Introducción
Hermione se abrigó un poco más con el saco que tenía puesto. Para ser una noche de verano, era más fresca de lo normal. Había viento, el cielo estaba despejado, lleno de estrellas. Había salido, como todas las noches, para ver si se acercaba un grupo de escobas con noticias de sus padres. Sabía que no llegarían por la red flu, estaban demasiado lejos para eso y con las escobas actuales volarían tan rápido como las lechuzas.
-¿Cuáles son sus planes, señorita Granger?- ella se volteó, sorprendida por las palabras amables (de las primeras que recordaba, para ser sincera) de su antiguo profesor de pociones.
-No lo sé. Supongo que depende de lo que pase con mis padres- respondió, con la voz algo cerrada y manteniendo toda la distancia que podía.- No podría dejarlos solos, si los encuentran…- Todavía no confiaba en él; sus palabras, la manera en que podía manejarlas, jugar con ellas, siempre habían logrado herirla. Cuando lo había oído salir no había pensado que le dirigiría la palabra. Las últimas semanas, desde que había llegado a Grimauld, no había intercambiado todavía nada con ella más allá de un saludo.
-¿Podría darle un consejo?- le preguntó el profesor, sin dejar de ver también la sombra negra de los árboles. Esperó unos segundos, probablemente para darle tiempo de protestar. Ella guardó silencio.- Creo que, sea cual sea el resultado de esta búsqueda, debería tomar la oferta de la profesora McGonagall e ir a Hogwarts. No conozco a sus padres, pero estoy seguro de que estarían de acuerdo conmigo en que su educación es lo más importante… no solo para su futuro, sino para su tranquilidad.
Ella se quedó en silencio.
-Buenas noches, señorita.
-Buenas noches profesor- alcanzó a decir ella, cuando él ya estaba caminando a la casa. Lentamente, porque los medimagos todavía insistían en que no pasara mucho tiempo de pie. Había oído a Minerva, como ella insistía en que le dijera, discutirlo con él. Al tiempo que la posibilidad de su continuidad como profesor, ya que él se había rehusado terminantemente a ser nuevamente rector del colegio. No sabía él qué había decidido.
No sabía qué decidir ella misma respecto a lo que le habían ofrecido. Suspiró al tiempo que se sentaba en el escalón, como tantas otras noches, a ver el cielo. Todavía estaba tibio por el sol que le había dado toda la tarde, el musgo confortable a pesar de que ella siempre se sentara en el mismo lugar.
A Harry le había quedado fácil. Después de todo, era la oportunidad que siempre había querido y se la estaban dando como si fuera un privilegio para ellos y no para él. Ron lo seguía como siempre, y era parte del paquete. Los dos habían comenzado su entrenamiento un par de semanas antes.
Ella, por otro lado… La oferta del ministerio no la dejaba indiferente. Casi podía ser el equivalente a lo que le habían ofrecido a Harry: su propio trabajo soñado. Y sin embargo… Sin embargo, el profesor Snape tenía razón. Sabía que no podía estar tranquila sino hasta haber terminado su educación. La biblioteca la llamaba, ahora más que nunca, como si tuviera hilos invisibles, y ella aún no se sentía segura de querer dejarlos ir. De cuándo sería el momento. Su otro trabajo soñado, soñado desde que era niña, se lo había presentado Minerva unos días antes, en una larga discusión en la que habían ido más allá de lo académico. La misma noche que trató de no perder a uno de sus profesores más valiosos.
Se abrazó las rodillas, juntándolas al pecho, y apoyó en ellas la cabeza.
Esa noche había sido movida como ninguna. La Orden (todo sus miembros… o todos los que vivían) entrando y saliendo, organizando la casa, los invitados llegando antes de tiempo, los preparativos caóticos como siempre lo eran cuando se trataba de la fiesta de un Weasley. Era el cumpleaños de Ginny, la mayoría de edad que todos querían celebrar después de la guerra. El cumpleaños de Harry había sido algo enorme, desproporcionado, casi convertido en día cívico si no fuera porque Schakelbolt lo había impedido, y este querían mantenerlo en familia, pero hacerlo a lo grande.
En algún momento Minerva la había llamado a la biblioteca. Ella había ido, despacio. No la estaba pasando muy bien, si quería ser sincera. Ginny era, como era lógico, el centro de atención, con Harry sonriendo a su lado permanentemente. Ella, junto a Ron, se sentía tan atrapada como lo había hecho desde ese día en mayo. Desde la batalla.
