Disclaimer: ni la historia nilos personajes de narto me perteneces, sino a Masashi Kishimoto Y a Melanie George
Esta historia es una adaptacion del libro "Juego de Seducción " de Melanie George, espero que les guste y que la disfruten.
ARGUMENTO:
Cuando el reconocido y acaudalado sexólogo británico Naruto Namikaze le ofrece a la novelista neoyorquina Hinata Hyuga un jugoso salario para que viaje a Inglaterra y le ayude con un proyecto sobre sexualidad humana, ésta no se lo piensa dos veces y acepta. Hinata necesita el dinero para hacer frente a las últimas deudas contraídas por su hermana, pero no se atreve a contarle a Naruto que es virgen y que todas las escenas eróticas de sus libros son sólo producto de su imaginación.
Naruto está a punto de casarse con su prometida Shion, una antigua amiga de la infancia, y quiere que le aconsejen sobre cómo seducir a una mujer, así que ha pensado en Hinata para tal cometido.
Y mientras ambos comienzan su particular curso de seducción, el amor tejerá sus hilos para que terminen juntos.
CAPÍTULO 1
Caliente y arrollador deseo.
Hana se retorcía con él, su cuerpo estaba resbaladizo por el sudor, un hambre salvaje surgió en su interior, el rugido de su sangre mantuvo el ritmo de la palpitante oleada mientras la perfumada noche la envolvía en su dulce abrazo.
Llamaradas de líquida seducción la lamieron, unas esposas de seda le rodeaban las muñecas, encarcelándola en el interior de un beso de oscuro y salvaje fuego. No pidió clemencia. Nadie iba a dársela.
En lugar de eso, aceptó el calor, se ahogó en él, se dejó llevar por el fuego. Sus pestañas se abrieron con un aleteo. Quería ver la cara del fieramente hermoso bucanero que la había capturado, y cuyo amor la había liberado.
La pasión vidriaba los azules ojos de él, tan oscuros como el corazón del océano. Una pasión que ella conocía y entendía. Cuánto había ansiado ese momento. Aquel hombre estaba en su corazón.
En su misma alma.
Él le rodeó los pechos, jugando con sus doloridas cumbres, una tortura lenta y exquisita. Bajó la cabeza y atrajo el duro capullo al interior de su boca. Ella gimió, un profundo y gutural sonido sacado de un lugar que no sabía que existía.
No dejó sitio sin tocar, aliviando cada lugar con sus labios, su lengua, deslizando su piel sobre la de ella, lo que era un placer en sí mismo. Ella presionó sus labios contra los de él, la necesidad de culminar la desesperaba.
Deslizó un dedo entre sus húmedos pliegues y afirmó su derecho sobre la hinchada protuberancia de ella, acariciándolo, provocando, dándole pequeños toques hasta que en los ojos cerrados de ella brillaron rayas de colores.
Cuando creyó que no aguantaría más, él se movió entre sus muslos, envolviéndole las piernas alrededor de su cintura, el miedo y la excitación se enfrentaron en el interior de ella mientras él acomodaba su dura longitud dentro de ella y...
—¿Dura longitud? Caramba, Hina , ¿no puedes simplemente decir pene por una vez?
Hinata dio un salto ante el estruendo de la voz de su hermana en el oído, los dedos se sacudieron sobre las teclas del portátil, su concentración se hizo añicos totalmente.
Hinata cerró los ojos brevemente y tomó una calmante aspiración, sabiendo que necesitaría cada gramo de valor que pudiese reunir.
Entonces se giró para encontrarse con la cabeza de Hanabi cerniéndose sobre su hombro, sus ojos verdes escaneaban las palabras que Hinataacaba de escribir, los labios de su hermana se movían a medida que iba leyendo.
—Tengo un timbre, ¿sabes? —dijo intencionadamente Hinata.
—Y yo tengo una llave. —Hanabi balanceó la llave del apartamento de Hinata frente a ella—. Me la diste, ¿recuerdas?
¿Cómo podría olvidarlo? Hanabi la usaba con entusiasmo. No importaba si Hinataestaba en casa o no. Ni parecía importar que Hanabi viviese tan sólo a la vuelta de la esquina con la madre de ambas. Era como si su hermana estuviese intentando batir algún tipo de record sobre cuánto tiempo pasaba de verdad en casa.
Su hermana se dejó caer en la silla al lado del escritorio de Hinata . Cuatro pequeños aros adornaban la oreja izquierda de Hanabi , y cuatro aros y un clavo de oro la derecha. Su lápiz labial era azul para hacer juego con sus uñas. A los diecisiete años, Hanabi aún se revelaba en su papel de inconformista.
