Hola! Bueno, en medio de una combinación de Janis Joplin y una taza de chocolate caliente, y con muchas ganas de escribir algo de drama, les traigo este nuevo one shot, recien salido del hornito.
Hace un par de días revisando mi correo encontré un mensaje viejísimo con varias capturas de pantalla de un manga muy lindo que leí hace mil años. Es cortito, pero les juro que me llegó al kokoro. De hecho, fue el primero con el que lloré como niña, recuerdo que casi ahogo mi PC... Sí, en ese tiempo tenía PC . Y ahora que volví a leerlo y quedé con la misma sensación me dije a mi misma "oye, misma, tienes que adaptar esto a un fic" Y como la mayoría de mi repertorio es IchiRuki, quise cambiar a mi otra parejita estrella... El sasusaku *o* Casi no escribo sobre ellos, solo leo y babeo, así que espero haber hecho un buen trabajo con esto.
Bueno, espero que les guste. Recuerden dejar sus comentarios, alabanzas y reclamos en el buzón-review.
Naruto y sus personajes no me pertecen... Ya quisiera yo :(
La historia es una adaptación del manga "Watashi-tachi no shiawase na jikan"
Advertencia: AU - OoC
NUESTRO TIEMPO DE FELICIDAD
"Las 10 de la mañana de cada jueves… este es el único momento en el que podemos vivir"
25 de octubre, 2017.
Desde el balcón de mi departamento, sentada en el cómodo sofá de la terraza y envuelta en una gruesa manta gris, podía ver como los rayos del sol iluminaban poco a poco la enorme ciudad de Kyoto.
En la mesita frente a mi reposaban la humeante taza de café, un elegante bolígrafo y aquel sencillo cuadernillo de cuero negro que ahora es mi más grande tesoro y el cual utilizo como un diario.
Una suave brisa sopló de pronto y me estremecí. Cogí la taza y bebí un sorbo de café, sintiendo como calentaba todo mi cuerpo.
Al regresar la taza en la mesa tomé el bolígrafo y el diario entre mis manos y lo abrí.
¿Quién diría que volvería a escribir un diario? Sonreí. Ni siquiera yo creí volver a tener uno. Esas cosas las había dejado de lado cuando era niña, encontraba estúpido escribir mis vivencias o sentimientos en un burdo trozo de papel. Sin embargo al recibir aquel diario, volví a retomar la actividad de escribir hace un par de meses y en el he encontrado mucho más consuelo que todas las terapias con psicólogos y psiquiatras que cobran por hora.
Tal vez es porque es un regalo suyo, tal vez porque en parte lo hacía por él, tal vez porque ahora le daba otro enfoque… no lo sé.
Suspiré y comencé a escribir mi diario, ahora mi amigo. Tal vez en el encuentren más palabras y recuerdos tristes que de alegrías, como se supone que debería ser en un principio. Tal vez incluso le resulte preocupante y despierte las alertas de las personas que buscaban verme bien, pero no, no es nada de eso. Simplemente es la oportunidad en donde puedo expresar libremente la mentalidad que tenía hace varios meses —o incluso años—atrás.
Un rayo de sol me dio justo en la cara y me obligó a cerrar los ojos. Detuve el bolígrafo y sonreí al sentir su calor.
Sonreír con el sol. El saber que lo hacía no dejaba de sorprenderme. Antes eso era imposible. No hace mucho tiempo los detestaba, incluso temía a los rayos del sol.
¿Por qué razón? Simplemente porque en la oscuridad podía vivir sin sentirme afectada por todo lo que me rodeaba. No vería la verdad frente a mi, recordándome todo aquello que marcó mi vida hace años.
Regresé a escribir y una gota cayó sobre las hojas, borrando un poco la tinta. Otra vez estoy llorando, pero creo que no es por tristeza, al menos no en un cien por ciento. Ya no.
Suspiré y sequé mis ojos, tratando de animarme.
La primera vez que lo vi fue en un día igual, en un momento luminoso idéntico a este.
PRIMER ENCUENTRO: NÚMERO 7237
Kyoto, 25 de noviembre 2016.
Las cortinas del cuarto del hospital estaban cerradas por petición mía. Tal vez afuera el sol estaba en lo alto, pero no me interesaba verlo.
Cerré mis ojos y fingí estar dormida cuando las enfermeras entraron a realizar el chequeo matutino.
—¡Buenos días, Sakura! —escuché la voz de Ino, una de las enfermas titulares que estaban a mi cargo. Ella era agradable, hablaba mucho y siempre trataba de subirme en ánimo. —Oh, sigue dormida.
—Probablemente por los sedantes. —reconocí la voz de TenTen, la otra enfermera. Muy joven y alegre también.
Escuché dos voces más. Al parecer eran estudiantes, pues escuchaba como preguntaban cosas e Ino y TenTen les respondían y le enseñaban cosas sobre cuidados al paciente y algo de farmacología que no entendí el todo.
