aquella noche sus ojos no estaban tan brillantes.

Había crecido durante su último año de preparación en la universidad. Ahora era una mujer, con sus silencios y misterios de mujer.

¿Cómo había ocurrido?

-Mi Hinata, ella es preciosa, y más inteligente que sus hermanos.

Ambos golpearon los hombros de Hinata, pero dulcemente. Sus hermanos siempre eran tiernos con Hinata.

-Consiguió becas para cuatro universidades -Fugaku alzó cuatro dedos para enfatizarlo-. Fue a Brown, una escuela de mucho prestigio, y finalizó en sólo tres años con un graduado en programación de software y otro en japonés -golpeó su pecho con orgullo-. Ahora, os preguntaréis: ¿qué tiene de bueno tanta educación en una mujer?

Su audiencia volvió a reír.

-No lo sé. ¿Qué hombre quiere una mujer más inteligente que él? -inquirió.

-Ahora es lo que todo hombre tiene -dijo Mikoto.

El estruendo de las risas del público cogió a Fugaku por sorpresa, y consideró su respuesta hasta que el tumulto se hubiera apaciguado. Entonces, agitando su cabeza, dijo:

-Ya veis lo que sufro. Dos hijos solteros, una hija inteligente, y una esposa impertinente. Seguramente soy el hombre más explotado de todos.

-Pobre chico -Sharon Sabrás, esposa de River Sabrás un inmigrante de Europa oriental, no mostró ninguna simpatía por la mella en el orgullo masculino de Fugaku.

Ah, pero ella lo conocía demasiado bien. Su orgullo varonil no dependía de los elogios o los ánimos. Él sabía quién era.

-Creo que mi hija debería estar en casa ahora, pero mi esposa, Mikoto, se niega dice que debemos desearle lo mejor y soltar a nuestra pequeña Hinata para que vuele libre. Algún día ella regresará con sus inquietudes disipadas -intentó sonreír a Hinata, para demostrarle que decía en serio cada palabra, aunque su corazón se estaba rompiendo.

Ella respondió a su sonrisa y articuló:

-Gracias, papá.

Sus ambiciones eran su culpa. Suya y de sus hermanos. Ella siempre los había envidiado, deseando un estado salvaje que nadie pudiera domar. Pero ellos tenían talentos que ella no compartía, y aunque Fugaku la había sostenido en su rodilla, desde su nacimiento y llamado su pequeño milagro, ella estaba descontenta.

-Así que -él apuntó con su dedo a sus invitados- aunque Hinata tiene veintiún años y una buena edad para casarse, no la ofrezco como esposa. Así que, chicos, no la miréis.

Ellos lo hicieron, sin embargo. La miraban, y la deseaban. Los leñadores, los granjeros, los rancheros, los artistas-todos querían a su Hinata.

Ella no miró a ninguno de ellos a su favor, pero se mantuvo de pie con una mano presionada contra su espalda y otra descansando en su estómago, mirando a su padre con ojos pacientes y tristes.

¿Qué está mal con esta chica?

Pero ese no era el momento de peguntárselo.

-Con todas mis bendiciones, tengo que darle las gracias a Mikoto -él alzó su mano, y con una sonrisa, Mikoto se unió a él.

Su esposa era pequeña, de sólo poco más de metro cincuenta y cinco, de huesos delicados, pelo oscuro tan negro como las alas de un mirlo, brillantes ojos perla, y un espíritu ardiente. Era más joven que él, pero la primera vez que la vio, lo había embelesado. Nunca se había recobrado, y la amaba como ningún hombre en la historia hubiera amado a una mujer.

Ahora tenía cincuenta y un años, y seguía adorándola. Envolvió sus hombros con su brazo, bajó la vista hacia ella, y se vio reflejado en sus ojos. En ellos, él era un buen hombre. Un gran hombre. Su hombre.