—¿Y bien? —insistió su hermana, explotando la bomba de chicle en su boca.
—¿Y bien qué?
—¿Puedes decir pene?
Hinata reunió paciencia.
—No, no puedo.
—¿Por qué no?
—Porque escribo novelas de romance histórico, y esa palabra no es apropiada.
—Bueno, ¿puedes decir…?
—No.
—¿Y qué hay de... ?
—No.
—Entonces, ¿qué tal... ?
—No.
Hanabi alzó las manos.
—Tío, estás tensa. Tómate una pastilla, ¿vale?
Hinata suspiró.
—Lo siento, Hanabi . Estoy ocupadísima ahora mismo.
—Menuda novedad —musitó su hermana, con un indicio de amargura en su voz.
Hinata sintió remordimientos de culpa. Sabía que tenía tendencia a dejar a todo el mundo fuera cuando estaba en mitad de una de sus novelas, y durante los últimos años parecía que estar en mitad de una era la base constante de su vida.
No le había pasado inadvertido que su hermana se había vuelto más beligerante; los problemas de Hanabi habían aumentado constantemente con cada año pasado. La habían pillado robando en varias ocasiones y casi había sido arrestada por juego ilegal hacía un mes.
El pensamiento hizo que Hinata mirara con más atención a su hermana. Hanabi roía una de sus uñas azules, un claro indicio de problemas asomaba por el horizonte.
—¿Ha pasado algo, Hanabi ?
—¿Qué te hace pensar que ha pasado algo? —le contestó a la defensiva su hermana.
—No sé. Llámalo un presentimiento.
Un desazonador presentimiento que Hinata deseó que no fuese un barómetro tan exacto.
Su hermana pareció como si fuese a continuar con la farsa, pero entonces se encogió de hombros.
—Está bien. Tengo un pequeño problema.
La definición de Hanabi de pequeño estaba generalmente en desacuerdo con la de cualquier otra persona.
—Continúa.
—Bueno… —Alargó la palabra—. Creo que he…
En ese momento sonó el teléfono, cortando a Hanabi .
La mirada de Hinata fue hasta el identificador de llamadas, reconociendo el número instantáneamente. Ino Yamanaka , su editora. Hinata vaciló, no estaba de humor para discutir de qué forma estaba progresando el manuscrito, ya que no estaba progresando nada bien.
El contestador cogió la llamada, y la voz de "nacida y criada en Boston" de Ino se filtró en la habitación.
—Hey, Hina , pensé que querrías oír lo de la inusual llamada de teléfono que he recibido esta mañana de uno de tus fans -un fan masculino- y uno muy interesante además.
Hombre e interesante. Parecían términos opuestos. Hinata había empezado a pensar que sólo podría encontrar uno de esos entre las páginas de un romance.
—Incluso aunque sea un poco excéntrico —añadió Ino .
Ah, ahí estaba la pega.
—Pero es británico y rico, así que, ¿a quién le importa?
Aquello despertó su interés.
—Llámame cuando vuelvas…
Hinatacogió el teléfono.
—¿Ino ? No cuelgues.
Dedicó a su hermana una mirada de disculpa que prometía que estaría con ella en un minuto.
—¿Otra vez filtrando las llamadas? —preguntó Ino .
Estaba claro que la mujer la conocía demasiado bien.
—¿Yo? Por supuesto que no. Yo, ah, acabo de llegar de sacar a pasear a los perros. —Bajó la mirada hasta sus dos cachorros pequineses, Duque y Daisy, que dormían sonoramente debajo del escritorio entre un montón de libros y papeles—. Bueno, ¿quién es el rico británico?
—Su nombre es Naruto Namikaze.
Hinata frunció el ceño.
—¿Quién es Naruto Namikaze?
—¿No sabes quién es Naruto Namikaze? De verdad, Hinata, tienes que salir más.
Ahí estaba otra noticia de última hora, pensó Hinata poniendo los ojos en blanco.
—Naruto Namikaze es un aristócrata con título de nobleza cuya familia hizo fortuna con el carbón antes de finales de siglo. Se graduó el primero de su clase en Oxford y se dice que tiene un coeficiente intelectual de más de doscientos, lo que casi garantiza que está más chiflado que una caja de Goobers. Pero el hombre tiene unos pómulos con los que podrías cortar un queso y una sonrisa que ha sido registrada por el F.B.I. como arma letal.
—Eso es toda una recomendación —murmuró Hinata divertida—, ¿cómo sabes tanto sobre él?
