Aquella voz infantil y altanera podía escucharse a través de los pasillos y las habitaciones, resonaba como eco por toda la mansión, aunque quizás se debía, a que como siendo la casa más pequeña de lo acostumbrado, su voz tomaba potencia por las paredes más unidas y los cortos pasillos, o quizás… era que sólo estaba valiéndose de una de sus habilidades como demonio que acababa de aprender. Sebastián hizo caso omiso a la primera llamada, se encontraba en la cocina tomando una taza con un té muy fino que acababa de llegar mientras pensaba en los futuros empleados que contrataría para la mansión, si bien el podía hacer todas las tareas perfectamente y en corto tiempo, la rutina lo estaba aburriendo, además… que ambos vivieran completamente solos en aquella casa por casi cincuenta años, al parecer no había hecho más que volver a su "joven señor" más engreído y mimado que nunca. Al menos cuando era humano se relacionaba con personas de diferentes personalidades y eso le daba un poco de vida a la mansión Phantomhive y al mismo Ciel, pero ahora todo estaba siempre en silencio, salvo las veces que otros demonios o humanos solían pasar para echar una ojeada a la mansión desde lejos y preguntarse por qué semejante par vivía en solitario. Sebastián contrataría ayudantes de cualquier manera, ya lo había decidido y aunque Ciel protestara no cambiaría de opinión, aparte… adoptaría una pareja de gatos negros que ofrecían en un pueblo cercano, en esos cincuenta años… Ciel no había permitido que nadie entrase a la mansión, nadie, ni siquiera los gatos que tanto le gustaban. Sebastián escuchó en esos momentos el segundo llamado del jovencito Phantomhive, levantó la mirada y vio en el reloj las cinco y media exactamente, luego de ello se puso de pie dejando la tasa sobre la mesa y se acercó al horno para sacar los pastelillos con chocolate que había preparado para "el señor" de la casa, y… mientras intentaba concentrarse a pesar de aquella voz pronunciando su nombre a cada instante, los colocaba cuidadosamente en una bandeja de plata y se disponía a llevárselos de una vez. Sebastián se acomodó la corbata al sentirla desarreglada y salió de la cocina con aquel aire tan elegante que lo caracterizaba.
- ¿Por qué tardaste tanto? – preguntó con voz molesta Ciel Phantomhive mientras leía atentamente un artículo de un periódico sentado sobre la cama. Ni siquiera dejó el conjunto de hojas de sus manos ya que ante la llegada de su mayordomo sus mejillas se habían tornado de un color carmesí en contra de su voluntad, por eso mantenía la posición rígida y el rostro detrás del diario. Ni siquiera apartó los ojos al sentir el aroma dulce de los pastelillos recién horneados y suaves que Sebastián ponía en frente de el, realmente era una tentación y a pesar de todo el tiempo de haber vivido juntos sentía que jamás se podría cansar de aquellos dulces, eran una delicia total. Ciel se preguntaba el porqué de tanto silencio, de repente no escuchaba ni los pasos de Sebastián por la habitación, hasta que en esos momentos sintió un cosquilleo por el cuello que lo hizo ruborizarse totalmente hasta las orejas, al sentir a Sebastián a sus espaldas, sentado detrás de el y lamiéndole suavemente el cuello de una manera muy atrevida. El periódico resbaló de sus manos mientras se mantenía en aquella posición rígida, como si fuese una estatua, el corazón le empezó a palpitar tan rápido que sentía que empezaba a respirar de manera agitada, solo por ese pequeño roce… su cuerpo se estremeció tanto que su reacción fue brusca y algo violenta. Ciel se dio la vuelta y le dio una bofetada tan fuerte que el rostro de Sebastián quedó marcado por algunos segundos, el mayordomo solo le sonrió como de costumbre, aunque… el golpe no solo lo había lastimado físicamente por ser ambos demonios, si no que esta vez, algo dentro de Sebastián se vio afectado también, tanto que cuando Ciel se puso de pie, la expresión del mayor se veía un poco triste.
- No hagas tonterías – dijo Ciel con voz severa – Limítate a cumplir con tus obligaciones como de costumbre.
- La comida se estaba enfriando y los pastelillos de chocolate deben comerse calientes para sentir el sabor mucho mejor – dijo Sebastián con aquella voz que lo caracterizaba – y como mi señor… seguía entretenido en aquel aburrido artículo, era mi deber hacer algo para llamar su atención.
- Con decírmelo era suficiente, no tenías que… - Ciel bajo un poco la voz, recordando la sensación que le había producido aquello y regañándose por perder el control fácilmente, pero al ver fijamente la mirada de Sebastián sobre la suya, no pudo terminar la frase.