Sentí como Ino caminaba a mi lado, acomodaba mi cabello y luego arreglaba los narcisos que estaban en el flojero sobre la mesita junto a mi cama.
Alguien llegó hasta los pies de mi cama y tomó la ficha médica que suelen colgar ahí.
—Nombre del paciente, Sakura Haruno. Edad 29 años. —dijo una de las estudiantes, tenía una voz muy suave e infantil.
—¿Eh? ¿Haruno? —preguntó la otra muchacha. —Espera, ¿es ella? ¿la famosa pianista?
Sentí como las dos se acercaban a mi cama, seguramente para verme mejor.
—¿Su familia no es dueña de una cadena hotelera también?
—Vaya, ¿por qué habrá querido llegar tan lejos?
—Eso no es importante, continúen con el informe. —las apuró Ino, sonaba un poco molesta.
—¡Ah, sí! —asintió la primera chica. —Sakura Haruno, 29 años, tercer intento de suicidio.
—¿Tercer intento? —interrumpió la otra, sonaba escandalizada.
—Debe llevar un tiempo haciendo cosas así. En una familia como la suya y con su estatus… me pregunto qué le ocurrió.
—Tal vez no hay muchos vínculos entre ellos. Debe ser así como para intentar quitarse la vida tantas veces…
—Sí, es el tercero. —intervino Tenten, con tono grave. —Derivada a la unidad de psiquiatría, presión arterial 115/80, frecuencia cardíaca 81. Tratamiento con antidepresivos y sedantes, clorimipramina en suero fisiológico durante dos horas. ¿Complicaciones? ¿Observaciones? ¿Evolución?
—Pedimos el informe del paciente, no los cuestionamientos de su vida personal. —agregó Ino, molesta. —Si no pueden separar esas cosas tal vez no deberían estar en esta sección del hospital. —agregó Ino, molesta.
Las dos chicas se disculparon y continuaron con su labor. Las sentía caminar de un lado a otro, cambiando mi ropa de cama y anotando cosas en una planilla.
Ino cambió la vía endovenosa de mi mano y acomodó la almohada bajo mi cabeza.
Fingí estar despertando y abrí mis ojos lentamente.
La sonriente cara de Ino me dio la bienvenida.
—Buenos días, Sakura. ¿Cómo te sientes?
"Igual de mal que hace dos días, cuando me trajeron de vuelta" pensé, pero obviamente no podía decírselo.
TenTen se acercó a saludarme también y las dos me hablaron durante un buen rato. Yo solo las escuchaba. Rara vez les hablaba, pero ellas no se detenían.
- o -
Ya casi era mediodía y mi habitación estaba en silencio. Para mi infortunio el doctor a cargo había ordenado que abrieran las cortinas, aunque al menos podía consolarme con que estuviera nublado. Parecía que llovería.
Yo miraba fijamente las rosas blancas que estaban en un florero en la mesa de mi habitación.
¿Quién las habría enviado? Obviamente alguien que no me conocía para nada.
Siempre odié las rosas, son demasiado presumidas para mi gusto, pero odiaba especialmente las rosas blancas. Representaban pureza e inocencia, todo lo que yo no era desde hace mucho tiempo. Quise levantarme y arrojar el florero contra la pared, pero no podía levantarme.
Ino me dijo que seguiría débil durante al menos un día más, consecuencias del maldito lavado estomacal que logró "salvar" mi vida.
Fue entonces que la puerta se abrió.
Ni siquiera tuve que voltear para ver de quien se trataba, el sonido de los tacones contra el piso y ese intenso perfume fueron suficientes para reconocerla.
Se sentó en la silla junto a mi cama y me observó.
—Veo que ya estás despierta. ¿Vas a mirarme al menos? —su voz, fría e implacable como siempre, retumbó en mis oídos.
Giré mi cabeza lentamente y me encontré con la dura expresión de Mebuki, mi madre.
No había ni un ápice de preocupación en su mirada. Nada de lo que se esperaría en una madre que va a visitar a su hija suicida.
Fruncí el ceño y luego sonríe levemente.
—Vaya, que extraño se me hace esto. —cerré mis ojos lentamente y los abrí para mirarla fijamente. —Apenas he despertando, pero en cuanto vi tu cara he sentido ganas de volver a morir.
Mebuki solo cerró los ojos.
—Que graciosa. —se cruzó de brazos. —¿Crees que está bien decirle esas cosas a tu propia madre? Ya no eres una mocosa…
No quería escucharla, así que solo giré la cabeza y miré a través de la ventana.
El sonido de la silla arrastrándose me avisó que la visita ya había terminado. Lógico.
—Me han dicho que mañana te darán el alta.
—¿Te interesa? —repliqué.
—Enviaré un auto a recogerte.
—No es necesaria tanta amabilidad. Puedo irme sola, conozco el camino hasta mi casa.
Mebuki suspiró.
—Tengo una terrible jaqueca esta mañana y tu actitud no ayuda para nada. —se acomodó el cabello con la mano y suspiró otra vez. —Si me disculpas creo que me iré ya.