—¿Nunca lees el Newsweek?
¿Con qué tiempo? ¿Cinco minutos? Casi replicó Hinata . Su vida parecía moverse de una fecha de entrega a otra, con intervalos de llamadas de su madre para quejarse sobre Hanabi y de Hanabi para quejarse de su madre. Sí, su vida era una vida realmente encantadora.
—En fin —continuó Ino —, pasa la mayor parte de su tiempo escondido en la propiedad de su familia en Gales y puede ser más escurridizo que el monstruo del Lago Ness por lo que se dice. —Pareció a punto de desmayarse cuando dijo—. ¿Quieres intentar adivinar qué hace para ganarse la vida?
En realidad no.
—¿Por qué tiene que hacer nada un rico aristócrata para ganarse la vida? —El suspiro de impaciencia de su editora obligó a Hinata a seguirle el juego—. Mmmm. ¿Es un viejito que vive en una caja de zapatos cuya mujer le dejó con tantos niños que no sabe qué hacer? ¿O sopla y sopla y tira las casas de la gente? ¿O quizás es carnicero, o panadero, o fabrica velas?
—¿Vas a tomártelo en serio?
—Bien. Me rindo. ¿Qué hace para ganarse la vida el aristócrata británico cuya familia se ganó la vida con el carbón?
—Es científico.
—Qué encantador por su parte.
Entonces Ino terminó:
—Especializado en sexualidad humana.
Ahora empezaban a calentarse las cosas.
—¿Un científico sexual?
—Eso es.
Hinata detectó un claro regocijo escondido en las palabras de Ino , lo que probablemente era el resultado del hecho de que su editora tenía las narices hondamente metidas en manuscritos románticos a diario, lo que le daba una mentalidad tipo "aquí hay una historia".
Por otro lado, Hinata dependía de su hiperactiva imaginación para dibujar una imagen mental de un hombre que era una mezcla entre el Dr. Sentirse Bien y el Dr. Amor Raro. Hizo una mueca.
—Entonces, ¿qué quiere?
—Bueno, en realidad la llamada era de su secretario, Sasuke —todo ¡chao! y ¡hala!1—, quién preguntó cómo podía ponerse en contacto con una tal Luna Byakugan, el ardiente hervidero de pasión.
Hinata se rió entre dientes.
—¿Ardiente hervidero de pasión, eh? —Luna Byakugan era el seudónimo de Hinata y su alter ego—. Llama a los del Guiness. Esto es todo un récord para su libro.
—Por supuesto, no podía darle esa información, así que me preguntó si sería tan amable de extenderte la petición del conde.
Hinata sacudió la cabeza. Un rico y excéntrico científico tenía una petición. Eso podía superar al borracho de setenta años que le echaba miraditas cada mañana cuando iba a recoger su sándwich de beicon, huevos y queso al restaurante de la esquina, y a los hombres de Cro-Magnon de la construcción al otro lado de la calle que asumían que el día de Hinata no estaría completo sin que le regalaran silbidos, gritos y el siempre popular "hey, nena". Hinata estaba empezando a creer que los hombres de verdad eran cosa del pasado.
—¿Y cuál es la petición del conde?
Ino no titubeó en contestar:
—Que vayas a Inglaterra inmediatamente.
Durante diez auténticos segundos los músculos faciales de Hinata se negaron a funcionar. Entonces sus labios se abrieron para formar las palabras:
—Estás bromeando, ¿verdad?
—Sé que parece una locura…
—¿Parece una locura? Es una locura. ¿Qué demonios le hace pensar a ese tío que iba a considerar algo tan extravagante?
—Oh, creo que me salté esa parte, ¿verdad?
—¿Qué parte?
—La parte sobre el proyecto, y pagarte generosamente por tu tiempo, volando en primera clase, y dejándote usar su extensiva librería, diez mil libros por lo que tengo entendido. Bastante impresionante.
—¿Proyecto? ¿Qué tipo de proyecto?
—No lo sé. Su secretario dijo que era confidencial.
Al tío le faltaba un tornillo. ¿Esperaba que volara al otro lado del mar con cualquier pretexto sin decirle nada sobre lo que quería?
—Dijo que te lo explicaría todo cuando estuvieses allí —añadió Ino , como si intuyese los pensamientos de Hinata ; una tendencia que estaba empezando a volverse un poco escalofriante.
—Entonces va a tener que esperar bastante.
—Siempre dijiste que querías ir a Inglaterra. Bien, he aquí tu oportunidad.