- No se preocupe, la próxima vez lo besaré con el chocolate en los labios, así podrá sentir el sabor directamente – dijo Sebastián antes de salir, vengándose por la bofetada dada y dejando a Ciel más avergonzado que antes, felizmente salió de la habitación antes que el tintero le cayera en la cabeza. Ciel se quedó a solas de nuevo, aquella habitación era muy grande en verdad, cuando Sebastián no estaba con el… se sentía muy solitario, en esos momentos el jovencito se recostó sobre la cama y cerró los ojos, - si tan solo pudiera decirle que siento… quizás la soledad que se ha apoderado de mi ser… pudiera desaparecer… pero desde que se enteró que era un demonio… siento que Sebastián me desprecia o algo así. En ese tiempo era solo un niño… quizás lo siga siendo en apariencia… pero recuerdo claramente la mirada de decepción cuando se enteró que estaríamos atados bajo el contrato por toda la eternidad… eso a mi me alegró… por fin pensé que tendría a alguien que jamás se alejaría de mi, pero creo que me he convertido en su carga mas insoportable… al menos me gustaría decirle mis sentimientos… quizás así estaría en paz conmigo mismo – pensó Ciel buscando una almohada para abrazar. Esa cama era muy grande, muchas veces había dormido con Sebastián bajo su pedido, pero nada había sucedido y sabía que no podía ordenarlo amarlo… si fuese así… las cosas perderían su gracia.
- Estas cosas del amor son un asco… - dijo Ciel en voz alta y se dispuso a dormir un poco antes de la cena.
Mientras tanto Sebastián volvía a sus quehaceres, mientras terminaba de limpiar las grandes ventanas escuchó que alguien llamaba a la puerta. Dejó el plumero a un lado y rápidamente quitó los seguros, dispuesto a abrir la puerta y ver de quien se trataba, pero apenas lo hizo pudo ver una sombra pasando velozmente y por el peso lo hizo caer al suelo con brusquedad. Sebastián cambió de expresión a una de fastidio total, aquella no era la primera ni sería la última vez, eso lo sabía, que sucediera aquello, quiso levantarse pero cierto shinigami de cabellos rojos muy largos, lo tenía fuertemente abrazado de la cintura. - ¿Grell?, ¿Por qué no te cansas de estas cosas? – preguntó Sebastián intentando cambiar su tono de voz a uno más severo y molesto, pero el shinigami ni siquiera se movió. Grell seguía aferrándolo fuertemente y lo peor es que parecía estar disfrutándolo mucho, Sebastián tuvo que usar la fuerza para poder alejarlo y ponerse de pie, elegantemente mientras se acomodaba la ropa, Grell lo miró con expresión de berrinche y se puso de pie también, rindiéndose por el momento a un contacto mas intimo.
- Creo que es hora de una mudanza – dijo Sebastián dándole la espalda.
- ¡Igual te encontraría Sebas-chan! ¡Tu aroma se percibe hasta el inframundo! – respondió Grell con voz melosa.
- ¿Y a que se debe tu visita?, tengo cosas importantes que hacer.
- ¡Quería verte!, ¡no seas ingrato! Además… tú no tienes cosas que hacer, salvo seguir malcriando a ese demonio insoportable llamado Ciel… aún no puedo creer que se halla convertido en uno de los tuyos y que deba estar siempre contigo, ¡que envidia!
- Lo prefiero a el que a ti – dijo Sebastián de mal humor.
- ¡Eres tan cruel Sebas-chan!, ¡prefieres un mocoso que a un poderoso shinigami!
- ¿No tienes otras cosas que hacer Grell?, tengo que preparar la cena – lo interrumpió Sebastián, pero en esos momentos se le ocurrió una gran idea para deshacerse de el y al mismo tiempo, conseguir lo que deseaba. Volvió a ver al shinigami que no oculto su emoción al sentir aquella mirada sobre el, Sebastián se acercó insinuante y sujetó su barbilla con suavidad hasta casi rozar sus labios. Grell se quedó hipnotizado por aquello, hasta sintió escalofríos por todo su cuerpo y más cuando Sebastián se deslizó hasta su oído y le dijo suavemente:
- ¿Puedo pedirte un favor?
- Cl… claro…
- Necesito que consigas dos demonios de confianza para que trabajen aquí…
- ¿demonios?
- Si… ¿harías eso por mí?