Habló más para ella que para su público:

-Esta mujer, por ella merece la pena morir, pero mucho mejor que eso-es una mujer por la que vale la pena vivir -besó los labios sonrientes de Mikoto. Entonces alzó la mirada a la gente reunida alrededor de sus mesas, amigos y extraños, sus invitados. Su voz se alzó-. Mikoto, mis hijos y yo agradecemos a los Estados Unidos de América, que nos permitió inmigrar desde Rusia hasta este lugar donde podemos ser una familia americana normal y poseer esta tierra y crecer fuertes, y tener riqueza, salud y seguridad, y tener muchos buenos amigos que vienen a celebrar el Día de la Independencia con nosotros.

La multitud estaba en silencio; entonces alguien comenzó a aplaudir. Y todos ellos hicieron lo mismo, poniéndose en pie y aclamándolo.

Desde lejos, Fugaku casi podía escuchar a sus viejos enemigos aullando de furia y frustración, y sonrió: Esta vida, la vida que había creado, era perfecta.

Hizo un ademán con la mano, y todos se apresuraron a llenar sus vasos de vodka, vino, e incluso agua. Alzando su vaso, brindó con sus invitados y su familia.

-¡Za vast!

-¡Se te saluda! -contestaron, y todos bebieron, incluso la señorita Mabel Joyce, la profesora solterona; incluso Lisa, la loca herbolaria del New Age con sólo un nombre; y especialmente el viejo doctor que se había olvidado del cumpleaños de Hinata porque había estado demasiado borracho para andar.

Después Sasuke e Itachi encendieron los cohetes que iluminaron los cielos-y sus insensatos hijos prendieron fuego a la pradera. Así que guiaron a los vecinos mientras corrían a través de la hierba, llevando cubos de agua y riéndose a gritos.

Para cuando la excitación había desaparecido y el fuego extinto, los vecinos estaban recogiendo para volver a casa y rememorando los problemas que los chicos Wilder habían creado cuando eran más jóvenes.

Los vecinos no tenían ni idea.

La señorita Joyce renqueó hacia Mikoto, besó su mejilla y dijo:

-Bueno, familia, es siempre una aventura cuando os visito, pero para esta vieja mujer es hora de marchar.

-Visítanos de nuevo pronto -Mikoto sólo tenía dieciséis años cuando se había mudado con Fugaku a los Estados Unidos, y su acento era casi imperceptible-. Echamos de menos tus visitas.

La señorita Joyce rió socarronamente.

-Estaba aquí cada semana cuando tus hijos estaban en la escuela. Esta noche me ha traído recuerdos -miró a los chicos, aún cubiertos de hollín y sonriendo a Hinata-. Casi abandono mi puesto como profesora.

-Por suerte para nosotros, nadie cogería el puesto -Sasuke abrazó los hombros de su antigua profesora.

-Por vuestra culpa. Los Demonios Wilder. Los peores niños en el estado -la voz de la señorita Joyce sonó con orgullo.

Por treinta años en el pequeño pueblo de Blythe, había sido la profesora desde el sétimo curso al duodécimo. Así que cuando el hijo mayor de Fugaku había entrado en séptimo curso, la maestra de la escuela primaria había suspirado de alivio, y la señorita Joyce se había armado de valor para la batalla.

Afortunadamente, ella había tenido mucha experiencia enseñando-para entonces había dado clases por once años en un instituto en el canal de navegación de Houston, y después del incidente con un estudiante involucrando un cuchillo que resultó en su estancia por seis meses en el hospital, ella había venido a Blythe y comenzado a enseñar. Ninguna profesora quería instruir a cuarenta niños de diferentes edades en una sola clase, así que la señorita Joyce había continuado al pasar los sesenta y cinco. Decía que enseñar la mantenía joven, y posiblemente fuera cierto. Sólo cuando Hinata se hubo graduado y la señorita Joyce retirado, había desarrollado una joroba de anciana y empezado a usar bastón.

Pero sus ojos resplandecían tan brillantes como siempre.

-¿Necesitas que alguien te acerque a casa? -preguntó Itachi-. Puedo llevarte.

-Sólo estás intentando librarte de limpiar -dijo Hinata-. Yo la llevaré.

Los dos empezaron a discutir, pero la señorita Joyce alzó una mano y se hizo un silencio casi mágico-. La familia Szarvas me trajo. Volveré con ellos.