Sonreí burlona. Claro que se iría pronto, así había sido siempre. Cada vez que un problema superaba su control, ella solo se apartaba o se lo dejaba a alguien más.
La vi acomodarse el abrigo y ponerse los guantes. Siempre tan elegante, soberbia y altiva. Sin decir nada más caminó hacia la puerta y la abrió.
—Me sorprende tu tenacidad hacia la vida. —le dije antes que desapareciera de mi vista. Ella se detuvo. —Aún cuando papá nos ha dejado continúas con fuerzas para soportar la vida. ¿Cómo lo haces?
—Eres patética, Sakura. —giró para encararme y me miró con desprecio. —¿Acaso alguna vez te has parado a pensar en cómo se sienten los demás? No todos somos cobardes como tú, que inventas motivos para huir de tus responsabilidades y odiar la vida.
¿Inventar…? ¡¿Inventar?!
Apreté mis puños contra las sábanas y mis ojos se llenaron de lágrimas. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía esa mujer desarmarme por completo con solo una frase?
—Y ahora solo lloras. —soltó y casi pude sentir asco en su tono. —Sigues haciendo berrinches aun cuando ya no eres una niña, Sakura.
—Yo…—me mordí el labio inferior para que dejara de temblar. —Yo he decidido morir… porque si sigo viviendo más tiempo, temo que llegue el día en el que mate.
Los ojos de Mebuki brillaron con furia.
—Deberías ser más agradecida, Sakura. —hizo una mueca de desprecio. —Todo sería más más fácil si nunca hubieras nacido.
Y desapareció tras dar un portazo.
Las lágrimas no tardaron en caer por mis mejillas y golpeé el colchón con furia.
¿Cuántas veces había oído aquella frase? Ya perdí la cuenta. Recuerdo que en el pasado esas palabras me hacían llorar mucho y generalmente corría a abrazar a mi padre o a mis hermanos. Sin embargo ahora papá ya no está, Sasori trabaja en Estados Unidos y Gaara estudia en Londres.
Estoy sola.
Traté de distraerme y me concentré en lo que sucede al otro lado de mi ventana. Desde mi cuarto se podía ver el edifico del frente, el ala de maternidad del hospital. Pude distinguir a una pareja, al parecer están dando de alta a la madre y al bebé, quien a juzgar por la cobijita celeste, es un niño. Los tres se ven muy felices y salieron de la habitación junto a una enfermera.
Me pregunté si mi madre alguna vez sonrió conmigo.
Mebuki hace mucho tiempo fue una pianista muy famosa y reconocida, se casó con mi padre —el adinerado dueño de una gran cadena hotelera—y tuvieron a mis dos hermanos mayores.
Todo iba muy bien, Mebuki seguía brillando en su carrera hasta que quedó embarazada de mí. Ya había pasado varios años, ya era un poco mayor y no quería arriesgarse a las complicaciones del parto. Siempre me dijo que no quería tenerme, pero papá estaba muy emocionado con la idea y terminó convenciéndola.
Pasó lo que ella temía, el parto se complicó y Mebuki quedó con una parálisis en sus extremidades superiores. Con el tiempo recuperó el movimiento general, pero las articulaciones de sus manos quedaron dañadas, realizar las flexiones para tocar un acorde en el piano resultaba imposible y fue así que su carrera terminó.
Yo soy la razón por la que su brillante carrera se acabó y no tenía reparos en recordármelo a cada momento. Papá también se sentía muy culpable, pero nunca me recriminó nada.
- o -
Al día siguiente cuando desperté, Ino estaba junto a mi. Acababa de dejarme una bandeja con el desayuno —no muy sabroso, debo decir— y me informó con una sonrisa que tenía visita.
"¿Visitas? No quiero ver a nadie, dile que se largue" pensé, pero no alcancé a decir ni una sola palabra cuando la rubia enfermera abrió la puerta y la dejó pasar.
Abrí los ojos sorprendida al ver quien era. Mi tía, tan hermosa como siempre.
Ino se despidió con una leve reverencia y nos dejó solas.
No alcancé a parpadear dos veces cuando mi tía Kushina se abalanzó sobre mí para abrazarme. Su cabello rojo quedó desparramado sobre la cama.
Permanecimos así por un buen rato. Ella lloraba a mares, yo trataba de aguantarme, pero las lágrimas eran insolentes y rodaban por mis mejillas.
—Tía Kushina. —dije una vez que nos separamos.
Ella se sentó en la silla junto a mi cama y me sonrió. ¿Cuántos años han pasado? ¿Cinco? Tal vez más.
—Sakura, ha pasado mucho tiempo. —me sonrió ella.
Yo solo asentí.
—Has crecido mucho, pequeña.
—Supongo que sí, pronto cumpliré treinta.
Ella asintió y se levantó para sentarse sobre mi cama.
—Cierto, pero… no lo suficiente como para que tengas que morir ya.