—E iré a Inglaterra. —Algún día—. Pero no vía Lunatic Express. No puedo siquiera creer que sugieras algo así. ¿Olvidas que tengo un libro que terminar?
—Pues claro que no lo he olvidado.
—Oigo un claro "pero" tras esas palabras.
—Bueno —Ino alargó la palabra—, sería todo un éxito si consiguieras que este tío te contase su historia cuando nadie ha sido capaz ni de sacarle la hora. Las biografías no autorizadas son ahora mismo un terreno reñido. Y el tío es un aristócrata británico. Quizás conozca rumores sobre la familia real. Podrías ser la próxima Kitty Kelly.2
Hinata se apartó ligeramente el auricular de la oreja y lo miró, esperando que su incredulidad se trasportara a través del cable.
—Escribo novelas románticas. ¿Qué iba a importarme a mí la vida de ese tío?
Ino continuó como si no hubiese dicho nada.
—Dicen que está desarrollando una nueva pastilla tipo Viagra, pero ésta está dirigida a las mujeres. Imagina la publicidad que conseguirías si tuvieses esa información antes que nadie.
De lo sublime a lo ridículo a velocidad de vértigo.
—No me interesa.
Como siempre, Ino oía sólo lo que quería.
—Te daré algún tiempo para que te lo pienses antes de llamar al secretario del conde con tu respuesta final.
—Esa es mi...
—Ups. Tengo una reunión. Tengo que irme. Llámame más tarde.
El siguiente sonido que oyó Hinata fue el tono de la línea.
—Ir a Inglaterra —musitó, colocando el teléfono en el soporte—. Ridículo.
—¿Quién es Naruto Namikaze? —preguntó Hanabi, recordándole a Hinata su presencia.
Hinata se encogió de hombros, más que dispuesta a despachar aquel tema en particular.
—Sólo un rico científico británico que obviamente delira.
Hanabi la miró socarronamente.
—No importa. Bueno, ¿por dónde íbamos?
El recuerdo de la interrumpida conversación de ambas hizo que Hanabi se mordiese de nuevo las uñas.
—Tengo un pequeño problema.
—Eso ha quedado claro.
—Bueno, quizás un poco más grande que pequeño.
Aquello no era nuevo.
—¿Cuánto más grande que pequeño?
Su hermana pareció incómoda.
—¿Más grande que una panera? —la presionó Hinata.
Hanabi asintió.
Allí estaba aquel presentimiento de nuevo.
—¿Exactamente cómo de grande, Hanabi ?
Un súbito golpear en la puerta delantera interrumpió la respuesta de Hanabi mientras una nueva voz vociferaba:
—Eh, Hanabi, ¿estás ahí?
La mirada de Hanabi voló hasta la puerta y luego de vuelta a Hinata , mientras contestaba avergonzada:
—Así de grande.
Hinata gimió para sus adentros, reconociendo la voz masculina que gritaba en un tono que no era cantarín como la primavera en las Tierras Altas, sino que era tan tosco como un capo de la mafia cuyas mejillas estuviesen llenas de cannolis. 3
Kakuzu, el corredor de apuestas.
Y el vecino rompepiernas.
Cuando era niño, el juego preferido de Kakuzu había sido retorcer pulgares y había sido conocido por meditar sobre todas las preguntas importantes que habrían puesto a prueba a un hombre con un coeficiente intelectual de seis años: Cuando llueve, ¿por qué no se encogen las ovejas?
Hinata se dio cuenta de pronto en lo que se estaba hundiendo. Arenas movedizas.
—¿En qué has apostado esta vez?
—Bueno, podría jurar que el Spitfire de Sassy, en la larga carrera en Belmont, vencería al Misfortune de Mónica. Las probabilidades eran de diez a una. —Se encogió de hombros—. Creo que mi suerte se acabó.
—Eh, Hanabi, sé que estás ahí. Déjate de rodeos.
—Me esconderé en el armario de la ropa blanca —dijo Hanabi, poniéndose en pie de un salto—. Líbrate de él.
—Eh, espera un minuto…
Pon. Pon. Pon.
—Será mejor que abras o voy a soltar un puto aluvión de golpes sobre esta puerta.
Golpes. Qué manera más encantadora de empezar el día.
—De acuerdo —le dijo a Hanabi —. Escóndete.
Su hermana corrió hasta el armario como si poseyese miembros biónicos, las palabras "Podemos reconstruirla. Tenemos la tecnología", saltaron en el cerebro de Hinata.