-Tengo que aprender cómo hacer eso de la mano -murmuró Fugaku.

-Es demasiado tarde para ti, Hubov maya -Mikoto palmeó su mejilla-. Déjanos ayudar a River y Sharon Szarvas cargar a sus invitados. Algunos de ellos son de lo peor con la bebida.

Los Szarvas eran artistas-Sharon pintaba paisajes impresionantes; River y su hija, Meadow, creaban preciosos y magníficos objetos de cristal-y cada noche el suelo de su laberíntica casa y su garaje estaban llenos de sacos de dormir y catres ya que otros artistas, jóvenes y viejos, venían a aprender y servir como aprendices a los pies de sus maestros. Éstos usaban todo su dinero para pagar la comida, mantas, calor y profesores para sus estudiantes.

Eran buena gente.

Aquella noche habían traído cinco estudiantes. Cinco cuyos ojos se habían iluminado al ver las mesas repletas. Los tres chicos y dos mujeres que habían hablado incesantemente sobre su arte. Habían comido su propio peso en blini. Y había bebido-demasiado.

En esos momentos Fugaku lanzaba un delgado, pálido, lacio e inconsciente joven sobre su hombro y lo trasladaba a la oxidada furgoneta Volkswagen.

Sharon y Mikoto anduvieron detrás, sus manos llenas de cestas y mantas, charlando sobre el día, el pueblo y el tiempo.

River caminó con Fugaku.

-A veces los chicos no tienen talento, pero lo quieren tan miserablemente que vienen y se quedan con nosotros con la esperanza de que se les pegue. Y eso está bien-probablemente cogerán un poco de ella.

Fugaku asintió. Ese chico no llegaría a sesenta kilogramos estando empapado, pero era suficientemente pesado para hacer suspirar a Fugaku. Debo estar envejeciendo.

-Este joven -River señaló con la cabeza al hombre encima del hombro de Fugaku- ha estado con nosotros por una semana. No ha hecho nada en todo el tiempo, sólo mira a todos creando y aprendiendo. Sharon y yo pensamos que era uno de esos, aquellos sin talento. Pero no creerías lo que hizo anoche. No puedo esperar a enseñártelo

-¿Enseñármelo? -Fugaku no tuvo el aliento para decir nada más.

-Justo antes de desmayarse me dijo que era un regalo para Mikoto -River sacudió su cabeza-. Es impresionante. Extraordinario.

Un cosquilleo se disparó por las manos de Fugaku donde él tocó al joven. Extraño. Perturbador.

-Déjalo aquí -River abrió la puerta de la furgoneta-. Este chico está chiflado por Hinata.

Fugaku depositó al mustio chico en el suelo enmoquetado.

River recogió algo envuelto en una toalla del asiento frontal.

-Venga.

Caminaron alrededor del fuego y las sobras apiladas en las fuentes.

Sharon y Mikoto los siguieron, picadas por la curiosidad.

-¡Mirad! -River colocó el objeto sobre la mesa y tiró de las toallas.

El aún húmedo trozo de barro estaba formado en una estatua de Hinata. El artista la había capturado mientras estaba de pie con una mano en su cadera, la otra en su estómago, mirando a los niños jugar.

-Dios mío -Mikoto se echó atrás-. Dios mío. Es…Hinata.

-Es perfecta -Fugaku cubrió la estatua con la toalla-. ¡Es hermosa!

Ellos no lo entendían. Ninguna de las personas allí, los americanos, entendían. Mikoto era gitana. Era supersticiosa. Su gente no daba vida a los trozos de barro, y esa estatua…esa estatua era impresionante. Verosímil.

Espeluznante.

Mikoto se echó en los brazos de Hinata.

-¿Es como yo, mamá? No lo veo -Hinata abrazó a su madre y susurró en su oído-. Está bien, mamá. Está bien.

Mikoto deslizó un brazo alrededor de la cintura de su hija. Era tan pequeña al lado de Hinata, de piel y ojos oscuros cuando ella era pálida, y permitió que Hinata la reconfortara. Le dijo a River:

-Cuando tu chico se despierte, dale las gracias por su arte.