Quedé en silencio por un minuto. ¿Quién le habría dicho? Dudo que mamá lo hiciera, ellas dos no se llevaban muy bien. Mi tía era hermana de mi padre y a mamá nunca le agradó su forma de ser.
—Tiene que pasar mucho tiempo para eso. —me dijo y yo solo cerré los ojos. —Sin embargo llegará el día en que no te darás cuenta que te volviste una anciana y estarás a un paso de tu muerte.
Apreté los puños.
—No quiero esperar a ese día. —rebatí. —Para mi las horas que debo seguir viviendo son una agonía que deseo tirar a la basura.
Ella me miró con enojo al principio, pero luego su semblante se entristeció.
—Sakura, ¿qué fue lo que pasó "ese" día?
Fruncí el ceño y varias imágenes desagradables aparecieron en mi mente.
—No… no quiero hablar de eso. —la corté. —Mejor háblame de ti, ¿qué has estado haciendo todo este tiempo? ¿Sigues como voluntaria en ese programa de inserción social? ¿Qué hay con la iglesia?
Sentí su cálida mano acariciar mi cabello y temblé ligeramente.
—Sakura, tu madre dice que quiere internarte por un mes. O que recibas terapias domiciliarias.
Abrí los ojos y apreté los dientes. ¿Para qué quiere internarme? ¿Teme que intente matarme otra vez? ¿Acaso no sería mejor para ella si desaparezco de una vez? ¿Y para qué quiere que reciba terapias?
—Supongo que ya no quiere más escándalos manchando su honroso apellido. —sonreí con ironía. —¿No sería mejor dejarme sola como siempre y olvidarse de mi? No creo que le sea tan difícil.
—Sakura, ¿en verdad no hay otra opción? —me preguntó tomando mis manos y supe que se refería a mi decisión de acabar con mi vida. —Puedo ayudarte, si tú me dejas.
Negué con la cabeza y solté sus manos. No hay opción. Mi vida se derrumbó hace años. Sentí un pequeño dolor en el pecho al ver su expresión triste. Lo lamento por ella, la quiero mucho y no me gusta verla triste, pero ya no puedo seguir así.
Mi tía entonces se levantó y caminó hasta su bolso, sacando de su interior una pequeña libreta naranja. Revisó sus páginas hasta que encontró lo que buscaba.
—Número 7327. —me dijo.
—¿Eh?
—Es un preso condenado a muerte. Le envío cartas, pero nunca nos hemos juntando para hablar. Apenas y lo he visto.
Caminó hasta la ventana y tomó el florero con las rosas. Las observó fijamente y las dejó en un lugar más lejos de mi vista. Sabía que no me gustaban.
—Ese hombre ha intentado suicidarse en muchas ocasiones estando en prisión, al igual que tú.
"No debe ser de extrañar que un reo lo intente, tía. No deberías preocuparte por eso."
—¿Me ayudarías?
—¿Eh?
—¿Me darías una mano con él? Yo hablaría con tu madre.
Parpadee varias veces.
—¿Estás bromeando, verdad? —no pude evitar reír. —Ni siquiera puedo vivir mi propia vida, ¿cómo voy a darle consejos a otra persona?
Ella sonrió también.
—Bueno, no voy a tratar de convencerte, es tu decisión. Solo pensé que preferirías salir tranquilamente de aquí y estar un rato conmigo, pero si quieres puedes quedarte aquí un mes entero encerrada, comiendo esa horrible comida y aguantando que todos vengan a verte como si fueras un juguete de aparador.
"¡Ajá!"
Fruncí el ceño y suspiré resignada.
—¿Qué es lo que hizo ese hombre?
La miré fijamente y vi en sus ojos un dejo de tristeza y algo de culpa.
—No tiene que ver con el pasado, Sakura.
Suspiré otra vez. La tía Kushina ha sido voluntaria para una programa de la iglesia en donde van a visitar presos que no tienen familia o alguien que los visite. Los ayudan con su educación con el propósito de una futura reinserción a la sociedad. También a veces visitan el pabellón de los condenados a muerte, donde tratan de al menos brindar algo de apoyo emocional a los convictos sin familia.
Los ojos claros de mi tía se clavan en mí, obligándome a responderle. Desvié la mirada y sabiendo que podría a arrepentirme después, asentí.
—Bien, te veo el jueves a las 9:30 en la entrada de la prisión. No llegues tarde.
Dicho esto se despidió de mi con un beso y salió de mi habitación.
Al día siguiente.
—¿Ya van a ser las 10? —pregunté en voz alta al mirar la hora en la radio de mi auto. —La tía Kushina va a matarme.
Recordé momentos de mi niñez en que ella solía darnos coscorrones en la cabeza a mi y a mi primo cuando nos retrasábamos y no pude evitar sonreír. Esos días parecen tan lejanos.
- o -
Estacioné mi auto y caminé a paso lento hasta la entrada. La verdad estos asuntos no me interesan en lo más mínimo. Y creo que vivir tu vida a base de sermones de superación personal dados por otra persona es completamente opuesto a mis creencias.