-Primero que todo, Hermione, quiero que dejemos de lado los formalismos. Ya eres una adulta, madura, y es apenas lógico que nos llamemos por nuestros nombres. Por favor, dime Minerva- ella había sonreído, tal vez por primera vez en horas, y su profesora de transformaciones le había respondido con esa media sonrisa que era característica de ella.- Así me gusta. Quiero hablar contigo de varias cosas. Primero, sé que Kingsley ha hablado ya contigo al respecto de una posición en el ministerio… Sin embargo, también te tenía una propuesta que concierne Hogwarts.
-¿Volver a hacer el séptimo año? ¿Poder presentar mis Newts?- había preguntado ella. Aún si esperaba a sus padres todas las noches, en sus ratos en el escalón desde donde recordaba todo esto a veces imaginaba cómo sería su grado. Ellos siempre estaban presentes, a pesar del estatuto de silencio, a pesar de estar en Australia, ocultos detrás de una identidad ficticia.
-No te adelantes, querida. Es por esa línea, pero no precisamente eso. Verás, he hablado con Filius, Pomona y otros de tus profesores, y todos coincidimos en que obligarte a ver el séptimo año sería una pérdida de tu tiempo. Podrías aprovecharlo de otras formas. Sé que has leído Hogwarts: una historia más veces incluso que yo misma. ¿Te acuerdas de Filomena Stawick, en el siglo XVII?
Hermione había cerrado sus ojos, pasando mentalmente las páginas del grueso volumen hasta parar en el capítulo correspondiente y recordar de un golpe todo lo relacionado con esa estudiante, la que había impuesto un record aún mantenido de Newts cuando aún cursaba su sexto año. Con el correr de los años, se había instaurado una beca de investigación en su nombre. No recordaba quién había sido la última persona en recibirla, pues no era periódica sino que dependía del mérito de la persona. Minerva la miraba. Cuando Hermione abrió los ojos asintió.
-Queremos que vengas a Hogwarts, no como estudiante regular, sino como investigadora- Hermione la había mirado, sin saber qué decir. Había sentido cómo se le aguaban los ojos al recordarse de once años, con el libro enorme en su cuarto de infancia, contándole a su papá sobre esa beca. Solo había atinado a abrazar a Minerva.- No sabes cuánto te lo mereces- le había dicho al separase.
-Son poquísimos los casos en que se entrega esta beca, como sabrás- continuó, cuando Hermione estuvo de nuevo sentada en el sofá, frente a ella.- Generalmente, es una investigación que dura de cuatro a seis años, pero el tiempo puede prologarse de ser necesario, Merlín sabe que tenemos los fondos necesarios. Tendrías todos tus gastos pagos en el castillo, recibirías una manutención… un sueldo, podrías llamarlo, vacaciones como los profesores- Hermione asintió.- A cambio, se esperaría que escribieras un libro con el resultado de tu investigación o, si lo prefieres, varios artículos a publicar en las correspondientes revistas reguladas por la academia, que se recopilarían al final en un único volumen. Si lo desearas, podrías apoyar a los profesores dictando clases o con la corrección de algunos de sus trabajos, pero no es un requisito.
Y en eso estaba su decisión. Empezar de una vez, como echándose con la cabeza al frente, sin mirar, a trabajar en el ministerio por las causas que la habían llevado a tejer gorros de lana en sus ratos libres… tal vez con algo más de éxito. O más bien, podía encerrarse en el castillo, investigar, hundir lo brazos hasta los hombros en los manuscritos de la sección de la biblioteca que apenas se había enterado de que existía, tal vez hacer un descubrimiento, establecer una nueva teoría, desarrollar conjuros y hechizos que hicieran…
Cada opción venía con sus implicaciones, lo que podía o no hacerlas más atractivas. Ir a Hogwarts supondría una excusa perfecta para terminar lo que sea que tuviera con Ron. También implicaría estar encerrada, lejos de sus amigos, trabajando por su cuenta y con poco contacto con gente de su edad. No sabía qué tanto iría Harry a visitarla, ni si Ron podría perdonarla. Quedarse e ir al ministerio haría que todos esperaran que ella viviera con Harry y Ron en Grimauld Place, lo que hacía que se sintiera tranquila, pero implicaba que no había forma de salir de esa relación ridícula con Ron.
La bondad inesperada del profesor Snape.
La amiga que tal vez podía encontrar en Minerva.
Sus padres aún perdidos. Y ella sin saber qué hacer.