River asintió. Él era un artista. Veía cosas que la mayoría de los hombres no veía. Entendía cosas que la mayoría de los hombres no entendía… pero no comprendía por qué la familia Wilder odiaba esa estatua.

Los vecinos de las granjas circundantes, del restaurante chino del pueblo, de la única hamburguesería drive-in en ochenta kilómetros, se alinearon para despedirse.

Fugaku estrechó las manos de todos, tan feliz de que hubieran venido, de que cada uno fuera testigo de su hogar, de su familia, de su vida allí en América.

El sacerdote católico Padre Ambrose dejó de jugar al póker a regañadientes y se unió a la fila. Era un sacerdote ambulante, deambulando por las carreteras del oeste de Washington y dando la Misa en los salones y patios traseros de pequeños pueblos. Era un buen hombre.

Fugaku lo respetaba. Fugaku lo temía. Poniendo sus manos tras su espalda, le hizo una reverencia al sacerdote.

El Padre Ambrose rió.

-Desearía que todos los católicos fueran tan respetuosos como tú, Fugaku Wilder. Algún día te cogeré y llevaré a la misa.

-No aún -el reverendo Geisler, el ministro congregacionalista, lo apartó a un lado-. Cuando salga a la luz, es mío.

El padre Ambrose le devolvió el empujón riendo.

-Sólo estás interesado en su diezmo, protestante egocéntrico.

El reverendo Doreen, ministro de la Nueva Era, caminó tras ellos.

-Todo el mundo sabe que Fugaku está aún en la Eght.

Los dos hombres rodaron sus ojos.

Pero los tres eran pastores de mundo, y Fugaku se inclinaba ante ellos, pero no les cogía las manos.

Por fin, la fiesta estaba finalizada. Las últimas luces traseras de los coches habían desaparecido en la carretera. El polvo se desvaneció. La familia se quedó de pie sola alrededor de la hoguera mientras las llamas se apagaban en una gran caída de brasas rojas.

Un fino hilo de humo conectó la tierra con los cielos. El carmesí brilló bañando sus rostros, y Fugaku sintió el primer ruido en su estómago, ese instinto animal que presagiaba problemas.

Pero habían vivido allí por tanto tiempo. Tanto tiempo. Estaban a salvo allí.

-¿Somos una familia normal americana? ¡Papá, tienes agallas!

Fugaku permitió que la risa de Itachi lo reconfortara.

-¿Qué? -extendió sus manos al máximo-. Somos una familia normal americana.

-Sí, si las familias normales americanas plantan uvas, hablan ruso y se transforman en animales salvajes a voluntad -Sasuke estaba adusto, serio.

-Bueno -Fugaku se encogió de hombros-. No muchos americanos hablan ruso.

Mikoto deslizó su brazo alrededor de su cintura y lo apretó.

-No me convierto en ningún animal salvaje por voluntad, y soy parte de esta familia -Hinata le sonrió con su vieja y descarada sonrisa, aquella que había estado echando de menos desde que volvió de la universidad-. ¿Y tú, mamá?

-No, no me transformo, tampoco.

-Una vez al mes las dos os convertís en osos -murmuró Sasuke.

-No hablamos de eso. Son problemas de mujeres -Fugaku taladró con la mirada a sus indisciplinados hijos.

-Como la colada -dijo Itachi.

-Oh, hombre. Estás en un buen problema -Sasuke se apartó del camino.

Fugaku también pensaba así.

Pero Mikoto no le dio ninguna cachetada a Itachi. En cambio miró a Fugaku y dijo:

-No hablaste sobre Sai.

El dolor acuchilló el corazón de Fugaku, pero respondió con paso seguro:

-Sai está muerto para nosotros.

-No -Mikoto agitó su cabeza.

-Muerto para nosotros -repitió. Su familia lo observó, todos doliéndose por la pérdida de su hermano. Pero Fugaku era el patriarca. Tenía que permanecer fuerte.