Lo han intentado conmigo y no ha resultado. ¿Con qué cara voy a hablarle al tipo este? Estoy segura que solo me sentiré peor.
Aun así ya me comprometí con mi tía y tengo que cumplir.
Ella… es alguien que conoce muy bien lo que es la soledad. Tal vez por eso trata de animar con tantas fuerzas a estas personas.
El sol me llegaba en la cara y me hizo fruncir el ceño. ¡Cómo odiaba las mañanas! El solo sentir el calor del sol me producían arcadas. Traté de avanzar lo más rápido que pude y totalmente encorvada, parecía una gárgola. Llevaba puestos los lentes de sol y la capucha de mi abrigo.
Al llegar a la entrada miré en varias direcciones y entonces sentí un golpe en la cabeza.
—¡Auch! —me quejé y el guardia de la entrada me miró con sorpresa.
Los lentes cayeron al piso.
—¡Te dije que no llegaras tarde! —me gruñó ella y parecía que su cabello serpenteaba.
—Es que… había mucho tráfico.
—Te cité media hora antes para que llegaras a las diez y aun así llegas tarde.
—Vine lo más rápido que pude.
Ella frunció el ceño. No pareció agradarle mi respuesta.
—Escúchame, según tú, las horas que pasas viva significan menos que basura, pero esa es la forma en que las personas con suerte le dan la bienvenida a la llegada de un nuevo día. —me dijo en tono molesto. —Si te pedí ayuda es porque creo que es bueno para ti, pero si no te lo tomarás en serio o lo harás de mala gana será mejor que vuelvas a ese hospital.
Me sentí culpable y agaché la cabeza.
—Lo siento.
Ella me miró un poco enojada y dio media vuelta para entrar. Me apuré a seguirla y todo el camino estuve tratando de disculparme.
Al final ella sonrió, al parecer le divertía ver mi expresión arrepentida.
—Ya quítate eso, pareces un vagabundo. —me dijo y me bajó la capucha del abrigo.
Mi cabello cayó desordenado y me daba un aspecto al tío Cosa de Los locos Adams. Traté de arreglarlo un poco a medida que avanzábamos.
- o -
Nos hicieron pasar a una sala de espera y nos sentamos.
Al cabo de unos minutos llegó un hombre frente a nosotras. Era alto y atractivo, de cabello plateado despeinado y tenía una curiosa cicatriz que atravesaba desde su ceja hasta su pómulo izquierdo. Era un milagro el ver que no había perdido el ojo.
—Kushina-san. —saludó el recién llegado. —Disculpe, me atrasé un poco.
Mi tía se puso de pie y me obligó a levantarme para saludarlo.
—Buenos días director Kakashi. Le presento a mi sobrina Sakura.
Él me saludo con una leve reverencia y me contó que mi tío Minato había sido su profesor en la Academia de policías y lo conocía desde muy joven.
—¿También eres parte del voluntariado? —me preguntó, pero yo negué con la cabeza.
—Solo estoy ayudando a la tía Kushina. —respondí. Tal vez fui un poco cortante, pero ya me estaba arrepintiendo de estar ahí. Me resultaba algo incómodo.
—Ya veo. —él sonrió y se rascó la nuca. —Pero vaya, él estará feliz de ver que una chica tan guapa viene a visitarlo. —sonrió otra vez. —Le sorprenderá de ver alguien cercano a su edad, para variar.
—¿Por qué lo dice? —no pude evitar preguntar y noté como su sonrisa desapareció.
—Pues… él es el prisionero más joven en el ala de condenados.
No me atreví a preguntar por su edad.
—Ah, por cierto. Hoy me dijo que quería verla. —le comentó a mi tía y ella se sorprendió.
—¡Oh! ¿Lo dices en serio?
—Sí. —sonrió otra vez. —Acompáñenme, los llevaré al área de visitas.
La sala de visitas era una habitación de lo más fría. Estaba separada por un cristal con pequeños agujeros para permitir la comunicación y a cada lado de la sala había una silla.
Mi tía preguntó si era posible estar en el mismo lado de la sala, pero el director negó. Según él eran las normas y supuse que tendría razón. Después de todo eran criminales condenados a muerte, podían ser muy peligrosos.
Ella insistió argumentando la sorpresa que le causó el que el prisionero n°7237 hubiera accedido al fin a una visita.
Kakashi lo pensó por varios segundos, podía meterse en un buen lío, incluso con su posición como jefe del pabellón. Aun así parece que no podía negarse a las súplicas de mi tía y terminó accediendo.
—Por favor que esto no salga de aquí. —me pidió en un susurro y yo asentí.
—Le está haciendo un favor a mi tía, obviamente no diré nada. —me encogí de hombros. —Por cierto, esto se ve muy tranquilo. —comenté mirando a mi alrededor.
Él me preguntó a qué me refería.