Lanzó una mirada a Duque y Daisy, ambos se pusieron en pie de un salto sobre sus torcidas patas de cinco centímetros y empezaron a ladrar con fuerza, pareciendo dos pequeños Twinkies4 saltarines. Sus ladridos nunca habían asustado a nadie. Lo que daría Hinata por una cinta grabada de pit bulls gruñendo en aquel momento.
—Quedaos aquí, los dos —les dijo, levantándose de la silla—. Vuelvo enseguida.
Ambos la miraron con idénticas expresiones de Oh-no-no-lo-harás que fueron seguidas de cerca por nuevos ladridos, cuando cerró la puerta de la habitación.
—Ok, Hanabi. Voy a contar hasta tres y ¡luego voy a entrar!
Hinata comenzó a cruzar la habitación de mala gana, esperando que Kakuzu estuviese bien inclinado sobre la puerta cuando ella la abriese, lo que, sucesivamente, lo mandaría derecho a la ventana.
Sonrió, imaginándoselo volando a través del cristal. Una pena que el toldo del restaurante indio en la calle debajo de su ventana se rompiese con la caída. La idea de ver el hombre con el cuerpo escayolado le resultaba atrayente.
Hinata hizo girar la puerta en el momento exacto en que Kakuzu ladeaba el hombro para embestirla. Perdió el equilibrio y se cayó en un montón de cadenas de oro y un traje barato de seda. No era exactamente lo que Hinata había esperado, pero sin embargo era gracioso.
La fulminó con la mirada.
—Tus lo hiciste aposta.
Hinata lo miró de modo desapasionado.
—Se dice tú, no tus. El singular es el contrario del plural.
Kakuzu se sacudió el polvo y se levantó en sus fornidos 1.70 centímetros de altura. Era un matón de pecho fuerte y ancho sin cuello, sus fuertes brazos estaban permanentemente apretados hacia fuera. Parecía uno de los gángsteres que había abatido a tiros a Sonny Corleone en un peaje en la autopista de Nueva Jersey.
—Cierra la boca —gruñó—. No estoy de humor.
Hinata se cruzó de brazos.
—¿Qué quieres, Kakuzu?
La biliosa mirada de él bajó hasta los pechos de Hinata , lo que desvió su cerebro del tamaño de un guisante hasta recolocarlo tras la cremallera de sus pantalones.
—¿Por qué te haces la difícil, nena?
¿Necesitaba una razón? Además del hecho de que su aliento apestaba a ajo y su cara parecía como si le hubiese pasado un tren por encima. Varias veces.
—Repito, ¿qué quieres, Kakuzu?
Él se acercó lentamente.
—Si tus eres buena conmigo, quizás me piense el reducirle la deuda a tu hermana.
—No estoy en venta.
Hinata hundió la mano en el bolsillo de su Levis azul desteñido favorito y sacó un billete de diez y dos de veinte. Arrojó el dinero a las manos de Kakuzu.
—Eso debería aplazar la deuda unos días.
—¿Cincuenta piojosos pavos? ¿Estás bromeando? Tu flaca e idiota hermana me debe veinte mil trescientos ochenta y un dólares…con veintiséis centavos. Los intereses se agravan diariamente. Los dos sabemos que no tiene el dinero, lo que significa que tienes que pagar.
Hinata se tambaleó. ¿Dos mil trescientos ochenta y un dólares…?
Se dijo a sí misma que debía respirar.
—Si sabías que no tenía el dinero, ¿por qué la dejaste apostar?
—Eh, ¿soy cuidador de hermanos? —arrugó la frente, lo que le hizo parecer una morsa a mitad de faena—. ¿O sería cuidador de hermanas, incluso aunque no estemos emparentados? —se encogió de hombros—. No cambia nada. Aún me debe dos mil trescientos ochenta y un dólares…
—Y veintiséis centavos. Lo sé. —Hinata negó con la cabeza—. No tengo todo ese dinero.
Él acercó su cara a la de ella.
—¿Sabes qué le pasó a la última persona que no me pagó?
Hinata no lo sabía, afortunadamente. Era una imagen mental sin la que podía vivir. Desafortunadamente, tenía otras imágenes mentales en las que caer, todos aquellos recuerdos nítidos de la obra de Kakuzu. Podría pensar con el pene, pero no necesitaba un graduado en Harvard para saber cómo manejar un bate con infalible exactitud.
—Conseguiré el dinero —prometió—. Pero tienes que darme algo de tiempo.
—Tienes tres días. —Levantó dos dedos—. Y volveré para cobrar. —Luego se fue pavoneándose.
Hinata decidió que no le diría lo del papel del baño que tenía pegado en el dorso del zapato.
Suspiró y se inclinó pesadamente contra la puerta cerrada.