Sai lo había desobedecido. Se había regodeado en su poder de cambio, y ese cambio lo había llevado a lo profundo del corazón del demonio.

Qué bien conocía Fugaku ese corazón. A veces, por la noche, se sentía como si aún viviera allí.

Todo indicio de sol había desaparecido. La luna ocultó su cara, y las estrellas brillaron como pequeños trozos de cristal roto en un cielo de terciopelo negro.

Los Wilder se quedaron solos en la inmensidad del bosque fundamental. Solos…y aún sus hermanos y hermanas se agitaban en la maleza. La brisa desordenaba las ramas de los árboles, y los cedros perfumaban el aire gélido.

Mikoto rompió el agarre de Fugaku. Dio la espalda a su familia y se paró con sus manos apretadas fuertemente.

-Odio esa cosa.

-¿Qué cosa? -Sasuke no lo había visto.

-Mamá, déjalo estar -Hinata sintió la inexactitud también.

-No está bien -Mikoto lanzó lejos las toallas de la figura que el joven artista había hecho-. No está bien -en el súbito frenesí de la acción, atacó a la blanda arcilla, destrozándola con sus puños.

-No, mamá. ¡No! -Hinata capturó el brazo de su madre.

Y todos se congelaron.

Nadie supo por qué. Sólo sabían que algo había ocurrido.

O algo estaba a punto de ocurrir.

Lentamente, Mikoto se giró y encaró las brasas, y ella era…diferente. Una extraña.

Su voz, cuando habló, era baja, profunda, suave.

No era la suya. No la de su esposa. No la de Mikoto.

-Cada uno de mis cuatro hijos debe encontrar uno de los iconos de los Uchiha.

-¿Cuatro…hijos? -Fugaku miró a los chicos. A sus dos hijos y a su hija…y pensó en el único hijo perdido, Sai.

-Sólo su amor puede traer las piezas sagradas a casa -los ojos de Mikoto eran negros-y salvajes-. Uno realizará lo imposible. Y el amado de la familia será corrompido por la traición…y saltará al fuego.

Mikoto estaba en trance.

Antes de casarse con Fugaku, había sido la Única, la mujer de su tribu que veía el futuro. Pero desde que la había tomado y alejado de su gente, nunca había tenido una visión.

Ahora era como si todas las profecías reprimidas la estuvieran rebasando.

Mikoto alzó su mano y, uno por uno, señaló a sus hijos.

-El ciego puede ver, y los hijos de Madara Uchiha nos han encontrado.

Sasuke se enderezó y, como si pudiera controlar las mareas, dijo:

-Madre, para esto de una vez.

Estúpido muchacho.

Ella no lo escuchó. Ahora ella no era de esa tierra.

-Nunca estaréis a salvo, ellos harán lo que sea para destruiros y mantener el pacto intacto.

Su dedo se fijó y apuntó a Fugaku.

-Si los Wilder no rompen el pacto con el diablo antes de tu muerte, irás al infierno y estarás separado por siempre de tu amada Mikoto...

-Mamá, ¿por qué estás diciendo esto? ¿Por qué hablas de ti como si no estuvieras? –la voz de Hinata se tambaleó al borde de la histeria.

-Y tú, mi amor -los ojos de Mikoto se llenaron de lágrimas, y por primera vez, Fugaku se dio cuenta de que no se había ido, sólo allí, y ella sabía exactamente lo que estaba diciendo-. Ya no eres de esta tierra. Estás muriendo.

Lágrimas de respuesta brotaron en sus ojos. No podía respirar por el peso de su pesar. Como un gato asilvestrado, el persistente dolor en su pecho hundió sus garras en su carne y la rasgó desde los huesos. Luces brillantes de colores relampaguearon en su cerebro.

Y como un gran roble caído, cayó estrepitosamente al suelo.

Les digo que esta historia no es mía, ni tampoco los personajes.

Personajes: Son obra de Masashi Kishimoto

Historia: La historia es de Christina Dodd.

Yo solo hago una humilde adaptacion a los personajes de Naruto.

Parejas: SasuSaku.

Yadira Haruno