—Tal vez es por lo que se ve en las películas, pero creí que habría un gran alboroto o al menos gritos de convictos revoltosos.
Kakashi se cruzó de brazos y se recargó en la pared.
—Aquí los convictos condenados a muerte tratan de pasar el resto de sus días lo más solos que puedan.
Mi tía prestó atención a la conversación.
—Ellos tienen 45 minutos de ejercicios al día y tres comidas al día, pero es todo lo que hacen. Luego regresan a sus celdas tratando de aislarse de todos. —suspiró. —Un prisionero normal puede dedicarse a alguna actividad que sepa hacer, manualidades, artesanía, etc. Mejorar sus habilidades anhelando el momento en que puedan usarlas afuera nuevamente. Sin embargo los condenados a muerte no. ¿Para que hacer algo si saben que nunca saldrán de aquí a menos que estén muertos?
El hombre se pasó la mano por el pelo y continuó.
—En Japón la condena a muerte rara vez se da y la fecha de ejecución no está fijada. Ellos viven de esa manera por años, con el miedo a despertar una mañana y saber que ese día les toca.
—¿No hay manera de demostrar arrepentimiento y pedir una segunda oportunidad? —preguntó mi tía.
—Algunos llevan más de siete años aquí.
—Si su condena es la muerte no entiendo porque los tienen tanto tiempo sufriendo así. —intervine. — Puede que algunos anhelen el día de su ejecución para pagar de alguna forma el daño que cometieron, sin embargo los obligan a vivir una vida que ellos mismos ya han desechado.
De alguna forma lo decía por mí también. Porque a pesar de mi decisión, al llegar al hospital terminaban salvándome la vida, obligándome a vivir. ¿Sería lo mismo que con esos convictos?
—¿De verdad piensas eso? —me preguntó Kakashi. Me miraba fijamente.
No tuve tiempo para responder, pues él se alejó de la pared y desapareció tras la puerta. Al cabo de unos minutos ingresó nuevamente y nos observó.
Yo estaba recargada contra la pared, de brazos cruzados. Mi tía sentada en uno de los sillones.
—Número 7237, pasa. —dijo y se hizo a un lado para permitirle el ingreso al convicto al que fuimos a visitar.
Venía esposado de pies y manos y usaba el típico traje de la prisión. Avanzó lentamente, iba un poco encorvado. Kakashi cerró la puerta.
—Saluda, chico. —dijo el director dándole una suave palmada en la espalda.
El prisionero se irguió lentamente, era alto, casi tanto como Kakashi, tenía el pelo negro, despeinado y un poco largo, el flequillo casi cubría el lado izquierdo de su cara. Sus ojos eran muy negros y su piel muy blanca.
En una situación normal podría decirse que era atractivo.
Cuando recorrió la sala, su vista se clavó en mi tía, analizándola con la mirada y luego me observó. Noté que entrecerraba un poco la mirada, como cuando alguien se te hace familiar y quieres recordar de dónde.
Naturalmente no nos conocíamos.
—Bueno, bueno, así que tu eres Sasuke. —sonrió mi tía, levantándose.
Así que se llama Sasuke. Bueno, obviamente n° 7237 no era un nombre. Me sentí idiota por un momento.
—Por fin podemos vernos.
Ella se acercó a él y yo me tensé.
—Deja que vea bien tu cara, chico. —le dijo con dulzura. —Hay muchas cosas que me gustaría hablar contigo.
A juzgar por su expresión él no tenía ningún deseo de hacerlo.
—¿Una de esas cosas sería el saber si intentaré suicidarme otra vez?
Me sorprendió lo directo que fue y también el tono de su voz. Era grave y varonil.
—Sí, también pretendía hablar de eso. —respondió mi tía.
—Ya he abandonado esa idea. —cerró los ojos y los abrió con lentitud. —En una de sus cartas usted decía que el suicidio no expiaría mis pecados. Y tiene razón, si lo hiciera solo sería un cobarde. Así que solo esperaré y anhelaré el día en que me maten.
—¡Sasuke! ¡No digas eso! —lo reprendió el director.
—No es problema para mi, Kakashi. —dijo mi tía. —Por ahora sentémonos para hablar un poco, ¿te parece?
Él frunció levemente el ceño.
—Ah, pero antes de eso, te traje un dibujo hecho por los niños del orfanato. Espero que te guste. —la vi rebuscar en su bolso y sacar un rollo de papel.
—Espere un momento señora. —la interrumpió. —No vine aquí para ponerme a hablar con usted.
—¿Eh?
—Las cartas, las visitas, las cosas que me envía, por favor deténgase. No es necesario que lo haga.
—Vamos, Sasuke, no seas así. Te pido disculpas si te ofendí en algún momento, pero es que… yo… no tengo hijos. —apreté mis puños al oírla, sé que está sufriendo. —Así que al ver a alguien tan joven aquí no pude evitar emocionarme contigo. Lo siento. Solo me gustaría que supieras que puedes contar conmigo. Podemos hablar de lo que quieras.