—Ya puedes salir, Hanabi.
No hubo respuesta.
Hinata se acercó al armario de la ropa limpia y se encontró con la puerta ligeramente entreabierta. Miró dentro. Ni rastro de Hanabi. Entonces notó que la ventana del cuarto de invitados estaba abierta y comprendió que su hermana se había escabullido usando la salida de incendios.
Regresaría, era un hecho. Como también lo era el hecho de que su hermana se invitaría a entrar, usando la llave de repuesto de Hinata.
Hinata se acercó a cerrar la ventana. Una ventana abierta en Nueva York era una clara invitación al robo, a la violación y al homicidio, y a veces, no todas a la vez.
Mientras se alejaba, vislumbró la enmarcada foto de Hanabi, su madre y ella, que estaba en el escritorio. La levantó, estudiando las caras felices, los brazos envueltos en la cintura de la otra. Era una foto vieja, y una de las últimas que se habían sacado juntas y sonrientes.
Su madre tenía una hermosa sonrisa, llena de calidez. Sin embargo, ahora sonreía raramente, y la calidez parecía haberla abandonado el día en que su marido salió por la puerta y nunca volvió.
Quizás si Hinata se permitiese mirar en su interior, quizás descubriría sus propias cicatrices, que las acciones de su padre habían determinado su vida tanto como la del resto de su familia.
A lo mejor era por eso que prefería los personajes ficticios a las cosas reales. Podía modelarlos para que sirviesen a sus necesidades. Nunca eran ordinarios o crueles. Ni cobardes o deshonrosos. Los hombres siempre eran héroes, y los finales felices para siempre.
Colocó de nuevo la foto con cuidado y cogió su fiable bola Mágica del 8 de la esquina del escritorio, recordando todas las preguntas que le había planteado cuando era una jovencita, buscando respuestas cuando no había nadie para contestarle.
Hinata agitó la bola, observando el pequeño cubo rodar en el oscuro líquido.
—¿Volverá a ser feliz mi familia alguna vez? —preguntó tímidamente.
El cubo giró hasta pararse. Perspectiva poco clara.
¿Qué había esperado? Los milagros estaban reservados para otras personas.
Se preguntó si se atrevería a hacer otra pregunta. Se mordió el labio, temiendo la respuesta, pero temiendo aún más lo desconocido. Agitó la bola otra vez.
—¿Seré capaz de encontrar el dinero que Hanabi le debe a Kakuzu?
Contuvo el aliento, esperando a que el cubo se parase. Cuando lo hizo, el corazón le dio un vuelco.
No.
—Hmm. Viajar a Inglaterra para ser el juguete de un conde asquerosamente rico adicto al sexo con una licenciatura en zonas erógenas que está escribiendo su tesis doctoral sobre el punto G, o quedarme aquí en Nueva York y arriesgarme a ser atracada, tirada enfrente de un tren en marcha, bombardeada, expuesta a mosquitos mortíferos y guerras biológicas. No veo cómo puede ser difícil para ti esta decisión, cariño.
Hinata dejó de pasear y se giró para mirar a su mejor amiga desde su nacimiento, Sakura Haruno, una princesa judía-americana dura como el acero. Si alguien se parecía menos a ella , era la chica pelirrosa que estaba delante de Hinata , a quien ella llamaba Sakura, para consternación de la señora Haruno.
Ella y Sakura eran un abanico de contrastes. Hinata medía apenas 1.61 frente a los 1.79 de Sakura. Hinata tenía la tez color porcelana . La piel de Sakura era de un cálido marrón que duraba todo el año. Hinata había sido maldecida con un largo y liso pelo, mientras Sakura había sido bendecida con unas rosadas y onduladas ondas perfectas para un anuncio de L'Oreal.
Los dones del cielo de Sakura también incluían unas largas piernas sin fin, un abundante busto, una sonrisa Colgate, y una ronca voz que podía seducir tan fácilmente como podía reducir a un hombre a una pila de ardientes escombros con sólo pronunciar una palabra.
—No dije que estuviese considerando la idea —dijo Hinata , deseando que fuese mentira. Pero lo cierto era que sus opciones habían caído hasta el punto más bajo.
Se había estado devanando los sesos toda la tarde, encontrado algunas pocas ideas. Pensó en vender algo, pero no tenía nada propio que pudiese vender por tanto dinero. Y su cuenta corriente no estaba en mejor forma.
¿Quién creería que la semi-triunfante novelista de romances, Luna Byakugan, tenía una suma total de sólo cuatro mil dólares en el banco? Y la mayoría del dinero estaba destinado a pagar las facturas y el alquiler.