- Bueno… tenemos mucho trabajo en la biblioteca y… Will se molesta conmigo… si me tardo demasiado por aquí… y…
- ¿Quieres una paga? Mmnnn… - dijo Sebastián y en esos momentos lo besó rápidamente, para luego atacarlo con aquella mirada irresistible que guardaba para esas ocasiones – Si quieres mas… tendrás que hacer lo que te pedí…
Grell no esperó a que se lo dijera dos veces, estaba totalmente dominado por aquellos obsesivos sentimientos y con la cabeza totalmente en las nubes, tanto que casi se le olvida una carta que había encontrado en la entrada de la mansión, se la entregó a Sebastián en esos momentos y se fue rápidamente a cumplir su misión. Sebastián se sintió aliviado de haberse deshecho de el, pero ahora estaba intrigado con aquella carta que tenía en sus manos. No había remitente, tan solo el nombre de Ciel Phantomhive escrito con una elegante y fina caligrafía. Le dio algunas vueltas al sobre pero no encontró ninguna señal o marca que le indicase que tipo de persona la había mandado, por algunos momentos estuvo tentado a echar aquella carta a la basura, ya que era muy extraño que alguien conociera aquella dirección y más, que escribiera para Ciel, dado que hace más de cincuenta años se encontraba como fallecido. Sebastián terminó por guardar aquella misteriosa carta para entregársela a Ciel a la hora de la cena, realmente le gustaría leerla pero sabía que el jovencito estallaría en cólera si lo descubría, así que tuvo que contenerse las ganas de abrirla, solo quedaba esperar que Ciel bajara a cenar y compartiese el contenido de la carta con el, aunque últimamente estaba actuando mas extraño de lo normal y parecía aislarse en si mismo.
Gracias al cielo, Grell no regresó y eso pronosticaba una cena muy tranquila como de costumbre, aunque Sebastián esperaba que el shinigami pelirojo no se olvidara de su encomienda. Eran las ocho de la noche cuando Ciel apareció por la puerta del comedor y se sentó en su lugar acostumbrado, se encontraba con una expresión molesta para variar y todo indicaba que se había quedado dormido y había tenido pesadillas nuevamente. Sebastián no le tomaba mucha importancia a aquello, pero siempre estaba atento a las expresiones y al tono de voz de Ciel y sabía cuando le ocultaba algo. El demonio empezó a servirle la cena en silencio y mientras lo hacía, aquella carta se le vino a la mente… la verdad, desearía no entregársela, sentía que algo malo sucedería y no quería exponer a su joven amo a pasar por malos momentos. Sebastián se enfado consigo mismo al no haberla leído antes, pero en sus reglas de ser un perfecto mayordomo se encontraba prohibido invadir la privacidad en la correspondencia. Cuando terminó de servirle, se quedó de pie cerca de Ciel, estaba entrando a sus pensamientos cuando la voz del jovencito lo hizo salir bruscamente a la realidad.
- Habla ya Sebastián… me estás irritando con aquel silencio… y se que tienes algo que decirme, dilo ahora… - dijo Ciel sin cambiar el tono frío de su voz mientras analizaba la cena y se animaba a probar un poco de ambos platos que tenía en frente.
- Se trata de una carta... la encontré esta tarde en la puerta pero no se quien pudo haberla dejado.
- ¿Una carta?
- Si, está escrita a su nombre… pero creo que sería mejor deshacernos de ella.
- Dámela ahora Sebastián…
- Podría ser una trampa.
- Te he dado una orden… y sabes como debes responder. Entrégame esa carta ahora – dijo Ciel mirándolo fijamente, sus hermosos ojos azules cambiaron a un tono carmesí brillante, demostrando su irritación ante la insistencia de Sebastián para desechar la carta sin leerla.
- Yes… muy lord – respondió secamente Sebastián mientras sacaba la carta de su bolsillo y se la entregaba a su pequeño y engreído señor.
Ciel abrió la carta lentamente y sin ningún interés en especial, aunque por dentro la curiosidad lo mataba ya que hace tanto tiempo no recibía correspondencia de nadie. Sus ojos se abrieron mucho de la sorpresa, al leer que en efectivo la carta estaba dirigida a el, tan solo eran unas líneas que decían…
Ciel Phantomhive…
Ha pasado mucho tiempo… demasiado quizás… desde la última vez que nos vimos, no puedo preguntarte si has cambiado en algo… siendo inmortales la pregunta queda sobrando. Si, somos inmortales… aún en el mismo infierno jamás podría olvidarme de ti… y más cuando ambos pertenecemos a la misma especie… somos iguales siempre he pensando aquello.
Ciel Phantomhive… ¿Podría contar con tu hermosa presencia en mi humilde hogar?
Te prometo que será una velada encantadora… un cochero irá a recogerte a las siete de la noche del día de mañana… no me hagas un desplante… estaré esperándote…
Atentamente
Y.H.
- ¿Y.H? ¿Quién podrá ser? – se preguntó Ciel al terminar de leer la extraña carta y se la entregó a Sebastián para que la analizara. El joven Phantomhive se quedó meditando acerca de la repentina invitación, no comprendía quien la podría haber mandado, pero no había error… estaba su nombre escrito y por lo visto aquella persona sabía muy bien del cambio que sufrió hace cincuenta años, por algunos segundos pensó que se trataba de una broma, pero… después de pensarlo bien, decidió que asistiría a esa cita, quizás solo por curiosidad o por la desesperación de hacer algo diferente. Se lo comunicó a Sebastián y se marchó a su habitación, dejando a su mayordomo con una mirada de preocupación ante aquellas palabras escritas.
Continuara…