Al ver la sonrisa de ese tal Sasuke tuve un mal presentimiento.
—Hmp. ¿Sabe? Cuando era niño y vagaba por las calles, una vez llegué a una iglesia, dentro habían muchas personas como usted, voluntarias para ayudar a los niños. Me acerqué a pedir comida y naturalmente ellas me ayudaron, me alimentaron y arroparon. Los adultos que conocía no valían la pena, pero ellas sí, me contaban cuentos y me cuidaban. Yo las veía como deidades. —tomó aire y se irguió aun más. —Pero cierto día llegó un vagabundo, un hombre ya viejo y harapiento, parecía casi a punto de morir. Él también se acercó a las mujeres, buscando la gentileza que recibían los niños y se acercó a una de ellas y le tomó las manos para pedirle ayuda, pero ella se apartó enseguida, gritó y lo miró con rechazo, con repulsión y asco.
Hubo un silencio por un momento.
—Aquel pobre anciano no podía dejar de llorar mientras se alejaba del lugar.
Mi tía se acercó a él y puso una mano en su pecho.
—Es una triste historia, lamento mucho lo que le ocurrió a ese hombre, pero…
El ruido de las esposas nos sobresaltó. Sasuke levantó las manos frente a la cara de mi tía y trató de separarlas violentamente, provocando aquel ruido.
Ella cayó sentada frente a él y había levantado una mano hasta su cara para protegerse.
—Sí, casi exactamente la misma cara. —señaló él mirándola fijamente. Sus ojos negros parecían dos profundos pozos.
Mi tía respiraba agitada, pero más que asustada parecía triste.
—En el fondo usted es como una de ellas.
—¡Sasuke! ¿Qué diablos estás haciendo? —gruñó Kakashi, acercándose a él y tomándolo por los hombros para alejarlo un poco de mi tía. —Creo que ya es todo. —agregó él y tocó el timbre para que entraran los dos guardias que esperaban afuera. —Llévenselo, chicos.
—¡Ven conmigo, chico! —gruñó uno de los guardias, un sujeto con un horrible corte de pelo y cejas pobladas.
—Ese día aprendí que las personas que más discriminan a los demás, son las que más se esfuerzan por parecer tolerantes y los que más dicen estar apegados a la iglesia. —dijo mientras intentaban sacarlo. —Puede que yo haya asesinado a esas personas, pero lo que hizo esa mujer no es tan distinto, según mi punto de vista. Cuando veo a gente como usted, pregonando amor al prójimo, solo siento náuseas.
Lo miré fijamente hasta que lo sacaron a rastras del cuarto. Fue entonces que me acerque a mi tía.
—¿Te encuentras bien? —le pregunté mientras la ayudaba a levantarse.
—Sí, pero Sakura, toma esto, llévaselo por favor. —me dijo entregándome el dibujo. —Quiero que al menos le de un vistazo al trabajo de esos niños, eso me haría muy feliz.
—Dudo que ese sujeto necesite este tipo de ayuda, tía.
—No podemos saberlo aún, por favor Sakura, llévaselo.
A regañadientes me levanté y salí de la sala. Apuré mis pasos y logré alcanzarlos.
—Esperen, esperen, por favor.
Tuve que gritar como histérica para que los guardias me escucharan. Se detuvieron y voltearon lentamente, mirándome como si me hubiera vuelto loca.
Avancé hasta llegar frente a ellos.
—Mi tía quiere que te lo quedes. Es un obsequio para ti.
Él me miró sin ningún tipo de expresión. Era casi como si no estuviera ahí.
—No lo necesito. —y se volteó. —Ya lo dije, las personas como ella son las más persistentes a la hora de despreciar personas.
Fruncí el ceño y apreté los puños.
Los eslabones de la cadena que arrastraba sus pies hacían ruido con cada paso que daba.
—¡Hey! —grité una vez más para llamar su atención. Los tres se detuvieron y voltearon a verme. —Creo… que tanto tú como ese anciano tuvieron mucha suerte.
Él arqueó una ceja, como queriendo decirme "¿suerte? ¿estás demente?"
—Creerás que estoy loca, pero en tu caso, cuando comprendes la rudeza de las cosas cuando tu vida apenas ha comenzado, eso te da la oportunidad para decidir como quieres vivir tu vida, en que tipo de persona quieres convertirte. —bajé un poco la cabeza. —Y si como le pasó a ese anciano, eres traicionado casi al final de tus días, al menos te queda el consuelo de haber vivido toda tu vida de una manera feliz, aferrado a una esperanza. En ambos casos resulta algo bueno.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero las contuve a la fuerza ¡Diablos, no! No podía llorar frente a él, frente a un desconocido.
—L-lo peor que te puede pasar, es que todo se te venga abajo cuando aun vas por la mitad de tu vida.
Mi mentón tembló y con eso ya era suficiente. Me di media vuelta y me fui de ese lugar.