Había tenido más dinero hasta que había pillado a Hanabi robando -por tercera vez- y había tenido que pagar una fianza de quince mil dólares o dejar a su hermana en el talego.
—No mires la oferta del conde como un trabajo —dijo Sakura alargando las palabras mientras admiraba su manicura—. Míralo como sexo a cambio de arrendamiento.
—¿Quieres ponerte seria? Si no le doy ese dinero a Kakuzu, Hanabi se levantará del suelo sólo hasta las rodillas en concreto.
—O por debajo con Jimmy Hoffa.5
—Gracias por hacer que una mala situación parezca aún peor.
—Soy judía. Llevo en la sangre lo de ser cínica. Viene de miles de años de esclavitud y persecución.
—¿Podemos ceñirnos al tema? ¿Cómo voy a poder echarle mano a tanto dinero tan rápido?
—¿Robando un mini-market? No. —Sakura negó con la cabeza—. Olvídalo. No habría suficiente dinero en metálico. Necesitas birlar un banco. Tu madre sabe pasar desapercibida, así que mi consejo sería que la dejases entrar y atracar al cajero mientras esperas en el coche de huída.
—Oh, es una idea original. Mi madre y yo podemos compartir la celda.
Sakura hizo una mueca.
—Me dan escalofríos tan sólo pensar en compartir una celda con mi madre. Tendría que escucharla regañarme durante los próximos diez o veinte años porque no me casé con Marty Klein, el rey charcutero. Veintidós tiendas en el área de los tres estados6. Uno pensaría que con todo ese dinero el hombre se podría haber circuncidado.
—¿Podemos volver al tema? Kakuzu. Dinero. Nudilleras.
—¿No puedes simplemente pedirle a Kakuzu una prórroga?
—Estoy segura de que accederá. Entonces sólo me destrozará una rótula como garantía.
Sakura pareció horrorizada.
—¿Y dejarme a mí el trabajo de empujarte por ahí? No creo. Simplemente solucionemos el problema de forma fácil y rápida. Te dejaré el dinero.
Hinata ya había contemplado pedirle a su amiga un préstamo. Sakura era una niña de papá que nunca había tenido que trabajar ni un día de su vida mientras Hinata había tenido que arrastrarse por cada moneda. Sabía que llegado el momento, podría devolverle a Sakura el dinero, pero sería demasiado parecido a aceptar caridad.
Hinata suspiró.
—Te lo agradezco, pero no. No puedo esperar que arregles el problema.
—Entonces, ¿por qué no aceptar la oferta del profesor de sexo? Dios sabe que podrías conseguir un buen polvo.
Había que dejarle a Sakura lo de ser directa.
—Esto es estrictamente negocios.
Sakura ladeó una perfectamente depilada ceja rubia.
—¿Oh? Bueno, si ese es el caso, ¿de qué te preocupas?
Claro, de qué, pensó Hinata .
Pero, siendo honesta consigo misma, tenía que confesar cierto grado de curiosidad por el hombre que había hecho un pedido tan insólito. Imaginaba que tenía que ser el misterio que significaba el hombre, como si fuese una concursante de "Let's Make a Deal" 7 esperando a saber qué había tras la puerta número tres.
Era bastante triste el decir que la poco ortodoxa oferta del conde era la cosa más interesante que le había pasado en mucho tiempo. Su vida personal se había deteriorado hasta el punto que escuchar una charla sobre la historia del fertilizante se consideraba apasionante.
Podría escribir sobre escalar el Everest, ¿pero lo había hecho alguna vez? ¿Había explorado las pirámides? ¿Visto los blancos acantilados de Dover? ¿Tirado una moneda en la Fontana Trevi? ¿Comido fondue en Suiza?
No, no y otra vez no.
—¿Entonces cómo es físicamente este tío del hunka-hunka amor ardiente8? —inquirió Sakura—. Personalmente, me imagino a Johnny Wad9 con un abrigo de tweed.
Hinata imaginaba que con su suerte Naruto Namikaze recordaría a los Son of Sam10 y que probablemente estaba maquinando llevar a cabo con ella experimentos sacados de Hitchcock.
—No lo sé. Busqué una foto suya en internet, pero todo lo que pude encontrar fueron unas pocas páginas con algunos de sus ensayos publicados.
¡Y menudos ensayos aquellos!
Fisiología y Patología de la Erección del Pene.
Sobre Ratas y Hombres: Aproximación Comparativa a la Sexualidad Masculina.
El Mecanismo de la Excitación Humana Femenina.
Y el favorito de Hinata y más espantoso: Esquizofrenia y Sexualidad. Qué tenían que ver la una con la otra era algo que Hinata no quería investigar demasiado a fondo.
Después de aquellas pequeñas aclaraciones, debería haber telefoneado a Ino y exigirle que le dijese al sin duda lacayo del conde que su patrón podía quedarse su billete de primera clase, el substancial dinero que le había ofrecido por su valioso tiempo, y su biblioteca con casi cien mil libros, y zambullirse de cabeza en su trabajo sobre Contribuciones Cognitivas y Afectivas de la Función Sexual.
Por otra parte, la realidad de su situación actual era perder el tiempo en las calles llamando a una adolescente que se había ido a paseo, quien, Hinata notó con una sonrisa de satisfacción, le había hecho un corte de mangas a Kakuzu por encima del hombro.
Chicas de Nueva York, dos. Kakuzu el gilipollas, cero.
Ahora, si tan sólo Hinata pudiese librarse de Kakuzu igual de fácil. Puesto que la posibilidad parecía altamente improbable, tenía que considerar la única opción presente.
La oferta del conde.
Si aceptaba el trabajo del misterioso Naruto Namikaze, podría pagar a Kakuzu con el anticipo que le pediría al conde que le diese, condición número uno, y todavía mantener el orgullo intacto, al igual que Hanabi sus miembros.
Hinata tomó la decisión. ¿Qué otra elección tenía? A menos que apareciera un mágico corredor de apuestas e hiciera que Kakuzu desapareciese en un soplo de humo, regresaría.
Como decía el Padrino, le habían hecho una oferta que no podía rechazar.
—Iré —Sakura simplemente la miró—. ¿Me oíste? Dije que iré.
—Te oí.
—¿Y? ¿No tienes nada que decir?
—Sí… pero estoy esperando a oír la voz de Dios saliendo de una zarza ardiente puesto que éste es un día de milagros.
Hinata ignoró la nada atractiva ocurrencia de su amiga.
—Quiero que vengas conmigo.
Sakura era como un bulldog en lo referido a hombres. Si las cosas se le iban de las manos con el conde, Sakura lo trataría con brusque… al estilo Haruno.
—¿Ir contigo? ¿A la tierra del té, los bollos y Sir Elton John?
Hinata asintió.
—Siempre hemos hablando de ir a Inglaterra juntas. Ahora podemos.
Lo quisiera el conde o no. Condición número dos.
Sakura se reclinó contra los cojines del sofá y la miró durante un rato.
—Sabes, cariño, no puedes usarme siempre como apoyo. Algún día tendrás que levantarte tú solita sobre tu pequeña talla 36 de pie.
—No te estoy usando como apoyo. —Pero una pequeña voz le preguntó a Hinata si no estaba haciendo justamente eso—. Y gasto un 37 de pie.
—Sólo señalo la posibilidad de tu sofocante dependencia hacia mí.
Hinata se permitió una fulminante mirada hacia su amiga.
Sakura se encogió de hombros.
—De acuerdo. Iré. No me vendría mal un cambio de escenario. Pero me niego a viajar contigo con ese aspecto.
Hinata bajó la vista a sus desgastados vaqueros y a su camisa rosa ligera extra larga con las sucias huellas de un perrito en ella, adquirida cuando Duque había decidido tomar el sol en un charco de lodo en el parque amotinándose cuando ella había intentado engatusarlo para salir. Aún así, dijo:
—¿Con qué aspecto?
—Contigo llevando ropa dos tallas más grande. Tu ardiente conde va a pensar que tienes alguna enfermedad genética.
—¡No es mi ardiente conde!
Una maliciosa sonrisa encendió la cara de Sakura.
—Pero podría serlo.
1 En inglés se hace referencia a palabras típicas que usan los británicos como: pip-pip y tallyho.
2 Escritora estadounidense que ha publicado un libro llamado "The Royals" destapando escándalos de la monarquía británica.
3 Cannoli (rollo dulce de ricotta)
4 Famoso bollo esponjoso relleno de crema.
5 Sindicalista estadounidense que murió en misteriosas circunstancias. Su cuerpo nunca fue encontrado.
6 Área alrededor de Nueva York donde se encuentran Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut.
7 Programa estadounidense "Let's Make a Deal" en el que se ofrecían tratos a los concursantes.
8 Famosa canción de Elvis: "Hunka-Hunka Burning Love"
9 Famoso rey del porno
10 Supergrupo de Horror punk/Death Rock ideado por Todd Youth