—¡Oye, camina! —escuché a un guardia gritarle, al parecer era el cejudo.
—¡Vamos, Sasuke, muévete!
POV Sasuke.
La escuché decir esas palabras con la voz quebrada, parecía que lloraría. Vi como su mentón temblaba y entonces se dio media vuelta.
Permanecí quieto unos instantes, micro segundos tal vez, y entonces unas imágenes y recuerdos comenzaron a llegar a mi cabeza; una fría tarde de invierno, una vitrina casi congelada, un televisor transmitiendo un programa y un niño sucio de pelo negro pegado al cristal.
Una música hermosa, la más hermosa que hubiera escuchado en mi vida, tan hermosa que parecía rasgar cada parte de mi alma de ocho años. No importaba el frío, ni el hambre. Solo quería permanecer ahí, viéndola para siempre. Me sentía alegre y también triste, quería llorar y quería reír.
Las manos de esa niña se movían con tanta gracia sobre las teclas de aquel piano y el sonido acariciaba mis oídos. Parecía un ángel, con un vestido blanco y un moño rojo sobre aquel llamativo cabello rosa. No podía ver sus ojos, los tenía cerrados, completamente concentrada en su repertorio.
No fue después de diez minutos cuando apenas acabó la canción que ella se levantó y agradeció al público que pude verlos. Sonrió y un brillo de alegría iluminó sus ojos verdes.
Preciosos.
Salí de mi trance justo cuando ella giraba por una esquina. ¿Cómo podía haber olvidado ese cabello y esos ojos?
—¡Oye, camina! —me gritó Gai, el guardia cejudo,
—¡Vamos, Sasuke, muévete! —escuché la voz de Asuma, pero yo permanecí inmóvil.
Estaba casi congelado, no podía moverme. Podría decirse que estaba en shock y que por primera vez después de tantos años, sentí que algo cálido latía en este espacio que tengo en el pecho.
Al llegar a mi cuarto, Kakashi ya me esperaba recargado en la pared. Seguro había tomado el otro camino para llegar antes. Vi que en su mano tenía aquel dibujo.
Me liberaron de las esposas y me senté en la cama. Kakashi entró conmigo, eso no estaba permitido, pero al parecer a él le valían las reglas.
—Ella me lo dio cuando regresó. —dejó el pergamino de papel sobre mi cama. —¿Por qué no lo aceptarse? Kushina-san y su sobrina solo quieren ayudarte. Anda, ábrelo.
Fruncí el ceño y abrí el jodido papel. Eran dos cuervos —uno más pequeño que el otro— que estaban bajo la sombra de un gran árbol de sakura.
—Solo es mejor no involucrarse con nadie. —respondí algo tarde a la pregunta de Kakashi. —Pero tú eres el tipo de persona que sí lo hace, ¿verdad?
—¿Eh? ¿A qué te refieres?
—A nada.
Me dejé caer sobre el colchón y entonces Kakashi salió de mi habitación. Acomodé el papel sobre el pequeño buró y suspiré.
Ese dibujo era de lo más apropiado.
Fin POV
—¿Quieres que te lleve a tu casa, tía? —le ofrecí, pero ella negó con la cabeza.
—Prefiero caminar, pero gracias. —me sonrió. —Te veo el próximo jueves. Y por favor esta vez no llegues tarde.
—¿Eeh? ¿Quieres que vuelva? Creí que ya no querrías.
Ella me acarició la cabeza de una manera muy maternal.
—Claro que quiero que vengas, pero sé puntual para la próxima.
—Pero ya viste a ese sujeto, no parece buscar ningún tipo de ayuda, tía. —no entendía por qué se esforzaba tanto. —Aunque, creo que concuerdo con él de alguna manera.
Ella me miró sorprendida.
—Lo de "aquella vez"… desde ese día siento las mismas náuseas que él hacia ese tipo de personas. Aquellas que predican amor, fe y aceptación y en realidad son las que menos te comprenden.
—Te entiendo, Sakura, yo también lo siento a veces. Es por eso que los hombres buscan la fe, saber que hay algo superior sobre nosotros y que todo esto es parte de un plan mayor. Esas palabras que también sirven para dar consuelo a tu vida.
—No puedo entenderlo tía. —suspiré. —Yo… aún no puedo perdonar. No puedo.
—Pronto lo harás.
—Tal vez nunca lo haga. —traté de sonreír, pero sé que solo esbocé una horrible mueca. Me acerqué a ella y me despedí con un beso en la mejilla. —Nos vemos, tía. Adiós.
Y me alejé a paso rápido hasta llegar a mi auto.
Los rayos del sol seguían golpeando mi cara.
chan chan! Que tal? Ojalá les haya gustado. Y pues sí, Sasukito es un sexy convicto. El look que tiene es como el del gaiden, asi con su pelo largo... Pronto se sabrá su historia.
Este fic será cortito, ocho o nueve capitulos, máximo.
Bueno, ya me voy. Mañana a trabajar gratis TToTT
Matta ;)
